×
×
Red Internacional
lid bot

Video y crónica. La bomba de tiempo en los pulmones de Martín: el asbesto del Subte en primera persona

En el subte de la Ciudad de Buenos Aires hay trenes con asbesto. Sus trabajadores denuncian que es un crimen a la salud pública, porque los afecta a ellos, pero también a los usuarios. Hay tres muertos y otros 85 enfermos. La pelea por trabajar 6 horas, 5 días a la semana. Cuando luchar es una tarea de supervivencia para el presente y para las generaciones que vendrán. Crónica y video.

Domingo 28 de mayo de 2023

Producción y realización audiovisual | entrevista: Mariana Nedelcu, Flor Sciutti y Lucho Lucero - cámara adicional: Kresta Pepe y Jorge Galiano - edición: Violeta Bruck y Gisele Lisak

“Yo sentí que ya mañana me iba a morir. Pensaba en mi hija. ¿Cuántos años vivo me necesita?”. Martín habla claro, fuerte, y a velocidad 1.5, como si necesitara que alguien escuche y entienda, lo antes posible. “Lo que está pasando es un crimen a la salud pública -sentencia- Y no exagero”.

Martin Paredes es uno de los 85 trabajadores del subte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires enfermo por asbesto. Tiene 53 años y hasta el 2020 manejaba los trenes de la Línea B, que conecta subterráneamente el barrio Villa Urquiza con el Paseo del Bajo. Llegó desde Tucumán, su tierra natal, en 1989, ilusionado con conseguir su primer trabajo en blanco. Nunca imaginó que, 29 años más tarde, diría cosas como esta:

—No tenemos casi jubilados vivos.

Bárbara Continanza

El miércoles 2 de diciembre de 2020 Martín salió del Hospital Británico un poco confundido. Un estudio había diagnosticado que tenía una inflamación de pleura y neumoconiosis en sus pulmones por la presencia de partículas de asbesto. “Es el primer estadío. El organismo tiene que encapsularlas y se tendría que terminar ahí, pero no siempre pasa eso. Se te puede desarrollar un cáncer, asbestosis. Eso le pasó a Fernández. Al gallego Fernández le sacaron la mitad de un pulmón”, cuenta.

Pero hoy, en este bar cerca de la estación Federico Lacroze, Martín tiene un buen día. Relata cómo fueron sus primeros años en un barrio humilde del norte argentino, sus vacaciones de invierno a los 14 trabajando con su tío en una obra. Se ríe al recordar una changa con un grupo de gitanos, donde tenía que rellenar muñecos con telgopor.

Cuenta cuando viajó a la Ciudad y entró como boletero, cómo fue conocer a su esposa, también trabajadora del subte y madre de sus tres hijos. Y cómo se hizo maquinista en 2003 para ser, durante 17 años, seis días por semana, uno de los encargados de transportar a millones de personas por los túneles que corren debajo del asfalto porteño.

“No puedo creer que haya pasado tanto tiempo. ¿Viste como dice Gardel, 20 años no son nada?”, dice riéndose otra vez, como si cada sonrisa conjurara la gravedad de lo que contará segundos después. Como cuando recuerda que, cuando le dieron el diagnóstico, lloró. “Había noches que no podía dormir, pensaba ¿si me muero mañana? Ya empezó la cuenta regresiva”.

Izq: Mariana Nedelcu | Der: Bárbara Continanza

Todos los años, explica, los trabajadores tienen que hacerse estudios, incluso después de jubilarse. “Mi señora también es maquinista. Pero por suerte los resultados le dieron bien. Es una ruleta rusa”. Y vienen los nombres, las historias de los compañeros muertos. La memoria y el deseo de que su futuro no se parezca al de ellos. “Pacci tenía 56 años, era deportista, no fumaba, vida sana. Dijo un día que le empezó a doler la espalda, tenía un bulto: ’bueno me habré golpeado’. Y se ve que le siguió doliendo. Fueron al médico y le dijo que tenía cáncer. Un año de vida le pronosticaron. A los 9 meses se murió”.

Está hablando de Jorge Gabriel Pacci, auxiliar de estaciones y antes tercerizado de limpieza. Murió el 21 de marzo de 2021 por mesotelioma pleural producido por exposición al asbesto. Unos meses antes, el 30 de enero Juan Carlos Palmisciano, trabajador jubilado, murió por un cáncer de pulmón, también por exposición al asbesto. Y después, el 22 de junio, Jorge Bisquert, trabajador del sector sub-usinas de la estación Pellegrini de la Línea B, murió por asbestosis.

El 20 de noviembre de 2020 la empresa le envió un telegrama escueto. “Por este medio se le ratifica que con motivo de la revisión médica y de los estudios realizados por la ART por la temática del asbesto, se le declaró la baja médica y por tal motivo se lo liberó de prestar servicio”.

Fotos de archivo

Pasaron ya tres años desde aquel mensaje. “Todos sabemos que nos vamos a morir un día. Vos planéas, decís ’el año que viene me quiero ir de vacaciones’. A mí me gustaría volver a Tucumán, pero -hace una pausa, sostiene la mirada con fuerza, como si algo invisible insistiera con llevar sus ojos para abajo- no quiero sonar dramático, no quiero que me pongan la musiquita”. Acto seguido, se confiesa:

—Ya no quiero planear porque no sé si voy a llegar al año que viene.

Un veneno “invisible”

El asbesto, también conocido como amianto, es un mineral de fibras milimétricas, flexibles y fuertes, que soporta altas temperaturas. Por eso, es utilizado como aislante en la construcción, en la industria naviera, automotriz y también en el transporte. Pero en contacto con los humanos, es potencialmente cancerígeno. En 1998 la Organización Mundial de la Salud sentenció que la aparición de los efectos crónicos por exposición al asbesto o amianto son independientes de la dosis de exposición.

En Argentina se prohibió su uso a partir del 1 de enero de 2003, mediante la resolución 823/2001 del Ministerio de Salud de la Nación. Sin embargo, además de los lugares donde nunca se eliminó, se calcula que ingresan anualmente al país 100 toneladas en forma ilegal.
Sus fibras se rompen y desprenden con facilidad. Si se inhalan, pueden causar graves afecciones pulmonares: desde engrosamiento de pleura, placas pleurales y asbestosis, hasta cáncer de pulmón y mesotelioma. La ruleta rusa, como dice Martín.

Izq: Mariana Nedelcu | Der: La Izquierda Diario

Pero el asbesto -invisible, incoloro e inodoro- está presente en formaciones, estaciones, cableado, instalaciones fijas y usinas de, al menos, las líneas A, B, C, D y E. Se encuentra en los trenes que compró el gobierno de la Ciudad bajo la gestión de Mauricio Macri entre 2011 y 2012. Pero también en los Nagoya 300 y los Mitsubishi que ruedan hace 30 años. Y también “viaja” en la ropa de mecánicos, conductores y trabajadoras de limpieza a sus casas, como un testigo omnipresente y al acecho del abrazo familiar.

“Yo nunca trabajé en los talleres, que es donde más vuelan las fibras, donde los compañeros agarran las piezas, las mecanizan, las limpian y sin ningún tipo de protección. Yo estoy arriba del subte manejando y, sin embargo, tengo” dice.

Ese veneno, un día, se hizo visible. ¿Lo descubrió un ingeniero de la empresa? ¿Lo reveló algún funcionario porteño?

—No, ellos hicieron silencio-, sentencia Martín.

La Izquierda Diario

Emova (no) le informa…

“Los compañeros del metro de Madrid nos avisaron que estaban enfermándose y había un muerto. Y que era por el asbesto. Entonces dijimos, ¿no serán los mismos trenes que compró Macri? Y lamentablemente eran los CAF 5000 y 6000. Algunos siguen funcionado ahora, acá abajo”. Martín señala el piso que tiembla durante toda la entrevista.

Hasta ese momento, el Grupo Roggio y el gobierno habían hecho silencio. Dejaron que sigan rodando los trenes. Que los mecánicos sigan desarmando piezas contaminadas. Que sus pulmones sigan respirando el veneno invisible.

Ese silencio se convirtió en excusas. En una entrevista de la CNN, el titular del Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado (Sbase), Eduardo de Montmollin, reconoció que la presencia de este material cancerígeno estaba en los manuales técnicos de los trenes que compró el gobierno de la Ciudad. “No puedo garantizar que se hayan leído absolutamente todas y cada una de las páginas de los manuales técnicos”, dijo. Un detalle criminal.

El 22 de febrero de 2018, cuatro días de enterarse del caso español, el sindicato comenzó una serie de acciones “en defensa propia”. El 13 de marzo de ese año hizo el primer paro.
Como no podía confiar en los Roggio, pidió un estudio a expertos de la Universidad Nacional del Sur. Leticia Lescano, geóloga y veedora de la Organización Internacional del Trabajo, firmó el resultado. “Hicimos más de 50 muestras en diferentes flotas, un trabajo muy arduo y riguroso, y lamentablemente dio positivo en muchas muestras” dijo al difundir el estudio.

El veneno, de pronto, se hacía visible.

—Porque nosotros tomamos medidas gremiales de todo tipo para que esto salga a la luz-, dice Martín.

Fueron 1200 denuncias. Decenas de paros y aperturas de molinetes. 500 inspecciones. 7 audiencias en la Defensoría del Pueblo. 1 amparo ambiental. 70 toneladas retiradas. 5 flotas retiradas de circulación. 2700 trabajadores bajo vigilancia médica.

La Cámara en lo Contencioso Administrativo de la Ciudad confirmó este año la medida cautelar que obliga a Emova, SBASE y el GCBA a la completa desasbestización del subte. El fallo dice: “Adviértase que ha quedado demostrado que la exposición al asbesto es determinante de riesgo y que su presencia puede ocasionar un grave daño ambiental y a la salud, independientemente de las concentraciones existentes”.

Izq: Bárbara Continanza | Der: Foto de archivo

La empresa insiste, contra toda evidencia, que no hay ningún peligro. En un comunicado que circuló en los medios de comunicación el 12 de abril de este año, decía: “Emova ratifica que no existe en el Subte de Buenos Aires riesgo para la salud de los trabajadores y usuarios”.

Martín enumera todos estos datos, con la precisión de un experto. Uno puede adivinar las horas insanas, ansiosas, entre documentos, documentales, fallos, comunicados, consultorios. El esfuerzo incansable para memorizar toda la evidencia que lograron recabar durante estos años sobre el daño que implica que en el subte haya asbesto.

Sin embargo, insiste. Quien escuche puede creerle o no. Pero las pruebas están en la realidad, dice. Son sus compañeros muertos. Son sus compañeros enfermos. Son las familias en luto y las familias en vilo. Es él mismo, hoy, en este bar cerca de la estación Federico Lacroze, contando su historia, como si necesitara que alguien escuche y entienda, lo antes posible.

No quiero que me pongan la musiquita

Era un lunes de abril al mediodía. Los trabajadores del subte llevaban adelante un paro y apertura de molinetes en las líneas B y C. La medida era una de tantas que ya pasaron y que vendrán. Tenía como finalidad denunciar la presencia del asbesto y exigir la reducción de la jornada laboral para poder tener dos francos por semana. Estaban en la estación Juan Manuel de Rosas, en Villa Urquiza, repartiendo volantes y contando a los usuarios la situación que se vive.

Martín había acompañado a su hija al colegio más temprano. Había vuelto a su casa y estaba preparando el almuerzo cuando, en la tele, vio que había algunos canales transmitiendo en vivo desde la cabecera de la Línea B. Entonces dejó todo para después, y fue a la estación, junto a sus compañeros. Le dijo a una periodista que estaba por salir en vivo:

—Yo soy Martín Paredes, uno de los trabajadores del subte afectado por el asbesto.

En la entrevista, contó su caso, denunció las muertes de sus compañeros y lanzó, con la certeza que solo se tiene cuando se tiene razón: “Esto tendría que ser un escándalo de proporciones mayores. Es un crimen a la salud pública”.

“Estaban los medios y yo sabía que tenía algo para decir”, cuenta hoy, desde el bar. “Pusieron la cámara y el corazón me hacía tic tic tic. Estaba nervioso”, admite, y agrega: “Pero no es lo mismo que lo denuncie otro compañero, a que lo diga yo, que tengo esto acá -se señala el pecho, la mirada siempre fija- una bomba de tiempo en los pulmones”.

Mariana Nedelcu

—¿Por qué decidiste denunciar todo?

  •  Yo ahora podría quedarme en casa con mi familia, pero todo esto me subleva. También entiendo que en la lucha obrera… si uno va a esperar que tal político o el delegado o quien sea haga algo, es muy difícil que cambien las cosas. Si uno no se involucra. Y entiendo que si yo, que soy uno de los principales afectados, no me involucro, ¿cómo voy a convencer, a hacer entender a otros compañeros que por suerte todavía no están enfermos, que luchen por mí? ¿O a los usuarios? Porque en esta lucha necesitamos aliados y esos aliados tienen que ser los demás trabajadores, empezando por los que viajan en el subte que pueden ser afectados como nosotros.

    Y lanza un desafío, sin vueltas.

    —Larreta dice que no es peligroso esto. Yo le diría ‘bueno, te quedan ocho meses de gestión. ¿Por qué no traes tu oficina y la colocas acá en el Taller Rancagua? ¿O buscás un espacio ahí o en el Taller Urquiza, donde están los compañeros más afectados? Y desde ahí te pasan los próximos ocho meses sin protección. A ver si pensás que no es peligroso’.

    Dice que el gobierno porteño es el primer responsable, pero la ciudad sigue perteneciendo a la Argentina. “Acá también debería interceder el Gobierno nacional con sus distintos organismos, el Ministerio de Trabajo, el Ministerio de salud”. Pero ellos no pueden esperar los tiempos de los tribunales o la rosca política. “No nos queda otra que salir a pelear. Porque los compañeros se siguen enfermando y muriendo”.

    Izq: Foto de archivo | Der: Bárbara Continanza

    Ese mismo día, Claudio Dellecarbonara, uno de sus compañeros de Tráfico, y de lucha, hizo una impactante acusación ante usuarios y cámaras de TV. “¿Cómo puede ser que una empresa se quede con un servicio público y nos obligue a dejar la vida trabajando y a ustedes a dejar la vida viajando? ¿Saben ustedes, señores usuarios, que todos los días viajan con trenes que tienen asbesto, que está prohibido desde el año 2003, que ya le provocó la muerte a tres de nuestros compañeros? Por eso es muy importante que hagamos esto, para que usted se entere”.

    Un video de La Izquierda Diario con ese momento tuvo más de un millón de reproducciones y cientos de comentarios.

    Todo esto me subleva

    “¿Che viste quien murió? Jorgito. Pero si se jubiló el año pasado”. Martín imita una charla con un compañero.

    —Acá no tenemos casi jubilados vivos, el nivel de sobrevida es muy corto. Y cada 3 muertos, 2 eran de cáncer. Habría que estudiar en otros gremios. No es solo el asbesto.

    Entonces repasa lo que aprendió estas tres décadas. “Acá abajo hay cerca de cuatro mil micropartículas potencialmente cancerígenas. Cuando empecé a trabajar acá y llegaba a casa me limpiaba la nariz y salía negro. Salivabas y salía negro. Grafito. Todo eso lo absorbe tu cuerpo. Te imaginás un mes, dos meses, diez años, treinta”.

    El ser humano no está acostumbrado a trabajar bajo tierra. Luz artificial. El piso tiembla y los cuerpos también. Ruidos aturdidores. Miles de voltios cargando el ambiente. Años. Y años. Lo que el cuerpo pueda soportar. Y más también.

    —Me acuerdo cuando empezamos a luchar por las 6 horas. El tío de mi señora no se animaba a discutirme pero me decía: ‘Martín, ¿ustedes cuanto quieren laburar?’ Él tenía la idea de que había que morirse laburando. ¿Ese sentido común quien te lo puso? No puede ser que vos trabajes toda la vida, encima en un lugar insalubre que te enferma como me enfermó a mí, y cuando decís ‘voy a disfrutar por lo menos el descanso de la jubilación’ vivís un año, dos años más.

    Por esas condiciones, en el subte existía la jornada de 6 horas. Pero la dictadura primero y el menemismo después se empeñaron en negar ese derecho. “En el 94 un gobierno peronista liberal, o como lo quieran llamar, privatizó todo y nos sacó la condición de insalubridad”, remarca Martín.

    Ningún gobierno les devolvió esa condición. Ni peronista ni macrista. Ni progresista ni neoliberal. Porque en el fondo son todos roggistas. Y Aldo Roggio reclaman la potestad sobre el Subte y sobre la vida de quienes lo hacen funcionar.

    Bárbara Continanza

    Pero ese poder fue desafiado muchas veces. Martín vuelve a sonreír evocando ese pasado no tan lejano. “Empezó a haber runrun, viste. Los partidos de izquierda empezaron a meter bulla. Algunos se empezaron a juntar con Claudio (Dellecarbonara). Empezaron a meternos ideas locas de que se podía luchar por vivir mejor, tener un mejor salario, hacer valer los derechos, recuperar las 6 horas. Pero eso no pasó de un día para el otro. En el 98 empezaron a salir los metrodelegados contra la línea de la UTA. Y en el 2003 conseguimos las 6 horas”.

    Fue una conquista histórica. No fue una cautelar ni una carta documento. Fueron paros, piquetes sobre rieles, movilizaciones. Tuvieron que devolverles las 6 horas, pero guardaron bajo 7 llaves la cláusula de insalubridad.

    Aquella reducción de la jornada, que los llevó a trabajar 6 horas diarias, pero con un solo franco semanal, permitió otro logro: generar nuevos puestos de trabajo. No solo para quienes estaban tercerizados en Metrovías, sino también para nuevos trabajadores y trabajadoras. “Ahora somos 5000, en un momento éramos 3000. Yo creo que mínimo 1000 habrán entrado cuando conseguimos las 6 horas” dice Martín. Infla el pecho con orgullo. Ese que hace un rato se tocaba para hablar de su enfermedad.

    Trabajar 6 horas: por la salud, para laburar todos

    Chacarita es un hervidero. Por la ventana del Bar Imperio se puede ver el rostro perdido de un hombre apurando una porción de muzza. Los mozos gritan pedidos que se pierden entre los bocinazos de las 30 líneas de colectivo que pasan por allí. El 39 frena y escupe a 50 personas que se convierten en una marea humana que viaja hacia la terminal del ferrocarril Urquiza. Otra columna, más compacta, se mete en la estación de subte.

    Son las 6 de la tarde. La ciudad de la furia expulsa a quienes la hacen funcionar pero no pueden pagar un alquiler en ella. Viajan hacia el noreste del Gran Buenos Aires. Agotados, agotadas, tienen más suerte que otros que llegarán a las 7, a las 8, a las 9 de la noche. Cada vez más tarde, solo para llegar a fin de mes. Mañana volverán a la ciudad.

    Un hombre, quizás de 70 años, se suelta de la marea humana y se para a escuchar a Martín.

    —Hace 40 años atrás en Tucumán, yo no pensaba estas cosas. Yo era pobre. Y ‘el pobre es pobre porque es así y el rico es rico porque es así’, nada más. Y me empezó a cambiar la cabeza a los cinco o seis años de laburar acá en el subte. Y de empezar a escuchar a compañeros con más conciencia de clase. Ahí empecé a cambiar un poco.

    Hoy sabe que en estos 29 años la empresa le quitó su salud. Pero sabe, también, que aprendió en esos túneles y sobre tierra cosas que no había imaginado.

    —Yo me involucro porque soy uno de los afectados. Por mis compañeros. Por los usuarios. Pero también porque necesito que mis hijos entiendan de cómo va la vida y este sistema caníbal que es el capitalismo. Yo estoy convencido de que los jóvenes son los que pueden cambiar el futuro. No sé, tienen esa fuerza.

    Martín la define como una “batalla cultural”. “El capitalismo es un sistema donde solo se benefician los ricos en perjuicio de los trabajadores. Un sistema perverso, que no necesitamos. Es el culpable de todas las penurias que sufrimos como sociedad. De las guerras, de las hambrunas, de la destrucción del planeta, de todo. Eso es el capitalismo y tenemos que cambiarlo por un sistema mejor, donde no haya esa desigualdad social".

    Mariana Nedelcu

    —¿Y cómo, Martín?

    —Te digo la verdad. Yo no sé mucho de política. Pero los trabajadores tenemos que darnos cuenta que solo nos podemos salvar nosotros mismos. Y el Frente de Izquierda fue el que logró hacernos perder el miedo. Esto puede cambiar solamente un gobierno que piense en los trabajadores y para que eso pase ese gobierno tiene que estar formado por trabajadores. Así lo entiendo yo.

    Entonces parece que la incertidumbre por los años que vienen, por ese almanaque que no quiere mirar, se convierten en una luz al final del túnel. Como si fuera manejando otra vez, debajo de la tierra, y en la próxima estación alcanzara a ver caras conocidas, colores, cantos, banderas y una calle de su Tucumán natal.

    —No sé si algún día yo llegaré a ver esa sociedad, me gustaría verla. Pero me encantaría que mis hijos la lleguen a ver.

    Se apaga la cámara. El señor que lo escuchó los últimos minutos le sonríe. Se acerca y le da la mano. Le cuenta que piensa lo mismo. Martín le devuelve la sonrisa.

    Atrás, la ciudad sigue enfurecida.

    Mariana Nedelcu