Con el proceso de gentrificación una nueva miseria se extiende sobre la clase trabajadora ya despojada de los frutos de su actividad —el trabajo—, ahora, de los medios básicos de subsistencia: servicios públicos y vivienda. Estas contradicciones se agravan y profundizan con la pandemia del COVID-19.
Hace más de 50 años cuando marxistas críticos como Lefebvre replanteaban el estudio de la ciudad más allá de la idea del hábitat, poniendo en el centro los problemas de la urbanización paralelos a la expansión capitalista, los cambios económicos, el funcionamiento de los mercados y los procesos de industrialización, cuyo ritmo y modificación engendraron nuevas contradicciones y las agravaron.
En la actualidad siguen más que vigentes sus planteamientos para el análisis de la gentrificación: “En estas condiciones los cambios son más aparentes que reales”. [1]
Con el proceso de gentrificación una nueva miseria se extiende sobre la clase trabajadora ya despojada de los frutos de su actividad —el trabajo—, ahora, de los medios básicos de subsistencia: servicios públicos y vivienda. Estas contradicciones se agravan y profundizan con la pandemia del COVID-19.
Hacia una definición crítica de la gentrificación
Durante la época neoliberal las grandes ciudades experimentaron transformaciones que derivan en distintos procesos y a diferentes escalas. La mayoría de éstas apuntan a la facilitación y sostenimiento de los intereses de la clase dominante en dicho espacio o territorio. De ahí la importancia de retomar en estos momentos la gentrificación, como uno de los procesos urbanos que implica ensanchar la desigualdad de la distribución de la riqueza, desplazamientos y hacinamiento e incluso el control de servicios básicos como el agua.
Es imprescindible ahondar en estas transformaciones si vamos a cuestionarnos quién mueve la ciudad y quién habita en ella. La gentrificación como terminología se ha utilizado de sobremanera en centros tanto académicos como sociales, lo que ha dado cabida a debates, aportes y definiciones que distan de una aproximación crítica que ayude no sólo a la comprensión de la problemática sino hacia la solución del problema, haciendo muchísimo énfasis en qué es vivir en la barbárica CDMX en tiempos de la pandemia del COVID-19.
Desde la década de los 60 las diversas perspectivas de análisis en torno a la problemática de lo que es vivir y trabajar en la ciudad, han abrevado hacia una comprensión más compleja y metódica de la cuestión en turno. De acuerdo a Ruth Class, “en las complejidades de la clase rural tradicional inglesa el termino gentrificación fue designado para señalar la emergencia de la nueva “gentry urbana”. [2]
Una de las definiciones que apuntan a la cuestión de clase en el fenómeno de la gentrificación fue elaborado por N. Smith en La nueva frontera urbana, Ciudad revanchista y gentrificación (2012), “La gentrificación es un “fenómeno [...] enraizado inherentemente en la clase pero […] es muchas otras cosas […].Las clases se asemejan, más bien, a conjuntos difusos que se definen más o menos claramente dependiendo de las condiciones sociales, económicas, políticas e ideológicas”. [3]
Algunos teóricos como David Harvey han producido literatura pertinente respecto al tema. En su libro Ciudades Rebeldes (2012), por ejemplo, Harvey analiza el proceso de urbanización en dos líneas generales, en lo económico y lo cultural. Para lo económico señala: a) El establecimiento de la propiedad privada y la tasa de ganancia por encima de los derechos humanos a escala global y con ello la creación de leyes para garantizar la expansión continua del capital, con control de la mano de obra, salarios y recursos, la competitividad vinculada a la generación de tecnologías para elevar la productividad y la rentabilidad; b) La urbanización como forma de absorción del producto excedente porque la expansión inmobiliaria ha modificado las necesidades del mercado, el aumento de la renta del suelo, de la mano de la especulación financiera, y en ese sentido, el desarrollo urbano está vinculado a la dinámica macroeconómica internacional, demostrado en el crack en 2007 con epicentro en Estados Unidos; d) Mercantilización y monetarización de bienes comunes (tierras, recursos genéticos y naturales, conocimiento); e) la globalización y rentas monopólicas. En referencia a la cultura menciona a) apropiación del capital simbólico de las localidades o ciudades aumentando los precios de los desarrollos inmobiliarios; b) la mercantilización de la cultura popular y el patrimonio histórico. Así mismo señala la emergencia de movimientos sociales, protestas, huelgas, tomas de fábricas a escala internacional, que denomina “Ciudad Rebeldes” y señala a la cultura como una clave para frenar la embestida capitalista.
A la par de la fragmentación del espacio urbano sobre la base de aumentar la propiedad privada y el capital de las empresas inmobiliarias monopólicas, el aumento de los aparatos de control del estado sobre la población, ha sido una característica: parques, plazas y jardineras pintadas mientras se aumenta la inversión de los gobiernos en seguridad y cuerpos represivos.
Detrás de términos como renovación, reciclaje, reordenamiento se ocultan los procesos de segregación, fragmentación y gentrificación que caracterizan a los modelos neoliberales que planean las ciudades, en los que una buena parte de la población es excluida del uso de ciertos espacios o se le niega el acceso a determinados bienes y servicios mediante la creación de enclaves urbanos capitalistas.
En otra perspectiva para muchos urbanistas, promotores inmobiliarios y políticos sirvientes de magnates la gentrificación es una palabra vedada, sucia, sin contenido, que cuando ellos le usan refiere a conservación, mejoramiento, revitalización o residencialización urbana y a la reconversión económica y social que remiten a conceptos más amables e inclusive, benéficos a esta clase. A su vez el concepto, desde esta perspectiva, intenta revestirlo como elemento articulador de clases e intereses individuales cuando sabemos que esto no es así. El término ha tenido un giro en donde actores sociales se han apropiado del término para quitarle sus velos y asegunes, con el único objetivo de mostrar las contradicciones, consecuencias y problemáticas a las que está expuesta la clase trabajadora.
Para el entendimiento desde una perspectiva crítica de la gentrificación, un punto de partida corresponde al fenómeno que anida, amplia y profundiza las contradicciones de la urbanización capitalista, en el que los estados han garantizado las condiciones para su asentamiento y el despojo, cuya forma es la transformación «aparente» del crecimiento de la ciudad bajo la revalorización del capital: esconde y encierra como dinámica la acumulación del capital, la ampliación de la propiedad privada y el fortalecimiento de los monopolios, sobre la base de extender la miseria de las grandes mayorías y la apropiación de los recursos.
Es de resaltar que los procesos de gentrificación se tienen que identificar como los procesos que tienen un vínculo entre la lucha de clases y la vivienda, a la par ponen en entredicho la recreación de la clase trabajadora dentro de la ciudad, la planeación de ésta a partir de políticas abiertamente capitalistas aunque el nuevo gobierno quiera negarlo.
Pretendemos pues, desnudar el concepto ya que denota un conflicto de clases abierto: quiénes pueden apropiarse del suelo urbano, de sus servicios básicos y porqué; y por lo tanto, quiénes deciden parte de la vida diaria de las personas. Vemos la urgencia de puntualizar los procesos de gentrificación como procesos de mediano y largo plazo que están revestidos de 6 etapas, las cuales contribuyen a una mejor comprensión y apreciación del problema:
1. Abandono, degradación y privatización de servicios básicos.
2. Estigmatización de sectores sociales en un determinado espacio o territorio en su mayoría focalizada hacia el pueblo pobre.
3. Compra de propiedades, edificios o terrenos por parte de agentes inmobiliarios.
4. Aumento del costo de vida e impuestos y el encarecimiento del suelo y la vivienda.
5. Desplazamiento forzado y/o expulsión de población originaria del territorio o de ciertos espacios urbanos.
6. Comercialización de la zona a partir de consolidar el turismo “elite” y la transformación en los patrones de consumo.
El objetivo de estas líneas no es terminar con los debates sobre la gentrificación, al revés, es incitar al análisis de qué implicaciones hay detrás de vivir en la CDMX y por supuesto, exhortar a tomar partida en dicho conflicto que, de no hacerlo, seguirán reproduciendo las inequidades e injusticias sociales, sobre la base de las reestructuraciones espaciales y territoriales en favor de la minoría: los capitalistas.
Gentrificación detonante del COVID-19
La reproducción social y la gentrificación en sus dimensiones de vivienda, suelo, bienes comunes del espacio y servicios básicos, junto con la movilidad en las ciudades, en momentos como la actual pandemia genera procesos abigarrados de la barbarie capitalista. Las enfermedades de la reproducción social en tiempos de gentrificación, hoy son las bases materiales, espaciales, económicas y políticas que actualmente son el foco de extensión de la pandemia:
• El desplazamiento y las altas rentas, hoy se traducen en hacinamiento y la negación del derecho a la vivienda. Esto con los actuales recortes salariales, en la pandemia, es un panorama crítico, porque de mantenerse, enviará a miles a las calles por no llegar a cubrir los costos de las rentas.
• El problema de la movilidad en la CDMX se convierte en un terreno fértil para la expansión de la pandemia ya que trasladarse al trabajo durante más de 4 horas, en un transporte caro, inseguro y muchas veces insano, fomenta la conglomeración y esto da como resultado la propagación del virus.
• La gentrificación generó la construcción de plazas comerciales que liquidaron el abasto de alimentos y productos básicos de los productores y comercios locales y las redes de distribución de los mercados ambulantes. En estos momentos en que resulta necesario que la oferta de alimentos sea cubierta a un bajo costo con productos saludables, hoy se encuentra controlado por las cadenas mayoristas. El mismo caso es para las cadenas de comida y restaurantes quienes deben ofrecer a costos accesibles los alimentos y los comedores comunitarios ofrecer gratuitamente sus servicios.
• El aislamiento como medida sanitaria actual, cuando no se cuenta con una vivienda digna donde los servicios son compartidos, así como los espacios interiores, son focos de contagio para las familias trabajadoras que viven hacinadas.
• El estado facilitador de las condiciones para la acumulación de las grandes inmobiliarias, hoy debe dictar que los sistemas de salud privada estén abiertos para la atención médica de forma gratuita.
• La privatización de los bienes comunes como el agua, expone a la clase trabajadora ante el COVID-19, ya que no se garantiza el acceso a este servicio básico, pues no se planea el abasto del mismo y muchas veces el agua tiene que llegar a partir de pipas, lo cual es un coste extra para la clase trabajadora. Hasta este momento en que se escribe este artículo las alcaldías de Gustavo A Madero, Cuauhtémoc, Coyoacan, Azcapotzalco, Venustiano Carranza, Tláhuac, Xochimilco, Iztapalapa, Tlalpan y Magdalena Contreras presentan desabasto de agua (Datos tomados de: Sin embargo, Expansión Política, Animal Político).
• Los “empleos basura”, sin derechos laborales, con amplias franjas de trabajadores que laboran bajo el esquema de outsourcing y en sectores informales, son los más afectados ahora, al no contar con seguridad social.
• El fortalecimiento de las medidas represivas para el control de los espacios y resguardo de la propiedad privada, hoy actúan contra la población para implementar las medidas de aislamiento.
El boom inmobiliario y la salud
La rapidez del crecimiento de la urbanización y el fenómeno de la gentrificación, corre en sentido contrario a garantizar servicios básicos y de calidad para toda la población. El caso de la salud pública, es un ejemplo esclarecedor de la defensa de la propiedad privada por gobiernos y empresarios, en detrimento de los derechos humanos como la salud.
Friedrich Engels escribió hace casi 150 años en Sobre el problema de la Vivienda en 1872:
“Los focos de las epidemias, los infames agujeros y calabozos en los que el modo capitalista de producción confina a nuestros trabajadores una noche tras otra, no son erradicados, ¡sino que simplemente se desplazan a otro lugar! La misma necesidad económica que los generó antes los reproduce ahora”. [4]
Si bien este fragmento hace referencia al problema de la vivienda para los obreros y las brechas de desigualdad que se abren en las ciudades, exportando estos modelos a otras partes del mundo, la analogía entre los “focos de epidemias” hoy cobra dos sentidos latentes: por un lado, en su forma espacial-material, la expansión de la urbanización y gentrificación reciente; por otro lado, la gentrificación como un foco de expansión de la pandemia actual.
Analizaremos esto en la relación entre el boom inmobiliario y la infraestructura en hospitales y clínicas en la Ciudad de México.
Un estudio reciente realizado por Carlos Galindo y Manuel Suárez, investigadores de la UNAM, se preguntaron hipotéticamente “¿Qué pasaría si nos enfermáramos todos?”, [5] desarrollando un diagnóstico espacial de la estructura urbano-metropolitana del equipamiento para atención médica del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE). Partiendo de los antecedentes de emergencias epidemiológicas, plantearon esta hipótesis: Según estadísticas, 43 por ciento de las defunciones por AH1N1 correspondieron a residentes del Distrito Federal y 19 por ciento al Estado de México (62% agregado). [6]
Entre los resultados hay dos elementos sustantivos:
• El primero es un mapa con el diagnóstico de clínicas y hospitales del ISSSTE, con un total de 98 unidades médicas (con diferentes niveles de atención y especialización).
Fuente: Elaboración de los autores con base en INEGI (2013)
• El segundo es: un promedio del 70% de la población derechohabiente del ISSSTE no podría atenderse en las unidades médicas en una situación de demanda extraordinaria de los servicios de salud.
Estas cifras, que ya resultan alarmantes al contemplar a los derechohabientes, se recrudecen si incluimos a la población total que no cuenta con seguridad social. En la ciudad de México para 2018, el Anuario Estadístico del ISSSTE registró que la población amparada total fueron 3 millones 375 mil 356 de más de 9 millones de habitantes.
En el caso del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), la otra institución de salud pública en México, de acuerdo a su directorio de instalaciones cuenta con 82 unidades médicas en la Ciudad de México, incluyendo clínicas, hospitales e IMSS Prospera.
Cuando comparamos los datos de la infraestructura médica con el boom inmobiliario, resulta que las “grandes” transformaciones no son para la mayoría y reproducen, con la gentrificación, mayores franjas de exclusión y desplazamiento, fortaleciendo el capital de las grandes empresas inmobiliarias y la acumulación de la riqueza en unos cuantos.
En la Ciudad de México, el tsunami inmobiliario se registra a partir del 2000, pegando un salto en 2010. El trabajo cartográfico realizado por Geocomunes, [7] muestra cómo entre el 2000 y 2009 se construyeron 70 plazas en total (Mapa 1), por empresas como Fibra Uno, principal desarrollador inmobiliario monopólico en México (Mapa 2), que en 2019 “concretó la compra inmobiliaria industrial más grande del año en México y América Latina por 841 millones de dólares, al adquirir el portafolio de 74 edificios industriales desarrollado por Finsa, en asociación con el fondo de inversión Walton Street Capital”. [8]
Si comparamos el número de unidades médicas del IMMS en la Ciudad de México que suman 82, son el mismo número de plazas comerciales construidas en ¡tan sólo 10 años! Los principales fondos de capital en inmuebles, liderados por Fibra Uno, E Group y Frisa (también inversionista en Fibra Uno), construyeron la misma cantidad en plazas. El número crece con las 18 plazas que hoy se encuentran en construcción (MAPA 3).
Hablamos de un panorama de focos de gentrificación que hoy son los focos para generar una crisis humanitaria con la pandemia del COVID-19.
Lo que demuestran estos datos, es que esas plazas comerciales ocupadas por las grandes empresas mayoristas como Wal-Mart o las cadenas de comida, quienes por décadas han amasado grandes fortunas con el control de los mercados, hoy deben abaratar sus productos para atender la demanda de alimentos y productos básicos de las grandes mayorías que viven con sueldos precarizados y recortados ante la crisis. Los hospitales y clínicas privadas deben abrirse para la aplicación de test y atención médica de toda la población, así como los hoteles y complejos “elite” como albergues.
Esto implica de manera urgente, reconvertir la economía para ponerla al servicio de disminuir los contagios y controlar la pandemia, para lo cual los gobiernos deben imponer que las empresas fabriquen los insumos y equipo médicos necesarios y no gestionar con medidas impotentes las muertes por contagio como hasta ahora lo han hecho.
Al momento del cierre de esta nota, existen 652, 079 casos confirmados de contagio por COVID-19 y 30 mil 313 muertes a escala global. Para cambiar la curva exponencial de contagios, ¡reconversión de la economía para la salud YA!
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