Este testimonio cuenta desde la voz de una trabajadora migrante, las condiciones que el sistema capitalista genera para las mujeres en ambos lados de la frontera y la necesidad de la unidad de la clase trabajadora para cambiarlo todo.
Rosario Cuevas @RosarioCuevasID
Miércoles 31 de octubre de 2018
Recién empieza la temporada del melón y la sandía, comienzan a llegar cientos de contenedores en barco provenientes de Honduras y Guatemala al puerto de Long Beach. Por ahora la jornada comienza a las 8:00 am, sólo algunas decenas de mujeres esperan formadas la hora exacta para ponchar (checar la hora de entrada), mientras se saludan y se dan los buenos días, no llevan uniforme así que su ropa de trabajo consiste en ropa abrigadora, la temperatura promedio en el área de trabajo es de -10° C.
Es el mes de febrero y el primer día de trabajo de Ana Lucía, “Lucy” de cariño, está nerviosa y se sabe observada, pero nadie le pregunta nada ni su nombre, ella tampoco es muy sociable así que agradece la indiferencia. Ya le habían contado un poco de qué iba el trabajo: selección y reempaque, pero no tenía la más remota idea de cómo era en realidad. Entró a trabajar a esa compañía por una recomendación.
La supervisora la acomodó en una de las cinco mesas del área de trabajo con otras cinco mujeres, una de ellas era mexicana y ya tenía ocho años más o menos de experiencia en seleccionar el melón así que comenzó a pasar los melones a una velocidad imposible para Lucy, quien a su vez tenía que acomodarlos de nuevo en sus cajas, de pronto, a falta de práctica tenía montones de melones acumulados, retrasando el ritmo de producción.
A las diez de la mañana sonó el primer descanso, a esa hora ya le dolían las manos y la espalda, para su mala suerte hubo un par de horas extras. Al final de la jornada hizo muy mal el trabajo y el dolor del cuerpo era insoportable.
Sábado, tercer día de trabajo y a la salida su familia fue a recoger a Lucy, rompió en llanto, sentía que ya no podía más, pero las deudas, la necesidad económica, el deseo de que sus hijos estuvieran en mejores condiciones y años de desempleo en México superaron por mucho el dolor físico.
Así fueron transcurriendo los días y para el mes de marzo Lucy ya se había integrado al resto de compañeras, pareciera que el no haberse dado por vencida hizo que se ganara la aceptación de las demás. La hora del “lonche” como le llama la mayoría, se convertía en el momento de lágrimas, risas y confesiones.
Todas estaban aterradas con la llegada de Trump como presidente y su política migratoria, veían con atención en la televisión del comedor las noticias de las movilizaciones en las calles del gigante del norte, miles salían a protestar era 8 de marzo día internacional de la mujer trabajadora y a Lucy se le ocurrió comentar que ellas deberían parar aunque fuera una hora, la supervisora contestó ¿y quién va a pagar los viles (palabra que utilizan los latinos allá, se refiere al pago de servicios como luz, agua o renta)?
Necesidad, dolor y explotación internacional
Lucy se fue enterando que todas eran ilegales, que provenían del Salvador, Nicaragua, Guatemala, Honduras y México -igual que los melones y sandías sólo que la fruta tenía más derechos que ellas- las vio llorar y contar que ya habían encargado a sus hijos con la vecina, la tía, la amiga por si eran deportadas.
Alguna vez Manuela, mexicana, le contó de cómo su madre y después su padre fallecieron sin que ella pudiera despedirlos y eso le pesaba y le dolía.
En otra ocasión Martita, salvadoreña, le contó cómo tuvo que elegir entre un hijo y el otro para tenerlo con ella “eligió” al más pequeño, el grande no la perdona y eso le pesaba y le dolía.
Catalina como buena abuela mexicana aferrada a sus costumbres y tradiciones, les prohibía a sus nietos hablar inglés en su casa, les decía siempre que debían aprender a decir gracias, con permiso, por favor, a saludar y respetar a sus mayores, valores decía ella. También añoraba regresar a su natal Veracruz.
En otra ocasión, le preguntó a Carmelita si el cuerpo se acostumbra al trabajo, ella le respondió con una carcajada que no y fue entonces que entendió porqué las mujeres cargan con frascos de pastillas para el dolor de cuerpo y la acidez entre otras medicinas.
Todas en su mayoría están enfermas y se automedican, no se pueden dar el lujo de enfermarse, aunque tengan artritis, varices, o enfermedades pulmonares o renales. No, el Medicare no está al alcance de todas. Lucy entendió por qué agradecen tener horas extras de trabajo, doce o catorce horas al día: es temporal y esas horas extras les permiten pagar los viles, la renta, la comida, la gas y enviar dinero a sus familias, no les puede doler nada porque la jornada continúa en casa con el trabajo doméstico y el cuidado de sus hijos.
Lucy vivió el abuso de poder de la supervisora y algunos supervisores, supo que el acoso sexual y laboral existían.
El desperdicio de fruta era criminal, toneladas de fruta a la basura. Un día, Lucy se dió cuenta que cuatro o cinco paletas (pallets, tarima con mercancía estibada) ya salidas de reempaque y listas para su distribución en alguna de esas grandes cadenas de supermercados, cubrían el salario de treinta personas de una semana de trabajo y en el máximo de la temporada se hacían hasta cien paletas diarias o más.
Noventa y cinco paletas eran la ganancia de los patrones, sólo de un reempaque. Las dos temporadas más grandes cuentan con dos series de reempaque cada una. La primera abarca de enero a mayo, principalmente de melón y sandía. La segunda temporada dura de julio a noviembre, se selecciona naranja, mandarina, kiwi, manzana, uva de países como Nueva Zelanda, Australia, Chile y otros.
La mayoría son trabajos de temporada por eso migran de compañía en compañía, subcontratadas por agencias, la patronal sabe que el noventa por ciento de las trabajadoras son ilegales, los patrones evitan al principio de cada temporada que las mujeres completen cuarenta horas a la semana. Después, decenas y decenas de mujeres llenan las áreas de trabajo: por semanas no hay una hora fija de entrada ni de salida, como puede que comiencen a las cuatro de la mañana y salir a las cuatro o seis de la tarde; pero no a todas las dejan hacer horas extras, sólo a las más antiguas.
Hay máquinas para la manzana, la naranja y mandarina pero aún así no pueden prescindir del trabajo femenino. Había una máquina para seleccionar el Kiwi de recién adquisición y a la que Lucy bautizó como “la infernal” cuando estuvo lista para su uso los patrones hicieron una exhibición para sus clientes que llegaron de distintas partes de Estados Unidos para ver su funcionamiento y es que una máquina de más de medio millón de dólares tenía que convencer a la clientela. Pero Lucy se sentía furiosa contra la máquina porque eran ellas las mujeres que en segundos, nueve para ser exactos, tenían que empacar, cientos y cientos de cajas de Kiwis, no la máquina.
No, la vida de las mujeres migrantes y la explotación laboral no es muy distinta a la de sus lugares de origen, pero siempre será mejor intentar salir de la pobreza y huir de la violencia.
La migración y explotación tiene rostro de mujer
Me atrevo a contar sólo un poco de la historia de vida de Ana Lucía como migrante en los Estados Unidos, en algún distrito de los Ángeles California, para visibilizar que la migración tiene rostro de mujer, para mostrar cómo las mujeres sostienen de forma legal o ilegal dos economías alternas, la del país de origen que expulsa por miles a un pueblo con hambre y miedo, y la del corazón del imperio, que con su trabajo lo echan a andar cada día.
Son ellas las que con su fuerza lo mueven todo, las que sobrevivieron en su paso por México a la discriminación, xenofobia, racismo y más violencia de grupos criminales y autoridades, son ellas las mujeres migrantes, campesinas, indígenas, pobres, las que son violadas, asesinadas o atrapadas en las redes de trata.
A los patrones y a los gobiernos a su servicio no les importa cuántos mueren en el camino, para el sistema somos descartables. Sí, nuestros sueños, nuestras familias, nuestras vidas son desechables. Son ellos los que crean las condiciones necesarias para tener un ejército de reserva de hombres, mujeres y niños.
El gigante del norte se sostiene en gran parte de la mano de obra barata de millones de inmigrantes, es ésta la otra economía que aporta el trabajo femenino. Para Lucy es urgente la necesidad de hacer un llamado a la organización internacionalista.
Aquí y allá, ¡nuestras vidas valen más que sus ganancias!
¡Abajo las fronteras! ¡Ningún ser humano es ilegal! ¡Es la clase obrera internacional!