El 1 de enero 2018 entró en vigor la ley de igualdad salarial en Islandia. La medida fue recibida con festejos y no es para menos en un mundo plagado de desigualdad pero, ¿son solo buenas noticias?
Celeste Murillo @rompe_teclas
Viernes 5 de enero de 2018 09:22
Imagen: Instagram / Sjöfn Tryggvadóttir
A partir del 1 de enero de 2018 en Islandia una ley obliga a las empresas con más de 25 de empleados y a todos los organismos e instituciones públicas a pagar el mismo salario a las personas que realicen la misma tarea, sin importar el género.
La ley fue propuesta por el gobierno anterior e implementada por la actual primera ministra Katrín Jakobsdóttir, la segunda mujer en ocupar el cargo. La mandataria, que se autodenomina feminista, dijo que 2022 es el año establecido como límite. La medida incluye multas y llega después de una serie de leyes que buscan eliminar la discriminación que sufren las mujeres en el mercado laboral. Entre 2000 y 2008 se aprobaron leyes que establecen cupos en los cargos directivos (40 %) y licencias familiares igualitarias.
A pesar de estas conquistas, la brecha salarial se mantenía como una de las discriminaciones más tangibles. En 2016, las mujeres aún cobraban un 14 % menos por la misma tarea y no alcanzaban el 50 % de los escaños del Parlamento (llegaban al 38 %). Ya en la última “huelga de mujeres” de 2016 contra la discriminación salarial, las islandesas marcaban los límites del “soñado” modelo: “Sabemos que ningún otro país en el mundo ha alcanzado la igualdad salarial, pero hoy me recuerda que en el país que supuestamente tiene más derechos igualitarios las mujeres cobran menos que los varones”.
El techo islandés y el sótano polaco
Para los diarios de todo el mundo, pareciera que Islandia es el mejor lugar para ser mujer. Este pequeño país avanzado de poco más de 300 mil habitantes parece un "oasis" de igualdad en un mundo ferozmente desigual. Pero poco se habla de las desigualdades que son necesarias para que ese "oasis" funcione.
En el mismo mundo donde está Islandia, todavía hay mujeres que recorren largas distancias para obtener agua potable o son la mano de obra mayoritaria de las fábricas en Bangladesh por salarios miserables y condiciones casi esclavas. En Estados Unidos, donde hay muchas gerentas, políticas y profesionales, las mujeres no gozan del derecho de licencia por maternidad. En demasiados países, como Argentina, la mitad de la población no ejerce el derecho básico de decidir sobre su cuerpo porque el aborto está penado por ley (que provoca el femicidio silencioso de los abortos clandestinos).
Pero no es necesario ir tan lejos. En la propia Islandia, donde las mujeres parecen estar cada vez más cerca de romper el “techo de cristal”, existe un sótano donde la mayoría son mujeres. Cerca del 10 % de los trabajadores y las trabajadoras son inmigrantes y la primera minoría es polaca. Esas mujeres son las que ocupan mayoritariamente los puestos de trabajo menos calificados (en el procesamiento de pescado, un sector estratégico de la economía) y el área de cuidados (Trapped in migrants’ sectors? Polish women in the Icelandic labour market).
Te puede interesar: Hillary Clinton y su techo de cristal.
Una de las joyas del modelo islandés es el sistema de cuidados a cargo del Estado junto a las licencias familiares igualitarias, que otorgan a las mujeres muchas posibilidades para reinsertarse en el mercado laboral cuando son madres. A diferencia de otros países europeos o Estados Unidos, donde el cuidado infantil tiene costos altísimos y es uno de los principales obstáculos para continuar sus carreras o mantener el trabajo, en Islandia es un servicio accesible. Pero no todas las mujeres tienen el mismo acceso a los mismos derechos.
Muchas mujeres polacas que llegan a Islandia buscando mejores condiciones de vida ingresan al mercado laboral en el sector de cuidados, ya sea trabajando directamente para mujeres profesionales nativas o empleándose en la red estatal. Según una encuesta a mujeres en cargos directivos, el 30 % tenía una empleada doméstica en su hogar y esas empleadas son mayormente inmigrantes (aunque ese no sea su principal ingreso). También para las inmigrantes, el primer trabajo en el país suele ser de limpieza en hogares privados para pasar luego a la industria del pescado o la hotelería.
Esta ecuación no es exclusiva de Islandia. Al contrario, se trata de un fenómeno global, en el que las mujeres de la clase media profesional pueden “escapar” del trabajo no remunerado empleando a otras mujeres (en general inmigrantes o de minorías étnicas, con menos derechos). El ingreso de las mujeres al mercado laboral, incluso en sus estratos altos, supone entonces que la igualdad que alcanzan las que están más cerca del techo requiere que haya otras en el sótano realizando las tareas que las profesionales no realizan. A eso se refiere la feminista estadounidense Nancy Fraser cuando habla de “las mujeres privilegiadas, cuya posibilidad de ascender depende en buena medida del enorme grupo que se encarga del servicio doméstico y el cuidado familiar, también muy feminizado, además de muy mal pagado, muy precario y racializado”.
Islandia no es la excepción, aunque se expresa en una escala mucho más pequeña. Aun en el país “más feminista del mundo”, hay mujeres que deben dejar a sus hijos e hijas al cuidado de familiares para ir a su trabajo que, en la mayoría de los casos, consiste en cuidar a las familias de otras mujeres. Lo que se conoce como “cadena de cuidados”, en el caso de Islandia mediada por el Estado, no se rompe en ningún momento. La mayoría del trabajo no remunerado y las tareas de cuidados siguen recayendo sobre las mujeres, cuya mayoría a su vez es inmigrante y no accede a los mismos derechos que sus empleadoras.
Las trampas de la igualdad a secas
Dos siglos es el estimado del Foro Económico Mundial para eliminar la brecha salarial y económica en todo el mundo, al ritmo actual. Para 2234 se calcula que se podría alcanzar la igualdad entre los géneros. Esperar dos siglos es la perspectiva más benévola que tiene el capitalismo para las mujeres.
Durante décadas, los movimientos feministas y de mujeres conquistaron derechos y visibilizaron la violencia y el sometimiento que estaban naturalizadas. En medio de la ofensiva neoliberal, esos derechos y conquistas implicaron, para muchos sectores del feminismo, aceptar una igualdad restringida y condicionada: algunos derechos para algunas mujeres.
Hoy la discriminación y la violencia en todas sus formas parecen estar en primer plano. Pero hay algo que no sale en las tapas de revistas ni en los titulares de los diarios, y es que la opresión de las mujeres está legitimada por un sistema social que se apoya en la explotación de la mayoría que no tiene nada para beneficiar a una minoría que lo tiene todo. Y ese sistema es mucho menos cuestionado y más naturalizado por los medios de comunicación y el feminismo (neo)liberal). Para esa sociedad, la discriminación y el sometimiento de las mujeres es funcional y necesaria, por eso aunque cada vez sean más las que arañan el techo, los sótanos del capitalismo siempre estarán llenos de mujeres.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.