El Rey se prepara para ejercer su rol de árbitro bonapartista más abiertamente, en favor de garantizar la unidad de España y que la “regeneración” sea lo más cosmética posible. Felipe VI desnuda el regeneracionismo del Régimen del 78 como una utopía reaccionaria
Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Viernes 25 de diciembre de 2015
Foto: EFE
Felipe VI irrumpió por segundo año en la nochebuena de todo el país. Lo hizo con un mensaje cargado, en las formas y en el fondo, de solemnidad de Estado y un aire de cierta trascendencia histórica. No era para menos, la crisis del Régimen del 78 pasa horas muy complejas. La cuestión catalana, la irrupción con fuerza en las Cortes de Podemos el pasado 20D y la situación de ingobernabilidad, deja un escenario que muestra tanto la profunda crisis por arriba como el peligro a que se extienda y reavive la crisis por abajo que “asomó la patita” en 2011 y 2012.
Por ello, el heredero del heredero de Franco, decidió ayer, en primer lugar, hacer un cambio de escenario. El mensaje, por primera vez, no se grabó en la residencia regia familiar, sino en el Salón del Trono del Palacio Real. No había retratos de sus hijas ni de la reina, sino un fondo solemne que, como él mismo indicó, era símbolo de la historia y la “grandeza de España”. El único gesto de “cercanía” que se permitió fue la chaqueta desabrochada y una posición entre relajada y segura. Toda una metáfora del rol que se propone jugar la Corona: garantizar al máximo la continuidad del Régimen y el estatus quo.
Quiso comenzar deseando que “ la voluntad de entendimiento y el espíritu fraternal, tan propios de estos días, estén siempre muy presentes entre nosotros, en nuestra convivencia”. Pero el discurso no siguió por esos derroteros navideños, sino que se centró en encontrar otros fundamentos más patrióticos para exigir acuerdo y entendimiento a los agentes políticos en favor del mantenimiento del orden constitucional.
Lo hizo recurriendo a referencias históricas abstractas, ensalzando “lo que hemos construido juntos” y el principal logro conseguido “la España constitucional” en la que “caben todos los sentimientos y sensibilidades,caben las distintas formas de sentirse español”. Pero entre tanta palabra hueca, no era difícil encontrar mensajes más claros y destinatarios más precisos.
La Corona, como en discursos navideños anteriores, dejó claro su compromiso en la defensa de la unidad de España. Reivindicó el “gran Estado cuya solidez se basa hoy en unos mismos valores constitucionales que compartimos y en unas reglas comunes de convivencia que nos hemos dado y que nos unen; un Estado que reconoce nuestra diversidad en el autogobierno de nuestras nacionalidades y regiones; y que tiene en el respeto a la voluntad democrática de todos los españoles, expresada a través de la Ley, el fundamento de nuestra vida en libertad.” Una sentencia que bien se podría haber extraído casi literalmente del fallo del Tribunal Constitucional contra la declaración de “desconexión” del Parlament catalán.
También hubo “carta” para la otra “vía” para conseguir el derecho a decidir: la consecución del referéndum por medio de las negociaciones parlamentarias y la aprobación de las Cortes que propone Podemos. Felipe VI sentenció “En un régimen constitucional y democrático de Monarquía Parlamentaria como el nuestro, las Cortes Generales, como depositarias de la soberanía nacional, son las titulares del poder de decisión sobre las cuestiones que conciernen y afectan al conjunto de los españoles: son la sede donde, tras el debate y el diálogo entre las fuerzas políticas, se deben abordar y decidirlos asuntos esenciales de la vida nacional” . Es decir, el Rey dejó claro el “mantra” repetido por el frente españolista: la soberanía nacional no se “trocea”.
El otro gran tema que no podía faltar era la incertidumbre sobre la gobernabilidad y las propuestas de reforma constitucional que se van poniendo sobre la mesa. Como era de esperar Felipe VI saludo, sin mucho entusiasmo obviamente, la fragmentación parlamentaria en nombre de la pluralidad de “sensiblidades diferentes” e hizo un llamamiento a buscar el diálogo, la concertación y el compromiso. Pero este nuevo consenso debe ante todo servir para “asegurar y consolidar lo conseguido”, es decir apuntalar el Régimen del 78, eso sí adecuando el “progreso político a la realidad de la sociedad española hoy”. Cuando bajó a concretar esas adecuaciones, el Rey las limitó a “demandas de rigor, rectitud e integridad”, es decir un Régimen del 78 con menos corrupción y nepotismo. Hasta ahí está dispuesta a llegar la Corona en la llamada segunda Transición.
Mantenerse en ese espíritu de consenso y respeto al orden constitucional, fue presentado como la única garantía de mantenimiento de los derechos y libertades, incluido el respeto de la diversidad cultural y territorial. Un mensaje contundente de que la Corona va a estar de punta contra cualquier intento de que las demandas democráticas y sociales que se vienen expresando en al calle se quieran entrar a discutir. La sentencia más dura en este sentido vino cuando Felipe VI dijo que “tampoco debemos olvidar que la ruptura de la Ley, la imposición de una idea o de un proyecto de unos sobre la voluntad de los demás españoles, solo nos ha conducido en nuestra historia a la decadencia, al empobrecimiento y al aislamiento”. Una advertencia que más bien sonaba a amenaza, sobre todo atendiendo a sus antecedentes históricos familiares. No olvidemos que su abuelo fue sostén del golpe fascista contra la II República o que su padre se consolidó en el trono en base al recurso a la amenaza golpista y el 23F.
El resto de temas fueron tocados muy por encima, tanto los problemas sociales, como la lucha contra el terrorismo, la crisis de los refugiados, la inmigración o el cambio climático. No eran el objetivo del mensaje. Felipe VI quiso “presentar el sociedad” en qué punto va a estar la Corona en los siguientes meses y años, actuando como la más acérrima defensora del andamiaje político e institucional de un régimen decrépito.
El discurso navideño del Rey es la principal injerencia pública de la Corona en la vida política española. Digo la principal, porque es el único discurso que elabora la Casa Real sin la venia del gobierno, y por su trascendencia. Y digo también pública, porque el rol de árbitro bonapartista que la Constitución del 78 da al Jefe del Estado se ejercita durante todo el año en despachos oficiales, recepciones, viajes, llamadas telefónicas y muchas reuniones secretas con dirigentes políticos, sindicales, peridodistas o grandes capitalistas.
El discurso de ayer, viene a dejar claro que toda ilusión en una segunda transición, emanada del consenso entre los partidos e instituciones del Régimen del 78 (incluida la Corona), está condenada a que las grandes demandas democráticas y sociales que se vienen expresando el la calle (y distorsionadamente también en las pasadas elecciones) queden relegadas en favor de una salida aún más gatopartdista que la del 78. La única vía para conquistar el derecho de autodeterminación, acabar con la casta y las instituciones de esta democracia para ricos (incluida la Monarquía), resolver los problemas de paro, vivienda, pobreza o desmantelamiento de los servicios públicos, entres otras demandas, es retomar el camino de la movilización social con los trabajadores al frente, hasta imponer un proceso constituyente sobre las ruinas del Régimen del 78 y abrir el camino a un gobierno de los trabajadores y el pueblo.
Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.