El grupo se despachó con 24 canciones en un entorno muy bien aprovechado: una terraza en el extremo sur de Buenos Aires, codo a codo con el Riachuelo, la General Paz y tiras de monoblocks.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Domingo 20 de junio de 2021 12:00
De momento (y no sabemos claramente hasta cuándo), lo más cerca que tienen los números megamasivos de acercarse a la performance “en vivo” es a través del Streaming. En ese sentido, 2020 fue un año de dudas y pruebas para todos. Tras analizarlo durante meses, y quizás viendo que el almanaque se acababa, La Renga hizo su estreno a fines de noviembre. Una puesta contundente pero sobria, en su propia sala de Ezeiza.
Probablemente la “experiencia Epecuén" de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, de abril pasado, haya marcado un antes y un después en esta clase de streamings: los de grandes artistas que están en posibilidades de sostener una producción de semejante ambición técnica y estética.
Mientras trabaja y muestra canciones de su próximo disco, La Renga volvió entonces con la apuesta digital, un Pay Per View directo a tu casa. Y el lugar elegido fue el Autódromo Ciudad de Buenos Aires, una locación conocida: ahí habían tocado en 2007, último show porteño en toda una década, hasta los seis Huracán de 2017. La historia de La Renga en Buenos Aires durante los últimos quince años se mojonea en el sur, no muy lejos de donde comenzó todo.
Solo que la puesta de esta vez, a diferencia de la del 2017, fue totalmente distinta: en lugar de armar un escenario hacia la nada, la banda se procuró un espacio más estrecho, una cercanía difícil en grandes shows. Una intimidad ardiente. Chizzo, Tete Iglesias y su hermano Tanque se colocaron de cara entre sí, formando un triángulo que miraba hacia adentro. Como el que forman el Riachuelo y la General Paz en esa última pezuña del sur porteño. El triángulo geográfico lo cierra al norte la Perito, que sigue desierta.
Detrás de la banda hubo un equipo de trabajo de cien personas. Fue la que montó esa “arena” en la terraza de una pequeña construcción frente a la recta principal del Autódromo. En días de carreras, se suele usar como VIP. El último de sus tres pisos es un gran balcón con una carpa sin paredes. Eso permite ver las largadas.
En el streaming de La Renga, en cambio, el horizonte estaba a las espaldas: las casas de Villa Riachuelo y tiras de monoblocks en Lugano formaban parte del decorado. Un barrio despierto en un día cualquiera de junio del 2021.
Eso es a lo que apuesta esta nueva manera de concebir los streamings: como una experiencia audiovisual que trascienda la mera escucha de canciones en manos de sus creadores. Cámaras comunes y robóticas, más drones orbitando la zona, para trabajar con todo tipo de planos: desde cerrados (la banda incendiándose), hasta bien alejados, mostrando el destello en un entorno amplio, las casas, los autos, las ventanas con las luces aún encendidas.
Las paredes internas y externas de la edificación se convirtieron en un elemento más de la escenografía a través de mappings, visuales y pantallas de Led que formaban climas y colores entre columnas de cemento. Numerosos juegos de luces. Y una importante aplicación de artes plásticas en paneles… y hasta en el suelo: linda obra dejará para siempre el recuerdo de aquel paso de La Renga por esa terraza del Autódromo de la Ciudad.
Acaso recordando lo que pasó con Los Fundamentalistas y la plataforma Ticketek, en la víspera del streaming de La Renga se recomendó, a través de redes sociales, conectarse antes de la hora de comienzo. Nuevamente Twitter aportó su memética al asunto, palpitando la previa con aquel recuerdo presente: un espectáculo épico pero que arrancó tres horas más tarde, ya liberado en YouTube.
Sin embargo, todo comenzó sin sobresaltos: anunciada para las 22, la función empezó apenas cuatro minutos después.
Un drone baja en picada hacia el balcón desde larga distancia. De fondo, el sol se esconde. Se simulan muy sutilmente unos sonidos de autos acelerando. El primero que interviene es el bajo de Tete. “¡Vamos!”, arenga Chizzo. Y deja un Mi menor inflando el aire. Un comienzo sabbathiano de un minuto y medio antes de salir a la pista con “A tu lado”.
“Buenas noches, amigas, amigos. Estamos acá, en el Autódromo Oscar Gálvez, transmitiendo este concierto para todos ustedes”, es lo primero que dice Nápoli. Y va por más: “Espero que llegue a todos sus hogares con la potencia del rock que tiene La Renga. ¡Escuchenme!: Tripa y corazón. ¡Hey!”.
“Cuando la lumbre le dio, ahí fue cuando encendió”, era el nombre del espectáculo. Muchos se preguntaron, sorprendidos, de qué trataba aquella frase. Lo descubrieron promediando el show, cuando La Renga ofreció la primera novedad de la noche: “Buena pipa”, canción estreno, contiene esa frase en su letra. Si algunos se preguntan dónde está el rock de guitarras y bases analógicas, la respuesta está acá mismo. Como en casi toda la noche (salvo un entremés con su Fender Telecaster), Chizzo se floreó con la Gibson Thunderbird que le solía pedir Pappo cuando que era invitado en un show de La Renga.
Después de ocho meses, el grupo mostró un tema nuevo (que se suma a otros seis publicados en 2020). Fue uno de los momentos más altos de un stream hecho a medida. Se combinó la furia de una banda que necesitada de performar sobre un escenario, con las posibilidades técnicas de convertir eso en un espectáculo que quizás quede para siempre: si en un futuro recordamos la pandemia también por algunos hitos artísticos, éste debiera ser uno de ellos.
A lo largo de una hora y cuarenta minutos, La Renga se exhibió con una lista incuestionable. Desde “Cuando vendrán” hasta “El rito de los corazones sangrando”. Desde “Moscas verdes para un charlatán” hasta “Embrollos, fatos y paquetes”. Desde el tren lisérgico de “Montaña roja”, entre la canción y el juego de mappings, planos y luces, hasta el nonstop de “Las cosas que hace”, “Arte infernal” y “Panic show”. Y un final sorpresa. Que puede ser en este mismo lugar, pero en otro tiempo. El streaming quedará un tiempito más a disposición, no queremos spoilear. Solo decir que la distopía repone el final de todo Banquete en el lugar que le corresponde: “Hablando de la libertad” ante su público, la noche y las luces. Que, en este caso, fueron en el sur de la ciudad. Muy cerquita de la Perito. Y del Larrazábal, donde un mural -entre tantos otros de Mataderos, aunque ese club esté en Liniers por una cuadra de diferencia- recuerda esos inicios casi que de la misma forma: tocando en una terraza o en un garaje, mirándose entre ellos y conectándose con el fuego.