Una reseña sobre el recital de Public Image Limited, Teatro Vorterix, 11 de agosto de 2016
Martes 16 de agosto de 2016
El recinto abarrotado, con dos vertientes de público bien definida: Por un lado los punkys eterno adolescentes, semi beodos, en plan “no tengo un cobre”, bien de barrio (post mixtura con el rock barrial noventista), gritones, que van a ver a Rotten, que ya no es del todo Rotten desde hace casi treinta años, a pesar de que el mismo ya no canta un solo tema de los Sex Pistols y que se ha encargado de ahuyentarlos de todas las formas posibles. Éstos muchachos, notoriamente no han escuchado más de tres temas de los diez discos de estudio de PIL y acuden por simple fetichismo. Por el otro, jóvenes que ya no son, mucho más vinculados a la “intelligentsia” contracultural del rock, de pantalones angostitos, chupados, pero bien prolijitos, mas bien calladitos, de esos que no hacen bardo casi nunca y que probablemente lleven un librito de bolsillo en el bolsillo de atrás, que conocen absolutamente toda la discografía de Lydon, y todas sus ramificaciones. De uno y otro lado, alegría de verlo y expectativa.
El show comenzó puntual. La máquina la sostiene Bruce Smith, con los parches precisos en los ritmos marciales y machacones, repetitivos característicos. Claro que los pergaminos de Smith no son pocos: The Pop Group, la banda de post-punk que quizás haya estado más a la izquierda de todo el movimiento. Y al frente junto a Lydon, los descomunales Lu Edmonds y Scott Firth, cumpliendo con creces en ser los partenaires de éste predicador de la anti-prédica desquiciado e impredecible tanto arriba como abajo del escenario.
Para arrancar, Albatross, y los punkys gritones de cerveza enmudecieron al ritmo gélido del bajo de Firth y los alaridos psicóticos de Lydon, que desgarradoramente comenzaba a hipnotizarnos. La primera parte del show estuvo intercalada con temas del último disco, “What the World Needs Now”, algo desparejo, pero con picos muy altos, y con la acidez de siempre. De ese último disco sonaron “Double Trouble”, “Know Now”, “Corporate” y I’m not satisfied” mezcladas con la caída permanente de “Deeper Water”, la extraordinaria “(This is not a) Love Song de esa maravilla dance deforme de mediados de los ochenta y la ultracombativa “Warrior”.
Jams macabros, oscuros, el gesto duro, el baile de playmobil poseído, la repetición hasta el hartazgo y al mismo tiempo el delirio cuasi místico, que no sabés si te están embotando o te están enervando, y la marea de gente que ahora es una, sin divisiones, que está atontada por la catarata de incitaciones y la imprecibilidad de lo que está viviendo. Lydon apenas se mueve, ensaya su clásico pasito de cadera enyesada, agita los brazos como si se estuviera ahogando, o levanta el dedo índice como en una prédica antirreligiosa. Prédica que hace eclosión en la monumental y devastadora “Religion”, donde sólo falta el púlpito, y Lydon comienza a bajar línea imparablemente contra la institución religiosa amparado en un groove enfermo y monolítico de bajo de Firth. Más de diez minutos de panfletarismo radical ateo que difícilmente éste público pueda soportar en otro ámbito. Ya a ésta altura estamos devastados. La energía que transmite, la rabia, el mantra demoníaco se transforma en éxtasis. El salmo pagano mientras repite y repite: “Esto es religión, hay un mentiroso en el altar, los sermones nunca fallan, esto es religión, tu religión”. Cuando algunos comenzaban a dudar de si podían llegar a seguir resistiendo una experiencia tan extrema, con maestría Lydon da un golpe de timón y arrancaron con “Rise”, lo más “ganchero” que Lydon pudo escribir alguna vez, casi pop (pop al estilo Lydon, claro). Por primera vez vino algo parecido a una reacción popular que pudo sacarnos del estupor, y comenzamos a ensayar bailoteos de júbilo siniestro, mientras suena el grito de guerra repetitivo desde el escenario “la ira es una energía”.
Para cerrar, en los bises, Public Image, de su primer disco, la diatriba combativa de antiestética punk que parecía inquiría en los muchachones de barrio que ahora estaban enmudecidos y cautivados frente a lo increíble que estaban viviendo, y Open Up, editado por Lydon como solista en 1993.
Una hora cuarenta y cinco de una intensidad insuperable, quince “canciones” de una carga enérgica y de una consistencia discursiva descomunales, pocas veces vista en un artista contemporáneo, de una impredecible y magistral interpretación.
Los que estuvimos ahí, nos llevamos un secreto adentro nuestro muy difícil de explicar, una marca de esas que no se borran, y una sensación de haber sido parte de una experiencia inolvidable y transformadora.