Continuamos publicando el documento inédito del Partido Bolchevique Leninista, la primer organización trotskista en Cuba. Este es el primer capítulo, el cual analiza la situación geopolítica de la época.
Acá puedes leer el Índice e introducción del manifiesto del PBL.
El capitalismo agoniza en medio de los dolores de sus contradicciones internas. Las sociedad moderna, fundada sobre las ruinas de la antigua sociedad feudal, lejos de abolir las formas de explotación de los hombres por los hombres, y de liquidar los privilegios sociales, los acrecentó y mostró desnudamente. La burguesía pudo, en los instantes de su desarrollo ascendente, contener las luchas de clases hostiles a su dominación, en los cauces de las reformas sociales y de las concesiones periódicas. En la actualidad, el proceso de la lucha de clases, con la agudización de la crisis mundial del capitalismo, ha abolido este terreno de luchas reformistas, de colaboración de las clases entre sí. Ahora, se plantea de una manera clara, la cuestión de liquidación de la clase poseedora, y el establecimiento de una sociedad nueva basada en la dominación del proletariado como clase dirigente.
El desenvolvimiento de la sociedad a partir del hecho histórico de la toma del poder político por la burguesía fue una marcha ascendente hacia el progreso material y espiritual del mundo. Las máquinas de vapor, la electricidad, el comercio exterior, la imprenta, aumentaron en grado sumo la capacidad productiva de los hombres y estrecharon los pueblos entre sí barriendo las fronteras nacionales. Las antiguas provincias, aisladas, lejanas, desaparecieron. Las ciudades crecieron y se multiplican, arrancando a grandes núcleos de hombres que vivían en lo que Karl Marx llamó “idiotismo rural”. El progreso fue la palanca del mundo. La cultura se hizo universal y distinta. Los prejuicios religiosos desaparecieron, y en su lugar se estableció la ciencia de la razón. Las viejas filosofías caducas e idealistas cedieron el paso a las corrientes del pensamiento moderno y materialistas.
Mas, como todo halla en sí su contradicción, que es su negación, al propio tiempo que esto sucedía, se desarrollaba una nueva clase social en las fábricas, en los talleres, que no poseían nada más que su fuerza de trabajo. Esta nueva clase social era el proletariado.
La burguesía, al abolir las formas de producción feudal basadas en los privilegios aristocráticos, estableció como suprema la ley de libre concurrencia en los mercados. Esto es, el derecho de la libre competencia, que lejos de regular la producción y los mercados, creaba la anarquía de la producción. Esta anarquía de la producción llevó a los distintos burgueses, a las industrias entre sí, a una competencia feroz desenvuelta sin cuartel. Esta se realizó primero entre los diversos talleres de la localidad, resultando vencedor el que logró aumentar su capacidad de trabajo en contra de su rival. Los pequeños artesanos sucumbieron y fueron a parar a los talleres que de este modo se iban transformando de manufactureros en fábricas modernas y potentes. Como consecuencia de esta competencia y con la aplicación de la técnica a la industria, este se fue concentrando cada vez más en manos de menos propietarios arruinando a los pequeños productores. En esta forma la sociedad se iba dividiendo cada vez más en dos grandes clases: la burguesía y el proletariado. La concentración de la industria en pocas manos fue, bancos y compañías. El capital se fue transformado de comercial en bancario y, con la fusión de estos dos, en capital financiero. Las competencias pasaron de ser locales para transformarse en nacionales e internacionales a su vez. Con esto aumentaron los choques entre las clases poseedoras y oprimidas que cada vez se veían más reducidas y hambrientas.
La introducción de las máquinas aceleraba y simplificaba el proceso de producción y a la par que originaban la desocupación, esclavizaban a la humanidad al yugo del salario. La lucha por los mercados donde colocar los excedentes de la producción industrial, y la superproducción, fueron haciendo cada vez más agudas y continuadas las crisis económicas. El florecimiento alcanzado fue languideciendo lentamente. La humanidad lejos de avanzar retrocedía. La desocupación alcanzó a grandes masas de obreros, y la crisis agraria sumía al campesino en la miseria. En esta situación, la burguesía redobló los sistemas de explotación, se aumentaron los tributos, las rentas de la tierra, se agrandaron los trusts. El capitalismo financiero, buscando nuevas fuentes de explotación, fue más allá de las fronteras de sus países, y esclavizó a los pueblos pequeños e industrialmente atrasados. El imperialismo embruteciendo y explotando a pueblos enteros, dividió al mundo en dos grandes bandos: el de los países imperialistas y el de los países coloniales.
Mientras todo esto sucedía en la base económica de la sociedad, en su superestructura política se iba desarrollando idéntico fenómeno. Las pequeñas municipalidades y provincias perdieron su autonomía con la aparición del estado burgués nacional. La democracia que había sido la bandera mundial de la “igualdad, la fraternidad y la libertad, no fue más que una mentira sangrienta con la cual ocultar el predominio y dominación de una clase sobre la otra. A medida que las masas obreras se fueron organizando y luchando, el Estado iba mostrando su carácter de aparato de represión en manos de la clase dominante. La libertad del pensamiento no incluía en ella más que a los propietarios y a sus agentes. Las reformas alcanzadas por la clase obrera en sus luchas iniciales fueron gradualmente restringidas y desconocidas finalmente. Las luchas de clases fueron tornándose violentas y abiertas, en continuas revoluciones e insurrecciones. Las guerras entre los diversos imperialismos se fueron sucediendo, llevando a la muerte a millones de hombres. Las matanzas en masa, el asesinato y las prisiones son las respuestas de la burguesía a sus adversarios. En estas condiciones, la civilización retrocede, aumentando el hambre, la desolación y la guerra. El capitalismo, de haber ascendido en su etapa de progreso comienza a descender arrastrando en su hundimiento todo un periodo de sangre y de miserias.
Es por esto que la época actual de desarrollo del capitalismo ha sido fijada como la de su declive y muerte. La descomposición de todo el orden social, que el capitalismo engendró en su desarrollo, es una cosa evidente. Los signos de esta crisis aparecen por doquier. Asistimos nosotros en esta etapa, a la caída de un viejo orden social que agoniza lentamente, pero que no se resigna a morir.
A partir de 1918 se ha abierto en el mundo entero la época de la revolución proletaria. La guerra que se desencadenó sobre el universo en 1914 señaló el principio de las crisis generales del capitalismo. La lucha de los imperialistas beligerantes por un nuevo reparto de las colonias trajo como consecuencia la disociación de todo el orden social que la burguesía había hasta ese instante alimentado sabiamente y controlado a su antojo, mediante la acumulación de las reservas industriales. Con la terminación de la guerra, se inició el periodo de la revolución proletaria, de las guerras civiles. La revolución obrera se extendió por toda Europa. Triunfante en Rusia, aplastada en Alemania, Hungría e Italia, llegó también hasta América y los pueblos de las colonias de Oriente. Pero, esta lucha revolucionaria no es una simple conmoción social producida por el hecho en sí de la guerra, sino que significaba una nueva fase de la evolución de la humanidad, que se hallaba ya madura para producir y verificar el cambio completo de la sociedad. Esta lucha revolucionaria se ha orientado fijamente a la creación de un nuevo tipo de Estado: el estado soviético, y a la dominación de una nueva clase: el proletariado. Esta lucha se ha enderezado hacía la entronización y triunfo de la dictadura del proletariado en todos los países.
Esta crisis del capitalismo mundial, especialmente a partir de 1923, ha ido acompañada de ligeras estabilizaciones parciales, producidas, no por un resurgimiento del capitalismo, sino por defectos en la política de los partidos proletarios. A pesar de las situaciones objetivas, favorables para el triunfo, el proletariado se ha encontrado muchas veces alejado del poder, por la falta de una política adecuada. Los responsables directos de estas oscilaciones y debilidades del movimiento obrero son las dos Internacionales. socialdemócrata y comunista.
La crisis capitalista y las dos internacionales
A medida que el desarrollo de la industria fue concentrando en las fábricas a un mayor número de obreros, estos fueron a su vez organizando los primeros gremios y sindicatos. El desarrollo ulterior del capitalismo determinó a su vez la elevación de la conciencia de clase en el seno de los trabajadores, y su agrupación no sólo en organismos de resistencia, con fines estrictamente económicos, sino políticos. Las primeras organizaciones de trabajadores tuvieron un carácter estrechamente local y más tarde nacional. Reunidos los diferentes grupos nacionales, acordaron instituirse internacionalmente. Es de ahí de donde surge la Agrupación Internacional de los Trabajadores, dotada de una ancha base programática con la aparición del Manifiesto Comunista redactado por Marx y Engels en 1848. Las luchas de la I Internacional sentaron la base del movimiento teórico del proletariado y fueron el primer paso hacia su internacionalización. Después de la Comuna de París en 1871, la Primera Internacional se divide y desaparece. Pero la teoría expuesta por Marx, extraída de la realidad social, había dotado al proletariado de una arma invencible. La lucha de clases se desarrolla y vertiginosamente en los países adelantados de Europa, y surgen los grupos obreros socialdemócratas en Alemania, Francia e Inglaterra. Es entonces que, en 1889, se organiza ya seriamente la Segunda Internacional Socialdemócrata. La luchas de la II Internacional permiten la organización, efectiva de las masas obreras, cumpliendo históricamente su misión de consolidación del proletariado en torno a las luchas políticas por el derrocamiento del capitalismo.
En el seno de la socialdemocracia alemana, tuvieron lugar serias diferencias motivadas por la adulteración de las tesis fundamentales del marxismo. La dirección de la II Internacional se alejaba cada vez más de la lucha de clases, de la revolución, para caer en el plano del reformismo de la colaboración de clases. Los núcleos y fracciones más revolucionarias de la social democracia, reñían dura batalla por la vuelta a los principios de Marx y de Engels, que la dirección olvidaba y desconocía. Es en estas condiciones que la guerra imperialista de 1914 puso a prueba el carácter reformista y traidor de los dirigentes de la socialdemocracia. Al estallido de la guerra imperialista, la direcciones de los partidos socialdemócratas abandonaron al proletariado y se dedicaron a la defensa de “sus” respectivas burguesías. El social patriotismo sustituyó al marxismo y los partidos socialistas, dados a la obra de la “defensa nacional”, ayudaron a los imperialistas en guerra, traicionando al proletariado.
Desde los días mismos de la guerra mundial, los bolcheviques rusos, dirigidos por Lenin, juntamente con los partidos serbios e italianos, se dieron a la labor de organizar una nueva Internacional que mantuviera los principios revolucionarios del marxismo, y preparara las luchas del proletariado. En Zimmerwald y Kienthal tuvieron lugar las que habrían de ser conferencias preparatorias para la creación de la III Internacional. Tras la victoria de la revolución proletaria en Rusia en octubre de 1917 y la instauración del Gobierno Soviético, se creó una base lo suficientemente poderosa para unir en un organismo internacional los grupos dispersos que mantenían vivo el fuego de la revolución proletaria. En el año de 1919, sobre el alza de la lucha revolucionaria en Europa, se celebró en Moscú el Primer Congreso en el que quedó constituida la Tercera Internacional Comunista.
El periodo revolucionario que se inicia en 1919 se caracteriza por la formación de los diversos partidos Comunistas en todo el Universo; por las luchas violentas del proletariado en Alemania, Francia, Inglaterra, Hungría, Italia, los países del centro de Europa, y un crecimiento de las luchas obreras en Estados Unidos y los pueblos coloniales. La IC dirigía estas luchas a la par que se consolidaba el poder soviético en Rusia. En 1921, el capitalismo obtiene una estabilización parcial, sobre la derrota de la clase obrera, no obstante, continuando en su estado de descomposición y de ruina. A partir de 1923, es que se inicia el periodo de degeneración de la IC como reflejo de la reacción de las clases hostiles a la revolución en Rusia, que había minado las conquistas de la revolución de Octubre. Muerto Lenin comienza a desarrollarse una lucha al interior del PC, que tenía sus orígenes, en el periodo “Thermidoriano” que comenzaba a asomar. Estas luchas tenías como base una extensa discusión acerca de las edificación del “socialismo en un sólo país”, que era y es una teoría nacional reformista, negadora del carácter permanente de la revolución y de la edificación mundial del socialismo. Las luchas por la regeneración del Partido y de la IC, encabezadas por el camarada León Trotsky, terminaron con el triunfo de Stalin y al agarrotamiento de la Oposición. El estalinismo sustituyó al leninismo. Toda una serie de derrotas se produjeron, motivadas por la falsa dirección de Stalin, que había apartado a la Internacional de la senda del marxismo, para colocarla al servicio de la burocracia soviética. Las derrotas de la revolución en China de 1927, del Comité Anglo Ruso en 1926; de las huelgas inglesas; el apartamiento cada vez más hondo de la senda de la revolución mundial por parte de la burocracia estaliniana, el crecimiento de las fuerzas reaccionarias en el seno de la URSS, y su presión sobre los cuadros dirigentes del Partido, permitieron a la burguesía y al capitalismo mundial, alzarse sobre sus ruinas y obtener un nuevo ciclo de estabilizaciones. La teoría fundamental del estalinismo está basada en la tesis de la “edificación del socialismo en un sólo país”. Es en este sentido, que, al negarse el carácter internacional de la edificación socialista, la URSS se ha dedicado exclusivamente a desarrollar su economía a través de los famosos planes “quinquenales”, cuyos fracasos son ya de todo el mundo evidente.
A esta política en la dirección de la URSS, correspondió una política tendiente a convertir a la Internacional en la brigada de defensa del territorio soviético. Los Partidos Comunistas abandonaron todo desarrollo de su lucha propia, para entregarse a la aplicación de las consignas burocráticas. La democracia interior de los partidos fue sustituida por las órdenes de los funcionarios bien retribuidos. La revolución mundial no fue más que un engaño con el cual mantener la influencia sobre las vastas masas de obreros de todos los países. Es en esta situación, que los grupos revolucionarios del proletariado, que no se resignan a permitir que la burocracia estaliniana condene a la ruina y desaparición el movimiento obrero revolucionario, se han organizado internacionalmente, bajo la bandera de la Oposición de Izquierda Internacional.
La amenaza de una nueva guerra, unida al problema del paro forzoso, del hambre y del terror, han aumentado considerablemente los fermentos de descomposición del régimen capitalista, y acentuado más los perfiles de la revolución proletaria. En esta etapa los dos polos de la lucha revolucionaria lo constituyen la dictadura del proletariado o el fascismo. Puestas a prueba en Alemania, con motivo de la toma del poder por los fascistas, las dos Internacionales, ambas han fracasado estruendosamente. La catástrofe alemana tiene incalculables alcances. Sobre el cadáver de esas dos Internacionales los cuadros más heroicos del proletariado mundial, sus filas más honradas, se han dado a la tarea de levantar al movimiento obrero. Sobre esas bases se ha de derivar la nueva Internacional. Los núcleos que se dedican a esta labor sin duda alguna echan sobre sí tareas históricas de difícil conjugación. En medio de la crisis mundial del capitalismo, y bajo el cerco cada vez más alarmante del fascismo, construir nuevos partidos obreros revolucionarios es obra magna. La historia ordena esa labor, aun cuando presente coyunturas adversas.
La dictadura del proletariado o fascismo
El peligro fascista es ya un peligro mundial. Localizado en sus comienzos en Italia, se ha ido extendiendo por todo el Universo, y constituye el primer punto en la orden del día de todos los partidos proletarios. Nutriéndose de todos los residuos de la sociedad burguesa en descomposición, y oponiendo una táctica de combate implacable contra los trabajadores, el fascismo ha ido enraizando victoriosamente en determinado grupos de países. La teoría liberal de la burguesía, el decantado “democratismo” del Estado burgués, al descomponerse, presenta como única solución sus sustitución por violencia. Las contradicciones del capitalismo son tan agudas, que el Estado abandona su posición de Estado totalitario, para mostrar desnudamente su carácter de Estado clasista. Las capas intermedias de la población, desesperadas por la crisis, se levantan en forma violenta hacia la conquista del poder del estado. Es al amparo de esta descomposición del capitalismo, que el fascismo ha tratado de canalizar todo el descontento de la pequeño burguesía, de los campesinos arrendatarios, de sectores atrasados del proletariado; hacia campos de acción política, donde la lucha se plantea por la toma del poder por los trabajadores. La consigna central, del fascismo, es “todo para el Estado, nada contra el Estado, todo por el Estado”. La burguesía, no le queda otra salida que someterse al fascismo.
El fascismo no resuelve ninguno de los problemas vitales del capitalismo, pero con su triunfo retarda enormemente la revolución proletaria. Sólo la clase obrera es capaz de producir el viraje histórico favorable, pero se encuentra con que sus partidos no han podido conducirla a la victoria, en tanto el peligro fascista aprovecha todas las ocasiones para reclutar elementos básicos; armar sus milicias; preparar la toma del poder. Frente a esta situación la clase obrera está en obligación de oponer a la maquinaria fascista, a sus tácticas y métodos, el ataque del proletariado, la táctica y métodos de lucha de la clase obrera. Es la guerra declarada, abierta, sin antifaces, entre el proletariado y la burguesía. No cabe ninguna transacción entre estas dos clases: o la dictadura del proletariado, o fascismo.
Esta lucha incorpora al lado de la clase obrera, a los núcleos de la población oprimida que se sienten amenazados por el fascismo. Pero, no puede olvidarse que sólo será victoriosa la batalla contra el fascismo, si esta es liberada en la arena de la revolución, proyectada hacia la toma del poder por los trabajadores. Planearse esta lucha en un sentido abstracto, desligándola de la insurrección proletaria, de la toma del poder, es desconocer el principio económico que preside esta crisis, y que determina la política del momento actual del mundo.
La única vía de salvación conduce hacia la dictadura del proletariado. Es necesario evitar que el fascismo se levante como obstáculo inmenso en medio de la vía.
Hacia el comunismo mundial
Hacia el comunismo mundial sólo se llega a través de la revolución proletaria mundial, dirigida por los Partidos Bolcheviques. Sólo el bolchevismo es capaz de realizar, con su teoría, estrategia y táctica, el programa de la revolución. “La sociedad comunista, preparada por la revolución histórica, constituye la única salida para la humanidad, pues sólo ella es capaz de destruir las contradicciones fundamentales del sistema capitalista, que amenaza a la humanidad con la ruina y la degradación. La sociedad comunista suprime la división de la sociedad en clases, es decir, que paralelamente a la anarquía de la producción, suprime la explotación en todos sus aspectos y formas, y la opresión del hombre por el hombre. En lugar de la clases combatiéndose entre sí, aparecen los miembros de una asociación laboriosa única mundial. Por primera vez en la historia, la humanidad tomas sus destinos en sus propias manos. En vez de destruir innumerables vidas humanas, e incalculables riquezas en la luchas entre las clases y entre los pueblos, la humanidad consagra todas sus energías a la lucha de las fuerzas de la naturaleza, al desarrollo y elevación de su propia potencia colectiva.
Al destruir la propiedad privada de los medios de producción, convirtiéndolos en propiedad colectiva, el sistema mundial del comunismo reemplaza la fuerza instintiva del mercado y de la concurrencia, el proceso ciego de la producción social, por la organización consciente y sistemática de la misma, orientada en el sentido de satisfacer las necesidades crecientes de la sociedad. La abolición de la propiedad privada y de las clases suprime la explotación del hombre por el hombre.
El trabajo deja de ser trabajo en beneficio del enemigo de clase: del medio de existencia que era antes, se convierte en una exigencia vital de primer orden, desaparece la pobreza, la desigualdad económica entre los hombres, la miseria de las clases esclavizadas, la estrechez de la vida material en general, la jerárquica característica de la división del trabajo, y con ella, las contradicciones entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. Desaparecen así mismo, los órganos de dominación de clase y, en primer lugar, el poder del Estado. Siendo este último la encarnación de la dominación de clases, se va esfumándose a medida que periclitan las clases. Con el Estado van desapareciendo poco a poco, todas las normas de coacción.
La desaparición de las clases determina la supresión de todo monopolio de la instrucción. La cultura se hace accesible a todos, y las ideologías de clase de ayer, ceden al sitio a la concepción científica materialista. En tales condiciones la dominación, en todas sus formas, de los hombres sobre los hombres se hace imposible y abriéndose perspectivas vastísimas para la selección social y del desarrollo armónico de todas las aptitudes humanas.
Al acrecentamiento de las fuerzas de producción no se opone ningún límite de carácter social. Ni la propiedad privada de los medios de producción, ni los cálculos interesados de beneficios, ni la ignorancia de las masas sostenidas artificialmente, ni su pobreza dificultando el progreso técnico en la sociedad capitalista, ni los formidables gastos improductivos, nada de esto existe en la sociedad comunista.
La utilización apropiada de las fuerzas de la naturaleza y de las condiciones naturales de la producción en las distintas partes del mundo; la supresión del antagonismo entre la ciudad y el campo, consecuencia del retraso sistemático de la agricultura y del bajo nivel de su técnica; la unión máxima de la ciencia y de la técnica en la labor de investigación y su aplicación práctica en un terreno social vastísimo; la organización sistemática del trabajo científico mismo; la adopción de los métodos más perfectos en estadística y de la regularización planeada de la economía; las exigencias sociales crecientes, potente motor interno de todo el sistema, todo ello garantiza el máximum de productividad del trabajo social y emancipa, a su vez, la energía humana para el progreso vigoroso de la ciencia y el arte.
El desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad comunista mundial crea las condiciones necesarias para el fomento del bienestar general y la reducción máxima del tiempo consagrado a la producción material y, por consiguiente, para un florecimiento cultural sin precedentes en la Historia humana. Esta nueva cultura de una humanidad unida por primera vez después de haber abolido toda clase de fronteras entre los estados se apoyará, contrariamente al capitalismo en un sistema de relaciones claras entre los hombres. De este modo enterrará para siempre la mística, la religión, los prejuicios, la superstición, e impulsará vigorosamente, sin encontrar obstáculos, al desarrollo de los conocimientos científicos.
Esta fase superior, en la cual la sociedad comunista se habrá desenvuelto ya sobre su base propia, en la que la evolución humana, en todos los aspectos acrecentará en proporciones enormes las fuerzas sociales de producción, y la sociedad habrá inscripto en sus banderas: “de cada cual, según sus fuerzas, a cada uno según sus necesidades”; esa frase presupone, como condición histórica preliminar, un estado inferior de su desarrollo, el estado socialista. Aquí, la sociedad comunista, que acaba de salir de las sociedad capitalista, aparece cubierta en todos sus aspectos- económico, moral, intelectual- por las manchas originales de la vieja sociedad, en cuyo seno ha nacido.
Las fuerzas productivas del socialismo no han alcanzado aun un desarrollo suficiente para efectuar el reparto de los productos del trabajo según sus necesidades. El reparto de este último, es decir, la realización por grupos concretos humanos de funciones de trabajo determinadas persiste todavía. En particular, no ha sido aun abolido fundamentalmente el antagonismo entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. A pesar de las supresión de las clases, persisten reminiscencias de la antigua división de la sociedad de clases, y, por consiguiente, restos del poder estatal del proletariado de coacción, de derecho. Quedan, por tanto, huellas de desigualdad que no pudieron desaparecer. Continúa, en cierto grado, el antagonismo entre el campo y al ciudad, pero ninguna fuerza social defiende a estos restos de la vieja sociedad, los cuales, llegando a un nivel determinado de desarrollo de las fuerza productivas, desaparecen, en la medida que la humanidad es liberada de sus cadenas del régimen capitalista, al someter con rapidez a las fuerzas naturales, reeducarse en el espíritu del comunismo y pasar del socialismo al comunismo completo”.
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