Los incipientes ensayos de organización de trabajadores precarios no parten de cero. A nivel internacional, existen experiencias cuya extensión y sentido de la solidaridad forman parte de la historia que numerosos jóvenes empezaron a escribir. De eso se trata este artículo.
Miércoles 10 de junio de 2020 00:40
Ilustración: Mar Ned * Enfoque Rojo
De la tendencia global a precarizar el trabajo juvenil...
Describir la precariedad no es una tarea simple. Desde un punto de visto histórico, la "precariedad" de la condición obrera es un rasgo que siempre estuvo presente de algún modo en el capitalismo. Sin embargo, con la emergencia del "neoliberalismo" a principios de los 80 (posterior a las derrotas del ascenso obrero internacional entre 1968 y 1981) una ofensiva capitalista sobre las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera generalizaron la precariedad del trabajo. Pero a pesar de ser un fenómeno extendido a nivel mundial y una tendencia sumamente consolidada bajo el capitalismo global, -constituyéndose como uno de los mecanismos fundamentales para la acumulación - no existe un consenso estricto alrededor de cuáles serían sus contornos. La amplitud del fenómeno no debe, sin embargo, hacernos perder de vista su especificidad. Es por eso que retomamos las elaboraciones de Rosana Martinez y Liz Carpinetti [1] y, en particular, la construcción de la categoría “precarización laboral extrema”, que tiene en cuenta dos dimensiones fundamentales de las situaciones laborales: los derechos y los ingresos.
Tanto para asalariados como para cuentapropistas, la percepción de ingresos menores a un Salario Mínimo Vital y Móvil es (lógicamente) condición suficiente para hablar de precariedad. En cuanto a los asalariados, se considera que la ausencia de descuentos jubilatorios, aguinaldo, vacaciones pagas, días pagos por enfermedad, obra social o estabilidad en el puesto de trabajo, es decir, la ausencia de, por lo menos, uno de los derechos conquistados existentes nos permite también hablar de precariedad.
Si nos detenemos en la radiografía de la juventud precarizada en Argentina, el diagnóstico es contundente. Existen dos indicadores que resultan alarmantes en términos generales y que parecen dispararse aún más cuando concentramos nuestra atención en la juventud: el 50% de los desocupados son jóvenes; mientras que la precarización laboral extrema, que afecta a uno de cada dos trabajadores, asciende a 7 de cada diez en la población joven. Es decir, que aquellos jóvenes efectivamente ocupados se encuentran en situación de precariedad laboral extrema en un 70%.
El avance del trabajo precario a nivel mundial y su incidencia particular en las franjas jóvenes de la población dista de ser una especificidad de Argentina. Así lo revela la Organización Internacional del Trabajo en su último informe: en el mundo, 1,3 billones de personas son jóvenes [2], de las cuales el 41% forma parte del mundo del trabajo, es decir, 497 millones de jóvenes componen la fuerza de trabajo global. Para evitar equívocos, esto no significa que aquél 60% restante haya accedido a una educación de calidad y pueda prescindir del trabajo para sobrevivir: el 20% de la juventud a nivel mundial no accede a la educación ni al trabajo. Con respecto a los que forman parte del mercado de trabajo, dos elementos son importantes destacar: para el 2019, 68 millones se encontraban desocupados y buscando trabajo, y en segundo lugar, un 77% desarrolla sus actividades laborales en condiciones de informalidad. No es difícil de explicar entonces, por qué un 30% de aquellos que tienen trabajo permanecen, aún así, en la pobreza, incluyendo un 13% de “pobreza extrema”. Estos datos surgen del mismo informe que caracteriza al trabajo joven por sus condiciones precarias, inestabilidad, falta de protecciones legales y sociales y oportunidades limitadas de entrenamiento y aprendizaje en el trabajo.
...a las experiencias de resistencia contra la precarización
A partir del despliegue del neoliberalismo a escala global, se han desarrollado diversas formas de resistencia para combatir la precariedad de la clase trabajadora. La juventud precarizada desarrolló en el mundo formas inéditas de organización que supieron articular demandas sindicales, con exigencias políticas y sociales amplias. Tomamos como antecedentes significativos, las luchas en Europa y Estados Unidos en la década de los 90 y principios del año 2000, que supieron conjugar a sectores de bajos salarios (muchos inmigrantes), mayoritariamente empleados en los servicios tanto de comida rápida como de limpieza, con organizaciones sindicales, políticas y barriales. Las campañas “Justice for Janitors”, el “living wage” (salario digno) en Estados Unidos y la red francesa “Stop Précarité” (gestado en un principio como comité de apoyo de una huelga de cuatro meses por despidos en McDonald’s) [3] expresan tendencias hacia una organización reivindicativa amplia, involucrando distintos actores y espacios (trabajo y territorio), que se profundizaron a partir de la crisis del 2008.
En este recorrido por las distintas luchas y formas de organización de jóvenes precarizados, hacemos particular énfasis en aquellas del período abierto a partir de la aguda crisis del 2008 que dió a lugar a organizaciones reivindicativas y de lucha de los trabajadores. Desde ya los contextos y orientaciones políticas son disímiles en cada país, abarcan desde experiencias motorizadas por organizaciones sindicales, autonomistas y otras vinculadas a formaciones de izquierda neo reformistas.
Se destaca el movimiento “Precarios Inflexibles” en Portugal, nacido en el 2007, que cobró impulso e impacto global a partir de la movilización de 200.000 personas, anunciándose como la “geracao a rasca” (generación precaria) en el año 2011, que enfrentó al gobierno y su sumisión a los planes de austeridad de la Troika al son de “Que se lixe Troika” (que se vaya la Troika). Este movimiento conformado por jóvenes inmigrantes, precarizados, desocupados y trabajadores calificados y no calificados, logró articularse con movimientos sociales amplios, partidos políticos de izquierda y dinamizar varias luchas sindicales en dicho país, así como una interlocución directa con movimientos de otros países.
Ese mismo año, estallaron diversos movimientos en toda Europa, casi en forma simultánea. En Inglaterra, el descontento de jóvenes pobres, negros, inmigrantes, desocupados (inicialmente en Tottenham y Brixton), explotó ante el asesinato por parte de la policía de un trabajador negro. En febrero, en España nació el movimiento “Juventud sin Futuro”, como contraposición de las medidas de salida a la crisis de 2008: la reforma laboral y de las pensiones, el encarecimiento de las viviendas, junto a las privatizaciones de los servicios educativos y sanitarios. “Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo”, fue su lema. A los pocos meses, en forma masiva salieron a las calles los Indignados en todo el país. Mientras que, al otro lado del océano, el movimiento de masas Occupy Wall Street en Estados Unidos, denunciaba el aumento de la desocupación y del trabajo precario, con mayor impacto entre las mujeres, los negros y los inmigrantes, como parte de las consecuencias impuestas por la hegemonía del capital financiero. También merece una mención aparte, la reedición de la lucha por el salario mínimo gestada a fines del 2012, mediante la campaña “Fight for 15” entre los trabajadores precarizados de servicios (fast food, cuidadores a domicilio, profesores, empleados de grandes comercios como Walmart y Amazon, entre otros) [4]. Aquello que comenzó en forma de protestas de trabajadores de establecimientos de comida rápida encabezadas por un sindicato de New York, se extendió rápidamente al resto del país, englobando reivindicaciones comunes básicas entre los sectores, tales como el aumento del salario mínimo a 15 dólares la hora y el derecho a sindicalizarse, y dándole voz a los sectores más desprotegidos de la clase trabajadora estadounidense: las mujeres, los latinos, los afroamericanos y los jóvenes. Esta campaña fue impulsora de numerosas huelgas en al menos 236 ciudades, alcanzando respaldo internacional en la lucha por el aumento del salario en países como Brasil, Nueva Zelanda y el Reino Unido. Para el año 2016, se calculaba que el impacto en regulaciones municipales y estatales del salario mínimo había significado un aumento de 68 billones de dólares, alcanzando a 22 millones de trabajadores. La huelga coordinada entre trabajadores precarios de cuatro empresas (Weatherspoon, Mcdonald’s, TGI Fridays y UberEats) en Gran Bretaña en 2018, emulando dicha estrategia flexible de autoorganización desde el lugar de trabajo, es también ejemplo del avance en el terreno de la organización de los trabajadores de servicios, en este caso junto con trabajadores de plataformas de delivery de comidas rápidas. Comenzando con demandas mínimas e inmediatas con triunfos asequibles, el éxito en su articulación dentro y fuera de sindicatos alternativos (Industrial Workers of the World y Bakers Food and Allied Workers’ Union) [5], se sostuvo mediante una organización con objetivos iniciales de acción directa y colectiva, asentando así una solidaridad extendida. Además de las concesiones significativas obtenidas (bonus salarial, control de los turnos rotativos, entre otras), este proceso fortaleció a los trabajadores de base para determinar el curso de sus luchas en sus lugares de trabajo y constató que allí donde la acción era controlada por los propios trabajadores, tendía a ser más exitosa, en términos de ejercer influencia tanto en el lugar de trabajo como en la asociación.
En Italia el fenómeno cobró una dimensión particular. Junto al “MayDay” en el 2001 en Milán, se inició la “revuelta del precarizado” en las movilizaciones por el día del trabajador (que se extendió al resto de Europa), dando fruto al movimiento conocido como “San Precario”. Esta simbólica medida formó parte de la reapropiación de un instrumento de identificación y de lucha propio de la clase trabajadora, motorizada también por la necesidad de una representación sindical propia de estos jóvenes trabajadores precarizados. Es interesante cómo, tanto desde este movimiento como desde la posterior organización que surgió en el año 2009, “Clash City Workers” (originario de Nápoles y luego extendido a las principales ciudades del país), se buscó expandir la lucha sindical hacia otros territorios, como forma de sortear la indiferencia de los sindicatos tradicionales hacia sus demandas, pero también de unir luchas cada vez más fragmentadas y difíciles de definir, conforme a la heterogeneidad y flexibilidad de las relaciones laborales. Aquí la ciudad cobró una importancia relevante como territorio de lucha por los bienes y la riqueza comunes, desde la cual se forjó esta identidad reivindicativa en los jóvenes trabajadores precarizados junto a desocupados e inmigrantes. Junto a la búsqueda de nuevas formas de representación sindical, se conformó el movimiento por una Nueva Identidad del Trabajo (NIdIL), como representante del “precariado” [6] (tal como se autodefinen), vinculado a la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL), la principal central sindical de Italia dirigida por una burocracia concertista, expresión de la degradación del partido comunista. Esta atención a lo sindical, se asienta sobre la experiencia previa de los años 90: el movimiento sindical autónomo e independiente que dio origen a la Confederación Unitaria de Base (CUB), así como los Comités de Base (Cobas) de inspiración autonomista e independiente, como alternativas al sindicalismo oficial.
La “Tech Workers Coalition” surgida en el 2014 en Estados Unidos se propuso unificar mediante la solidaridad y organización a los trabajadores más privilegiados de la industria tecnológica, junto a los trabajadores tercerizados y con peores contratos. Lejos de restringirse simplemente al sector tecnológico, TCW acompañó activamente diversas experiencias de sindicalización de otros sectores y su membresía se encuentra abierta a todos con la explícita excepción de patrones y miembros de cualquier fuerza de seguridad.
En el año 2016, en España alzaron la voz las camareras de piso de las grandes cadenas hoteleras: “Organízate si no quieres que te organicen” y dieron nacimiento a la asociación autónoma de “las que limpian”, mundialmente conocida como Las Kellys. Debido a las jornadas extenuantes y muy mal pagas, desde un principio sus demandas estuvieron atravesadas por su condición de ser mujeres trabajadoras precarizadas, exigiendo “igual salario por igual trabajo”, denunciando el acoso sexual laboral, así como el deterioro de sus cuerpos y condiciones de vida; por el reconocimiento de las enfermedades profesionales y por el derecho a la jubilación anticipada. Su forma de organización es por grupos territoriales (ahora distribuida en 8 ciudades a lo largo de España y además en países como Francia, Bélgica y Colombia) con autonomía y tendencias políticas diversas, intentando siempre tender lazos y superar las fragmentaciones ante heterogéneas situaciones laborales, por ser la gran mayoría contratadas tercerizadas, eventuales o estar fuero del convenio laboral. Entre las alianzas tejidas, cabe mencionar la solidaridad con las luchas de otros sectores precarizados como las numerosas huelgas de los trabajadores de Telepizza, por el cumplimiento del salario mínimo decretado a principios del 2019 en el Estado Español, así como las movilizaciones de los “raiders” de Glovo, Rappi y Deliveroo, las empresas pioneras en la explotación de amplias capas juveniles, a través del extendido capitalismo de plataformas [7].
El Sindicato de Trabajadores de Starbucks de Chile fundado en el 2009 es el primero de su tipo en Latinoamérica, y ya cuenta con múltiples victorias en su haber en la “guerra por el tiempo” contra la multinacional -aumentos de sueldo, tiempo remunerado para cambiarse, breaks, entre otros-. Experiencias sindicales de este tipo se extendieron en la convulsiva Chile nucleando trabajadores de Forever 21, H & M, Papa John’s y los más recientes sindicatos interempresa de Burger King y McDonalds. Forman parte de federaciones nacionales, centrales, y movimientos nacionales como No+AFP y No al Plan Laboral y a organizaciones internacionales como el Sindicato Internacional de Empleados de Servicios y Fight For 15. El protagonismo de la juventud precarizada en las revueltas del 2019 en el país andino es indisociable de todas estas experiencias previas de organización. La imbricación entre la organización sindical de estos trabajadores y las revueltas populares acontecidas, se pueden sintetizar en la voz de una trabajadora de Burger King que planteaba: “la organización sindical ha sido super fuerte gracias al estallido social, porque el estallido social ha provocado ese cuestionamiento (...) mientras trabajabamos bajo un sistema fordista ganando el mínimo por muchas horas, en un momento dijimos ¿por qué tiene que ser así y no puede ser de otra manera?”
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Aquella “juventud sin miedo”, tuvo también en el año 2019 su episodio del otro lado del Atlántico. En la primera línea de las calles de Catalunya los jóvenes precarios, hartos del “procesisme” protagonizaron el “segundo otoño catalán”. Siendo parte de un proceso de politización abierto a partir del movimiento independentista y la lucha por los derechos democráticos, estos jóvenes se enfrentaron a la represión policial, expresaron su malestar y descontento ante condiciones particularmente acuciantes que el “régimen del 78” les reservaba: el desempleo juvenil en Barcelona llegaba al 50%.
Otras tendencias: hacia distintas formas de organización
¿Qué nos dicen estos ejemplos sobre las formas de organización, las demandas y las perspectivas de las luchas de los precarios? Veamos.
El surgimiento de organizaciones vinculadas a demandas en los lugares de trabajo o de tipo sindical, en muchos casos se encontraron con la particularidad de enfrentarse patronales multinacionales y aceitadas cláusulas de organización del proceso de trabajo que subvertían los acuerdos y convenios más básicos de derechos de los trabajadores. Este es el caso de los sindicatos chilenos de comidas rápidas y retailers, cuya experiencia es similar a los procesos de organización de las Kellys españolas, al caso italiano e inclusive al Fight for 15. Lo que resulta significativo, es la posibilidad de que una conflictividad centrada en ciertos lugares de trabajo se haya desplegado tanto en nuevas formas organizativas sindicales, como en campañas y movimientos cuya amplitud territorial dio cuenta de la generalidad de un nuevo tipo de condición trabajadora. La tendencia a unir demandas y luchas entre estos movimientos y organizaciones, representan un verdadero problema para la preservación del corporativismo conservador de las direcciones de los sindicatos tradicionales. Al mismo tiempo, da cuenta de la posibilidad de impulsar disputas al interior de los mismos, incluyendo aquellos vinculados a los sectores estratégicos de las economías.
Otra tendencia notable aparece en las experiencias de los Precarios Inflexibles portugueses y en el movimiento Stop Précarité francés. El vínculo con el territorio organiza la dinámica de estos movimientos cuyo impacto político resulta de la capacidad de articular demandas amplias, que exceden a la condición laboral de la misma forma que la configuran. Los ajustes exigidos por la Troika en el caso portugués, aparecían como una referencia clara de causalidad para la precarización del trabajo. Este blanco político permitió altos niveles de visibilidad e impacto mediático, construyendo una referencia ineludible para los procesos de lucha a lo largo y ancho del continente.
Por otro lado, movimientos del tipo Occupy Wall Street en Estados Unidos, la Juventud sin futuro en España, y el estallido del 2013 brasilero, tuvieron la particularidad de sujetar un arco de demandas económicas y cuestionamientos al régimen político a partir de su de condición de jóvenes precarios. Parte de este sector de la juventud fue vehiculizada hacia horizontes electorales como base política de distintos fenómenos neorreformistas, tales como la candidatura del demócrata Bernie Sanders y Podemos en el Estado Español, e incluso el reaccionario lava jato brasilero. No obstante, el ciclo de lucha de clases abierto hacia fines de 2018, resulta también inexplicable sin la participación de sectores de esta juventud.
Teniendo en cuenta este rol protagónico de la juventud trabajadora, vemos que su potencial dinamizador es enorme. Desde los Chalecos Amarillos en Francia y el levantamiento catalán, hasta las revueltas en América Latina con Chile y Ecuador pero también en Honduras, Puerto Rico y Costa Rica, el escenario global muestra la impronta de radicalidad de estos jóvenes en las batallas de los “perdedores relativos” y “perdedores absolutos” de la globalización. Pero cierta parte de los límites con los que se encontraron estas impresionantes experiencias, se vinculan con la forma desorganizada que tuvo la intervención de estos contingentes juveniles. Reflexionar alrededor de las potencialidades de su organización resulta de suma importancia para ajustar las coordenadas del presente.
Los desafíos actuales
La situación de pandemia global abre un nuevo capítulo para una juventud que, desafiada por la posibilidad de supervivencia en un mercado de trabajo deprimido y segmentado, ensaya nuevas modalidades de asociación y acción colectiva.
En las luchas actuales se observan al menos dos elementos comunes: los jóvenes precarios son los primeros despedidos o suspendidos por las grandes empresas y en los casos en que continúan trabajando bajo el carácter de ser esenciales -ocupando un lugar central en el sostén de las economías- la exigencia de condiciones de seguridad e higiene persiste desde comienzos de la cuarentena. Son miles las denuncias hacia las empresas que no garantizan los elementos básicos exponiendo la salud de trabajadores y sus familias.
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En Chile, trabajadores de Starbucks, Forever 21, H&M, Burger King, McDonald’s y otras cadenas de comida rápida divulgaron el último primero de mayo un manifiesto por la dignidad laboral que critica de forma contundente la complicidad gubernamental y patronal para transferir los costos de la crisis sobre sus espaldas. En su manifiesto nombran las experiencias de los trabajadores de Amazon, cadenas de comidas rápidas en EEUU y las luchas de los jóvenes precarizados en Argentina, entre los cuales se destacan, una vez más, los trabajadores de Starbucks, Burguer King y McDonald’s, que se enfrentan desde los comienzos del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio intentos de despidos, suspensiones y rebajas salariales, y cuya lucha sigue en curso. Los trabajadores de la logística aparecen como un caso paradigmático: haciéndose valer de las tradiciones más significativas de la clase obrera, transformaron las divisiones que suponían la multiplicidad de países en los que Amazon posee almacenes, y las distintas formas de contratación, en unidad y solidaridad a partir de procesos concretos de organización y de lucha. Esta coordinación internacional se actualiza a partir de la emergencia sanitaria, en la que los trabajadores de almacenes y delivery son considerados esenciales y Jeff Bezos, el hombre más rico del planeta, se niega a ofrecer condiciones mínimas de seguridad y días pagos por enfermedad, sometiendo al conjunto de sus trabajadores al cinismo de la martirización.
En Argentina, el escenario resulta catastrófico. Desde el inicio de la cuarentena, según el Observatorio de Despidos de La Izquierda Diario, más de 4,7 millones de trabajadores vieron afectadas sus condiciones de vida por despidos, suspensiones y ataques al salario, concentrándose en los sectores de comercio, los trabajadores informales, las trabajadoras domésticas, gastronomía y construcción. El 67% sufrieron ataques laborales por acuerdos sectoriales entre las cámaras empresarias y las direcciones sindicales, propiciados por el pacto entre la CGT-UIA y el gobierno, que estableció el marco para las suspensiones y reducciones del 25% del salario. A través de estas cifras podemos vislumbrar cómo se acentuaron los niveles de precarización de la vida ya inscriptos en la cotidianeidad de la juventud previa a la pandemia. Estas fuertes tendencias críticas, nos advierten la necesidad de avanzar cuanto antes en la formación de organizaciones amplias y democráticas, que permitan la intervención y acción coordinada de los miles de jóvenes que no están dispuestos a resignarse, y quieren combatir la miseria del presente y preparar el futuro.
En esta perspectiva, se inscribe la Red de Trabajadores Precarizadxs que, nucleando jóvenes de todo el país mediante asambleas y tejiendo alianzas a través de las redes sociales, tuvo hace pocos días su segunda aparición en las calles de los principales centros urbanos. En una acción de fuerte impacto mediático dio cuenta de un incipiente proceso de organización, cuya potencialidad radica en la coordinación entre informales, independientes, autónomos, ocupados, desocupados. Entre sus exigencias, se encuentran el acceso a trabajo con plenos derechos para terminar con la precarización, contra la profundización de la explotación que ofrecen las empresas y el gobierno como única alternativa y un salario de cuarentena de 30 mil pesos, que podría ser garantizado avanzando en la regimentación por un impuesto hacia las grandes fortunas.
El fenómeno de autoorganización también se refleja entre los y las trabajadoras de aplicaciones, que pusieron en pie la Asamblea Nacional de Trabajadores de Reparto desde la cual pelean por sus derechos como el acceso a ART a cargo de las empresas, entre otros reclamos. Los jóvenes de apps y miembros de La Red, también se organizan con sus compañeros dentro de la Asamblea Nacional. Los trabajadores del McDonald’s, Burger King y otras cadenas de comidas rápidas, se han movilizado demandando medidas de seguridad e higiene junto a test masivos urgentes para prevenir el contagio de COVID-19.
Las múltiples experiencias a lo largo y ancho del planeta que hemos recorrido nos señalan que la condición “precarizada” del trabajo es una tendencia del capitalismo global, que imprime una nueva morfología en la clase trabajadora actual. De la misma forma que nos señalan que la fragmentación y divisiones que se nos imponen pueden superarse con la organización democrática de los trabajadores. La fragmentación al interior de la clase trabajadora constituye un gran obstáculo, pero no es un obstáculo absoluto, si se avanza en una organización independiente. Los precarios, por tener menos derechos laborales no dejan de formar parte de la clase trabajadora. Los sindicatos burocratizados, que ocupan un rol activo como agentes del gran capital al interior del movimiento obrero -dividiendo las demandas entre tercerizados, contratados y efectivos como forma de mantener su poder de negociación frente a los gobiernos-, les dan la espalda a los más precarios. Hay que cuestionar esta división de los trabajadores como algo dado e imposible de subvertir.
Por su parte, las organizaciones territoriales, principalmente las que apoyan o participan en el gobierno del Frente de Todos de Alberto Fernández, plantean que la única alternativa para aquellos que están desocupados, son trabajadores informales o que trabajan en condiciones de extrema precariedad, es limitar sus demandas a las exigencias de subsidios al Estado, sin plantearse modificar estructuralmente las condiciones de precarización del trabajo.
La potencia de la organización de la juventud trabajadora precarizada radica en la posibilidad de unificar demandas y luchas junto a otros sectores de la clase trabajadora, con el objetivo común de terminar con todo tipo de precarización y evitar la pauperización de los niveles de vida del conjunto de la clase. Para esto no debe limitarse a la lucha puntual sobre sus propias condiciones, sino que debe organizarse de manera independiente contra los embates del capitalismo y sus gobiernos. La precarización del trabajo es tan extendida, que la lucha contra ella es una lucha que compete al conjunto de la clase trabajadora. Acabar con ella, así como acabar con la desocupación, requiere imponer un programa de lucha que confronte con los pilares del sistema capitalista actual.
¿Serán estos sectores jóvenes, en algunos lugares con experiencias de radicalización, en otros con experiencias de organización recientes, aquellos que comenzarán la resistencia contra la crisis que desató la pandemia global?, ¿podrán ser un factor de ánimo para el conjunto de la clase trabajadora? No se puede predecir, pero las luchas actuales, especialmente las del ciclo de luchas del 2019 y la gran movilización de los jóvenes en EEUU contra el asesinato de George Floyd, muestran con certeza que la renovación actual de un horizonte de emancipación social no tendrá lugar sin ellos.
[1] Socióloga y demógrafa responsables también del procesamiento de datos de la Encuesta Permanente de Hogares que construyó la “Radiografía de la juventud precarizada”.
[2] Se consideran jóvenes en este agrupamiento a las personas de entre 15 y 24 años de edad para el 2019. https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/---dgreports/---dcomm/---publ/documents/publication/wcms_737648.pdf
[3] Antentas, J. M (2011). “La precariedad y sus efectos sobre la acción colectiva de los/as trabajadores/as”, en Luchas contra la precariedad: experiencias, problemas y posibilidades.
[4] Ver Murillo, C. y Gallardo J. A., “EE.UU. Izquierda y clase obrera: ¿es posible recomponer el diálogo estratégico?”, Revista Ideas de Izquierda, núm 19, mayo 2015.
[5] Cant, C. y Woodcock J. (2020) “Fast Food Shutdown: from disorganisation to action in the service sector” en Capital & Class, SAGE journal.
[6] Para profundizar en los debates alrededor de la concepción de precariado como parte de la clase trabajadora ver Del Caño, N. (2019) “Precariado, ¿una clase nueva y distinta?” en Rebelde o precarizada, Ariel: Buenos Aires.
[7] Ver: Tylbor, J. (2018) “Las viejas costumbres del nuevo capitalismo de plataformas” en Revista Ideas de Izquierda, Núm 44, septiembre 2018.