El libro de los pasajes es una obra clave del marxismo. Es un libro de más de 3 mil páginas. Este monumento de citas es casi una especie de laberinto cabalístico. Es enigmático para la cuestión de la “historia”. Walter Benjamin escribió a su amigo Gershom Sholem en el año 1934 sobre la relevancia del Libro de los pasajes en su proyecto intelectual: “El trabajo sobre los Pasajes constituye ahora el Tertius gaudens entre mi y el destino.” [1] y en él encontramos un complemento a las Tesis sobre la historia. Los Pasajes de Paris, según su editor actual Rudolf Tiedeman, podría asemejarse a un edificio con dos proyectos constructivos muy diferentes que pertenecen a dos fases de trabajo muy distintas. [2] La primera de ellas arrancó con la influencia de la estética surrealista (en particular del bello texto Le paysan de Paris de Louis Aragon) [3] en donde el mundo objetual de París (la capital del Siglo XIX) es abordado filosóficamente en un campo de fuerzas entre las cosas concretas y los sueños. Benjamin simpatizó con el inconformismo del movimiento surrealista en su grito de guerra para organizar el pesimismo. Este proyecto critica la sociedad capitalista del Siglo XIX desde un punto de vista onírico (influenciado por el movimiento surrealista). Este primer esbozo es interrumpido en el año de 1929.
La segunda fase del trabajo comienza en el año de 1934 y se interrumpe en 1940 por el suicidio de Benjamin en Port Bou, lo que dejó el proyecto inconcluso. En esta segunda fase, Benjamin integró la teoría del fetichismo de la mercancía (en la versión de G. Lukács en Historia y conciencia de clase) y luego de largas conversaciones con Teodor Adorno y Max Horkheimer aspectos de la filosofía hegeliana y algunas nociones del materialismo histórico de El capital de Karl Marx. Este segundo momento contiene un bagaje marxista expuesto a su amigo Gershom Scholem, quién veía negativamente la simpatía de su amigo por el materialismo histórico: “Si en el Trauerspiel el concepto de Tragedia fue central, aquí lo será el carácter de fetiche de la mercancía”. [4] De ambos proyectos surgieron más de 30 carpetas de citas ordenadas de forma temática (de la Hasussmanización, pasando por el Flâneur, la prostitución y la teoría del conocimiento) y dos resúmenes (el más conocido Paris capital del siglo XIX) con lo que se muestra su concepción de la “escritura de la historia” o de cómo debería ser “escrita la historia”.
Si las Tesis sobre la historia es un proyecto metodológico, Los Pasajes de París podrían ser la exposición de cómo debería “escribirse la historia”. Este proyecto, Los Pasajes de París, ocupó a Benjamin durante 13 años de su vida (desde 1927 a 1940, año de su suicidio) y de su meticuloso trabajo de citas “surgieron la mayoría de trabajos que escribió durante el último decenio de su vida.” [5] Nos referimos a los trabajos sobre Eduard Fuchs, sus textos sobre Baudelaire, sus trabajos sobre cine, literatura y otros. De ahí su importancia capital, para el conjunto de la obra de W. Benjamin. Como se sabe, El libro de los pasajes tiene todavía un estatuto enigmático. Su edición íntegra en vez de despejar las dudas sobre la obra, causó aún más perplejidad.
Tres versiones del libro: Bensaïd, Buck-Morss y Löwy
Susan Buck-Morss fue pionera de los estudios sobre El libro de los pasajes. En su texto Walter Benjamin: escritor revolucionario, anticipa muchas de las sugerentes tesis estéticas de su imponente libro Dialéctica de la mirada. En el ensayo El libro de los pasajes de Benjamin: redimiendo la cultura de masas para la revolución Buck-Morss insiste en que Benjamin trabajó en El libro de los pasajes durante el periodo en que la amenaza de la extrema derecha en Francia había provocado el surgimiento del Frente Popular entre socialistas, comunistas y radicales burgueses, que habían llevado a León Blum al poder, aunque meses después los obreros rompieron con la disciplina partidaria y sindical comenzado un proceso de huelgas de brazos caídos. Buck-Morss se pregunta legítimamente: “¿Estaba sugiriendo Benjamin una conexión causal inmediata entre la alteración del estado de conciencia y una alteración de la realidad? ¿El proyecto de los Pasajes quería ser subversivo de manera directa?”. [6] Su respuesta es no, contundentemente pues considera que Los pasajes era demasiado esotérico para incidir. Líneas después no deja de advertir que, aunque las reflexiones de tipo estético han primado en la interpretación de El libro de los pasajes, sus teorías del conocimiento (de las imágenes dialécticas) y su método de narración de la historia “capturaban los elementos fenoménicos así liberados en novedosas constelaciones, proporcionaban un modelo a nivel cognitivo para el acto de transformación social, y su meta era despertar la capacidad para la acción revolucionaria”. [7]
En otro sentido Rolf Wiggerhaus considera que El libro de los pasajes es una “crítica del capitalismo con una mirada alegórica, que revelaba el proceso de desencantamiento que se había llevado a cabo bajo las condiciones capitalistas”. [8] La exposición, el montaje de citas sobre el Siglo XIX parisino, es la búsqueda de un relámpago en el momento de crisis que se muestra al sujeto de la historia en un golpe involuntario de memoria, salvar de esta manera el pasado de su legado cosificado (hacer saltar el continum de la historia, en el instante del peligro) “para una comunicación entre la humanidad y el cosmos”. [9] Existe un sentido mesiánico redentor en la forma en la cual es narrada la historia, aunque Wiggerhaus le considere un libro marxista enmarcado en la llamada Escuela de Investigación Social de Frankfurt. La imagen dialéctica tiene aspectos alegóricos e históricos.
El filósofo marxista francés Daniel Bensaïd, en su libro Walter Benjamin: sentinelle messianique, reflexionó sobre la inestabilidad temporal de la narración mediante citas en la obra de Benjamin y sus interacciones con el pensamiento de Auguste Blanqui [10] y Charles Péguy, sin embargo no abordó la teoría de conocimiento expuesta en El libro de los pasajes. Si la narración mediante citas irrumpe de manera critica, que bifurca el camino y rompe la linealidad de la historia, ésta es concebida como violentas irrupciones que desestabilizan por un instante la normalidad de la producción, la reproducción y la circulación de la historia, citas por las cuales los de abajo hablan, se expresan, gritan. A pesar de que Enzo Traverso considere que el texto de Bensaïd (escrito a poca distancia de la caída del Muro de Berlín) intente “minimizar los aspectos teológicos de Benjamin” lo que es una verdad contundente es que el dirigente del mayo francés de 1968 acude a la razón mesiánica para reconciliar la historia y la memoria: se trata entonces de citar a los marginados para salvarlos de su derrota.
Bensaïd preocupado por la incorporación de la teoría de Benjamin a la actividad política de la época concluye: “es necesaria una política del tiempo presente, donde se pueda romper el círculo del eterno retorno, donde la razón mesiánica se cruce con el materialismo crítico.” O sea es sólo un compendio de citas que nos sirven para conocer mejor el pasado.
Fue Michael Löwy quien leyó este libro de otro modo. La preocupación de lo minúsculo en la narrativa benjaminiana de El libro de los pasajes es una preocupación política. En un pequeño pero sustancial trabajo inconcluso de Michael Löwy, La ciudad, lugar estratégico del enfrentamiento de clases. Insurrecciones, barricadas y haussmanización de París en el Passagen-Werk de Walter Benjamin, se aborda un aspecto descuidado para los intérpretes de la obra de Benjamin: la Comuna de París, la lucha de barricadas y la “haussmanización” de París. Es decir, Los pasajes en realidad es un libro sobre la lucha de clases. Sí, es un libro —muy a su manera— sobre la lucha de clases.
El inicio de las discusiones de la estrategia
En la obra hay un método herético dentro de la tradición del materialismo histórico. Es un libro sobre la ciudad y se elige como el centro temático el lugar estratégico de enfrentamiento entre las clases. La ciudad y Benjamin se detiene y describe de forma minuciosa y con lujo de detalle en esa historia de los de “abajo”, de los que luchan, de los vencidos en las ciudades. En medio de prostitutas, casinos, cantinas, cabarets, calles atiborradas de personas, pasajes, museos, la ópera. París es la ciudad emblemática de la burguesía: la más bella.
Benjamin apunta además que la historia en lo minúsculo muestra tendencias mayúsculas, más amplias del torrente de la “historia”. En París comenzó la modernidad capitalista con la revolución de 1789 y ahí también comenzó el despertar del proletariado con la Comuna de París. Dice Benjamin:
“La comuna resucita la barricada, la comuna pone el término a la fantasmagoría que domina las primeras aspiraciones del proletariado [...] Con ella se esfuma la ilusión de que la tarea de la revolución proletaria consiste en completar, en estrecha relación con la burguesía, la obra de 1789. Esta quimera había marcado el periodo entre 1831 y 1871, desde los levantamientos de Lyon hasta la Comuna”. [11] La historia de los de abajo, también es revelación (como lo fue para Kafka la escritura) e iluminación profana (como para los surrealistas la poesía).. La narración de la historia podría ser una destrucción de fantasmagorías. En la narración de “como” se hicieron las barricadas durante la Comuna de París también hay una iluminación de un tipo de sociedad, de la “revolución”, en la narración hay un material explosivo y el arte es colocar el pasado como rememoración en el momento decisivo, como un relámpago. En la Tesis I sobre el concepto de historia, Benjamin sugiere que el materialismo histórico puede vencer al enemigo siempre y cuando ponga a su servicio la teología (sus categorías, la redención, la revelación y la rememoración son centrales), la narración de esas historias del pasado adquiere preponderancia por sobre el futuro: se convierte en su desorden, y en la interrupción del transcurso de la historia a la catástrofe.
Es claro, como lo podemos ver en la obra de Karl Marx, que el proletariado para 1848 no estaba aún preparado ideológica, política y socialmente para enfrentar el poder de la burguesía. Sin embargo, para esa época, ya comenzaba a operar con sus propios métodos en la lucha para oponer un poder alternativo al de la burguesía y las clases feudales: la barricada fue su principal aportación a la lucha revolucionaria contra el capitalismo, por lo menos en el Siglo XIX. Para Walter Benjamin, la barricada, a diferencia de Eric Hobsbawm, se convirtió en un símbolo político fundamental del Siglo XIX, [12] sobre todo durante el periodo llamado de la “Primavera de los Pueblos” y, en mayor medida, durante la Comuna de París.
El “progreso” era el narcótico del siglo, la barricada su fiel freno de emergencia a la catástrofe. Hobsbawm minimiza el papel de la barricada, Benjamin la sobrevalora. Para el autor judeo-alemán la barricada, citando al utopista francés Charles Fourier, era un ejemplo de trabajo apasionado no pagado: en la barricada había un “despertar” del sistema mundo capitalista (“infernal”), la barricada se convertía en el germen de una sociedad distinta en la que los desposeídos se oponían a todos los valores de la sociedad capitalista dominante y oponían su propia visión de mundo. Reflexiones actuales como la de David Harvey, en su Rebel cities, [13] o añejas como las de Henri Lefevbre, en su Revolución urbana, [14] o contemporáneas como la de David Hazan en su bello libro Paris sous tensión, [15] concluyeron que la ciudad se convertía en el espacio estratégico de enfrentamiento entre las clases y que la barricada en el principal instrumento de enfrentamiento al poder de la República Napoleónica hasta su mayor expresión en los acontecimiento de la Comuna de París detallados testimonialmente por Louise Michel. [16] Benjamin estaba realmente apasionado por las barricadas: según su curioso conteo del autor en 1830 hubo 6,000 barricadas, en las 4,054 barricadas de 1848 se usaron 8,125,000 adoquines.
Benjamin, preocupado por las curiosidades de las barricadas del Siglo XIX, analiza de que están hechas, quién las fabrica, que detona en la reflexión de los que participan y cuáles son sus resultados de la lucha de barricadas: la discusión estratégica.
Podemos decir que en su apartado Lucha de barricadas y Haussman, Benjamin ve en la barricada el germen de una sociedad distinta que disputa abiertamente el poder de la III República de Napoleón que, preparado para la guerra civil, vio en la ciudad el lugar estratégico de enfrentamiento entre las clases (de ahí su llamado embellecimiento estratégico) alargando las callejuelas de París o como lo declarara el mismo Haussman: “Pavimenten París con madera para hurtarle a la revolución material de construcción. Con bloques de madera no se pueden construir barricadas”, una razón estratégica para despejar las perspectivas de la ciudad de clases. Las calles anchas no se prestan para las insurrecciones locales. Como lo sostiene Michel Löwy en un trabajo sobre Los pasajes de París:
La barricada es sinónimo de levantamiento popular, a menudo derrotado, y de interrupción revolucionaria del curso ordinario de las cosas inscrita en la memoria popular, en la historia de la ciudad, de sus calles y callejuelas. La barricada ilustra la utilización, por los dominados, de la geografía urbana en su materialidad: angostura de las calles, altura de las casas, adoquinado de las vías. Es también, para los insurrectos, un momento encantado, una iluminación profana que presenta al opresor la cara de Medusa de la revuelta “en medio de rojos relámpagos” y que brilla, de acuerdo con un poema del blanquista Tridon, “en el relámpago y en la insurrección”. Por último, es una suerte de lugar utópico que anticipa las relaciones sociales del futuro: así, de acuerdo con una formulación de Fourier citada aquí, la construcción de una barricada es un ejemplo de “trabajo apasionado”. [17]
En la lucha de barricadas claramente existe una iluminación profana: el sistema mundo capitalista se desencanta. Si los surrealistas la consiguen por medio de la acción poética, si Kafka la consigue por medio de la escritura, los comuneros y los insurrectos (y Auguste Blanqui) la afirman por medio de la acción política contemporánea y el historiador la revela a través de su narración. La escritura de la historia de lo minúsculo en la “lucha de clases” de esas historias de valentía, humor e incondicionalidad son una forma de revelación, de cuestionar de nueva cuenta a los vencedores de la historia. En los ojos de los participantes de la barricada, despiertos y libres de la apariencia de la sociedad moderna, existe una dislocación temporal, se escuchan las voces de los vencidos de la historia en ruinas y se presiente el advenimiento de la revelación de un mundo enteramente nuevo. El historiador rememora también, salva a los vencidos, tan sólo a su modo, en un espacio limitado por el que las imagina.
En la segunda versión de Paris capital del siglo XIX, introducción cuasi metodológica al Libro de los Pasajes, Benjamin dedica un tercer parágrafo a la Comuna de Paris de 1871 y valora la Eternidad por los astros de Auguste Blanqui:
La Comuna pone término a la fantasmagoría que domina las primeras aspiraciones del proletariado. Con ella se esfuma la ilusión de que la tarea de la revolución proletaria consiste en completar, en estrecha colaboración con la burguesía, la obra de 1789…durante la Comuna, Blanqui estuvo prisionero en el Fort du Toreau. Ahí escribe su Eternidad por los astros. Este libro culmina la constelación de las fantasmagorías del siglo mediante una última fantasmagoría que contiene implícitamente la crítica más acerba a todas… la concepción del universo que Blanqui desarrollo en aquel texto…resulta ser infernal. [18]
La larga cita anterior reproduce una cita más extensa de la Eternidad por los astros de Blanqui, reproducida textualmente en Las tesis sobre el concepto de la historia: “lo que llamamos progreso está encerrado entre cuatros paredes en cada tierra, y se desvanece con ella”. [19] En Las tesis sobre el concepto de la historia Benjamin planteó sobre el utopista:
En Marx (el proletariado) aparece como ola ultima clase esclavizada, como la clase vengadora que lleva a su fin la obra de la liberación con nombre de tantas generaciones de vencidos. Esta conciencia, que por corto tiempo volvió a tener vigencia ha sido siempre desagradable para la socialdemocracia. En el curso de treinta años ha logrado borrar casi por completo el nombre de un Blanqui, cuyo timbre metálico hizo temblar el siglo pasado. [20]
El pensamiento de Blanqui surge como grito metálico de la derrota de la Comuna y en La eternidad por los astros desarrolla una visión escatológica de la Historia, criticando lo que llamamos progreso como parafraseó Benjamin, luego de las derrotas sufridas por el proletariado francés: “repetición de la represión, repetición del lenguaje de la represión, repetición de la revolución abortada – (1830, 1839, 1848, 1852, 1871) repetición de las derrotas.” [21] Blanqui permitió a Benjamin plantear la destrucción de la fantasmagoría de la revolución burguesa, como para Blanqui la Comuna le permitió destruir el mito del progreso.
En la lucha de barricadas podemos ver, de acuerdo con el pensamiento de Walter Benjamin, el germen de una nueva sociedad, la ciudad se convierte en el centro estratégico del enfrentamiento entre las clases y ahí, en el combate, los participantes de la puesta en píe de las barricadas apasionadamente prefiguran algunas cuestiones de oposición al sistema mundo capitalista y en la conspiración se ve el inicio del germen de la lucha proletaria. Daniel Bensaïd agregaría además que 1848, en la lucha de barricadas, comenzó la discusión de la “estrategia” para el cambio del mundo:
La cuestión estratégica emerge de forma intermitente en relación con los momentos de intensidad revolucionaria, (revoluciones de 1848, comuna de París). El enigma de la metamorfosis de “nada o todo” —de una clase explotada, dominada, y mutilada por el trabajo— en clase hegemónica capaz de cambiar el mundo, se resuelve de una forma sociológica sobre el hecho de que el crecimiento del proletariado enteramente mecánico tiene una concordancia con un nivel de desarrollo de la elevación de la conciencia colectiva y un proceso de aumento en su mundo de organización. [22]
Los lectores reformistas de Engels opinaban que la lucha de barricadas había terminado y el proletariado requería también la incursión en la “política”. Sin embargo, Engels no determinó el fin de la lucha callejera, él pensaba que las barricadas tenían un efecto moral, distinto al de la jaula de hierro del sistema opresivo y enajenante del capitalismo:
Lo máximo a que puede llegar la insurrección en el terreno de la verdadera acción táctica es a levantar y defender sistemáticamente una sola barricada. Pero ya en la época clásica de la lucha urbana la barricada tenía un efecto más moral que material. Era un modo de minar la confianza de los militares. Se aguantaba hasta conseguirlo, se alcanzaba la victoria; si no, venía la represión. [23]
¿Historia para qué?
Como bien se pregunta Michael Löwy: “¿Se trata de un conjunto de materiales clasificados en vista de una redacción de una obra?, ¿O de un collage de citas como nuevo método de exposición?”. [24] El desconcierto marca al Libro de los pasajes. Adorno no escapó a este halo de misterio que marcó la obra. Al autor de Dialéctica de la ilustración le preocupaba sobremanera las referencias en la obra de Benjamin a la teología. Autores actuales como Rolf Wiggerhaus le consideran “el libro marxista sin antecedente alguno.” [25] Löwy provisionalmente ha considerado El libro de los pasajes como una variante herética del materialismo histórico, fundado en dos ejes 1) en una atención sistemática y preocupada por el enfrentamiento de clases, desde el punto de vista de los vencidos y 2) una crítica radical de la ideología del progreso. [26] Dentro de todo, una seguridad nos ilumina: hay una forma de “narrar” la historia de París que intenta superar en todos sus puntos la ideología de progreso dominante en el Siglo XIX y del Siglo XX dentro del pensamiento ilustrado positivista y en el marxismo de la época que no deja de ser fascinante. [27] Susan Buck-Morss enmarca temporalmente la escritura de El libro de los pasajes: “fue escrito en un contexto de depresión mundial. La segunda era subjetiva: el proletariado como vanguardia de la revolución tenía que desarrollar una conciencia revolucionaria y los tiempos estaban lejos, muy lejos de ser alentadores”. [28] Poco alentadores pues reinaba el conformismo del progreso y estaba por nacer el fascismo en Alemania.
Una de las pistas que nos da Rolf Tiedemann sobre el texto es la relación existente entre la teoría del conocimiento de W. Benjamin (las imágenes dialécticas) y la filosofía de la historia, con la praxis política: “el rescate del pasado por parte del que escribe la historia está unido a la liberación práctica de la humanidad”. [29] Política mesiánica, pues el materialismo histórico de Benjamin apenas puede separarse de su mesianismo político. [30] En el mesianismo político de Benjamin están presentes las ideas del anarquismo, además de la teoría crítica del progreso de Auguste Blanqui en su La eternidad por los astros además de la simpatía de Benjamin al método de insurrección blanquista contra la sociedad burguesa: la conspiración profesional. [31]
Entre las notas de Ciudad y arquitecturas oníricas en El libro de los pasajes, Benjamin se refiere al giro copernicano en la visión histórica y su relación con la intencionalidad política, pistas sin lugar a dudas enigmáticas de una concepción sobre la narración de la historia a contra corriente para la época:
Se tomó por punto fijo “lo que ha sido” se vio el presente esforzándose tentativamente por dirigir el conocimiento hasta ese punto estable. Pero ahora debe invertirse esa relación, lo que ha sido debe llegar a ser vuelco dialéctico, irrupción de la conciencia despierta. La política obtiene el primado sobre la historia. Los hechos pasan a ser lo que ahora mismo nos sobrevino, constatarlos es la tarea del recuerdo. Y en efecto, el despertar es la instancia ejemplar del recordar [...] [32]
Despertar, la imagen dialéctica es relámpago, “constituye lo más propio de la experiencia dialéctica eliminar la apariencia de los siempre-igual, o incluso de la repetición, en la historia. La verdadera experiencia política está completamente libre de esta apariencia”. [33] Si la publicidad es el ardid de los sueños, la narración de la historia del pasado, de las pequeñas historias de valentía, de coraje, humor, astucia e incondicionalidad es una tarea política del historiador que revela/salva a los derrotados de la historia, como parte de una descripción de una contraimagen infernal del mundo verdadero, el despojo de la forma fetichizada de la sociedad moderna. La penetración del pasado del pensador dialéctico y su “capacidad para hacerlos presentes es la prueba de la verdad de toda acción contemporánea. [34] Lo cual significa que la historia narrada de la lucha de clases detona el material explosivo que yace en lo que ha sido por medio de la narración de las pequeñas historias de los vencidos. Acercarse así a lo que ha sido no significa como hasta ahora, tratarlo de modo histórico, sino de modo político, con categorías políticas”. [35] Un análisis pormenorizado de las carpetas de El libro de los pasajes podría develar una concepción revolucionaria de la historia, casi un elogio. El pasado mantiene un potencial explosivo, el historiador salva a los vencidos, la imagen dialéctica estalla en la conciencia de los explotados en el momento decisivo del momento. ¿Para qué nos preocupamos por el pasado? Dice Benjamin que para incidir en la realidad. La historia no es un pasatiempo es un acto de intervención política. Ese es el mensaje que quería darnos Walter Benjamin: la escritura de la historia es un acto político que sirve en el presente.
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