El trotskista palestino Jabra Nicola buscó resaltar en sus escritos la fisonomía específica de la revolución permanente en Palestina. Situando en el centro del programa estratégico de la Organización Socialista de Israel la desionización de las estructuras del Estado colonial y la alianza del proletariado judeoárabe, sus tesis y posiciones constituyen un documento esencial del proceso revolucionario en el Medio Oriente y una base decisiva para el desarrollo de un análisis de la situación palestina contemporánea y las nuevas direcciones de su movimiento de liberación nacional.
Jabra Nicola (1912-1974), cristiano palestino nacido en Haifa, se unió al Partido Comunista Palestino a principios de la década de 1930, al tiempo que se distanciaba del estalinismo. Editor y escritor, se acercó al trotskismo y participó en la fundación de la Cuarta Internacional en 1938 con la Liga Comunista Revolucionaria, un grupo compuesto principalmente por disidentes comunistas judíos antisionistas. Árabe israelí después de 1948, Jabra Nicola participó en la reconstrucción política del movimiento palestino. Se unió en 1963 al comité ejecutivo dedicado a las cuestiones internacionales de la Cuarta Internacional, al tiempo que se unió, el mismo año, a la joven Organización Socialista de Israel (OSI), conocida por el nombre de su periódico Matzpen, fundada en 1962 por disidentes del Maki (acrónimo en hebreo del Partido Comunista de Israel) después de discusiones internas sobre la responsabilidad de la URSS en la colonización sionista, Jabra Nicola dirigió al joven partido hacia el trotskismo.
Ejerció allí una influencia duradera y profunda al proponer, a partir de 1967, un análisis sistemático de la política sionista que caracterizó como una política colonial e imperialista y al escribir una historia crítica del movimiento de liberación nacional palestino. Insistiendo en las múltiples transferencias de los objetivos de la revolución nacional a direcciones sucesivas, Nicola destaca la fisonomía específica de la revolución permanente en Palestina. Situando en el centro del programa estratégico de la OSI la desionización de las estructuras del Estado colonial y la alianza del proletariado judeoárabe, sus tesis y posiciones constituyen un documento esencial del proceso revolucionario en Medio Oriente y una base decisiva para desarrollar un análisis de la situación palestina contemporánea y las nuevas direcciones de su movimiento de liberación nacional.
Volveremos aquí a las principales tesis de Nicola. Partiendo de su descripción del desarrollo desigual y combinado de la Palestina ocupada (primero bajo el mandato británico y luego bajo la ocupación sionista) y los múltiples efectos de deformación que fueron el motor dinámico de la revolución permanente palestina y la sucesiva transferencia de objetivos de liberación nacional a tres direcciones revolucionarias diferentes en una revolución permanente compleja, veremos, en un segundo momento, la forma específica de articulación de la revolución nacional y la revolución socialista que Nicola defiende en su crítica a las organizaciones marxistas de los años 60 y 70 y su teorización implícita de una forma muy intensa de revolución permanente. Finalmente, volveremos a la importancia estratégica, para Nicola, de la alianza del proletariado judeoárabe, que surge de la centralidad de la clase obrera en la lucha contra el colonialismo sionista, y a los análisis que ofrece sobre las condiciones objetivas y subjetivo de tal unión revolucionaria.
La revolución permanente se vuelve más compleja: desarrollo desigual y combinado con la crisis de liderazgo nacional
Si Jabra Nicola murió en 1974 antes de poder completar algo más que una simple introducción, su trabajo estratégico subrayó incansablemente la hibridación de las estructuras sociales en Medio Oriente y la importancia de los fenómenos de deformación, producto de la presión del capital occidental importado por la colonización, en el análisis político y estratégico de la situación de Medio Oriente y la lucha revolucionaria árabe. Los textos de análisis coyuntural, escritos principalmente entre 1966 y 1974, que condensan sus análisis de la situación palestina, hacen de la desigualdad y el carácter combinado del desarrollo histórico su eje axiomático fundamental, desarrollando así un análisis trotskista de la situación palestina.
En la introducción a su obra que quedó inconclusa tras su muerte en 1974, Nación árabe y modo de producción asiático, Jabra Nicola insistió en la importancia de la teoría del desarrollo desigual y combinado para el análisis de la situación social en Medio Oriente. Contra las teorías del subdesarrollo que hacían del mundo árabe una especie de imagen primitiva de las antiguas fases del desarrollo histórico de Occidente, Nicola defendía la eficacia de otra estructura etiológica según la cual la crisis duradera de Medio Oriente no era el resultado de su tendencias históricas inmanentes sino de su distorsión y combinación con estructuras sociales extrañas y extrínsecas:
“La sociedad árabe actual, en todo el Oriente árabe, atraviesa una crisis política y social. A veces se la atribuye a la derrota de 1967. Pero es obvio que existió y se desarrolló mucho antes de esta guerra, que en realidad fue sólo un síntoma de ella. La derrota no ha hecho más que profundizarlo, agudizarlo y ponerlo más de relieve. No es sólo una crisis económica, una crisis de países subdesarrollados que luchan por encontrar un camino hacia el desarrollo económico, ni simplemente la crisis política de un país más o menos dominado por el imperialismo, enfrentado a la amenaza permanente de un vecino colonialista y expansionista, creado gracias al imperialismo que todavía lo mantiene y lo apoya financiera y militarmente para que pueda ser un látigo contra los países que intentarían levantarse contra él; además, se trata principalmente de una crisis social que tiene sus raíces en el proceso de desarrollo de estos países. No es una simple crisis económica del subdesarrollo o una crisis política, es una crisis social global, un producto histórico no sólo resultante de las particularidades económicas, políticas, sociales y culturales heredadas de la sociedad árabe tradicional, sino también, y hasta cierto punto, en gran medida, producto de sus antiguas y aún existentes relaciones con los países capitalistas avanzados. Esta crisis es la expresión de la contradicción entre las bases económicas y sociales y las superestructuras extranjeras que se le imponen”. [1]
A partir de este análisis, Nicola subraya, como escribe en sus Tesis sobre la revolución en Medio Oriente, que “la revolución en Medio Oriente no puede ser una revolución “democrática” burguesa o nacional, sino sólo proletaria y socialista. Sólo es posible como revolución permanente. Sin la conquista del poder por la clase trabajadora apoyada por el campesinado pobre y la institución de medidas socialistas, ni las tareas democráticas nacionales ni la rápida industrialización pueden lograrse para satisfacer las urgentes necesidades económicas de las masas”. [2] En las condiciones de deformación permanente de la estructura social de los países árabes bajo la dominación otomana, el imperialismo de las potencias mandatarias y el colonialismo sionista, la burguesía nacional no demostró la fuerza necesaria para llevar a cabo su propia revolución y sus tareas inmediatas han sido transferido constantemente a otros sujetos políticos:
“En Europa, la solución del problema nacional formaba parte de las tareas de la revolución burguesa. Pero, en el Tercer Mundo, las clases propietarias se han mostrado incapaces de llevar a cabo una revolución democrática burguesa. Así, la resolución de las tareas pendientes quedó en manos del proletariado y de la revolución socialista. La próxima revolución en el mundo árabe no puede ser nacional-democrática, sino sólo una revolución socialista dirigida por la clase trabajadora sobre la base de una alianza con el campesinado: la revolución proletaria socialista o ninguna revolución”. [3]
Retomando las tesis de Trotsky sobre la revolución rusa y movilizando la teoría de la revolución permanente, Nicola señala la impotencia política de la dirección burguesa de la lucha palestina. En el caso de Rusia, Trotsky argumentó que, debido al desarrollo desigual y combinado, bajo el cual los elementos más avanzados del capitalismo mundial entraron en contacto con el carácter atrasado de las relaciones sociales del país, la burguesía no podía emprender un comportamiento revolucionario debido a la existencia de un proletariado combativo. Al levantarse contra la aristocracia zarista, la burguesía habría levantado también al proletariado, a riesgo de ser derrocada por él durante el período revolucionario. Una clase social estancada, que recibió en febrero de 1917, de manos del proletariado, un poder que no deseaba, no pudo cumplir las tareas de la revolución democrática que, en estas condiciones, correspondía asumir al proletariado.
Si bien Nicola removiliza el marco analítico utilizado por Trotsky, subraya no obstante que el caso palestino es más complejo y que la revolución permanente adopta allí una nueva forma. De hecho, bajo el efecto de una deformación constante de la estructura social fundamental de Medio Oriente, las direcciones alternativas han seguido mostrando su obsolescencia. Las tareas de la revolución nacional se transfirieron constantemente a otros sujetos políticos, y cada uno de ellos reveló, después de un breve período, su propia incapacidad para transformar decisivamente la situación política regional. Cada una de estas direcciones reveló rápidamente, debido a nuevas contradicciones suscitadas por la evolución dinámica de la estructura política de los países vecinos y por la evolución del imperialismo mundial, los límites de su propio proyecto y su pusilanimidad. A diferencia de Rusia, donde la revolución permanente tomó la forma de una simple transferencia de tareas democráticas de la burguesía al proletariado, es probable que las revoluciones en una situación colonial experimenten, debido a la intensidad de las deformaciones y a la profundización de la desigualdad de las relaciones sociales, formas más complejas de transferencia de los objetivos de liberación nacional en diferentes direcciones sucesivas. Palestina no escapó a esta situación de revolución permanente implicada. El desarrollo de la lucha palestina se caracteriza históricamente por una triple transferencia:
“Durante casi veinte años, los palestinos han sido un objeto de la historia, esperando pasivamente la salvación de los Estados árabes en general, o de los Estados árabes progresistas, como Egipto bajo el liderazgo de Abdel Nasser. La guerra de 1948 reveló la quiebra de la dirección de las viejas clases medias y terratenientes del movimiento nacional árabe. Como resultado, apareció en escena una nueva dirección, cuya naturaleza de clase era la pequeña burguesía. Derrocó los viejos regímenes en varios estados árabes y logró un éxito considerable en la lucha antiimperialista. Pero la guerra de junio de 1967 reveló los límites de este liderazgo, una limitación resultante de su naturaleza de clase y su ideología nacional. Entre otras cosas, demostró su total incapacidad para resolver la cuestión palestina. A pesar del apoyo soviético, el nasserismo y el baazismo se encontraban en un estado de bancarrota política. Dadas estas circunstancias, es comprensible el surgimiento de una lucha palestina de masas. Como comentábamos, la aparición de este nuevo factor es un fenómeno positivo. Pero también podemos discernir una tendencia negativa y peligrosa en su interior. Algunos componentes del movimiento palestino han adoptado la idea de que las masas palestinas pueden y deben ‘ir solas’ y resolver sus problemas por sí mismas, separándose de la lucha revolucionaria panárabe. Quienes defienden esta posición presentan el problema únicamente como un problema palestino, que puede resolverse únicamente dentro del marco palestino”.
El fracaso de la burguesía palestina y la aparición sucesiva de nuevas direcciones alternativas atestiguan la dinámica específica de la lucha nacional palestina entre 1917 (Declaración Balfour) y 1993 (Acuerdos de Oslo). Para Nicola, el proceso de transferencia vio, en primer lugar, que las tareas nacionales pasaron de manos de la burguesía a la pequeña burguesía árabe, que tomó el poder en Egipto, por ejemplo, o en el Líbano y que arrebató el poder nacional de manos del imperialismo. Pero los límites objetivos de esta dirección pronto reaparecieron y el movimiento se radicalizó bajo el efecto de las repercusiones árabes de los "años 68" y el surgimiento de una dirección alternativa encarnada por Fatah, pero también por el FPLP y otros grupos marxistas, uno de cuyos objetivos fundamentales era transformar una “lucha entre gobiernos” en una “lucha de masas”, colocando en el centro de su proyecto político el papel revolucionario de la clase trabajadora y las masas campesinas. La obsolescencia del proyecto nasserista permitió a la OLP y luego al FPLP ganar autonomía y defender una “línea de masas”, bajo la influencia en particular de un esquema estratégico maoísta: “Porque las clases propietarias se mostraron incapaces de resolver los problemas sociales, políticos y problemas nacionales del mundo árabe, se ha hecho evidente que sólo las propias masas explotadas, bajo la dirección del proletariado, pueden resolver su problema histórico. Pero la existencia de suficientes condiciones objetivas no significa que esta nueva dirección surgirá automáticamente. La situación exige además la existencia de un factor subjetivo: una organización política con una teoría revolucionaria y una estrategia revolucionaria panárabe”. [4] Para Nicola, al final de una triple transición, los objetivos de la revolución finalmente regresaron al proletariado, en el caso palestino, después de que las sucesivas direcciones habían mostrado la quiebra de su línea política.
Entre 1917 y 1939, las condiciones de desarrollo económico se vieron profundamente impactadas por el desarrollo de la economía del sector sionista en el Mandato Palestino, destruyendo así el feudalismo árabe e impidiendo el desarrollo de una burguesía capitalista, a costa del estancamiento del desarrollo histórico y un agotamiento de la vitalidad histórica de las fuerzas antiimperialistas. Entre 1943 y 1967, la ola revolucionaria que liberó a los países árabes del yugo del feudalismo en Egipto (1952) e Irak (1958) y del imperialismo francés en el Líbano (1943) y Siria (1946) estimuló el nacionalismo árabe, bajo el liderazgo de Nasser en particular, y libera las energías de las clases medias, los intelectuales seculares, la pequeña burguesía y la clase trabajadora organizada. Sin embargo, los objetivos limitados de estos Estados a veces socializadores y su estructura autoritaria interna, marcada por una creciente militarización, particularmente en Egipto e Irak, impiden, como Jordania, o explotan, como Siria, el desarrollo de la lucha palestina, para finalmente fracasar, durante la Guerra de los Seis Días en 1967, para resolver militarmente la cuestión palestina.
Desde 1964, fecha de nacimiento de la OLP, hasta 1981, fecha de la fundación informal de la Jihad Islámica, el movimiento de liberación nacional palestino se desarrolló y ganó autonomía. Marcado por influencias marxistas y maoístas, el movimiento sitúa una “línea de masas” en el centro de su lucha contra el sionismo y el imperialismo estadounidense, al tiempo que es víctima del pacto neocolonial de los países árabes que lo apoyan con ellos, limitando sus posibilidades de acción y circunscribiendo sus demandas a la liberación nacional palestina únicamente. Es innegable que el desarrollo histórico del movimiento palestino tiene una fisonomía particular y obedece a los principios de una forma compleja de revolución permanente, propia de situaciones coloniales, marcada por transferencias sucesivas de los objetivos de la revolución nacional hacia direcciones, en el caso palestino, sucesivamente burguesas, pequeñoburguesas (Movimiento Nacionalista Árabe, Fatah, ala derecha de la OLP) y pequeñoburguesas-proletarias (FPLP, FDLP, Comando General del FPLP, Brigada de la Jihad Islámica).
La situación reciente ha visto un cuarto paso que Nicola no podía anticipar de los objetivos de la revolución nacional a una pequeña burguesía religiosa (Hamas, Movimiento de la Jihad Islámica en Palestina) cuya lucha se ha dado como guía estratégica el "Islam revolucionario", importada de Egipto (bajo la influencia de los Hermanos Musulmanes) y fuertemente impregnada de la teología política chiita iraní, victoriosa en 1979, tras el derrocamiento del régimen proimperialista de Reza Pahlavi y la institución de una teocracia chiita bajo la égida de Jomeini, después de la sangrienta represión de los grupos comunistas y obreros que participaron en la revolución. Por lo tanto, es apropiado relacionar, para Nicola, estas transferencias sucesivas con los efectos de la deformación que imprimen en el desarrollo histórico de Medio Oriente rasgos de desigualdad e hibridación específicos de la alteración colonial y cíclica de sus estructuras sociales fundamentales.
La primera deformación, sintomática del desarrollo desigual y combinado de la estructura social palestina, provino de la colonización sionista que modificó profundamente la fisonomía de las relaciones sociales que entonces prevalecían: “La sociedad sionista emergente chocó con las diversas clases de la sociedad árabe palestina. Trajo capital, soluciones tecnológicas y conocimientos modernos de Europa. El capital judío (a menudo apoyado por fondos sionistas) desplazó gradualmente a los elementos feudales simplemente comprando sus tierras, y las regulaciones sionistas prohibieron la reventa de tierras a los árabes. Al poseer ventajas financieras y económicas, la economía capitalista sionista bloqueó el surgimiento de una clase capitalista árabe. Tras chocar con los campesinos árabes al expulsarlos de sus tierras, el sionismo también impidió el surgimiento de un proletariado en el sector judío de la economía. Debido a que el desarrollo capitalista del sector árabe fue retrasado e impedido, los campesinos (así como la intelectualidad árabe) encontraron enormes dificultades para encontrar empleo, excepto en la administración del Mandato Británico y en los servicios públicos. La estructura social y económica de la Palestina árabe (que había comenzado a desarrollarse en condiciones muy similares a las que prevalecían en Siria) quedó completamente distorsionada por la colonización sionista. Esta distorsión aún persiste hoy ”.
La necesidad de adquirir tierras, comprándolas a veces por encima de su valor, y de dar trabajo a los judíos procedentes de sucesivas oleadas de inmigración justifica una política racista basada en la exclusividad del empleo judío en el sector industrial y la prohibición de la venta de tierras a los árabes. Esta política debilitó así las estructuras feudales de la economía agraria al tiempo que impidió la proletarización de los árabes debido a la prohibición de que varias empresas judías contrataran trabajadores árabes. En estas condiciones, el feudalismo comenzó a desaparecer sin que pudiera desarrollarse una estructura económica capitalista. Semejante estructura económica impidió el surgimiento de un liderazgo político árabe poderoso:
“La distorsión socioeconómica se refleja en la esfera política. Debido a que a la burguesía, el proletariado y el campesinado se les negó un camino normal de desarrollo, no lograron producir partidos políticos ni líderes de suficiente calibre. El liderazgo político de la Palestina árabe permaneció en manos de los terratenientes que, a pesar de liquidarse como clase al vender sus tierras a los sionistas, obtuvieron enormes ganancias financieras a través de estas transacciones”. [5]
Debido a que su riqueza procedía de la presencia sionista, su oposición fue sólo superficial y retrasaron el surgimiento de una conciencia antisionista árabe y tardaron en denunciar la Declaración Balfour. Abrumados por la resistencia de Al-Qassam y por los ecos de la gran huelga general siria que estimuló la resistencia árabe, se involucraron en la "Gran Revuelta Árabe" de 1936: se desarrolló un movimiento huelguista masivo, acompañado de actos de desobediencia civil (huelga fiscal) y la formación de milicias populares insurreccionales. Sin embargo, el movimiento fue decapitado por las fuerzas coloniales británicas, apoyadas por las milicias sionistas, mientras la inmigración judía aumentaba, debido a la creciente virulencia del fascismo europeo, el ascenso de Hitler al poder, y los numerosos pogromos en Europa del Este y la afirmación de un antisemitismo europeo orgánico. En consecuencia, el cierre de la economía árabe permitió que la economía del sector sionista se fortaleciera y extendiera su influencia mientras estaba respaldada por la afluencia cada vez más masiva de capital judío de Europa:
“La huelga siria causó una fuerte impresión en Palestina y también aquí se declaró una larga huelga general. Pero las condiciones en Palestina fueron, sin embargo, muy diferentes debido a la presencia de la infraestructura económica sionista que, obviamente, no participó en la huelga. Además, los sionistas aprovecharon el hecho de que los trabajadores árabes de la administración colonial y de los diversos servicios públicos (ferrocarriles, puertos, etc.) estaban en huelga y que el comercio árabe estaba paralizado, para asegurar un mayor control de estos grandes sectores de la economía. Como se mencionó, la huelga coincidió con un gran flujo de capital judío desde Europa. Así, mientras el sector árabe de la economía sufrió un golpe del que nunca se recuperó, los sionistas obtuvieron un nuevo y decisivo control de toda la economía”. [6]
El movimiento árabe había perdido toda dirección política clara, mientras que el Yishuv, el nombre hebreo de la colonia sionista, había ganado un dominio económico crucial para exigir la independencia y entrar en lucha contra los británicos. Si la debilidad demográfica del movimiento había obligado a los laboristas sionistas a mantener un discurso críptico sobre sus verdaderas intenciones en Palestina y había impuesto el lema deflacionario del "hogar nacional judío en Palestina", su nuevo poder les permitió imponer a Occidente el Programa inicial del Estado judío. [7] Controlando el 7.5% del territorio al final de la Segunda Guerra Mundial, la colonia sionista contaba ahora con 600,000 colonos, una fuerza demográfica que los colonialistas pragmáticos consideraban suficiente para llevar a cabo su campaña de expansión y expropiación agresiva contra los 1.4 millones de árabes que viven en Palestina. Si los moderados del ala izquierda del Partido Laborista (la Hashomer Hatzaïr y partidos provenientes de Smol Poale Zion) se mostraban reacios a enfrentarse abiertamente a los árabes debido a la debilidad numérica del movimiento, el ala centrista consideraba ahora que había llegado el momento y que Israel ya tenía los medios para imponer su proyecto político:
“Los perdedores y víctimas de la guerra de 1948 fueron los árabes palestinos, que participaron poco en el conflicto. Su derecho a la autodeterminación, que nadie, ni siquiera los líderes sionistas, había cuestionado anteriormente, fue violado. La mayoría se convirtieron en refugiados sin hogar. La suerte de quienes permanecieron en el territorio no fue más envidiable. Vivían bajo mando militar y estaban sujetos a una represión brutal y permanente. Las restantes tierras árabes fueron expropiadas gradual pero sistemáticamente, mediante subterfugios administrativos, para dar cabida al desarrollo sionista. Los árabes son ciudadanos de segunda clase en su propio país”. [8]
El año 1948 quebró temporalmente las fuerzas de resistencia palestina. En las condiciones de la división desigual decidida en noviembre de 1947 (los sionistas obtuvieron el 55% del territorio, en el que viven 438,000 árabes), el movimiento sionista se comprometió a finales de 1947, el movimiento sionista inició el desplazamiento masivo de palestinos en un contexto de guerra civil judeo-árabe. Incluso antes de que comenzara la guerra con los países árabes, casi 400,000 palestinos ya habían sido expulsados. Al final de la guerra, casi 800,000 palestinos fueron desplazados y 615 aldeas destruidas. Se cometieron 70 masacres contra civiles árabes y miles de muertes. El nuevo Estado sionista se apodera del 78% del territorio de Palestina, en el que permanece una minoría de 150,000 árabes, sometidos a un régimen militar y policial de excepción. Ante la “catástrofe” (Nakba), los palestinos caen en un estado de estupefacción política.
El auge del nacionalismo árabe egipcio y sirio, dirigido por Nasser y luego por el partido Baaz tras el golpe de Estado de 1963 en Siria, dio un nuevo impulso a la lucha palestina y favoreció la aparición de una nueva dirección, procedente de la pequeña burguesía panárabe. El tono decididamente antiimperialista de los discursos de Nasser y otros líderes y el desarrollo socializador de Egipto fueron las principales influencias de estas nuevas corrientes. Estos nuevos regímenes llevaron a cabo una política de la ONU y exigieron, mediante amenazas militares, al nuevo Estado sionista que respetara las resoluciones de la ONU: “Los partidos burgueses y pequeñoburgueses en el mundo árabe abordan la cuestión palestina a través de resoluciones de la ONU. Esta política fue formulada por primera vez por Nasser en la Conferencia de Bandung (1955) y fue adoptada por unanimidad. Básicamente significaba dos cosas: Israel tenía que repatriar a los refugiados (de acuerdo con una resolución de la ONU de 1949); Israel debía devolver los territorios anexados durante la guerra tras el pacto secreto con Abdullah. Esta política habría reducido el territorio de Israel pero no habría afectado su carácter sionista”. [9]
Al defender una política esencialmente militar al servicio de sus propios intereses, las direcciones bajo la hegemonía egipcia necesariamente deben carecer de fuerza: de hecho, la presencia de Israel, aliado del imperialismo estadounidense, ejerció una presión constante sobre los Estados vecinos obligándolos a militarizarse. A cambio, la amenaza israelí se convirtió en un aliado objetivo del endurecimiento político de estos regímenes y en una poderosa fuente de legitimación de su aparato militar. Esta segunda deformación de la estructura social de Medio Oriente condujo en consecuencia a una paciente actitud de espera por parte de la pequeña burguesía palestina. El colapso de los ejércitos árabes durante la Guerra de los Seis Días demostró la obsolescencia de esta línea política y vio el surgimiento de un tercer liderazgo alternativo, formado por la Organización de Liberación de Palestina en 1964, el Frente Popular para la Liberación de Palestina en 1967 y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina en 1969.
Sin embargo, Nicola intuye la existencia de una tendencia peligrosa en esta nueva dirección. A pesar de las fuertes afirmaciones del FPLP sobre la solidaridad de la lucha nacional y la lucha contra el imperialismo en el Cercano y Medio Oriente, este componente radical de la OLP tiende en su práctica a liderar una política de no intervención en los asuntos internos de países árabes vecinos por la sencilla razón de que estos son los países que apoyan su política y que le sirven de retaguardia:
“La vieja actitud de pasividad, de esperar que la salvación venga de los países aliados, corre el riesgo de ser sustituida por una actitud localista y estrecha de miras. La única ayuda que se pide a otros países árabes se refiere únicamente al propio frente palestino. Esta actitud ignora la profunda conexión entre la lucha palestina y la lucha en el mundo árabe en su conjunto y, por tanto, defiende la “no intervención en los asuntos internos de los estados árabes”. Los gobiernos árabes alientan esta actitud. La misma movilización de las masas en los países árabes —aunque sólo se refiera a la causa palestina— amenaza a estos regímenes. Por lo tanto, estos regímenes quieren aislar la lucha palestina y abandonarla sólo a los palestinos. Los gobiernos árabes —tanto reaccionarios como progresistas— están tratando de comprar la estabilidad de su régimen con un rescate de las organizaciones palestinas. Además, estos gobiernos quieren utilizar la ayuda financiera proporcionada a la lucha palestina para hacerla adoptar líneas políticas que les convengan, manipularla y utilizarla como simple moneda de cambio en la búsqueda de una solución política favorable a sus intereses. Los gobiernos egipcio, jordano y sirio están interesados principalmente en recuperar los territorios perdidos al final de la Guerra de Junio (y así recuperar el prestigio perdido y consolidar su autoridad), mientras que la causa palestina, desde su punto de vista, es secundaria, un medio más que un fin”. [10]
Dado que estos movimientos, nacidos del fracaso de la pequeña burguesía árabe, en el poder en varios países, a la hora de resolver la cuestión palestina, se ven obligados a confiar en ellos, sus propios objetivos no van más allá del marco del frente palestino para no para perturbar a estos poderosos aliados que explotan la lucha por el pueblo palestino para mantener su propio poder: “Como resultado, estos regímenes fueron sacudidos y percibieron el riesgo real de ser derrocados por las masas que comenzaban a tomar conciencia de su bancarrota. Así, cuando un movimiento palestino “independiente” comenzó a luchar contra Israel y a crecer, fue alentado y apoyado por los regímenes árabes con el objetivo de (a) deshacerse de su “responsabilidad” hacia los palestinos, dejándolos resolver sus problemas solos, (b) desviar la ira de las masas hacia ellos para centrar su atención y esfuerzos en la “liberación de Palestina” y (c) utilizarlos como peones o cartas en las negociaciones internacionales con el imperialismo estadounidense, Israel y la URSS. para encontrar un entendimiento y una solución “pacífica” al conflicto palestino-israelí”. [11]
Además, estos estados reaccionarios, como señaló Nicola cuatro años después, en 1973, a pesar de sus políticas a veces socializadoras, estaban demasiado alineados con los intereses del imperialismo para mostrar algo más que un apoyo cíclico al movimiento de resistencia palestino.
“La independencia política de los países árabes se logró, no mediante la victoria de una revolución popular, sino mediante la rivalidad interimperialista y el compromiso entre las potencias imperialistas y las clases gobernantes locales. Como resultado de este acuerdo, las elites locales obtuvieron todas las concesiones que pudieron obtener del imperialismo. El dominio colonial directo terminó y fue reemplazado por un acuerdo neocolonial en forma de alianza entre el imperialismo y estas clases dominantes locales en la que se convirtieron en socios menores en la explotación imperialista de las masas trabajadoras regionales. Ambas partes tienen interés en mantener esta alianza porque ambas están asustadas por la perspectiva de una revolución socialista que acabaría con sus ganancias y privilegios. Por lo tanto, tanto el imperialismo como su joven aliado hacen campaña activamente para mantener el status quo y están dispuestos a defenderlo con uñas y dientes.”
Debido a este acuerdo neocolonial, estas potencias tienen todo el interés en internalizar la cuestión palestina y limitarla únicamente a las fronteras de la Palestina histórica. Por lo tanto, obstruyen objetivamente la lucha palestina apoyándola bajo ciertas condiciones no negociables para evitar el desarrollo de la conciencia de clase en sus propios países y utilizar su poder sobre los movimientos de liberación para servir a sus propios intereses. Los acontecimientos de Septiembre Negro, a los que volveremos, demostrarían la exactitud de este análisis. La debilidad de la resistencia palestina la obliga así a modificar su orientación estratégica para no ofender este apoyo internacional. Nicola critica así la superficialidad del marxismo movilizado por estas organizaciones.
Críticas al nacionalismo árabe y a la revolución permanente
Dirigiéndose a organizaciones explícitamente marxistas, Jabra Nicola lidera un largo debate crítico sobre las posiciones del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), dejando de lado a los componentes menos progresistas de la resistencia palestina que no adoptan ninguna perspectiva de clase y cuyas posiciones son fácilmente refutable como parte de una crítica general al nacionalismo árabe. Si la crítica fundamental que propone a las posiciones de esta organización hegemónica en la resistencia palestina de izquierda también apunta al Frente Democrático y a las Brigadas de la Jihad Islámica del ala izquierda de Fatah (la organización política de Arafat), que no debe confundirse con la Movimiento para la Jihad Islámica que nació en los años 1980, estas corrientes son minoritarias y no tienen realmente los medios, a pesar de sus supuestas especificidades estratégicas, para operar de manera diferente al FPLP, al que están muy vinculados.
Para Nicola, el FPLP sólo adopta un marco marxista de análisis de la situación y afirma que la revolución nacional es inseparable de la lucha de clases con el objetivo de proponer un mapa de las fuerzas internas al marco nacional. Su marxismo es en cierto modo sólo sociológico, pero de ningún modo estratégico: si el FPLP critica a la burguesía palestina (presente en el ala derecha de la OLP) y a la reacción árabe, es sobre todo para señalar que estas fuerzas políticas no caen en sus reservas estratégicas. Si la lucha de liberación nacional es inseparable de la lucha de clases, es esencialmente porque el movimiento de liberación no puede depender de todas las fuerzas que reivindican la unidad nacional. Sin embargo, su marco de intervención está limitado por los estrechos confines de la concepción nacional. A pesar de su carácter inseparable, la lucha nacional y la lucha de clases siguen siendo externas entre sí: “La adopción de la teoría de la “revolución por etapas” y de la teoría de la “contradicción primaria y secundaria” subordina la lucha de clases “durante un cierto período” a la “unidad nacional” y nos permite considerar a los regímenes árabes y a las clases gobernantes árabes como aliados en la lucha contra el imperialismo e Israel y no como clases enemigas que deben ser combatidas y derrocadas.”
Si el FPLP advierte contra la dirección pequeñoburguesa y la reacción árabe, no obstante subordina su política a la liberación nacional al indicar que la contradicción principal es la del opresor imperialista y los árabes oprimidos, mientras que la reacción árabe y la diferenciación interna de las fuerzas de la liberación nacional sigue siendo un hecho secundario, que debe ser tenido en cuenta sin concederle por ello un carácter principal. Como podemos leer en el manifiesto del FPLP, publicado en 1969, “las luchas de liberación nacional son también batallas de clases. Se trata de batallas entre el colonialismo y la clase feudal y capitalista cuyos intereses están vinculados a los de la clase colonialista, por un lado, y a otras clases del pueblo que representan la mayor parte de la nación, por el otro. Si la afirmación de que las batallas de liberación nacional son batallas nacionales significa que son batallas libradas por la abrumadora mayoría de las masas de la nación, esta afirmación está bien fundada, en este caso, pero si significa que estas "batallas son diferentes a la lucha de clases entre explotadores y explotados, en este caso esta afirmación es falsa”.
A pesar de la aparente identificación entre la lucha de clases y la lucha de liberación nacional, esta identificación sólo tiene sentido, para el FPLP, en el único contexto de la investigación sociológica sobre las clases potencialmente revolucionarias y no siempre abarca el dominio de los objetivos estratégicos y la extensión de la revolución más allá de los objetivos inmediatos de la revolución nacional. Si el FPLP reconoce la necesidad del surgimiento de una nueva dirección capaz de asumir las tareas de la revolución nacional que la burguesía es incapaz de liderar, no considera relevante extender su agenda estratégica a la situación regional, considerando a los estados vecinos como bases traseras en lugar de frentes completos. Así, a pesar de su crítica a las burguesías árabes, el manifiesto estratégico del FPLP adopta una posición en última instancia conciliadora y sólo da un carácter de oposición limitado a sus relaciones con los regímenes árabes: “a la luz del hecho de que estos regímenes son antagónicos al imperialismo e Israel, por un lado, y que adoptan programas radicales que comprometen al enemigo, por el otro, las relaciones con estos regímenes deben tener al mismo tiempo un carácter de alianza y de conflicto: alianza porque son antagónicos a Israel, y conflicto por su estrategia en la lucha”. [12]
Actuando desde Jordania antes de su expulsión entre 1970 y 1971, en el marco del plan “Rogers” y de la normalización de las relaciones jordano-israelíes, luego en el Líbano, bajo la protección siria, la resistencia palestina sólo intervino en el extranjero en nombre de intereses palestinos inmediatos sin abrir un frente estratégico global contra las reacciones árabes, que sólo combate episódicamente cuando su supervivencia se ve amenazada. Por lo tanto, el FPLP no reconoce la importancia de una característica fundamental de la teoría de la revolución permanente que no aboga simplemente por la sustitución de la dirección burguesa nacional por una dirección proletaria, sino que prescribe, más profundamente, que la dirección proletaria satisface intereses socialistas que van más allá del estrecho marco de la liberación nacional: “La dictadura del proletariado que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente ” (énfasis añadido). [13]
Contra la hipótesis estratégica del FPLP, que acepta servir “como peones o como activo en las negociaciones internacionales con el imperialismo estadounidense”, Jabra Nicola invierte la articulación ordinaria de la lucha nacional y la lucha de clases. Sólo a través de la lucha de clases se podrán alcanzar los objetivos de la liberación nacional. En sentido literal, la liberación nacional será sólo el resultado epifenoménico de la lucha de clases en el mundo árabe:
“La dirección palestina, debido a sus orígenes de clase y su ideología nacionalista pequeñoburguesa, no se opuso, consciente o inconscientemente, a desempeñar el papel [de moneda de cambio], y a través de sus propias políticas, su estrategia y tácticas, dirigió la lucha a la derrota. Ignoró en la teoría y en la práctica la dimensión regional (todo el Medio Oriente) de la revolución. Separó la lucha por la “liberación de Palestina” de la lucha contra todos los regímenes árabes. Su dirección no introdujo ninguna ruptura con el nacionalismo árabe, los programas, políticas, estrategias y tácticas dominantes encarnadas por la culminación y el estancamiento de la corriente representada por el nasserismo y el baazismo.”
Mientras que el FPLP considera a las burguesías árabes y a los movimientos pequeñoburgueses militarizados como aliados poco devotos que se caracterizan sólo por un menor nivel de compromiso, Nicola subraya, por el contrario, que las políticas de los países árabes contribuyen objetivamente a impedir el desarrollo de la lucha. Lejos de frenarlo o privarlo de sus recursos para acelerarlo, es por el contrario una fuerza hostil que su conexión con el imperialismo estadounidense constituye como potencia para desmantelar el movimiento palestino. Queriendo salvar sus propias posiciones en la región y aumentar su estabilidad, estos regímenes utilizan la resistencia palestina como una simple moneda de cambio para obtener concesiones territoriales y, tan pronto como logran sus objetivos inmediatos, muestran su fuerza contrarrevolucionaria destruyéndola. Después de que la Jordania del rey Hussein se convirtiera, durante la década de 1960, en la retaguardia de la OLP, y de que activistas propalestinos de todo el mundo acudieran allí en masa ante el llamamiento de la Unión General de Estudiantes Palestinos, los fedayines ganaron un inmenso poder político, prácticamente administrar Ammán y construir sus propias instituciones, en una situación que el líder del Frente Democrático, Nayef Hawatmeh, caracteriza como un auténtico caso de “doble poder”. Desposeído del poder real, el rey Hussein lanzó una vasta operación contrarrevolucionaria, nombró un gobierno militar el 15 de septiembre de 1970 y se dispuso a conquistar la capital para desalojar a las fuerzas revolucionarias. Los fedayines no lograron derrocar al ejército jordano, aunque estaba formado por numerosos batallones palestinos, apoyados por la fuerza aérea israelí, y se vieron obligados, a finales de septiembre, a abandonar el país. Al negarse a liderar la revolución socialista en un país en el que habían acumulado formidables recursos políticos, la resistencia palestina experimentó, en septiembre de 1970, la violencia contrarrevolucionaria del reaccionario reino jordano.
Como muestra el fracaso de la dirección palestina en la crisis jordana, la lucha nacional sólo puede tener éxito si se convierte en una lucha de clases porque sólo en la forma de la lucha de clases regional se pueden alcanzar los objetivos de la revolución nacional. en el movimiento mismo del desarrollo de la revolución socialista. En estas condiciones, la revolución permanente revela una nueva fisonomía: ya no se trata simplemente de transferir las tareas de liberación nacional a una clase auténticamente revolucionaria que doblará la línea programática en dirección de los intereses proletarios. La revolución permanente adquiere, en esta situación, una nueva intensidad porque la revolución nacional sólo puede alcanzar sus objetivos a condición de convertirse enteramente en una lucha a muerte de clases regional. La permanencia de la deformación, las consecuencias del desarrollo desigual y combinado de la región y el papel reaccionario de las burguesías árabes, como la reacción jordana, exigen dirigir la lucha contra las burguesías árabes y de imponer un poder obrero capaz de apoyar la liberación de Palestina, dando a la revolución permanente un contenido inmediatamente internacional.
Centralidad de clase y alianza del proletariado árabe-israelí
La centralidad de la lucha de clases, en las condiciones históricas especiales del desarrollo de la lucha palestina y sus propias deformaciones, requiere por tanto movilizar la teoría de clases marxista de una manera fundamentalmente diferente de la del FPLP o el FDLP, que comparten, sin embargo, ciertas posiciones de Nicola al afirmar la necesidad de intervenir políticamente en los países que sirven de retaguardia al movimiento y la primacía de la lucha política de masas sobre las operaciones guerrilleras puramente militares defendidas durante la escisión de 1969, sin que estas declaraciones de principios, sin embargo, no afectan la forma en que actúan.
En lugar de utilizar el marxismo para identificar las clases más dispuestas a defender la causa de la revolución nacional, Nicola lo moviliza para localizar las uniones revolucionarias potenciales que es posible construir entre el proletariado árabe y el proletariado israelí. Adoptar una perspectiva de clase implica ir más allá del marco nacional únicamente y mirar a las clases trabajadoras israelíes: un verdadero análisis de clase va más allá del aparente antagonismo nacional para captar la afinidad esencial de los distintos componentes del proletariado regional, aunque sean enemigos en el plano nacional. Como no deja de señalar, la sociedad sionista tiene la especificidad, ausente en otras formas de colonización, de poseer una estructura de clases completa y altamente diferenciada. A diferencia de otras sociedades coloniales, en las que la diferenciación interna del grupo de colonos es limitada, la sociedad sionista tiene una estructura de clases completa y está altamente diferenciada socioeconómicamente porque no es un destacamento nacional proyectado desde una metrópoli lejana, sino una metrópoli en sí misma, nacida en el territorio de su propia colonia:
“Cualquier solución política seria al problema palestino debe tener en cuenta el hecho de que, a diferencia de las comunidades de colonos europeos en Sudáfrica, Rhodesia o Argelia, los judíos en Palestina no constituyen una clase superior sino una nación entera, con una completa estructura propia”. Este hecho cardinal exige que también consideremos los intereses del proletariado israelí como fuerza política semiautónoma. La conciencia de este grupo político, sin embargo, es específica en el sentido de que refleja una deformación secundaria de la economía sionista. Debido a su aislamiento en la región, el Estado sionista debe asegurarse constantemente el apoyo del imperialismo mundial para compensar las fallas que afectan a su economía. La política imperialista de Israel, hasta la Guerra de los Seis Días, estuvo marcada por el deseo de comprar los favores del imperialismo que, debido a sus propios intereses, fácilmente podría haberlo abandonado. Como señala uno de los camaradas de Nicola, “la Guerra de Suez [de 1956], a la que se opusieron los Estados Unidos, demuestra un aspecto importante de la naturaleza de los vínculos entre Israel y el imperialismo, a saber, que Israel no es un servidor obediente de los Estados Unidos o el imperialismo inglés (y menos aún el francés). Se apresura a imponerles un hecho consumado que, si tiene éxito, recibirá su bendición post factum en lugar de su aprobación a priori”. [14]
Pero esta forma particular de dependencia del imperialismo también tiene la consecuencia de poner en peligro a la sociedad israelí en su conjunto:
“Un Estado colonial que, por la forma en que se creó, es parte integral de la estructura de poder imperialista, no siempre puede contar con el apoyo de las grandes potencias imperialistas. Debe enfrentar la posibilidad de que, debido a sus propios intereses, estas potencias imperialistas estén dispuestas a sacrificarlo o, al menos, reducir su apoyo debido a sus propios intereses. Si esta posibilidad realmente se concreta es otra cuestión. Su mera existencia obliga a los gobiernos de estados como Sudáfrica, Rhodesia e Israel a prepararse para lo peor. No pueden condicionar su existencia a la buena voluntad de las potencias imperialistas. Como su propia existencia está amenazada por la victoria de un movimiento antiimperialista, estos Estados están mucho más desesperados que las propias grandes potencias imperiales. Por ser pequeños, no sienten ninguna responsabilidad hacia el resto del mundo. Si su existencia estuviera amenazada (como Israel en el presente caso), no dudarían en protegerla con armas nucleares. El uso de amenazas y chantajes contra una gran potencia no es imposible. Hay suficientes políticos israelíes que no dudarían, en caso de una derrota militar israelí, en llevarse consigo a una parte importante de la humanidad. De hecho, hay muchas posibilidades de que dispongan de los medios para hacerlo en los próximos años”. [15]
Este análisis verdaderamente visionario destaca dos aspectos fundamentales de la conciencia de clase israelí: en primer lugar, al igual que otras capas de la sociedad, está marcada por una conciencia escatológica muy fuerte, sobre la cual la ideología sionista puede prosperar; en segundo lugar, está en peligro de muerte, al igual que los palestinos, debido al fanatismo de sus dirigentes y a su propia burguesía radicalizada. Si la clase obrera israelí es explotada, está manipulada por el fanatismo de sus propios líderes y al mismo tiempo expuesta a riesgos explosivos debido a la violencia de su propio imperialismo que, debido a su relativa debilidad y su extrema dependencia de las potencias occidentales, está radicalizado por la desesperación.
Sin embargo, es una fuerza potencialmente revolucionaria que tiene mucho que ganar si reemplaza la tutela del imperialismo con cooperación e integración en el mundo árabe circundante. En consecuencia, el análisis de clases también debe permitir pensar en la solidaridad de intereses entre los diferentes componentes del proletariado en Medio Oriente y no en la única diferenciación interna de la estructura de clases de la Palestina árabe. Para Nicola, debe sacar a la luz las tensiones internas dentro del Estado de Israel que potencialmente podrían destruirlo desde dentro. N. Israelí, que firmó este texto, subraya a este respecto que el trato degradante reservado a los judíos orientales [16] repatriados a Israel para reforzar el dominio demográfico sionista en los territorios anexionados y constituir una mano de obra barata, discriminada en nombre de su "arabidad", juzgada amenazadora por las élites askenazíes, acerca a esta población proletarizada a los intereses de la clase obrera árabe: "muchos judíos orientales (que hoy representan casi el 50% de la población israelí) tienen más en común con los árabes (cultura, tradición, lengua) que con los judíos europeos; nada consolida a esta población heterogénea que la amenaza exterior a su existencia política (y física).”. [17]
Nicola considera así que un elemento completamente impensado socava la estrategia de resistencia palestina de la tercera ola: la existencia de un proletariado judío a veces víctima del racismo sionista debido a su origen árabe o no europeo. La experiencia del movimiento Panther de principios de los años 1970, cercano a los Maki, que reunió a los judíos orientales discriminados, va en esta dirección: conscientes de que los intereses de los judíos orientales empobrecidos y discriminados, siempre quedarán al margen y subordinados a la política de seguridad del Estado israelí, el movimiento de las Panteras Negras de Israel (HaPanterim HaShkohorim) hizo de los derechos de los palestinos una reivindicación central de su lista de demandas, convencido de que la paz en Palestina permitirá que las reivindicaciones de los judíos orientales sean por fin escuchadas. La Guerra de Yom Kippur en 1973 puso fin al movimiento y los judíos orientales pronto se unieron a la extrema derecha religiosa, fundando posteriormente el Shas (Partido de los Judíos Sefardíes por la Torá) en 1984, ahora aliado del Likud (una rama moderna del sionismo revisionista de extrema derecha y sus dos intelectuales orgánicos, Jabotinsky y Stern, cercanos al fascismo italiano).
El fracaso del acercamiento, que Matzpen no podría haber previsto, no permite, sin embargo, excluir a las fuerzas judías progresistas y antisionistas de la fórmula algebraica de la revolución permanente y de una alianza de proletarios israelíes y árabes. Como señala Nicola, “el hecho de que esta nueva nación haya sido creada artificialmente por la inmigración sionista no cambia el hecho de que existe. Si bien la organización política de esa comunidad puede cambiarse o destruirse, la nación misma no puede eliminarse. Por lo tanto, una solución estable debe satisfacer dos requisitos básicos: debe abolir el carácter sionista de Israel y debe sancionar el derecho a la autodeterminación de esta nación en una forma tal que esté de acuerdo con los intereses de las masas árabes. y la unificación de Medio Oriente”. [18]
En otras palabras, según Nicola, uno de los objetivos fundamentales de la revolución debe ser desionizar el Estado judío y abolirlo como entidad legal, garantizando al mismo tiempo a los judíos el derecho de residencia y la libertad de disfrutar de una cierta autonomía cultural o política en la condición sine qua non de que esta autonomía sea compatible con la construcción del socialismo y la unificación de los Estados árabes de Medio Oriente. La política de unir a las masas israelíes al proyecto de emancipación árabe sólo puede llevarse a cabo sobre la base de una estrategia de integración más general, que proporcione mejores condiciones de vida a los judíos empobrecidos gracias a la colaboración económica entre ambos países con el resto de Medio Oriente, que liberará a los ex israelíes de su dependencia del imperialismo.
La solución de un solo Estado defendida por Matzpen es, por tanto, provisional y sólo tiene sentido con la construcción de una Unión socialista en Medio Oriente. Si es necesario desmantelar el aparato político e institucional de la nación israelí, la desaparición del Estado sionista no significa en modo alguno la exclusión de los judíos sino, al contrario, la integración de esta minoría nacional en un complejo de cooperación más amplio:
“Los judíos israelíes son actualmente una nación de opresores porque forman el Estado sionista de Israel, que es un puesto de avanzada del imperialismo en la región y que desempeña un papel opresivo y contrarrevolucionario contra la revolución árabe. Pero la revolución socialista árabe victoriosa significa la derrota del sionismo y la destrucción de la estructura completa del Estado sionista, la liquidación de la dominación imperialista y su influencia en el Medio Oriente, así como la restauración de los derechos palestinos. Bajo estas circunstancias, los judíos israelíes ya no constituirán una nación de opresores sino una pequeña minoría nacional en el Medio Oriente. Entonces será posible hablar de la igualdad de las naciones y del derecho de cada nación a la autodeterminación. El derecho de autodeterminación no se concederá a Israel sino a la minoría nacional judía en un territorio en el que, tras el regreso de los árabes palestinos, los judíos israelíes constituirán la abrumadora mayoría.
Este derecho a la autodeterminación, tras el desarrollo de la revolución socialista, debería permitir, pues, seguir una estrategia prudente de adhesión de las masas israelíes al proyecto de emancipación del pueblo palestino: para ello, Jabra subraya la importancia de la consigna democrática del derecho a la autodeterminación que, por su contenido ideológico, facilita la difusión de las ideas revolucionarias en el seno de la comunidad judía israelí. Sin embargo, la extrema dependencia de la economía israelí hace necesario encontrar aliados. Sin embargo, si Israel no elige a los países árabes, sólo le queda elegir al imperialismo estadounidense. Es por eso que los revolucionarios israelíes también deben insistir en la necesaria integración de la minoría nacional judía en una Unión de Repúblicas Socialistas en el Medio Oriente: “ni política ni económicamente, los judíos israelíes constituyen un estado verdaderamente independiente y neutral. Deben estar económica y políticamente cerca de los estados socialistas árabes o del imperialismo que lucha contra estos estados. Así, mientras la revolución árabe en todos sus componentes debe garantizar a los judíos israelíes el derecho a separarse, los judíos israelíes revolucionarios deben luchar por la integración en un Estado árabe socialista”. [19]
Del mismo modo, Nicola insiste en la importancia de que las exigencias sean claras para unir a los judíos israelíes al proyecto palestino. Según él, deben evitarse los tropos de la “guerra de liberación” u otros lemas que apuntan no sólo al Estado sionista sino a la comunidad israelí. En primer lugar, porque estas consignas son ajenas a las exigencias inmediatas de los palestinos, después porque ponen en tela de juicio la existencia de la minoría nacional judía en Medio Oriente, alimentando el miedo extremo a un "mundo de enemigos" constitutivo del proyecto y de la ideología sionista, y en consecuencia solidarizan al proletariado israelí con sus gobiernos sionistas:
“El lema de ’liberación de Palestina’, si bien es emocionalmente satisfactorio, tiene muchos inconvenientes políticos. En primer lugar, obliga a los israelíes moderados e incluso a los israelíes antisionistas (hay algunos) a ponerse del lado del gobierno sionista en defensa propia. El resultado es un raro grado de solidaridad entre la opinión pública y el gobierno. De este modo se sofocarían las disensiones internas que naturalmente surgirían en tal situación. En esta atmósfera, pocos israelíes se atreven a cuestionar la dependencia de su país del imperialismo que, al menos, protege sus vidas. Además, este simple eslogan perjudica los intereses árabes en la arena global. Más allá de la impopularidad de las soluciones militares, también tiene el defecto de identificar a todo un pueblo con las políticas de su Estado y hacerle pagar el precio de esas políticas. Estas simplificaciones simplistas ya no son aceptables para la opinión mundial progresista y, en particular, para los elementos antiimperialistas que exigen soluciones políticas a los problemas políticos. Incluso los norvietnamitas trazaron cuidadosamente una línea entre las políticas de Washington y el pueblo estadounidense. Debido a estos factores, los nacionalistas árabes, a pesar de la legitimidad moral de sus demandas, han perdido constantemente la guerra de propaganda desde 1948”.
La retórica beligerante, a pesar de la legitimidad de las exigencias de la resistencia palestina, tiende a desalentar, según Nicola, el acercamiento de la lucha de liberación nacional a los sectores antisionistas de la población israelí y al proletariado judío. Implícitamente promueve el discurso sionista sobre la “unidad nacional” y la represión ideológica de opiniones divergentes dentro de la sociedad israelí. Contribuye objetivamente al consenso nacional y a la justificación de los crímenes masivos del Estado sionista. A nivel internacional, esta consigna perjudica la búsqueda de posibles aliados y alimenta la retórica de la lucha antiterrorista. Sin alterar en lo más mínimo el contenido de las demandas palestinas, estas consignas desestabilizan las fuerzas morales de la revolución.
Se trata, por tanto, de construir una alianza duradera entre los proletariados árabe y judío garantizando tanto la satisfacción de todos los intereses palestinos como el derecho de los judíos a existir, no como una nación de opresores, sino como una minoría nacional libre de integrarse o no. en un estado socialista árabe. Esta imprudencia, que ronda los textos estratégicos del FPLP y del FDLP, se articula así con la especificidad del desarrollo desigual y combinado de la región. Debido a que la sociedad sionista tiene una estructura de clases completa, a diferencia de otros asentamientos coloniales, y debido a que no es un simple desprendimiento de la población de la metrópoli madre, sino una metrópoli colonial construida en el corazón mismo de su colonia, es absolutamente fundamental conceder a la minoría nacional judía de Oriente Próximo el derecho a la existencia y a la autodeterminación condicionado a la destrucción previa de las estructuras coloniales e imperiales del Estado sionista. En segundo lugar, la extrema dependencia de la economía israelí del imperialismo estadounidense que la subsidia continuamente requiere proponer un programa de integración económica con el objetivo de reemplazar la dependencia imperialista con relaciones de cooperación ampliada con otras naciones árabes socialistas. Estos dos hechos estilizados exigen tener en cuenta la especificidad de la minoría nacional judía en el esquema general de fuerzas y no sustraer la cuestión del futuro de los israelíes de la reflexión estratégica sobre la conducción de la revolución.
Como las bases nacionalistas de la resistencia palestina son insuficientes, la propuesta de Nicola consiste en masificar la lucha organizando al proletariado a escala regional y ya no nacional, incluyendo al proletariado de otros países árabes y al proletariado israelí. Debido a que las direcciones pequeñoburguesas de las dictaduras socializadoras de Medio Oriente obtienen beneficios políticos de la militarización forzada que les exige la presencia israelí —en una especie de síndrome geopolítico de Estocolmo— y están plenamente comprometidas en estrechas relaciones con el imperialismo, la lucha por la causa palestina no puede separarse del enfrentamiento entre el proletariado y las burguesías árabes. Contra el militarismo latente de los grupos de resistencia palestinos y contra su conversión forzada a los intereses de sus protectores burgueses, sólo la acción masiva transnacional puede esperar revertir el curso de las cosas. Debido a que una dirección pequeñoburguesa de la lucha nacional ya no constituye una opción viable, después de tres transferencias sucesivas de las tareas de la revolución nacional a tres direcciones diferentes, cuyas orientaciones estratégicas entraron sucesivamente en crisis, la revolución permanente asume una fisonomía particular en la que sólo a través y en la lucha de clases regional, que se fija objetivos muy superiores a la lucha nacional, pueden alcanzarse los objetivos de la liberación del pueblo palestino.
La lucha por la liberación nacional, en las condiciones de desarrollo desigual y combinado y de deformación extrema de las estructuras sociales de Medio Oriente, no puede, en Palestina, enfrentar sus propias condiciones de imposibilidad por sí sola, sino sólo dentro del marco de una revolución socialista regional. En estas condiciones extremas, la lucha puramente nacional no logra localizar los factores de su propio fracaso y sólo puede lograrse renunciando dialécticamente a la primacía de la cuestión nacional. La revolución socialista, al atacar a la burguesía árabe y lograr la unificación socializadora del proletariado de Medio Oriente, rompe las condiciones de imposibilidad de la revolución nacional, haciendo posible su realización y haciendo de su contenido un simple momento provisional de la unificación socialista de los países árabes. La revolución permanente asume entonces, en este contexto, una forma absoluta en el sentido de que la revolución socialista es la única capaz de crear las condiciones internacionales de la lucha nacional que entonces aparece sólo como un resultado provisional de la revolución proletaria durante su desarrollo. Si la revolución permanente en Rusia vio al proletariado asumir la dirección revolucionaria del movimiento adoptando al mismo tiempo las demandas de reformas democráticas, las condiciones objetivas de la liberación nacional palestina exigen, aún más radicalmente, adoptar una estrategia y consignas socialistas porque sólo es la lucha de clases misma y la revolución socialista regional que pueda eliminar los obstáculos económicos y políticos que impiden el desarrollo de la lucha nacional. Sin embargo, Jabra Nicola no analiza las formas concretas que podría tomar el transcrecimiento de la revolución nacional en una revolución internacional.
Por eso Nicola insiste en la necesidad de crear un partido leninista único para todo Medio Oriente, cuyas ramas nacionales serían otras tantas células capaces de dirigir una política global y coordinada: “Las condiciones objetivas existentes hacen posible y exigen la creación de un movimiento revolucionario de masas, dirigido por la clase trabajadora, guiado por la teoría marxista revolucionaria y que actúe sobre la base de una estrategia panárabe, que reconocerá los derechos nacionales de las naciones no árabes que viven dentro del mundo árabe y debe mostrarse capaces de atraerlos a una lucha común por la liberación nacional y social de la región en su conjunto”. [20]
Para Nicola, la revolución palestina permanente, en esta forma absoluta, se basa pues en la siguiente hipótesis estratégica: las limitaciones objetivas que impiden el desarrollo de la revolución nacional palestina no pueden romperse sólo mediante esta lucha y en el ámbito exclusivamente nacional; sólo una revolución socialista puede romper esta resistencia a través de una lucha de clases regional contra la reacción árabe cómplice del imperialismo y el Estado israelí, látigo del capital para luchar contra los movimientos socialistas en Medio Oriente, gracias a la unificación del proletariado israelí y el proletariado árabe, cuya posible proximidad Nicola subraya. Al darle a la revolución palestina un área ampliada de intervención estratégica, la liberación de Palestina será el resultado efectivo de una transformación socialista regional y de la lucha por una Unión Socialista de los países árabes dentro de la cual la minoría nacional judía tendrá plenos derechos. Frente a las soluciones burguesas o pequeñoburguesas que defienden la recomposición de un Estado binacional o la construcción de dos Estados, Jabra Nicola sostiene que estas opciones nacionalistas son irrealizables como tales: porque el objetivo inmediato de la liberación de Palestina, donde judíos y árabes podrían vivir en armonía, sólo se puede lograr mediante la construcción de apoyo socialista en los países vecinos y la lucha por una unión árabe socialista.
Este artículo fue originalmente publicado el pasado 25 de noviembre del presente año en RP Dimanche, el suplemento teórico digital de nuestro sitio hermano, Révolution Permanente, sección francesa de la Red Internacional de diarios La Izquierda Diario. Traducción: Bárbara Funes.
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