Considerado el "Edgar Allan Poe sudamericano", algunos de los cuentos de Horacio Quiroga ponen los pelos de punta. Su inspiración en la selva misionera y las marcas de la tragedia familiar desde la infancia.
Lunes 19 de febrero 14:21
Horacio Quiroga, un exponente del cuento sudamericano de fines de siglo XIX y principios del siglo XX, se suicidó en febrero de 1937 | Fundación Horacio Quiroga
Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació en la localidad de Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de 1878. Murió por suicidio con cianuro en Buenos Aires, Argentina, el 19 de febrero de 1937. Fue un cuentista, dramaturgo, periodista y poeta uruguayo, uno de los maestros del cuento latinoamericano. Se caracterizó por su prosa vívida, naturalista y modernista.
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Sus relatos a menudo retratan a la naturaleza con rasgos temibles y horrorosos, como enemiga del ser humano. Según Tomás Fernández y Elena Tamaro en un breve texto biográfico sobre el autor, sus textos "dramatizan la pugna entre la razón y la voluntad humanas por una parte, y el azar o la naturaleza por otra; su fuerza se fundamenta, más que en un minucioso y detallado análisis psicológico, en el estudio de la conducta humana en condiciones extremas”.
"Quiroga destiló una notoria precisión de estilo que le permitió narrar magistralmente la violencia y el horror que se esconden detrás de la aparente apacibilidad de la naturaleza. Muchos de sus relatos tienen por escenario la selva de Misiones, en el norte argentino, lugar donde Quiroga residió largos años y del que extrajo situaciones y personajes para sus narraciones. Sus personajes suelen ser víctimas propiciatorias de la hostilidad de la naturaleza y la desmesura de un mundo bárbaro e irracional, que se manifiesta en inundaciones, lluvias torrenciales y la presencia de animales feroces", agregan los especialistas.
Entre sus obras más reconocidas se encuentran los “Cuentos de amor, de locura y de muerte”. Considerado alguna vez como "el Edgar Allan Poe sudamericano", se inspiró en sus experiencias en la selva misionera, así como en las tragedias que también formaron parte de su vida.
"Cuando saqué la primera foto entre las ruinas de San Ignacio, supe que aquella tierra me había atrapado para siempre, que me sería imposible regresar, porque era ese el lugar en el que quería vivir y contar lo que veía", dijo una vez el escritor. Acababa de llegar a la selva misionera como fotógrafo, acompañado de otro gran escritor del momento, Leopoldo Lugones, motivado por todo lo que ofrecía la exploración de las ruinas jesuíticas.
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Horacio Quiroga adquirió varias hectáreas y se estableció con su familia en el lugar. Allí construyó su lugar para la escritura y la fotografía que tanto le apasionaba: entre 1909 y 1916, con su primera esposa, Ana María Cirés; y entre 1932 y 1936, con su segunda mujer, María Elena Bravo. En esos años, el autor escribió muchos de sus mejores cuentos, y alcanzó el prestigio literario.
Muerte accidental y suicidio: marcas en la vida de Horacio Quiroga
La infancia de Quiroga estuvo marcada por la muerte de su padre, quien se disparó accidentalmente cuando descendía de una embarcación, ante su presencia y la de su madre. En 1891, su madre se casó con Ascencio Barcos, quien fue un buen padrastro para Horacio. Sin embargo, cinco años después de la boda Ascencio sufrió un derrame cerebral que le impedía hablar; lesión que lo indujo a quitarse la vida de un disparo.
Su primera esposa también cometió suicidio y además, Quiroga mató accidentalmente de un disparo a su amigo Federico Ferrando.
Quiroga tuvo la literatura como aliada desde muy joven. Se dice que, inspirado por una joven mujer de quien se había enamorado, escribió “Una estación de amor” (1898). Más tarde viajó a Europa, donde conoció a muchas de las personalidades intelectuales, como el poeta Rubén Darío. Esta experiencia tomó registro en su “Diario de viaje a París” (1900).
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A comienzos del siglo XX se instaló en Buenos Aires y publicó “Los arrecifes de coral” (1901), poemas, cuentos y prosas líricas de corte modernista; los relatos de “El crimen del otro” (1904), la novela breve “Los perseguidos” (1905), inspirada en aquel viaje junto con Leopoldo Lugones por la selva misionera, y otra más extensa: “Historia de un amor turbio” (1908). Un año después de esta novela, llegó a la provincia de Misiones, donde se desempeñó como juez de paz en San Ignacio, mientras cultivaba yerba mate y naranjas.
De nuevo en Buenos Aires, trabajó en el consulado de Uruguay y publicó, una de sus obras más famosas, “Cuentos de amor, de locura y de muerte” (1917), a la que siguieron “Cuentos de la selva” (1918) y “El salvaje” (1920), la obra teatral “Las sacrificadas” (1920) y el renombrado “Decálogo del perfecto cuentista” (1927), en el que reunió una serie de consejos y orientaciones para jóvenes escritores y escritoras que quisieran incursionar en el género cuentístico.
Colaboró en diarios y revistas, como Caras y Caretas, Fray Mocho, La Novela Semanal y La Nación, entre otros. Más tarde, publicó la novela “Pasado amor”, sin mucho éxito. Hay quienes aseguran que, a partir de ese momento, sintió cierto rechazo de las nuevas generaciones literarias y regresó a Misiones para dedicarse a la floricultura. En 1935 publicó su último libro de cuentos, “Más allá”.
En Buenos Aires, le diagnosticaron un cáncer gástrico que, según se comenta, pudo haber sido el motivo que lo llevó al suicidio. Horacio Quiroga se quitó la vida con cianuro, el 19 de febrero de 1937.
Fuente: Argentina.gob.ar, en base a Biblioteca Nacional Mariano Moreno / La Nación / escritores.org / biografiasyvidas.com
Redacción
Redacción central La Izquierda Diario