El músico argentino sigue generando pasiones y debates en torno a su figura, aquí una reflexión desde el lado de sus seguidores.
Martes 22 de marzo de 2016
Escribo esta nota, porque soy parte de esas 200.000 personas que el sábado 12 de marzo estuvieron en el recital del Indio Solari en Tandil, porque soy de las que, desde el año 1994, esperan con ansias este fenómeno único e irreemplazable que empezó con Los Redondos y continúa hoy con el Indio.
Siempre resulta difícil explicar las pasiones, lo que generan en uno, lo que te hacen sentirlas, por eso no voy a intentar explicarlo, solo voy a tratar de describir algo de lo vivido a lo largo de estos años.
Nadie puede negar que el Indio es un tipo discutible, que vive en una mansión de Parque Leloir, que viste ropa de afuera, que va al cine en Nueva York. Un tipo que vive lejos de la realidad de sus seguidores.
Pero más cuestionable aun es la decisión que tomó frente a la muerte de Walter Bulacio, asesinado por la policía en uno de los recitales de los Redondos en 1991. No participó ni adhirió a ninguna marcha, haciendo oídos sordos al reclamo de justicia que incansablemente pedían sus familiares y amigos, tardó diez años en demostrar un gesto de solidaridad abiertamente y en vivo al dedicarle un tema en un show en Uruguay.
A pesar de esto, sus seguidores recuerdan al joven ricotero desde el primer momento clamando justicia.
Entonces, ¿qué es lo que hace que miles y miles de jóvenes y adultos, de distintas generaciones se identifiquen con él?
La única respuesta que encuentro (además de la calidad de su música, su sonido y sus canciones) es que esto ya no tiene que ver con él, lo mejor que tiene el Indio es su gente, lo que genera, lo que origina y esto excede a su persona.
Porque el Indio, pese a él, es parte de la cultura de la clase trabajadora argentina, de los pibes de barrio, de los que les han negado todo, aún luego de doce años de gobierno kirchnerista a quien el reivindicó y adhirió.
Lo excede porque esto es ajeno a su persona. Es ser feliz con solo escuchar un tema en el tren, después de una larga jornada laboral, es mandarle una canción a un amigo que no la está pasando bien, y sacarle una sonrisa, esto es sentirse bien a pesar de todo, sin olvidar. Esto es lo que resulta difícil de explicar.
Muchos de los que se quedaron en el camino, por decisión propia, dicen que los shows cambiaron, que esto es una careteada, que el Indio es un personaje que dejó atrás los días de independencia cultural y críticas políticas, que ellos ya no van. Bueno muchachos el arte es un negocio, como todo dentro del sistema capitalista.
Pero sin embargo YO NO ME BAJO porque el show del Indio empieza apenas te enteras que toca, cuando tus amigos te avisan la fecha y ciudad del próximo recital, no me bajo porque entonces voy invitando a compañeros de trabajo para que vayan conmigo y planeando donde parar y que comer.
Pero sobretodo no me bajo porque, a pesar de los problemas que afrontamos, de lo que cuesta juntar una moneda con los salarios actuales, de lo cansados que estamos por el trabajo, así y todo, es una de las pocas oportunidades que tenemos de compartir con amigos, compañeros de trabajo, familiares y miles de desconocidos un momento único que nos une para darnos una bocanada de aire, de aliento, un respiro a este sistema podrido, degradante, con pocas alternativas, que te prohíbe, todos los días, de diferentes maneras, ser feliz.
Entiendo que muchos que no fueron nunca o que se bajaron antes, no me comprendan, lo entiendo, pero no lo comparto, porque el recital del Indio ya no es de él, es nuestro, de los pibes y pibas que disfrutamos los placeres que nos quedan…