El Partido Nacional Revolucionario (PNR) nació el 4 de marzo de 1929 como producto de una necesidad política del grupo vencedor de la Revolución mexicana de reorganizar políticamente al país en clave capitalista tras imponer un gran desvío al proceso revolucionario para capitalizarlo.
El PNR nace como resultado del proyecto dirigido por el Grupo Sonorense, encabezado por Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles para la reconstrucción del Estado burgués destruido durante el conflicto armado. Es decir, surge de la necesidad de la clase dominante burguesa de constituir una democracia burguesa que no podría consolidarse en las primeras décadas posrevolucionarias, lo que llevaría a un proyecto de partido que hegemonizara la naciente sociedad mexicana.
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Los gobiernos de Obregón y Calles se encargaron de impulsar una política de reparto de tierras para pacificar al país, sin embargo, no lo llevaron hasta sus últimas consecuencias porque a mediados de la década de 1920 dieron por terminado el problema agrario de manera formal y unilateral, creando las condiciones para diversos alzamientos armados como la rebelión de Adolfo De la Huerta en 1924 (que además estuvo relacionada con la sucesión presidencial de aquel año). Protegiendo a la gran propiedad latifundista de la nacionalización, dejando a dos y medio millones de campesinos aún sin tierra para labrar, [1] con lo que vieron la necesidad de fundar una organización que les permitiera mantener un control político más consistente sobre las diversas fracciones que venían de la lucha armada. Pero para que esto quede más claro habría que definir cómo queda el panorama político después del cese de las hostilidades.
1. El proyecto carrancista, de restablecer un régimen burgués “porfirista sin Don Porfirio”, se vio truncado por la muerte de su caudillo, que había avanzado en una tarea clave como establecer una Constitución, pero su vida y liderazgo (apuntalado en Obregón y el gobierno yanqui) se vieron truncados al perder la confianza de los grandes terratenientes, a quienes esquilmaba para devolverles sus haciendas. Esto dejó un país unido débilmente por los caudillos sonorenses y semiarticulado estructuralmente por los cacicazgos militares regionales, que eran “leales” al gobierno en tanto no cuestionaran sus fuentes y métodos de enriquecimiento. De ahí la necesidad de una estructura democrática-burguesa más formal, pero acotada por el predominio de los cacicazgos político-militares.
2. La clase obrera y campesina no dejaron de luchar. Hay que ponderar que en el lapso de 1921 a 1924 hubo muchas luchas de importancia que consiguieron triunfos notables en sus huelgas, muchas de ellas rodeadas de apoyo solidario: a) los ferrocarrileros; b) los petroleros que vencieron a la Huasteca Company, El Águila y media docena de empresas transnacionales; c) el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) en algunas de sus gestas dejó sin electricidad a Veracruz y venció a varias hidroeléctricas extranjeras y al Estado; d) el movimiento inquilinario y su extensión a las luchas agrarias en Veracruz; e) como una característica del ímpetu revolucionario aún no fenecido, los generales jacobinos convertidos en gobernadores que impulsaron la formación de sindicatos, organizaciones campesinas y repartos agrarios. Con sus debidas relativizaciones, pero destacan:
A) En Jalisco, el general obregonista José Guadalupe Zuno Hernández, que impulsó sindicatos para contrapesar a los sindicatos católicos.
B) El general Francisco José Mújica, impulsor del sindicalismo en Michoacán.
C) Adalberto Tejeda y el responsable militar Heriberto Jara, que impulsaron los motivos dichos arriba, haciendo acuerdos con los comunistas que los encabezaban.
D) El general Salvador Alvarado Rubio y Felipe Carrillo Puerto, impulsores del “socialismo” en Yucatán con medidas progresivas, reparto agrario, impulso al feminismo, con un partido de 90 mil “afiliados” estructurados en las Ligas de Resistencias y sus agentes de Reclamación. Esto requiere matizar varias cosas, pues no dejaban de ser gobiernos burgueses, pero sabían tomar partido gracias a sus experiencias en la Revolución, pero al mismo tiempo sus intervenciones progresivas eran producto de miles de obreros y campesinos que, en otras circunstancias, no se rendían ni consideraban como finiquitada la revolución.
Estructura, función social y política del PNR
El PNR nació como una gran alianza destinada a arbitrar la distribución pacífica de cuotas de poder nacional y locales de los agremiados, tratando de imponer una enorme disciplina entre ellos con el fin de evitar las escisiones a partir de enlaces verticales conectados directamente al poder central: el Comité Ejecutivo Nacional (CEN). A pesar de su centralismo, el CEN permitía cierta autonomía de los gobernadores para resolver los asuntos locales, pues tenía el objetivo tanto de combatir la dispersión política (producto de la lucha armada), como permitir un funcionamiento expedito de las decisiones según los niveles de gobierno. [2]
Es por eso que desde el CEN se podían aprobar o vetar candidatos a diputados y senadores federales para asegurar el control en ambas cámaras del Congreso, lo que se lograba a partir de una combinación de verticalidad orgánica y la intervención de comités distritales en tiempos electorales. Dichos mecanismos estaban diseñados para evitar escisiones al no permitir la comunicación interregional entre órganos de la misma jerarquía, de manera que todo pasaba por el poder central, imponiendo una potente disciplina partidaria, pero sin recortar la autonomía de gobernadores en los comités estatales para permitirles atender los “asuntos locales” de forma expedita.
Esto desde el discurso creó la idea de que la oposición no podía existir, al menos en términos partidarios y electorales, porque, en caso de existir, estaría conformada por los mismos reaccionarios derrotados por las armas años antes (fundamentalmente la oposición cristera), lo que descalificaba la idea de la sola existencia de la oposición. Por lo que las elecciones pasaban a un segundo plano, pues lo importante eran los acuerdos internos propios de un partido arbitral [3] que ocupaba todos los órganos del gobierno, controlando el régimen de conjunto.
Pero la gran debilidad del partido oficial era que, durante la época del Maximato, tenía enormes dificultades en transitar de una situación en donde aún predominaban los liderazgos de los caudillos para convertirse en un auténtico partido institucionalizado. La figura de Calles se distinguía por ser un árbitro entre los diversos grupos cuyas direcciones operaban con decisiones tomadas de forma unipersonal de las distintas fracciones políticas que tenían su origen en el Ejército.
El nacimiento de la burocracia sindical
Este periodo también se caracterizó por los pactos que el Estado hizo con la dirección de la Confederación Regional Obrero Mexicana (CROM). Dicha colaboración se desarrolló entre 1920 y 1928, estimulada por Obregón y Calles para pasivizar al movimiento obrero independiente e integrar a los trabajadores a la política oficial como primera fase de su estatización, que venía de importantes experiencias y sangrientas luchas, desde la cual se realizó la política de conciliación de clases. [4] Con ello nacía en plena forma en México el fenómeno de la burocracia sindical, apoyados por los gobernadores progresistas que contribuyeron a sembrar confianza en las instituciones.
Así, los gobiernos del Maximato y los posteriores se preocuparon por convertir al movimiento obrero en una importante base social y en instrumento contra poderosos sectores burgueses que no quisieran alinearse con la política del Estado para exigirles su colaboración para desarrollar el mercado interno. Por otro lado, se controlaba al proletariado mexicano para evitar que se convirtiera en una fuerza revolucionaria o que siquiera tuviera demandas que perturbaran mínimamente al Estado, utilizando la represión para acabar con las huelgas, los mítines y las manifestaciones públicas que se desarrollaron durante la década de 1920.
El objetivo era liquidar a los obreros rojos para conseguir la desmoralización de la disidencia, lo cual lograron durante un cierto periodo, cosa que se consiguió con el sometimiento de la Confederación General de Trabajadores (CGT) y la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM), las cuales estaban dirigidas por anarquistas y comunistas, a quienes se les desterró de los sindicatos, donde el Partido Comunista de México (PCM) fue lanzado a la clandestinidad y esto, junto con la disolución de las organizaciones campesinas, también influidas por el PCM, trajo la atomización de los núcleos independientes de masas.
Así, el Estado, al someter a los trabajadores, impuso la explotación del trabajo para beneficiar a los capitalistas nacionales y extranjeros, con lo que él fue el gran impulsor de la política de empobrecimiento de la clase obrera y de la población laborante. Tal situación fue la que produjo el declive de la CROM, que se vería seriamente desprestigiada para 1928, también en parte por los choques con Obregón.
Para 1932, esta central sindical comenzaría a entrar en declive. De este proceso surgió uno de sus líderes más destacados y que sería una pieza fundamental para imponer a un nuevo grupo al frente del sindicalismo: el grupo dirigido por Vicente Lombardo Toledano, en el cual el PNR también se apoyaría, [5] ya que fue propio Lombardo quien dirigió la fundación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), contribuyendo en convertirla en una poderosa mediación que marcaría el siglo XX y consolidaría el dominio de la burocracia sindical sobre los trabajadores.
El Maximato
Es en este contexto que ocurre el periodo conocido como el Maximato, momento que estuvo caracterizado por el dominio del autodenominado “Jefe Máximo de la Revolución”: Plutarco Elías Calles, quien gobernó detrás del poder tras el asesinato de Obregón (el 17 de julio de 1928) utilizando la estructura del PNR. El primer presidente de este periodo fue Emilio Portes Gil, presidente interino; su periodo presidencial duró del 1ro de diciembre de 1928 hasta el 5 de febrero de 1930, después estuvo en el poder Ejecutivo Pascual Ortiz Rubio, de 1930 a 1932. Obtuvo el cargo en las elecciones presidenciales extraordinarias de 1929 y lo ocupó desde 1930 hasta 1932. Finalmente, Abelardo L. Rodríguez, que Ocupó el cargo desde 1932 hasta 1934; fue el sustituto de Ortiz Rubio, tras su renuncia. [6]
El gobierno de Calles se distinguió por controlar al movimiento obrero, el tratar de desarrollar el campo mediante el impulso del sistema parcelario sin tocar la propiedad terrateniente, organizó el Estado y el sistema bancario para que permitieran el desarrollo capitalista, combatió a la Iglesia como centro de reagrupamiento político de la oligarquía terrateniente. Debió enfrentar a EE.UU. porque estos sintieron la amenaza de las expropiaciones tras la revolución y por el artículo 27 de la constitución, además de emprender la represión sistemática contra los comunistas. [7]
Otra de sus características fue haberse apoyado en el Ejército, que, tras la lucha armada, fue la gran institución estatal que podía poner orden, pero para eso se benefició enormemente a generales que se habían convertido en empresarios. Dicha situación fue una de las más grandes presiones —junto con el dominio del capital imperialista— para que el Jefe Máximo adoptara posturas más conservadoras con respecto a las concesiones hechas a las masas, especialmente después del Crack de 1929, donde comenzó el desplome de la economía internacional por causa de la sobreproducción de bienes y mercancías tras la bonanza de esa década que había dejado el fin de la Primera Guerra Mundial.
La situación económica
El debilitamiento del poder de compra de las grandes masas trabajadoras, resultado del desempleo intensivo, de los salarios magros y la inflación (motivada fundamentalmente por la crisis de la agricultura), afectaron a la industria del país, como la textil, la minería y el petróleo. La crisis alcanzaría su grado más alto en 1932, después comenzarían a disminuir sus efectos gracias a las medidas impuestas por el Estado para reactivar la economía, aunque sería una recuperación frágil, ya que estaba sometida a las fluctuaciones del mercado mundial. De ese modo, sectores como el de la minería, el petróleo, la agricultura, la industria textil y la industria de la transformación comenzarían a mostrar una sensible mejora, impulsando incluso el comercio exterior.
Así, frente al peligro del colapso total de la economía, se comenzó a implementar en México una política que buscaba controlar la situación: la sustitución de importaciones, la cual no fue exclusiva de nuestro país, pues se utilizó también en Argentina, Brasil y Chile para impulsar la industria en el contexto de la dependencia. Dichas medidas consistieron en dirigir a la industria ya instalada desde el Estado para que comenzara a producir nuevas mercancías que antes se importaban, al mismo tiempo que mejoraban la capacidad técnica. [8]
Este hecho marcó una línea cada vez más intervencionista del Estado en la economía, estrechando los lazos del poder político con sectores empresariales como el bancario, que se benefició enormemente con la especulación de los productos de primera necesidad. Otro aspecto fue el inflacionario y el monetario, ya que por un lado se mantenían altos los precios de productos básicos mientras que se regulaba el tipo de cambio con el patrón oro y plata. Sin embargo, los efectos más negativos de esta crisis fueron descargados sobre las masas trabajadoras para preservar las ganancias del capital nacional y extranjero.
La decadencia del “hombre fuerte” y la llegada de Cárdenas al poder
El papel del PNR fue la de ser una dirección política de todo el país; en ese sentido, una de sus banderas era la supresión de la figura del caudillo, es decir, del personaje carismático aclamado por las masas, que tenía su mejor expresión en Obregón, siendo sustituida por la figura del hombre fuerte, la cual estaba menos ligada al poder personal y más encaminada a ejercer la autoridad mediante las instituciones y la profesionalización de los cuadros dirigentes, de ahí derivaba la necesidad de Calles de fundar el PNR y ser el jefe partidario, ya que él en realidad no era muy carismático. Su poder era amplio, pero no al grado de ser quien movía todos los hilos detrás de la silla.
Ahora, la decadencia del hombre fuerte se dio en función de la crisis económica que produjo el malestar de los de abajo, pero también porque, al carecer de esa presencia que tenían los caudillos, no pudo atraer a sectores obregonistas que aún estaban molestos por el asesinato de su general. Fueron ellos quienes terminaron por obligar al Jefe Máximo a romper con la CROM, despojándolo de una base social importante, lo que trajo consigo el declive del Maximato.
La crisis política permanente del Maximato expresaba lo inacabado de las instituciones del nuevo régimen emanado de la revolución. Por ejemplo, no lograba convencer al empresariado de que sus negocios iban a estar seguros, lo que creaba perturbaciones que, aunque pasajeras, eran peligrosas en el contexto de la crisis de 1929, por lo que no pudo consolidarse del todo como un defensor consistente de la burguesía; a pesar de la intensa protección que le prestaba a la industria, no lo logró porque la circunstancia no daba mucho margen.
Finalmente, la figura del hombre fuerte era producto de instituciones débiles e inacabadas, así que cuando éstas comenzaron a perfeccionarse con la profesionalización, la fuerza que representaba Calles comenzó a volverse anacrónica. Por ello empezaron a surgir fuerzas al interior del PNR que comenzaron a cuestionar su poder, entre ellos los generales Cárdenas, Almazán, Cedillo y Amaro (conocidos en ese momento como el grupo CACA), [9] además de Portes Gil, quienes fueron mermando de poco a poco la influencia de Calles.
Esta oposición, que era mucho más sensible a las necesidades sociales en el campo y la ciudad, vio en la crisis económica un detonante para un enfrentamiento entre las masas y el Estado, por lo que su política estaría enfocada en detener el choque y contenerlo. La política conservadora del Jefe Máximo les parecía un factor que metía en un callejón sin salida al país al terminar con las reformas sociales. La tarea que se plantearon fue dar fin a dicha situación, teniendo por objetivo el que trabajarían en revitalizar los métodos del gobierno que les permitiría volver a contar con el apoyo de las masas, manipulándolas para impulsar el desarrollo económico del país. [10]
El objetivo del giro de la política era claro: acabar definitivamente con el personalismo, consolidar el régimen institucional y desatar la fuerza de las mayorías para desarrollar la economía del país, dirigiéndola desde arriba para no permitir que se desarrollara la lucha de clases. El primer gran paso para la consolidación de esta política fue la candidatura de Lázaro Cárdenas en 1933, la cual significó el triunfo del ala más nacionalista del PNR, ampliamente ligada a las masas proletarias y campesinas, para dar una respuesta a la posible insurgencia popular. [11]
Desde el Estado se promovió la unidad obrera y campesina a su manera, es decir a través del PNR, valiéndose de concesiones como la reforma agraria para usar estas fuerzas sociales como instrumentos para presionar a los patrones a que se disciplinaran a las líneas del gobierno. De esta manera se tendía a convertir a amplios sectores de masas en una base social de apoyo, tomando como referencia la política aplicada por Obregón (usando las reformas sociales) y Calles (utilizando a la CROM) años atrás. Por todas partes Cárdenas terminaba sus discursos al grito de “¡Trabajadores de México, uníos!”. [12]
Finalmente, la política de Cárdenas llevaría a un cambio profundo en la organización del PNR, a tener una estructura mucho más profesionalizada que respondió a un periodo específico, lo que dio paso a la trasmutación y fundación del PNR al Partido de la Revolución Mexicana (PRM) el 30 de marzo de 1938, con lo que el legado del callismo terminó de ser sepultado.
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