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Red Internacional
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OPINIÓN. La amistad como acción eterna

Compartimos un relato sobre el concepto de amistad en la ficción y la realidad.

Lunes 28 de mayo de 2018 10:47

“Muchas veces pienso en esta escena: los dos muchachos, en la infancia de la Horda, dominando el uno su terror y su egoísmo de huir, para permanecer a mi lado ofreciéndome su ayuda.”
Antes de Adán, Jack London.

Uno de los temas de la literatura, como uno de los temas de la realidad, es la amistad, dice Jorge Luis Borges. Esto lo dice en Siete Noches un libro editado en 1980 que reúne las conferencias ofrecidas en el Teatro Coliseo de la ciudad de Buenos Aires, en 1977. Hay muchas amistades, dice, y nombra la del Quijote y Sancho; la de Fierro y Cruz, en el Martín Fierro; la de Dante y Virgilio en la Divina Comedia.

Literatura y realidad

Las obras literarias no surgen de una inspiración misteriosa, por más que el sentido común ubique al escritor como un ente aislado de la realidad, aunque los escritores hacen lo suyo para que se piense esto, pero esto es otra discusión. Las amistades que cita Borges no sé explican por la simple psicología de Cervantes, José Hernández o Dante, son formas de percepción, modos particulares con lo que esos autores ven el mundo; ellos son parte de las relaciones sociales concretas que establecen los hombres entre sí en un lugar y en un momento determinado, y muchas de esas ideas, valores y sentimientos que ellos mismos están percibiendo se vuelven visibles en la literatura, en sus obras.

Partiendo de lo anterior, siguiendo el camino de la ficción y la realidad, buscando el vértice que las une momentáneamente, quisiera tomarme el atrevimiento de agregar a estas amistades históricas que cita Borges, otras cuatro amistades que en acción demuestran que la amistad va más allá de la risa fácil y la lágrima magra; una “armonía” que suele presentarnos la superficialidad de la época donde lo individual está en constante conflicto con lo colectivo.

La amistad, el compañerismo, como valor humano, es lo que busco resaltar en estas amistades, completamente necesarias para nuestros días. Por un lado Oreja Caída y Colmillo Largo de la novela Antes de Adán de Jack London, publicada en 1907, y por el otro Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, militantes del Movimiento de Trabajadores Desocupado Aníbal Verón (MTD), asesinados por la policía bonaerense en la conocida masacre de Avellaneda el 26 de junio del año 2002, en el marco de una jornada de lucha donde exigían el pago de los planes sociales, el aumento de los subsidios de desempleo, la implementación de un plan alimentario bajo gestión de los propios desocupados, insumos para escuelas y centros de salud barriales, el desprocesamiento de los luchadores sociales y el fin de la represión. Acompañando a todo esto una declaración de solidaridad con los trabajadores de la fábrica recuperada Zanon de Neuquén que se encontraba bajo amenaza de desalojo.
No es casualidad que la lectura de Borges me haya traído en recuerdo estos nombres. Unos personajes de ficción, otros de mi realidad cercana.

Vivir eternamente en un acto

En la conferencia sobre La divina comedia, que se encuentra en el libro citado más arriba, Borges, reivindicando a Dante, dice que, una novela contemporánea requiere quinientas o seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien. Dante solo necesita un momento donde el personaje está definido para siempre porque vive en un acto, no se precisa más; son parte de un canto, pero esa parte es eterna.

Oreja Caída y Colmillo Largo, dos jóvenes en la época compleja de la prehistoria, ambos en juego, trepando árboles y colgado de las ramas se encuentran inesperadamente con la tensión del peligro. Así lo narra Jack London, “Oreja Caída y yo… huíamos entre los árboles. De pronto sentí en la mano derecha un dolor ardoroso... La punta y la caña de la flecha del hombre del Fuego asomaban respectivamente a cada lado de la mano… impedía mis movimientos y me imposibilitaba para seguir a Oreja Caída. Me detuve al fin, acurrucándome al abrigo de las ramas de un árbol. Oreja Caída siguió adelante. Le llamé…él se detuvo para mirar hacia atrás. Entonces volvió hacia mí trepando por las ramas y examinando el dardo. Trató de arrancarlo, pero por una parte lo impedía la punta barbada y por la otra el extremo de la caña rodeada de plumas. Permanecimos agazapados unos instantes; Oreja Caída, nervioso y con ansiedad de irse, miraba inquieto y temeroso hacia uno y otro lado; yo gimoteaba en voz baja. Oreja Caída ardía en deseos de huir y, sin embargo, permanecía a mi lado; sabía el peligro que le amenazaba y no quiso abandonarme a pesar del terror”. La acción de Oreja Caída, aún estando inquieto y temeroso habla por el personaje, ya nadie necesita saber quién y cuándo, con su acción vive en la eternidad, ella lo define para siempre.

En acción eterna también vivirán Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. El primero herido de muerte en el hall de la Estación Avellaneda, el segundo entrando a la estación para socorrerlo. La represión es brutal. Al mando de la misma está el subcomisario Alfredo Fanchiotti. No hay amenazas ese 26 de junio del 2002; solo hay avance de la Policía Bonaerense para acabar con las protestas. Balas de plomo no sobran. Balas asesinas buscando la carne tibia de la juventud que había vivido las jornadas del 2001. Disciplinar el hambre a balazo limpio era la orden del por entonces presidente Eduardo Duhalde, como si con eso se podría acabar la desocupación.

Juventud que resiste en las calles, colectivamente. Imaginarse nuevamente a Darío Santillán volviendo, como Oreja Caída, a socorrer a otro compañero llamado Maximiliano Kosteki, a quien no conoce, o tal vez sí; a ese que ha caído muchos siglos después, como Colmillo Largo, en la estación Avellaneda, herido, tal vez muerto, pero que no duda en socorrer aunque las balas estén silbando los mensajes de la muerte. Esa acción tan impropia para los verdugos le vale la vida, le vale un tiro por la espalda. ¡Fusilado por la espalda! Luego son arrastrados como animales hasta afuera de la estación por los mismos policías que les habían disparado, y que sonríen (el tiempo verbal no importa porque aún los verdugos siguen en plan de muerte) como si fueran trofeos los dos cuerpos muertos.

“Veo en su conducta la sombra precursora del altruismo y del compañerismo que han contribuido a que el hombre sea el más poderoso de todos los animales”, dijo London cuando definió el acto de Oreja Caída. Así como en la ficción nosotros tenemos precursores, hilos de continuidad de una generación que ha sabido labrar actos de compañerismo y heroicidad en los momentos más adversos de nuestra historia; Kosteki y Santillán en el 2002; los 30.000 mil desparecidos por la dictadura sangrienta del 76 y los actos heroicos de una clase obrera que resistía la embestida con acciones clandestinas en los lugares de trabajo; Mariano Ferreyra asesinado en lucha contra tercerización laboral de los ferroviarios; Santiago Maldonado quien fue asesinado apoyando a la comunidad Mapuche sin serlo. Todos ellos con el denominador común de la acción colectiva de los explotados. Las próximas generaciones de escritores pensaran en sus actos para ficcionar personajes, porque la ficción es necesaria para transmitir valores y sentimientos profundos de la humanidad.