Mientras Los Auténticos Decadentes celebran sus 35 años en la música y en la ruta, el artesano de la canción repasa no solo la carrera de su banda, sino también su pasado, sus influencias y anécdotas.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Sábado 18 de diciembre de 2021 00:00
Jorge El Perro Serrano, miembro fundador y uno de los principales compositores de Los Auténticos Decadentes.
Desde el primer recital, el 13 de septiembre de 1986 en el Colegio Nacional Nº 10 de Almagro, y a excepción de enero (mes sagrado para descansar después de casi un año de giras, shows, presentaciones y todo tipo de compromisos), los Auténticos Decadentes jamás te tomaron una “pausa sabática” en tres décadas y media de existencia. Fue necesaria una pandemia mundial para que el legendario grupo pusiera un alto en esa frenética agenda que, como recuerda Jorge Serrano, los llevó a tocar “en la nieve, arriba de un bote, en la Casa Rosada, en un desierto”.
“En lo personal, me vino muy bien el descanso mental tras 33 años de no dormir una semana seguida con la misma almohada. Y creo que a todos nos hizo bien. Aunque, pasados los meses, empezamos a extrañar. Sentí nostalgia de aquellos lugares que fueron parte de nuestro hogar en la ruta. Mi mochila era mi casita en la espalda, casi como un caracol”, dice el Perro desde Villa Gesell, su lugar de residencia desde hace más de veinte años.
En esos momentos de descanso y relajo, Serrano tardó un tiempito en volver a agarrar algunos de sus innumerables instrumentos. “Tengo un bajo, instrumentos andinos como cañas, quenas, una antara y flautas de pan, un violín chino llamado erhu, también un saxo, una flauta traversa y, por supuesto, guitarra, guitarrita y guitarrón, porque generalmente toco cosas de cuerda. Nada de teclados, no soy bueno para eso. Hay instrumentos que me encantan, hasta me gusta mirarlos. Todo lo toco mal. ¡Lo rasco, en realidad! Pero le saco sonido, que es un poco lo que me inspira: ir jugando con distintas cosas como para no aburrirme de mi mismo”.
“A veces me tengo que forzar un poco para componer. Siempre estoy con la guitarra boludeando, pero para ponerme a hacer una canción es como que tengo que empujarme un poquito”, explica el Perro, develando su secreto para crear temas. “Primero hago alguna música y recién después la letra. Generalmente empiezo tarareando, buscando alguna melodía, que es la que me sugiera una letra. Hay muchas formas de componer y cada cual lo hace como mejor le queda, por supuesto”.
En 2009, cuando los Decadentes ya llevaban ocho discos y estaban trabajando en Irrompibles, el noveno, Serrano sorprendió a muchos con Alamut, su debut solista. Un álbum esperado… pero poco rodado: “Jamás lo presenté en vivo, ni siquiera tuve la ambición de salir de gira o algo así. Solo toqué un par de temas antes de un show de los Deca en La Trastienda. Y eso fue todo. Mi único gusto era grabarlo y nada más”. Todo el nervio creativo del Perro va en función de su banda, cuya agenda intensa tampoco le hubiese permitido hacer demasiado por fuera de ella.
Recién el reciente disco de la banda le permitió a Jorge Serrano sacar un poco el pie del acelerador: semanas atrás salió A, la primera parte de una trilogía titulada ADN en la que una de las bandas más versionadas de la historia se dio la posibilidad de invertir el rol para versionar a los demás. En la lista predominan clásicos del rock argento de los ’80 (que es, en definitiva, el barro de donde ellos mismos provienen) como Sumo, Virus o Los Abuelos de la Nada, hasta Opus (el de “Live is life”), Rubén Rada y el grupo español de rumba Los Chunguitos, pasando por una de las influencias fundamentales de Los Auténticos Decadentes: Los Tigres del Norte, referentes de la música norteña mexicana.
“Los Bukis, Bronco, Miguel Aceves Mejía y hasta el mismo Armando Manzanero son partes de nuestra influencia. Por eso siempre creímos que, el día que fuéramos a México, íbamos a ser bien recibidos, cosa que terminó sucediendo”, reflexiona Jorge acerca del país en cual los Auténticos Decadentes tienen prácticamente la misma representación y éxito que en Argentina. “También tuvo que ver el hecho de que a los mexicanos les gusta mucho la música de banda, con formaciones numerosas y bronces al frente. El cariño es recíproco desde la primera vez fuimos, cuando no había más de cien espectadores. Ahora vamos por lo menos dos o tres veces por año y tocamos lugares muy grandes. Nos sentimos como en casa y es maravilloso”.
Hay influencias claras en la música de los Decadentes. ¿Cuáles fueron las tuyas en particular?
Pienso que muchas. Me gustan los Beatles, Neil Young, Spinetta. En las letras, mis influencias más grandes creo que fueron Serrat y el tango. Julio Sosa me mata, es lo que más me gusta. También la pretensión de querer escribir más como Arlt que como Borges, más allá de que me encanten los dos. Y musicalmente me gusta el folk, lo acústico, que va desde la Incredible String Band al folclore andino, el hindú, el africano, también la música clásica y el jazz. Creo que lo que más cerca está de mí es una guitarra acústica y una canción, una balada también.
Lo que los fanáticos de poner etiquetas llaman, justamente, “género canción”…
¡Totalmente! A la hora de inscribir las canciones en SADAIC, nos pedían que indicáramos el género. Y nosotros decíamos: “¿qué género es esto?”. ¡Entonces poníamos cualquier cosa! Porque veíamos la lista y resultaba que, por ejemplo, “porro” es un género del caribe colombiano. Entonces poníamos: “género: porro”, jaja. Hasta que vimos que uno era “canción”. “¡Listo!”, dijimos: se lo pusimos a todas, jaja. En nuestros inicios, cuando íbamos a buscar sala de ensayo, nos preguntaban el género porque era la época del punk y el heavy, entonces querían saber si les ibas a romper todo o no. Así que nosotros decíamos: “Hacemos canción”. Aunque, en definitiva, sea cierto: no tenemos largos tramos instrumentales. Nos gusta la música cantable y silbable. Una especie de jingle televisivo. Esa es otra influencia. Y también la música infantil. ¡María Elena Walsh!
Una vez dijiste que también te inspiraba la forma de cantar de los vendedores ambulantes…
Si. El grito del diariero. “Yo no seeeee lo que me pasa” viene de ahí. Porque en los primeros ensayos no teníamos micrófonos, entonces había que cantar a grito pelado encima de la batería. En una época trabaja en una fábrica de productos químicos y esa cosa de cantar en un galpón la sentí mucho después, cuando íbamos a tocar a boliches tropicales. Como el Monumental de Merlo: techos altos de galpón. Ahí hay un rebote y una acústica que me hacía acordar al de la fábrica. La forma que teníamos de comunicarnos de una punta a la otra era gritando de esa forma y estirando las vocales: “¡pasame la espaaaaatula!”. Era lindo trabajar y cantar, aunque también era cansador: laburaba hombreando bolsas de 6 a 18 horas, de lunes a sábado, y cuando llegaba a mi casa, me dormía mientras cenaban.
Un trabajo algo más denso incluso que las giras maratónicas de los Decadentes…
Por supuesto. De hecho, cuando alguien se queja en la banda, siempre decimos: “peor es la fábrica, ¿de qué te quejas?”. Pero bueno, cada uno se queja en la medida de su tolerancia al dolor: el esclavo se quejaba cuando le picaba una pulga y el emperador de China porque no le traían un conejo para limpiarse el culo.
Destacaste como influencia literaria a Roberto Arlt ¿De ahí viene esa sensibilidad por escribir más cerca de lo coloquial que de lo erudito?
En una época era bastante fan de él. Leí El Jorobadito, Los Lanzallamas, Los Siete Locos, El Criador de Gorilas y, por supuesto, sus Aguafuertes Porteñas. Me gustaba mucho su prosa. Me parecía muy tanguera… ¡a pesar de que a él no le gustaba el tango, sino el jazz! Creo que lo elegante es lo entendible, lo claro. Además de la prosodia: la acentuación correcta de las palabras. Me gusta la música como un juego, y quizás eso es lo que hace que les gusten nuestras canciones a los pibes. Somos un poco infantiles, eternamente juveniles. Y siempre nos gustó que les gustara a los niños. Para muchos del rock eso es un puñal en la espalda, porque te arruina tu credibilidad. Pero nosotros quisimos ser multigeneraciones, familiares, de casamiento. Y estar en contra del sectarismo de torre de cristal que a veces tiene el rock.
Además de los recitales convencionales, ustedes no tienen pruritos en tocar en fiestas privadas, casamientos y cumpleaños. ¿Hay un prejuicio en el rock por curtir ese circuito?
Nosotros somos los mismos. Lo que cambia es el entorno. Hemos tocado con nieve, arriba de un bote, en la Casa Rosada, en un desierto, en televisión…. ¡en el lugar que te imagines! Nos hemos adaptados a todos los escenarios. Tiene que ver con la matriz que somos nosotros. Nos presentamos como un grupo demagógico. Es decir: no queremos ser mirados, sino disfrutados. Ese espíritu de animadores de fiestas es distinto al de “yo presento un espectáculo, me miran, tengo mis tiempos y lo quiero así”. Fuimos muy trasversales en todo sentido. Entonces, cuando recibimos alguna crítica por hacer esas cosas… ¡nos dio bronca y lo hicimos más! Nos importó un carajo. El microfascismo está en todos lados. En los espacios donde uno piensa que son los de mayor libertad, también hay represores y Vaticanos que dicen qué es lo que está bien y lo que está mal. Al principio me sorprendió, porque pensé que veníamos de ese lado, que éramos revolucionarios con lo que hacíamos. Pero resulta que éramos más condenados por el ambiente del rock. Fundamentalmente por la prensa. Porque a muchos músicos los conocíamos de los antros que compartíamos, sabían cómo éramos y lo disfrutábamos. Éramos un grupo pop-punk con ganas de hacer música argentina, criolla, mezclando e incorporando cosas nuestras. Lo nuestro fue de integración. En un momento el rock tuvo mucho eso de decir qué era lo que estaba bien y lo que estaba mal.
Y eso que vos te criaste dentro de la cultura rock…
¡Claro! Cuando era adolescente y empecé a ser “rockero”, estaba ese “límite" que lo marcaba la música comercial. Por un lado, que se yo, Gloria Gaynor y la música disco, y por el otro, el rock. Entiendo que tiene que ver con qué seriedad artística de lo tomás. Pero también hay trampas que se disfrazan en los lugares que frecuentamos todos. Finalmente, todos terminaron reivindicándonos. Quizás por una cuestión de permanencia. No debe haber una sola persona que no nos haya cruzado en su camino…. y visto que somos de verdad. Entendemos a la música también como un servicio de alegría y de festejo. Vivimos de la música y no sentimos ninguna vergüenza de eso. Cuando vamos a un casamiento, nos cruzamos con los cocineros y los mozos y nos sentimos iguales a ellos: laburantes para que la fiesta salga bien.
¿Y dónde ubicas al punk en tus motivaciones?
Bueno, creo que soy más de la generación punk, en el sentido sobre todo de no tener miedo de tocar mal. Eso fue muy revelador. Y me permitió estar acá. ¡En la época del tango nos hubieran matado, jaja! Existimos gracias al punk, al ska, al reggae. A pesar de que yo vengo más de atrás, de la época de Spinetta, Pappo y Manal. Pero cuando el Flaco se fue para el lado del jazzrock… yo me fui para el punk, porque no me daba el cuero. Y entendiendo que me gustaba otra cosa. No podía ni me interesaba tocar muy bien. Es como que los que somos feos debemos al menos ser graciosos, jajaj. Los Decadentes somos un ejemplo de hacer virtud de un defecto.
¿Cuál fue el secreto para haber atravesado 35 años sin peleas?
Hay varias cosas. La primera es que nos juntamos como un grupo de amigos, entonces desde un principio fue una cosa tribal: todos éramos medio monstruos, no tocábamos bien, no teníamos ni plata, ni chicas… ni nada, jaja. El grupo era nuestra balsa. Fuimos fieles a nuestra palabra de ser un socialismo, en el sentido de que decidimos las canciones entre todos y cobramos lo mismo al tocar. Somos una cooperativa. Eso hace mucho a que un grupo dure. Y que seamos mucho… también. Es mucho más intenso y jodido tocar en un trío, como Soda Stereo, y tener que verte en el camarín con las mismas personas. Es más fácil un grupo de amigos que un matrimonio. Tenemos nuestros roces, o no, pero en ese caso te vas para un costado con otro… y retomas a las tres semanas. También, por qué negarlo, ayuda el hecho de que tengamos éxito: todos vivimos de esto, entonces lo respetamos y valoramos.