Algunos pocos trasnochados soñaron en algún momento con ver en escena a los Residents, este particular e influyente combo yanqui de artistas conceptuales y multimedia de Louisiana con más de 40 años de trayectoria y álbumes grabados de una banda anónima que nunca dio a conocer su identidad ni concedió entrevistas; toda una carrera construida bajo los cuidados parámetros del más celoso objeto de culto.
Domingo 20 de septiembre de 2015
Foto: Pablo Astudillo
La cita fue en un Niceto colmado por un millar de personas: cultores históricos de varias generaciones, personalidades de la escena rockera underground, y algunos sin una acabada noción acerca de qué iba la banda, que fueron a presenciar el acto de un mito viviente. Sabia decisión. Porque fueron testigos de uno de esos shows que no se ven todos los días, más bien todo lo contrario. Con una propuesta artística que también resulta una perfecta incógnita en la previa, debido a su constante dinamismo creativo. Lo que es seguro es que nadie se acercó con esperanzas de un desfile de hits, porque no forman parte de la estética Residents.
Una puesta en escena esotérica, misteriosa, austera, con sus tres integrantes Randy, Chuck y Bob (es todo lo que se puede saber de sus identidades) con los rostros cubiertos por sendas máscaras (que antaño fueran globos oculares) y disfrazados, una gran esfera blanca que proyectó respectivos intermedios audiovisuales, a partir del relato de personajes en forma de estereotipos que atravesaron el umbral de la muerte (el carnicero, el maquinista, la libertina, la mujer buzo, el basurero, el ingeniero) que se explayaban en experiencias con la muerte y la idea de la resurrección, pero desde la confusión y la desilusión. Abrieron con Rabbit habit, y en seguida Randy se puso a introducir el show que están presentando, Shadowland, tercera parte de la trilogía de Randy, Chuck y Bob, que resume un concepto que llaman “La vida en reversa”, asumiendo dicho ciclo como reencarnación, experiencias de la muerte, y nacimiento. Enfrentar la angustia de un vacío inmenso, producto de una vida en vano.
Los Residents dejan claro que saben cómo llevar adelante un espectáculo. Música hipnótica y surrealista, iluminación conceptual que nos va llevando por distintos estadíos como el cielo, el purgatorio o el infierno. Pasajes oníricos, claustrofóbicos y oscuros con alusiones al sexo, la muerte y lo metafísico, siempre desde una concepción experimental de las distintas disciplinas artísticas que abordan. Mención aparte para sus atuendos, que los convertían en personajes un tanto monstruosos y demoníacos, cercano a la estética steam punk: el carismático frontman Randy parecía una especie de hombre pingüino, que con esa malla pintada lo dejaba como en carne viva, además de su saco blanco y la zunga a cuadros en blanco y negro, desplegando una teatralidad ya característica que nos va guiando por los distintos momentos de un show que todavía estaremos digiriendo por algún tiempo, hasta que nos caigan todas las fichas. “Si a la salida tengo pagar otra vez, lo hago sin chistar” fue la figura más acabada de una aturdida e incrédula retirada de los presentes, que se irían a hacer pellizcar por ahí durante un largo rato.