La firma del “acuerdo por la paz y la nueva constitución” por parte importante del Frente Amplio (RD, PL, Comunes, y Boric de Convergencia Social) en conjunto con la derecha y la ex concertación, evidenció que la coalición que había emergido con una retórica en contra del “duopolio” y la política de la transición, en el momento más crítico de los partidos del régimen y del “modelo” heredado de la dictadura, se puso del lado de la cocina para llegar a un acuerdo transversal con esos sectores. Con sus firmas y caras no sólo renovaban las viejas fórmulas de la cuestionada transición pactada, sino que también le daban un enorme salvataje al gobierno y al régimen.
El diario empresarial La Tercera, dice claramente que el paro del 12 de noviembre significó un punto de inflexión para el gobierno, quien desde ese momento puso sus fuerzas en darle un cauce institucional a la crisis, y tras la salida del humo blanco que significó el acuerdo, su principal objetivo está en cuidarlo. El FA se puso al servicio de ayudarlo en esta tarea.
Así el conglomerado en su mayor prueba hasta el momento, se puso del lado de “cerrar la crisis” de las clases dominantes, mostrando que no son una fuerza que se planta consecuentemente contra el “duopolio” y los verdaderos dueños del país. Abriendo una crisis en su interior, principalmente su sectores más izquierda, con la reciente renuncia al conglomerado del Partido Igualdad; y Convergencia Social, organización que hasta el momento ha tenido cientos de renuncias de militantes.
En este artículo buscamos mostrar los enclaves estratégicos que explican este giro a derecha del conglomerado, que en dos años de existencia rápidamente se transformó en el sostén por izquierda del régimen heredado de la dictadura. Haciendo imperante la necesidad de levantar una izquierda totalmente distinta, completamente independiente a los partidos empresariales: una izquierda socialista, anticapitalista y revolucionaria de las y los trabajadores.
El 12N: la aparición parcial de la clase obrera y el miedo capitalista
El 12N no sólo fue un punto de inflexión para el gobierno, sino para la situación política nacional y por tanto para todas las fuerzas políticas ¿Por qué? Porque la jornada de paro fue la más importante desde el fin de la dictadura, la aparición e irrupción (parcial) de la clase trabajadora, ya no diluida en la “ciudadanía”, sino con su peso propio, paralizando casi la totalidad de los servicios públicos, y el 95% de los puertos; mostró la fortaleza de la unidad de trabajadores, la juventud y los sectores populares, en la paralización productiva, en la unidad de acción en los cortes de rutas y barricadas que limitaron el flujo de las principales avenidas, a la vez que impidieron el desarrollo normal de algunos centros productivos estratégicos como la mina de Chuquicamata en Calama, la termoeléctrica Guacolda en Huasco y los criaderos de salmón en Quellón.
Esta muestra de fuerza de la clase trabajadora -a pesar de ser solo un día y con la ausencia de la mayoría de sus sectores estratégicos- en conjunto con la juventud y sectores populares, fue suficiente para infundir el miedo en la burguesía que rápidamente buscaba barajar sus cartas para responder, como planteó Piñera en su discurso presidencial del 18N “Tuve que optar entre dos caminos muy difíciles. El camino de la fuerza, a través de decretar un nuevo estado de excepción constitucional, o el camino de la paz.”
Sabemos que esa paz no llegó, ni tampoco la justicia, el “camino de la paz” era la decisión de la burguesía de jugársela por una salida institucional por medio de un acuerdo transversal que le permitiera mantener gobernabilidad, para contener el despliegue de la lucha de clases y la salida de la clase trabajadora. Ha quedado demostrado que no les tiembla un pelo en desarrollar el camino de la fuerza para imponerse, pero que en una correlación de fuerzas desventajosa podía significar que se desatara en mayor intensidad una respuesta independiente de la clase trabajadora que mermara su gobernabilidad y abriera una situación y coyuntura revolucionaria en Chile.
La decisión de la derecha y el rol del pacto, se hace evidente en una entrevista realizada a Juan Antonio Coloma (UDI), “Jaime Guzmán nos hizo reflexionar lo importante que era, a veces, ceder una opción si con eso lograbas algo mejor o mayor, que era la capacidad de consolidar la transición en ese caso (…)uno mira cual es la situación del país ayer, que había un grado de violencia desatada, un grado de desánimo colectivo (...) De alguna manera, vuelve a pasar lo mismo que pasó al inicio de la transición: estamos obligados a ponernos de acuerdo (…) Y yo creo que con esto Chile Vamos también queda fortalecido (…) salió adelante en la encrucijada más difícil que ha tenido desde que existe, a mi juicio. Y eso es una buena garantía de gobernabilidad para nuestro sector, que es un tema que estaba puesto en discusión.”
Queda claro que después del paro del 12N la burguesía y la derecha se vio obligada a “ceder” en pos de un “bien mayor para ellos”: la necesidad de mantener su gobernabilidad. En el marco de la situación que abrió el 12N, el pacto les convenía aunque no les gustara, la clase trabajadora comenzaba a irrumpir, y en esa entrada en escena hacía tambalear su régimen, y su democracia capitalista, que se basa en la atomización de la población en general y de la clase trabajadora en particular, para sostener la hegemonía de la burguesía, quienes tramposamente se presentan como la expresión genérica de la “voluntad popular”.
Es por eso mismo, que el pacto, en vez de abrir la posibilidad de una verdadera Asamblea Constituyente Libre y Soberana, que pueda discutir toda la estructura económica y social del Chile heredado de la dictadura; busca cerrarlo, tras una reforma constitucional que mantiene los poderes instituidos intactos y garantiza el cerrojo de la minoría con los ⅔ y el sistema de elección parlamentaria que garantiza la representación amplia de los partidos empresariales. Es una trampa que busca desmovilizar, dividir entre las clases medias y los sectores más precarios, entre los “pacíficos” y “violentistas”, sembrando ilusiones en sectores tras la “convención” que toda la oposición muestra como una supuesta Asamblea Constituyente.
Una lección fundamental para todas y todos quienes se paran desde una perspectiva revolucionaria de emancipación social real, es la importancia del papel de las posiciones estratégicas en la producción, y la necesaria hegemonía de las y los trabajadores, en la lucha por tender la balanza hacia una salida de la crisis favorable para las amplias mayorías.
La prueba histórica y la derechización del Frente Amplio
Frente a este escenario, el FA, conglomerado que emergió como un actor político nacional y una tercera fuerza tras la última elección presidencial y parlamentaria, que compartía el objetivo de “superar el neoliberalismo” a pesar de su heterogeneidad al convivir en su interior desde sectores que se reivindican de izquierda, pasando por progresistas varios, hasta liberales; decidió el camino del acuerdo, y quienes no lo firmaron, se pusieron en la vereda de luchar por “mejorarlo” al considerarlo un “avance histórico”.
Y si bien sus principios se pueden resumir en: “una sociedad de derechos sólo es posible superando el actual modelo económico neoliberal(...) la necesidad de generar una fuerza política y social transformadora que sea una alternativa al duopolio conformado por la derecha y la Nueva Mayoría (...) capaz de actuar con total independencia del poder empresarial”; su estrategia puso en evidencia su incapacidad para llevarlos adelante.
Hoy estamos viviendo el momento de mayor crisis política y social en 40 años del régimen heredado de la dictadura, donde millones han salido a las calles en plena disposición de ponerle fin a este “modelo” de despojo y miseria a pesar de la brutal represión desplegada por el gobierno y el Estado. Cualquiera podría concluir algebraicamente que un escenario así era el propicio para que el FA llevara adelante su objetivo, y se transformara en un gran referente de todas y todos quienes queremos terminar con la lastrera herencia de la dictadura. Pero al contrario, ha desatado la crisis política de mayor envergadura en su interior, y es que la propia realidad ha puesto en evidencia su laberinto estratégico.
¿Cuál es este laberinto? El mismo que ha caracterizado al reformismo históricamente, una estrategia y práctica política basada y centrada en emplazar al Estado capitalista para que garantice derechos sociales, aspirando como máximo a conseguir algunas concesiones a partir de las brechas y disputas que se generen en la clase dominante y sus partidos, utilizando a las movilizaciones sociales como medio de presión en función de ese objetivo.
Esto puede parecer lógico si se parte de la falsa premisa democrática-liberal de que el Estado es un ente neutral y regulador, que vela por el “bien común” de todas y todos los ciudadanos tratados -supuestamente- como iguales. Pero la realidad concreta es otra, y se muestra como un bofetazo a la luz de la experiencia de cientos de miles, lo que las y los marxistas hemos dicho siempre, que el Estado tiene carácter de clase, y es una herramienta de dominación de una clase sobre otra (jurídica, económica y material con sus fuerzas de orden). Es decir, que la burguesía con su herramienta estatal se para como una fuerza material en contra de las aspiraciones de las amplias mayorías, a la que hay que oponerle otra fuerza material, dirigida por la otra clase fundamental de la sociedad capitalista: la clase trabajadora.
Pero lejos de esa visión realista y concreta de las fuerzas en pugna, el FA, basa su “poder de fuego”, su margen de acción elemental (centro de gravedad) en las herramientas que le entrega el mismo régimen, los votos y las maniobras parlamentarias. Traduciendo así la supuesta “superación del modelo económico neoliberal”, la “alternativa al duopolio” y la “independencia al poder empresarial”, en una utopía al depender de la alianza constante con la exConcertación, con las fuerzas políticas del “progresismo” burgués, las mismas que han mantenido y defendido el “modelo” a favor del gran empresariado imperialista y nacional.
Esta estrategia y política se materializa en la realidad concreta en el vértice opuesto a sus principios, siendo una contención a su efectiva realización por medio del desarrollo de la lucha de clases, de la fuerza y el despliegue de la clase obrera. Todo en pos de conseguir algunas concesiones, que en verdad, son a costa de concesiones a la misma burguesía y su gobernabilidad.
La burguesía sabe el lenguaje de la lucha de clases y se rigen por él, por eso un respiro para ellos significa darle tiempo y ventaja para que se preparen para el ataque, como lo hacen conlas amenazas de despidos, y la agenda de seguridad que fortalece las facultades del gobierno para reprimir, y con la idea de sacar a los militares a las calles sin estado de excepción para el “resguardo de infraestructura estratégica”, que no es otra cosa que limitar la acción de la clase trabajadora, para que no puedan paralizar estos sectores. Las supuestas “concesiones conquistadas” con el pacto, o el “avance histórico”, no son más que concesiones a la burguesía para que en el terreno donde todo se decide, la lucha de clases, limite la acción de la clase trabajadora.
Cuando se encontraba la fuerza social desplegada en las calles para echar abajo toda la herencia de la dictadura, el FA, llevó toda esa energía al derrotero del régimen, con su respeto ciego a la institucionalidad erigida por la transición pactada, que llevada hasta el final significó la firma del acuerdo, evidenciando su rol de sostén por izquierda de lo que supuestamente se proponían superar.
Así como hoy se muestra e históricamente se ha comprobado, los reformismos han sido pieza clave en el desvío o derrota de procesos revolucionarios. Y el “neo reformismo”, muy propio de este siglo, como son el caso de Syriza en Grecia, y de Podemos en España, no se encuentra por fuera de esa lección histórica.
El giro a derecha del frente amplio es la expresión política de la consolidación y hegemonía en su interior de su ala más democrática-liberal, y la consecuente derrota de la posibilidad de levantar un proyecto revolucionario a su interior, lo que estaba prescrito de antemano por el derrotero estratégico que lleva la conciliación de clases, pero que se puso en mayor evidencia ante los embates de la lucha de clases.
En una situación convulsionada a nivel mundial, regional y nacional, donde la burguesía en pos de mantener su tasa de ganancia en el marco de una crisis capitalista y de su modelo neoliberal, está buscando a toda costa cargarla sobre los hombros de las familias trabajadoras, se hace fundamental la tarea de levantar una izquierda anticapitalista de las y los trabajadores, que luche por una salida independiente de cualquier variante empresarial, que centre su estrategia en desarrollar la lucha de clases y el poder de las y los trabajadores, única perspectiva revolucionaria realista para la conquista de la emancipación del yugo del capital.
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La lucha por una izquierda anticapitalista de las y los trabajadores
La tarea de construir una izquierda totalmente distinta al FA, que realmente sea independiente a los partidos del viejo régimen, representantes de las transnacionales y las familias dueñas del país, es de primer orden. Ese es el llamado que le queremos hacer a todas y todos los luchadores, a la juventud, a la clase trabajadora, las mujeres y a la militancia honesta de estos partidos que se ofrecieron para cerrar la crisis de las clases dominantes.
Las y los militantes del PTR, les proponemos organizarnos en común para luchar por un programa que parta por pelear por una huelga general indefinida, con plan de lucha en asambleas de base para que se vaya Piñera y su gobierno criminal. Frente a las ilusiones legítimas que tienen sectores de masas con la “convención”, hay que decirles claramente que la presidencia de Piñera es totalmente incompatible con la realización de una constituyente soberana y en libertad, por eso ¡Fuera Piñera! tiene más vigencia que nunca. Para que la constituyente no sea controlada ni maniatada por las instituciones del viejo régimen heredado de la dictadura, es necesario que se elija un representante por cada 20.000 habitantes; que cualquier ciudadano mayor de 14 años pueda votar y ser candidato; mientras funcione todas las demás instituciones tienen que estar subordinadas a sus decisiones; el poder de veto de la derecha (los ⅔) no pueden ir, toda decisión tiene que ser por mayoría simple. Son condiciones mínimas para una verdadera Asamblea Constituyente libre y soberana, donde se puedan discutir y decidir todas las salidas de fondo que necesita el pueblo trabajador como: salud pública y de calidad gratuita; eliminación de las AFP, por un sistema de reparto único para las pensiones; sueldo mínimo acorde a la canasta familiar (500.000); Educación nacional única, pública, estatal y gratuita; nacionalización integral del cobre y toda la minería bajo control de los trabajadores; nacionalización de la electricidad y los transportes bajo gestión de los trabajadores; nacionalización del sistema bancario y condonación de las deudas de las familias trabajadoras; aborto legal, seguro y gratuito; las reivindicaciones ancestrales del pueblo mapuche y su derecho a la autodeterminación; etc.
No estamos condenados a perder siempre en el derrotero de las instituciones del régimen, no es imposible levantar un proyecto emancipatorio en ruptura con el capitalismo, como sí lo ha demostrado ser hacerlo en sus márgenes. Para ello, es necesario construir y organizar una fuerza política que busque desarrollar la fuerza de las y los trabajadores, que se ve limitada en su acción por las trampas y trabas que le ponen la direcciones burocráticas, que constantemente separan lo social de lo político, para utilizar a lo primero como canje en el “juego democrático” capitalista, para que la política la sigan decidiendo unos pocos, ¡que mejor muestra que la cocina del acuerdo! Pero esa lógica, incluso sin firmar el acuerdo como el PC (que encabeza la CUT con Barbara Figuero) y el Partido Humanista (con Mario Aguilar, que preside el Colegio de Profesores), también la llevan al interior de los mismos organismos que dirigen, sin buscar desarrollar la más amplia democracia, y que sean las asambleas de base quienes decidan su propio plan de lucha.
Ninguna perspectiva emancipatoria puede ir de la mano de esa burocracia, a la que hay que oponerle una fuerza política y social que la enfrente para desatar la fuerza de la clase trabajadora. Como el ejemplo de Antofagasta, con el Comité de Emergencia y resguardo.
La izquierda obrera y socialista que luchamos por construir en Chile y en el mundo con nuestros compañeros de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, con quienes levantamos La Izquierda Diario en 12 países y en 6 idiomas, busca la emergencia política de una corriente revolucionaria que no renuncia un ápice a un programa radicalmente anticapitalista, que se forje al calor de la lucha de clases en la fusión con la vanguardia que vaya sacando las lecciones estratégicas para derrotar el poder de los empresarios, sus instituciones y sus partidos. Lo que nos mueve es que las revueltas y los procesos abiertos de la lucha de clases, puedan dar un salto y transformarse en revoluciones, para que por fin, la clase obrera pueda hacerse del poder.
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