Para realizar este ejercicio recurrimos al escrito Sobre la cuestión nacional de 1923. Nos vemos obligados a realizar ciertas analogías entre la realidad a la cual se refería Trotsky y el presente. Desde ya, esto hay que realizarlo teniendo en cuenta de que se trata de contextos diferenciados que hay que estudiar en concreto.
Una primera comparación la podemos hacer a partir de la distinción que hace Trotsky entre el nacionalismo agresivo de los opresores -Rusia- y el defensivo de los oprimidos -pueblos como el ucraniano: “en relación al primero, lucha implacable, severo desprecio, especialmente en aquellos casos donde se muestra en la esfera gubernamental y administrativa; en relación al segundo hay que hacer un trabajo educativo paciente, atento y cuidadoso” (1923).
La “raíz en el pasado” de la opresión nacional
Lejos de un supuesto “economicismo” o “reduccionismo de clase”, el marxismo, en su tradición revolucionaria, consideró que el problema nacional era un problema diferenciado del problema de la explotación -y para nada un problema secundario. Para Trotsky -en la tradición bolchevique- el problema nacional constituía una parte esencial de una posición política de clase y no algo accesorio u opuesto a ella. Trotsky escribía que “un criterio de clase sin la cuestión nacional no es un criterio de clase, sino sólo el tronco principal de tal criterio, que inevitablemente se aproxima a una perspectiva sindicalista o artesanal” (Sobre la cuestión nacional). Se trataba de un elemento clave en Rusia que tenía una historia de siglos de opresión a otros pueblos como el pueblo ucraniano, polaco o georgiano. Trotsky discute contra la idea de que un criterio de clase debe hacer caso omiso a temas como la opresión por razones de nacionalidad: cuando señala que eso lleva a una perspectiva sindicalista o artesanal quiere decir, básicamente que, conduce a una mirada política inmediatista y sumamente estrecha que imposibilita que la clase trabajadora se constituya como clase dirigente de los oprimidos en la lucha contra las clases dominantes.
Lejos de cualquier caricatura economicista de desprecio por lo nacional -o lo cultural-, León Trotsky señalaba que cada cuestión nacional, política y económica se refracta -para las nacionalidades oprimidas- “a través del prisma de su lengua nativa, sus peculiaridades nacional-económicas y su idiosincrasia, y de su desconfianza nacional, que tiene sus raíces en el pasado” (1923). Desde el naciente gobierno de trabajadores surgido de la revolución, Trotsky -junto a Lenin-, teniendo en cuenta ese “prisma”, combatió cualquier intento de imponer la lengua rusa a las nacionalidades oprimidas, o de negar prácticas culturales o de “idiosincrasia” por métodos coercitivos.
Tomando este criterio para realizar un ejercicio en presente, podríamos referirnos a una cuestión económica muy relevante para el territorio mapuche histórico: la gran propiedad forestal, conformada durante la dictadura pinochetista. Si tomamos en serio la afirmación de Trotsky de que cada cuestión nacional, política o económica se refracta para los pueblos oprimidos a través de “prismas” como la lengua nativa, o la “desconfianza nacional que tiene sus raíces en el pasado”, entonces no hay que leer la gran propiedad forestal de dos millones de hectáreas versus las 500.000 hectáreas en manos de mapuche, como un hecho puramente económico: hay que considerarlo también a través del prisma, por ejemplo, de la desconfianza a “los chilenos”, a los “extranjeros” o wingkas que existe en ciertos sectores del pueblo mapuche y cuya raíz tiene que ver precisamente con “el pasado”: por ejemplo, la ocupación de la Araucanía por parte del Estado chileno y el robo del territorio histórico o los decretos del Estado chileno en la dictadura de Pinochet a favor de la gran propiedad forestal, acciones en las que se utilizaron las diferencias nacionales con los mapuche como factor de expoliación. Es conocido como además de la fuerza represiva del Estado se usaron una serie de maniobras jurídicas, iniciativas religiosas y educativas, para consumar la dominación. Lo “chileno” en estos casos apareció como un factor de expoliación. Desconocer la raíz en el pasado de esa opresión sólo puede conducir a políticas que no enfrentan esa misma opresión. No hay que dejar de distinguir el nacionalismo de los opresores del nacionalismo de los oprimidos.
La importancia de la lengua
En el mismo sentido, Trotsky planteaba que el “idioma es el instrumento más básico, el más ampliamente abarcativo y el que penetra más profundamente, del nexo entre hombre y hombre y así entre clase y clase”. En las antípodas de las extrapolaciones economicistas del marxismo vulgar, Trotsky incluyó para la estrategia revolucionaria, la cuestión de la lengua. Su concepción no tiene nada que ver con una reducción sindicalista del marxismo que presta atención exclusivamente a las demandas de los trabajadores derivadas de su condición de clase explotada sin tener a la vista su relación con otros sujetos oprimidos como los pueblos-nación originarios o su propia composición interna que incluye también a esos sujetos oprimidos. El factor del idioma que hoy en día continúa estando en juego respecto a los pueblos oprimidos, es para Trotsky, fundamental.
El mapuzungún, por ejemplo, fue suprimido de los espacios de las ciudades desde la conformación del poder estatal en la zona mapuche a fines del siglo XIX y la propiedad privada por medio de la ocupación. En las instituciones educativas, éste fue excluido. Su perduración a través del tiempo estuvo muy ligada a la resistencia concentrada en algunas comunidades mapuche rurales. Su incorporación en instancias estatales y educativas es algo más bien reciente y es tanto fruto de la lucha histórica del pueblo mapuche como también un intento de parte del Estado de disfrazar su relación esencialmente opresiva con el pueblo-nación mapuche. Si bien con una política de enseñanza del mapuzungún no se podrían resolver los problemas más claves de opresión al pueblo mapuche, no deja de ser relevante el que se haga o no.
Lo que está en juego es la hegemonía
Lo que estaba en juego en el momento que Trotsky escribía estas líneas que hemos citado, era la cuestión de la hegemonía, es decir, de la alianza de la clase trabajadora -ya en el poder desde la revolución de octubre de 1917- y las nacionalidades oprimidas históricamente por Rusia -tales como el pueblo ucraniano o georgiano. Para implementar esa alianza y dirigirla, la clase trabajadora necesitaba considerar los elementos culturales de los pueblos oprimidos -como la lengua, además de los elementos económico-estructurales -ligados a la política agraria. El peligro de despreciar esa cuestión nacional, era que la clase trabajadora no lograra generar el “nexo” hegemónico con la naciones oprimidas. Así de relevante era cuestión de la opresión nacional para el marxismo revolucionario: dependía que la clase trabajadora mantuviera el nexo con el campesinado -que incluía a sectores no rusos, sin lo cual se ponía en riesgo su permanencia en el poder:
«Si bien en nuestras condiciones la cuestión de la revolución proletaria está, como Ud. dice, por encima de toda cuestión de las relaciones sociales entre el campesinado y el proletariado, este último problema equivale, en más del 50%, a la cuestión de las relaciones entre el proletariado gran ruso, más avanzado y con más influencia, y las masas campesinas de las otras nacionalidades, que fueron oprimidas implacablemente en tiempos pasados y todavía recuerdan muy bien todo lo que sufrieron. Lo que está equivocado en su posición (...) es que todos sus argumentos supuestamente de izquierda, pero esencialmente nihilistas y a medio cocinar golpean no sólo a la cuestión nacional, sino también a la cuestión fundamental del nexo entre los obreros y los campesinos.»
Tomando el método de Trotsky en el contexto presente y local podríamos afirmar que una política revolucionaria de la clase trabajadora que no considerara la lucha contra la opresión al pueblo nación mapuche, con el argumento (erróneo) de que hay que pensar exclusivamente las problemáticas de la clase trabajadora, estaría liquidando el potencial hegemónico que tiene la clase trabajadora como consecuencia de su propia condición de clase productiva. Por ejemplo, en la ocupación del fundo Huite que llevan adelante trabajadores del Sindicato Chilterra en alianza con comunidades mapuche del sector, los trabajadores han hecho propia la demanda por la restitución de tierras para aquéllas y algunos sectores proponen una gestión cooperativa de la producción del fundo entre representantes de las comunidades y del sindicato. En esta lucha se unen tanto la demanda de los trabajadores de defensa de los puestos de trabajo ante la quiebra de la empresa de Ricardo Ríos con la demanda mapuche de restitución territorial. Considerar secundaria o irrelevante la segunda cuestión respecto a la primera, en este caso, contribuiría a la separación de trabajadores y mapuche, lo cual es un factor de fortaleza en la lucha. La importancia de que sean los trabajadores de este fundo quienes tomen la demanda de la restitución tiene peso en tanto en aquél se produce leche para medio millón de personas. Es decir, ese aspecto productivo, posibilita que trabajadores y comunidades en lucha puedan buscar responder a necesidades de la población trabajadora y empobrecida de la región que está pagando las alzas de los alimentos. Que trabajadores mapuche y no mapuche hagan suya la demanda de “restitución territorial” de las comunidades es una de las principales conquistas de este proceso. Transformar esto en una lección para todas y todos los trabajadores, apunta a desarrollar el potencial hegemónico de la clase trabajadora, es decir, su capacidad de generar alianzas con los oprimidos contra los capitalistas y su Estado. Argumentar en nombre de una política supuestamente “obrera” diciendo que las demandas nacionales mapuche no son relevantes, por el contrario, conduce a una merma del potencial político de los trabajadores.
Problematizar el “principio” nacional
Trotsky planteaba que el principio de clase no excluye, sino que abarca la autodeterminación nacional. Sin embargo, no hay que pensar a ésta como un “principio abstracto suprahistórico” basado en el modelo categórico de Kant.
Recordemos que el “modelo categórico” de Kant al que alude Trotsky consiste básicamente en concebir un deber moral que no depende de la experiencia ni de las circunstancias. Hablar de autodeterminación nacional o de nación por fuera de las circunstancias y la experiencia, tiene el mismo problema que la ética kantiana: nos hace caer en un fetiche suprahistórico. Por ejemplo en la actualidad existe una interpenetración social entre trabajadores y mapuche a niveles jamás antes vistos y una importante urbanización de los mapuche -la mayoría habita en Santiago. Pensar el derecho a la autodeterminación nacional por fuera de ese factor, en base a preconceptos de “lo que es mapuche” no basados en una lectura concreta de las relaciones sociales actuales sino en idealizaciones conduce a todo tipo de caminos políticos errados.
En las últimas décadas un antagonismo clave ha pasado a ser el que hay entre las forestales y grupos como los Angelini y los Matte y el pueblo mapuche que padeció decretos despojadores con la dictadura de Pinochet. Hoy el Estado, de manera abierta, protege esas propiedades basadas en el robo a través de la represión y la estafa. Pensar las condiciones reales y materiales de vida para avanzar y desarrollarse el pueblo mapuche en el presente implica cuestionar las relaciones capitalistas de propiedad existentes: implica enfrentar la propiedad privada de grupos como los Angelini y los Matte y articular los volúmenes de fuerzas sociales para ganar esa contienda.
En este sentido, “un principio de clase” puede asegurar la “máxima realización del “principio” de autodeterminación nacional” (LT, 1923). Si en el fundo de Huite trabajadores del Sindicato de Chilterra (actuando como “clase”) tomaron en sus manos la demanda de “restitución territorial” (que para resolverse integralmente en Wallmapu requeriría la realización del derecho a la autodeterminación nacional), entonces, es verdad que la lucha de trabajadores y trabajadoras puede potenciarse mutuamente con los combates del pueblo mapuche. En vez de pretender buscar “principios” de lo nacional válidos para todo momento y todo lugar -ya sea para redactar un texto constitucional o para restituir relaciones sociales supuestamente ni capitalistas ni socialistas-; se trata más bien de articular la alianza social que podrá derrotar al Estado, las forestales y a los terratenientes -factores reales de opresión, abriendo condiciones para que mapuche y trabajadores puedan gestionar el territorio de Wallmapu sin la opresión de la maquinaria del Estado chileno y sus estados de excepción, o las forestales y capitalistas que persisten en una expoliación histórica y un robo de tierras inaudito, haciendo concreto de esa manera el derecho a la autodeterminación nacional.
La cuestión de la tierra, el fin de la opresión y la construcción del socialismo
Para Trotsky, cuando la clase trabajadora llevaba seis años en el poder, la solución de la cuestión de la tierra no alcanzaba para resolver el problema de la opresión nacional de Rusia a otros pueblos:
«Indudablemente la cuestión agraria, sobre todo en el sentido de la abolición de todos los remanentes feudales, debe ser resuelta en todas partes. Como ahora tenemos un Estado de la Unión ya firmemente establecido, podemos llevar adelante este acuerdo sobre la cuestión de la tierra con toda la resolución que ésta exige; por supuesto la resolución de la cuestión de la tierra es una tarea de las más importantes para la revolución… Pero la abolición de la gran propiedad terrateniente es un acto que es llevado adelante de un solo golpe, de una vez para siempre, mientras que lo que nosotros llamamos la cuestión nacional es un proceso muy largo. Después que la revolución agraria haya sido completada, la cuestión nacional no desaparecerá. Por el contrario, sólo entonces pasará a estar al frente».
Si a entender de Trotsky, la abolición de la gran propiedad terrateniente “es un acto que es llevado adelante de un solo golpe” mientras que la la cuestión nacional “es un proceso muy largo”, resulta evidente que su marxismo no reducía lo nacional a la cuestión de la tierra. Se trata de problemas distintos. Mientras la cuestión de la tierra se puede resolver en un acto, la cuestión nacional se resuelve en un proceso muy largo porque es un problema de opresión con dimensiones que exceden las relaciones de propiedad rurales y que está vinculado con las tareas de construcción del socialismo pues implica romper con siglos de opresión en todos los ámbitos de la vida. La cuestión de la tierra era una tarea democrática estructural, pero la cuestión de la opresión nacional no era sólo una cuestión democrática que se reduce en el derecho a la autodeterminación nacional, sino que se jugaba en el ámbito de la vida, en el sentido de que implicaba terminar con una carga de siglos de opresión a los pueblos no rusos, que moldeaba el terreno de las costumbres y las relaciones sociales cotidianas.
Esto se vincula con el “segundo aspecto de la revolución permanente”. Este “caracteriza ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un periodo de duración indefinida y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales”. Este proceso…
«...se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas "pacíficas". Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal.»
Veamos este problema con un ejemplo actual. Para el socialismo se trata de terminar con todo rastro de opresión, y si los mapuche han sido expoliados por el Estado y grupos capitalistas y terratenientes, podemos decir que tal opresión ha sido a favor de alimentar relaciones capitalistas como se ve hoy en la propiedad forestal. Terminar con esa opresión, evidentemente es impensable sin terminar con la propiedad forestal de los Angelini y los Matte, generando el control de trabajadores y mapuche sobre el territorio. Pero bien, siguiendo la lógica de Trotsky en la cita que estamos comentando: ¿realizar esas medidas de restitución implica automáticamente terminar con la opresión nacional? La respuesta es negativa: se trata de problemas distintos. La opresión se juega en “todas las relaciones sociales”, combatirla implica choques entre grupos sociales, transformaciones en el ámbito de las costumbres, etc. Eso es parte del proceso de revolución permanente, según lo entiende el marxismo de León Trotsky.
Evidentemente estaríamos en un mejor terreno para terminar con la opresión nacional, en el caso de que se expropiar por ejemplo a la CMPC en Wallmapu, pero terminar con la opresión implica terminar con una carga histórica de siglos, sentidos comunes arraigados y una ardua tarea educativa que incluye el elemento del lenguaje (Trotsky) y que se pondrá en juego en el proceso de revolución socialista. La clase trabajadora y el partido revolucionario deben prepararse para esa gran tarea.
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