Tanto la revolución mexicana como la revolución rusa eran, para Zapata, expresión de la misma lucha de los oprimidos de liberarse de los tiranos y explotadores.
El internacionalismo es uno de los pilares del marxismo y de la teoría revolucionaria; los más grandes revolucionarios en la historia estaban claros de que la lucha de clases trasciende fronteras y banderas nacionales, pues es la condición de explotación la que une a la clase trabajadora a nivel internacional.
A principios del siglo XX, un fuerte movimiento revolucionario recorría Europa, sin embargo, fue en la atrasada Rusia donde estalló la revolución más grande de todos los tiempos, no necesariamente por su tamaño como país, sino porque ahí, los trabajadores y campesinos lograron vencer y poner en pie un nuevo gobierno, uno al servicio del pueblo trabajador.
Unos años antes del estallido de la Revolución Rusa, en 1910, en otro país muy alejado geográficamente del territorio donde Lenin y Trotsky protagonizarían la revolución que derrotó el poder de la burguesía y el imperialismo, emergió una potente revolución que tiro a un dictador con más de 30 años en el poder.
En México, el levantamiento contra Porfirio Díaz —un dictador que seguramente podría haber sido amigo del Zar Nicolás II al que derrocan los comunistas en Rusia— fue protagonizado por millones de campesinos que, cansados de las condiciones de explotación y semi esclavitud imperantes, se alzaron en armas al mando de generales como Emiliano Zapata e inspirados en pensadores revolucionarios como los Flores Magón.
La Revolución Mexicana se desarrolla durante casi una década, hasta que la burguesía logra apaciguar y derrotar a las alas más radicales comenzando por el zapatista Ejército Libertador del Sur, y, en gran medida, mediante la elaboración de un nuevo pacto constitucional. Esta nueva constitución, si bien otorgaba importantes derechos al pueblo y planteaba la defensa de la soberanía de la nación, dejaba clara también la defensa la propiedad privada capitalista de los medios de producción.
En Rusia, por su parte, la revolución de octubre de 1917, es decir la revolución comandada por el Partido Bolchevique, logra una transformación revolucionaria que terminó con la propiedad privada, convirtiendo los principales medios de producción en propiedad colectiva, para dar pie a una planificación racional de la producción, discutida democráticamente desde los Soviets o consejos.
No obstante, los bolcheviques tenían clara la necesidad de que la revolución no se detuviera en las fronteras de la atrasada Rusia, en ese marco distintos movimientos revolucionarios son derrotados en Europa propiciando el aislamiento de la revolución lo cual es un elemento clave para entender el surgimiento de una burocracia al mando de Josef Stalin, la cual liquida los consejos obreros e impone una planificación burocrática de la economía, arrebatando del poder a las masas trabajadoras, asesinando a la disidencia y traicionando la revolución.
Aun así, es importante destacar el potencial de la planificación centralizada de la economía, pues Rusia pasó en apenas unas décadas de ser el país más atrasado de la vieja Europa, a convertirse en una potencia nuclear y disputar la carrera al espacio a la principal potencia capitalista del momento.
Zapata saluda la revolución rusa
Un documento relativamente poco conocido, es la carta que escribe el caudillo del sur, Emiliano Zapata, sobre la revolución rusa. Esta carta la escribe el revolucionario mexicano el 14 de febrero de 1918 en el Cuartel General del Ejército Libertador del Sur en Tlaltizapán, Morelos y estaba dirigida a Jenaro Amezcua, el cual posteriormente la reprodujo en el diario El Mundo de La Habana.
En los primeros párrafos de la carta se puede leer:
“Mucho ganaríamos, mucho ganaría la humanidad y la justicia si todos los pueblos de América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México Revolucionario y la causa de Rusia son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos…
Aquí como allá, hay grandes señores, inhumanos, codiciosos y crueles que de padres a hijos han venido explotando hasta la tortura a grandes masas de campesinos. Y aquí como allá los hombres esclavizados, los hombres de conciencia dormida, empiezan a despertar, a sacudirse, a agitarse, a castigar.
Mr. Wilson, presidente de Estados Unidos, ha tenido razón al rendir homenaje, en ocasión reciente, a la revolución rusa, calificándola de noble esfuerzo por la consecución de libertades, y sólo sería de desear que a este propósito recordase y tuviese muy en cuenta la visible analogía, el marcado paralelismo, la absoluta paridad, mejor dicho, que existe entre este movimiento y la revolución agraria de México. Uno y otro van dirigidos contra lo que León Tolstoi – llamara el gran crimen -, contra la infame usurpación de la tierra, que, siendo propiedad de todos, como el agua y como el aire, ha sido monopolizada por unos cuantos poderosos, apoyados por la fuerza de los ejércitos y por la iniquidad de las leyes.” [1]
A pesar de las dificultades que en aquella época se debieron atravesar para lograr mayores conexiones entre ambas revoluciones, así como la poca información que podía cruzar desde la lejana Rusia, Zapata deja claro que era un revolucionario con una amplia visión y que no se limitaba a pensar en términos únicamente de la lucha revolucionaria en México, sino que tenía una visión internacionalista.
Zapata comprende perfectamente que la revolución que se libraba en México (que a esas alturas se encontraba ya desgastada pero donde el general revolucionario se mantenía en pie de lucha), no se acota a las fronteras nacionales. Para él, era una lucha por la liberación de la humanidad, el terminar con los privilegios de unos pocos a costa del sudor y el esfuerzo de millones.
El dirigente del Ejército Liberador del Sur, ve la revolución rusa como la misma lucha para terminar con los “inhumanos y codiciosos” que gobiernan sus países. A pesar de no tener una formación marxista, como si tendría por ejemplo León Trotsky dirigente del Ejército Rojo, Zapata tiene claro dos aspectos cruciales para cualquier intento emancipatorio: que la lucha es internacional y que la unidad entre trabajadores de la ciudad y del campo es clave.
Zapata, en unas pocas líneas plantea que el proletariado del mundo guarda simpatía por la revolución rusa por la misma razón que la tiene con respecto a la revolución mexicana, pues entiende que son parte de un mismo despertar de las grandes masas contra la miseria a la que son sometidos por los grandes propietarios y sus ejércitos.
Por su parte, el líder campesino que luchaba por el reparto de la tierra, comprende la necesidad de que la clase obrera y los campesinos logren unirse en una misma lucha contra los poderosos y no permita que la burguesía los enfrente. Algo que teorizaron in extenso los bolcheviques rusos.
En la carta se puede leer:
“No es de extrañar, por lo mismo, que el proletariado mundial aplauda y admire la Revolución Rusa, del mismo modo que otorgará toda su adhesión, su simpatía y su apoyo a esta Revolución Mexicana, al darse cabal cuenta de sus fines.
Por eso es tan interesante la labor de difusión y de propaganda por ustedes en pro de la verdad; por eso deberán acudir a todos los centros y agrupaciones obreras del mundo, para hacerles sentir la imperiosa necesidad de acometer a la vez y de realizar juntamente las dos empresas: educar al obrero para la lucha y formar la conciencia del campesino. Es preciso no olvidar que en virtud y por efecto de la solidaridad del proletariado, la emancipación del obrero no puede realizarse si no se realiza a la vez la libertad del campesino. De no ser así, la burguesía podría poner estas dos fuerzas la una contra la otra, y aprovecharse de la ignorancia de los campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores del mismo modo que si el caso se ofrece, podrá utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo.” [2]
Zapata, siendo un líder campesino, entiende la necesaria alianza entre los explotados del campo y la ciudad y sabe que, sin esta alianza, liberarse de las cadenas de la explotación, no será posible.
Sin duda, de haber podido intercambiar Zapata y Lenin habrían coincidido en la necesidad de unir a los pueblos explotados y oprimidos para enfrentar el poder del capital, de los ricos y poderosos.
Este internacionalismo de Zapata, el mismo que defendieron los revolucionarios rusos más consecuentes, es un legado que las nuevas generaciones tenemos que recuperar, luchando contra el nacionalismo que busca dividirnos comprendiendo que la lucha es una sola en el todo mundo y que la revolución debe ser internacional.
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