Las iniciativas de autodefensa LGBTI y de otros sectores oprimidos se multiplican. Reflexionamos para entender la necesidad de protección en una estrategia de transformación social anticapitalista.
Lunes 20 de febrero de 2017
Hace 50 años la cuestión de la autodefensa cotidiana entró en el debate político de la mano del auge de los movimientos de mujeres, minorías raciales y sexuales y la lucha de clases en todo el planeta.
Hoy en día la cuestión vive el mayor renacimiento desde entonces, especialmente entre miles de mujeres organizadas en la India contra las agresiones sexuales, de mujeres musulmanas en países occidentales ante la ola de islamofobia (un grupo de 3000 se inscribieron a la vez recientemente) o de población afroamericana ante la brutalidad y el racismo policial.
En un artículo centrado en la autodefensa LGBTI desde un punto de vista político, la limitación documental accesible obliga a circunscribir el panorama histórico esencialmente al movimiento LGBTI en Estados Unidos, perdiendo la valiosa perspectiva de los movimientos en los países semicoloniales.
Sin embargo, en los Estados Unidos del inicio del mandato de Donald Trump, la enseñanza de artes marciales a las minorities y la configuración de grupos para la protección de los barrios negros de la amenaza de los supremacistas blancos y la policía, crece a un ritmo histórico. El grupo Pink Pistols, de difusión y entrenamiento en armas de fuego para personas LGBTI, creció de 1500 a 7000 miembros en el mes posterior al atentado LGBTIfóbico del club Pulse en Orlando en junio de 2016.
El caso de Pink Pistols aúna elementos nacionalistas estadounidenses, tales como las referencias a la Segunda Enmienda y el uso del emblema patriótico de la serpiente, que reza: No me pisotees, con elementos de las tradiciones de autodefensa de los sectores oprimidos de los 70, como la protección de la comunidad al margen del Estado e incluso de las fuerzas represivas del Estado y la defensa de la posesión de armas desde una posición en contra a la reaccionaria Asociación Nacional del Rifle (NRA).
Sin embargo, el alcance político de este club de tiro fundado en el año 2000, cuyo lema es “Gays armados no son pateados”, es reducido, ya que la defensa armada de la propia vida aislada sin estructuración en una línea de reivindicaciones sociales puede acomodarse a una situación de retroceso. El armamento con fuego real de los grupos de autodefensa desarrolla el arsenal de los grupos de décadas anteriores, tales como los creados en los 80 y 90 en ciudades como San Francisco o Nueva York, pero pierde los avances obtenidos en orientación política.
Estos grupos, que operaban en los 80 y 90, vigilaban los barrios de numerosas ciudades bajo el nombre de Patrullas Pantera Rosa enfrentándose a los grupos neonazis y LGBTIfóbicos. Aunque estas patrullas fueron disueltos debido a la cuantiosa demanda de la productora MGM, creadora de la Pantera Rosa que venció el juicio por derechos de autor, su nombre estaba inspirado en el Movimiento Pantera Rosa de los años 70.
La idea en los 70 de este sector del movimiento LGBTI era sencilla: copiar a las Panteras Negras. Al igual que el Black Panther Party organizaba la vigilancia en los barrios negros y lucha de forma autónoma, pero manteniendo un cierto grado de interseccionalidad en las luchas obreras y antiimperialistas de finales de los 60 y 70, el Pink Panther Movement decidió hacer lo mismo, hasta imitando su estética.
El movimiento por los derechos LGBTI ya existía antes de la revuelta de Stonewall, pero a partir de entonces no sólo aumentó su eco, su extensión a otras zonas y el número de activistas, sino que también transformó radicalmente la audacia de sus planteamientos al calor de una aguda lucha de clases, juvenil, racial y de liberación femenina desde finales de los años 60 en todo el mundo.
Era necesario enfrentar esa situación en las calles y no sólo defenderse, sino también atacar, tanto a las leyes y fuerzas de represión del estado y sus instituciones que oprimen al colectivo LGBTI, como al corazón de la bestia: el viejo heteropatriarcado en alianza con el sistema capitalista.
Estos planteamientos comenzaron a multiplicarse por países como Estados Unidos, Argentina, Gran Bretaña, Francia, Alemania o el Estado Español durante los años 70 de la mano de una nueva forma de organización para combatir: los FLH, Frente de Liberación Homosexual.
Estas combativas organizaciones son en buena parte, descendientes del “espíritu del Stonewall” y eclosionan como una de las alas más revolucionarias de los movimientos de liberación sexual, desde una óptica de alianza con el movimiento obrero y con los movimientos antirracistas, antiimperialistas y de emancipación de la mujer, peleando así por los derechos de las personas LGBT con un discurso que ataca también a la sociedad capitalista como culpable de esas diversas opresiones.
De escisiones de los FLH nacerían los grupos del Pink Panther Movement, especialmente tras el asesinato de Harvey Milk, primer político abiertamente gay en 1979, que participarían en piquetes, huelgas y manifestaciones además de crear patrullas de autodefensa.
Sin embargo, también sufrirían la debacle conservadora de estos grupos en los 80, donde se impusieron las alas más integracionistas en el marco de fuertes ataques en una época marcada por el neoliberalismo y la criminalización y proliferación del VIH asociado a la comunidad LGBTI.
Esta batería de ataques llevó a buena parte del movimiento a una realidad de resistencia y conservadurismo, pasando de predominar una línea de pelea por la transformación de toda la sociedad a la pelea por la creación de espacios reales e institucionales contra la discriminación, aumentando la confinación de las personas LGBTI a sus propios “guetos” .
Estos grupos terminarían integrándose en buena parte en la Queer Nation, que tenía una visión separatista de la lucha por la liberación sexual que conformaba una suerte de independentismo LGBTI abogando por la fundación de un territorio para personas no heterosexuales y se hallaba absolutamente desconectado de las luchas de otros sectores.
Sin embargo, también la cuestión de la autodefensa fue rescatada más recientemente por grupos como Bash Back, cuyo nombre quiere decir “devuelve el golpe”, fundado en 2007 como un grupo que combina la autodefensa con la acción directa como método de protesta.
Aunque en una sociedad patriarcal en la que las vidas de las mujeres y personas LGBTI corren peligro la autodefensa es un elemento necesario de supervivencia, el mero hecho de hacerlo en los marcos mostrados hasta la fecha resulta insuficiente.
La autodefensa aislada se solía concentrar en ciertos barrios gay-friendly de estas ciudades, lo cual es una forma de resistencia a la pérdida de espacios “seguros”, no de extensión de las “zonas seguras” al total de la población. La táctica de liberación de espacios ya era criticada en los años 70 por los FLH, quienes consideraban una especie de ghetto estos lugares, en buena medida creados en base al beneficio de empresarios de la hostelería y el turismo.
Hoy en día, cuando miles de personas LGBTI son asesinadas por dentro y fuera de la ley en todo el mundo, la autodefensa es necesaria, pero también es necesaria la lucha por la completa transformación de la sociedad, por la abolición del patriarcado y el capitalismo que lo retroalimenta, ya que no es momento de resignarse a saber usar armas o artes marciales a la hora de sufrir ataques, sino de acabar con el machismo, la LGBTIfobia y la opresión de la disidencia sexual.