Participación de Matías Maiello en la mesa Vigencia del marxismo ante la economía, geopolítica y la lucha de clases internacional de las Jornadas Marxismo 2023.
Buenas tardes a todos y todas. Antes que nada agradecer quería agradecer la invitación a las compañeras y compañeros del MTS y de la revista Ideas de Izquierda de México. Un gusto poder compartir el panel con Amilcar y Farid.
Ya Farid y Amilcar se refirieron ya a varios temas muy importantes. Yo me voy a concentrar especialmente en uno, actualidad del marxismo pasa también por el terreno de la lucha de clases internacional.
¿Qué pasa con la lucha de clases en lo que va del siglo XXI?
No hemos visto procesos revolucionarios propiamente dichos, a excepción tal vez de Egipto en 2011 que fue cerrado pronto a sangre y fuego con el golpe de Al-Sisi, pero desde la crisis de 2008 vivimos muchos procesos muy importantes de la lucha de clases. Sobre los cuales se reflexionó proporcionalmente poco en relación a su importancia.
Desde la crisis de 2008, podríamos decir que tuvimos 3 ciclos u oleadas internacionales de la lucha de clases. El primero tuvo su centro en la “Primavera Árabe” en 2011, e incluyó también procesos en Grecia, en el Estado Español, entre otros. El segundo ciclo, lo abrió, la lucha de clases en Francia, con los Chalecos Amarillos en 2018 y tuvo su punto más alto sobre finales de 2019. Este ciclo fue amplísimo internacionalmente. Uno de los procesos más importantes fue en Chile.
En 2022, marcado ya por el inicio de la guerra en Ucrania, podríamos decir que se esbozó una tercera oleada. Incluyó Irán, Sri Lanka, en Sudamérica el levantamiento en Perú de finales de 2022 y principios de 2023. Y también la enorme lucha que se dio en Francia esto año en torno a las pensiones, que mostró un renovado protagonismo de la clase obrera, nada menos que en el centro de Europa. La cual a su vez, se produjo a la par de un amplio fenómeno de huelgas en el Reino Unido y en menor medida en Alemania y otros países de Europa, en gran parte motorizada por la inflación producto de la guerra.
Si damos una mirada de conjunto a estos procesos (especialmente los de los dos primeros ciclos de los que ya tenemos un panorama completo) vemos que a pesar de la masividad que tuvieron, la fuerza que desplegaron estos procesos configuraron revueltas pero no dieron lugar todavía a nuevas revoluciones.
Por ejemplo, Chile, que fue la principal revuelta latinoamericana de 2019. Se desarrollaron movilizaciones masivas al grito de “fuera Piñera” y contra el régimen pospinochetista. El 12 de noviembre de 2019 hubo un paro general histórico, el más importante desde la caída de la dictadura. Fue parcial, pero se paralizaron, por ejemplo, la mayoría de los puertos. Hubo piquetes en las periferias de las “poblaciones” y muchos enfrentamientos con carabineros y el ejército. La Mesa de Unidad Social, el Frente Amplio y el Partido Comunista fueron claves en contener el proceso y evitar la caída de Piñera por la acción de masas. El régimen lanzó inmediatamente el “Acuerdo por la Paz Social y la nueva Constitución” como una maniobra destinada a desactivar la revuelta con la colaboración protagónica de Boric. En paralelo a la desmovilización emergió con fuerza el neorreformismo con el propio Boric a la cabeza llegando a la presidencia. El resultado es que hoy en Chile los problemas planteados por aquella revuelta de 2019 siguen sin resolverse y, actualmente y uno de los más recientes capítulos fue la derecha de Kast ganando las elecciones al Consejo constitucional en mayo de este año.
Este es un ejemplo de muchos. Podríamos hablar del caso de Brasil, o del caso de Perú, pero también el de Argentina, donde está emergiendo un outsider de derecha como Javier Milei, luego de años de una amplia tarea de pasivización del movimiento de masas y subordinación al FMI por parte del kirchnerismo y la burocracia peronista de los grandes sindicatos y movimientos sociales frente a una situación cada vez más catastrófica socialmente.
En Latinoamérica, los gobiernos progresistas o posneoliberales fueron y son claves en está relación circular entre movilización y desmovilización que termina configurando una especie de ecosistema de reproducción de regímenes burgueses en crisis donde al tiempo que se desarrollan fenómenos de derecha y ultraderecha, se suceden frentes “anti” derecha —“antineoliberales” o “populismos de izquierda”— que hacen de válvula de escape para sostener políticamente un capitalismo cada vez más imposibilitado de consolidar nuevas hegemonías.
Los procesos de lucha de clases que se dieron en América Latina, al adoptar las formas de la revuelta (es decir, movimientos de presión, incluso extrema, pero que no se proponen una transferencia del poder a favor de las clases subalternas) no lograron romper ese ecosistema de reproducción de los regímenes burgueses.
Donatella Di Cesare, en un libro muy interesante, El tiempo de la revuelta, decía que no hay una antinomia entre revuelta y revolución, y es así. No hay un muro que separe la revuelta de la revolución. La cuestión es cómo problematizar el pasaje de la revuelta a la revolución en el siglo XXI.
Un problema clave que es cómo romper esa relación circular entre los procesos de movilización y de desmovilización/institucionalización que se dan, y que, hay que agregar terminan fortaleciendo a la derecha.
Acá se plantea un punto que creo que es fundamental para el marxismo del siglo XXI que es la necesidad de volver a dar centralidad a los problemas de estrategia. Es decir, ir más allá de los combates tácticos aislados como puede ser una lucha particular o la participación en determinada elección, para situarnos desde el punto de vista de cómo todas estas peleas se ponen en función, no de una presión a los gobiernos existentes sino de la transferencia del poder a la clase trabajadora, a los campesinos pobres, a los sectores populares.
Tenemos que pensar el cómo del triunfo de nuevas revoluciones socialistas en el siglo XXI. De un socialismo desde abajo, que recree la perspectiva del socialismo, bastardeada por estalinismo durante buena parte del siglo identificándola con dictaduras burocráticas.
Para esto hay un problema central que es la hegemonía de la clase trabajadora. Obviamente no estamos hablando de la misma clase trabajadora que marcó el siglo XX. Por un lado, en las últimas décadas la clase trabajadora se expandió a nivel mundial como nunca antes en su historia.
Pero, por otro lado, subjetivamente la confianza de los explotados en la posibilidad de otro tipo de sociedad, de una sociedad socialista, retrocedió mucho después del daño a la causa del comunismo hecho por el estalinismo. A su vez, durante las últimas décadas al calor de la globalización neoliberal, la clase trabajadora sufrió un proceso profundo de fragmentación entre diferentes categorías de trabajadores de primer y de segunda.
Pero no es una fragmentación que funciona en el aire. Hay que relacionarla con la fragmentación de las organizaciones del movimiento de masas (sindicales, estudiantiles, sociales) y su estatización. Conservan mucha actualidad en este sentido, los análisis de Antonio Gramsci o León Trotsky, sobre la formación de amplias burocracias estatales y “privadas” (político-privadas, de partidos y sindicales) que pasan a cumplir funciones de “policía política” en relación a sus bases.
El papel de estas burocracias es de primer orden a la hora de entender los límites de la dinámica de la revuelta. Retomando el ejemplo de Chile de 2019, lo vimos cuando la Mesa de Unidad Social pugnó por entrar al diálogo con el gobierno de Piñera, mientras en las calles resonaba el “¡Fuera Piñera!”. O la separación que se impuso entre el movimiento obrero minero, por ejemplo, y el levantamiento de las poblaciones en el norte. Algo similar podemos ver en la lucha en Perú contra el golpe de Dina Boluarte.
¿Cómo piensa la articulación política el neorreformismo o el populismo de izquierda, e incluso sectores de la izquierda marxista que los siguen en frente “antiderecha” o “antineoliberales”? Si tomamos una teoría que inspiró a varios de ellos, como la de Ernesto Laclau, podríamos decir que la cuestión paría por articular discursivamente una serie de “demandas populares” insatisfechas para instituir un “campo popular”, en principio indeterminado, y la formación de una frontera interna antagónica que separa al pueblo del poder establecido.
Ahora bien, la dicotomización del espacio político en contextos de polarización va de suyo, el problema obviamente es quién divide a quién. Esta dinámica de articulación puramente contingente de demandas es común en momentos de relativa estabilidad de los regímenes democrático-burgueses, o en situaciones que permiten, como mínimo, cierta administración del antagonismo que alcance para mantener el orden social.
El problema son las crisis, sean políticas, económicas, sociales, etc. La cuestión es que las demandas no se agotan en su dimensión simbólica, sino que muchas de ellas, sobre todo si son capaces de impulsar la movilización colectiva, encierran una dimensión que podríamos llamar “existencial”, que hace a las condiciones de vida y, en algunos casos, a la supervivencia física misma de quienes sostienen las demandas (por ejemplo frente a una guerra o una crisis profunda).
Entonces no es el problema de la articulación de demandas en general, sino un tipo de articulación que apunte a la realización “integra y efectiva” estas demandas. Con esa lógica está pensado por ejemplo el Programa de Transición escrito por León Trotsky.
¿Por qué esto es clave? Por muchas cuestiones. Entre ellas porque visto desde el punto de vista de su realización efectiva hay demandas que se pueden articular y otras que no, porque responden a intereses de clase contrapuestos.
Pero también porque desde esta perspectiva, pasa a primer plano el problema de la articulación de las fuerzas políticas y sociales capaces de lograr aquella “realización” de las demandas, así como la delimitación de las fuerzas cuyos intereses se oponen a ellas.
La cuestión es si la burguesía divide a la clase trabajadora detrás de sus diferentes variantes, o si la clase trabajadora unida logra profundizar las divisiones en la burguesía. Si se combina un movimiento obrero tradicional, sindicalizado, que ocupa las posiciones estratégicas de la producción, con una clase obrera nueva, que es multiétinca, de mujeres, jóvenes, inmigrantes, etc. La unificación de esta clase obrera, de sus múltiples demandas, etc. tiene un potencial hegemónico enorme.
Ahora bien, tenemos que ser bien claros, sin el desarrollo de instituciones propias del movimiento de masas, instituciones de autoorganización, de unificación y coordinación de los sectores en lucha (de una clase trabajadora que actualmente está altamente fragmentada), así como de sus aliados, es prácticamente imposible quebrar la resistencia de los aparatos burocráticos de los sindicatos, y los movimientos sociales, así como de las organizaciones neorreformistas o populistas de izquierda que buscan pasivizar los movimientos.
Esto lo mostró una vez más el reciente proceso de lucha en Francia contra el aumento de la edad jubilatoria. Donde las burocracias de la CFDT y la CGT apostaron al desgaste del movimiento y limitándolo solamente a la cuestión de las jubilaciones (a las que muchos trabajadores inmigrantes y precarios no llegan).
Allí, por ejemplo, nuestro compañeros de la organización Révolution Permanente (que fue la corriente más dinámica de la extrema izquierda en este proceso, no dicho por mí, sino por medios como el Le Monde) impulsó la experiencia de la Red por la Huelga General junto con sectores de vanguardia.
Participaron dirigentes sindicales de la electricidad, delegados de centrales nucleares, activistas importantes del sector de basureros y de los limpiadores de cloacas en región parisina, dirigentes del aeropuerto Charles de Gaulle, dirigentes de algunas fábricas importantes del sector privado, y también de la refinería de Total de El Havre (Normandía).
También estudiantes e intelectuales como Frederic Lordon que les comentaba, la actriz Adele Haenel (Enel), entre otros. Esto fue muy significativo.
La Red fue la principal (y única) oposición a la estrategia de la Intersindical y a paros aislados, cuestión, como señalaban varios medios de comunicación. Y tuvo un papel importante en la organización de acciones de solidaridad para defender los piquetes de huelga frente a la represión policial.
Constituyó un polo importante, aunque no llegó a desarrollarse como una verdadera coordinadora, un poco más en París nucleando a cientos de activistas de varias zonas de la ciudad. La Red también estableció lazos con colectivos ecologistas y los colectivos sin papeles.
Son peleas que aún son contra la corriente desde un punto de vista. Pero que son fundamentales, es la perspectiva que hay que fortalecer, y por eso, como FT, en todos los procesos donde nos tocó intervenir, en Francia, en Chile, en menor medida en Perú, lo hicimos desde esta perspectiva.
En el Programa de Transición, Trotsky preguntaba: ¿Cómo armonizar las diversas reivindicaciones y formas de lucha? En su respuesta sostenía que:
La historia ya ha respondido a este problema: por medio de los soviets (o consejos) que reúnen los representantes de todos los grupos en lucha. […] no están ligados a ningún programa a priori. Abren sus puertas a todos los explotados. […] La organización se extiende con el movimiento y se renueva constantemente […]. Todas las tendencias políticas del proletariado pueden luchar por la dirección de los soviets sobre la base de la más amplia democracia.
A diferencia de lo que muchas veces se opina, la pelea por el desarrollo de este tipo de instancias soviets, consejos, o como querramos llamarlos no se limita al día de la revolución, sino que hace a una perspectiva mucho más amplia de autoorganización, de la cual los consejos son un punto de llegada, previamente consiste en desarrollar tradiciones de lucha, experiencias que se encarnan en sectores de vanguardia y de masas, que apuntan a un tipo específico de práctica política, antagónica a la práctica burguesa de la política.
Los “soviets” no son una entidad misteriosa, son organismos de frente único de masas, es decir, producto de la unificación de la clase trabajadora y sus aliados en la lucha contra el capital.
Claro que la lucha por el frente único de la clase trabajadora frente a las direcciones burocráticas y reformistas requiere de la articulación de volúmenes de fuerza suficientes para imponerlo. Es decir, no es que las direcciones oficiales acceden al frente único porque les gusta, sino porque no les queda otra para mantener la relación con sus bases, cuando hay un sector de la vanguardia y de la clase que se lo impone.
En este sentido, en un contexto de fragmentación de la clase trabajadora y el movimiento de masas, así como de debilidad de las fuerzas de izquierda revolucionarias, desarrollos como los que hace Trotsky, casualmente sobre Francia en los años 30, en torno a lo que llama “comités de acción” cobran mucha actualidad.
Su planteo es articular a la vanguardia y sectores de masas a partir de la generación de instituciones de unificación y coordinación de las luchas como vía para imponer el Frente único a la burocracia. También plantea cómo confluyendo con estos sectores en lucha allí la izquierda revolucionaria tiene la posibilidad de potenciar mucho su fuerza.
Estas cuestiones las mostró embrionariamente la experiencia de la Red por la huelga general en Francia que les comentaba. Son cuestiones muy actuales. No son las únicas cuestiones ni mucho menos pero quería enfatizar estas cuestiones porque es un debate muy importante.
Trotsky en su prólogo a la Historia de la Revolución rusa toma como punto de partida el carácter profundamente conservador de la psiquis humana para explicar los cambios que se producen en la conciencia en momentos revolucionarios. Las instituciones no cambian nunca en la medida en que la sociedad lo necesita, aun cuando están en una profunda crisis pueden pasar largos períodos donde las fuerzas de oposición no hacen más que oficiar de válvula de escape para descomprimir el descontento de las masas, y así garantizar la producción del régimen social dominante; es el caso hoy de todo tipo de “progresismos” o “populismos de izquierda”. Este carácter crónicamente rezagado de las ideas y las relaciones humanas respecto a las condiciones en las que están inmersas hace que, cuando aquellas condiciones se desploman y las grandes mayorías irrumpen en el escenario político, los cambios en la subjetividad superen en pocos días a los de años de evolución pacífica.
La cuestión es actuar en medio de esta discordancia entre los tiempos de la economía, la política, y la lucha de clases. Si queremos reabrir la perspectiva socialista en el siglo XXI, tenemos que pelear y sacar las conclusiones de los procesos que hubo para pelear mejor y estar más organizados, sembrar un programa, luchar por las ideas socialistas, etc.
El primer paso para que reemerja una nueva izquierda revolucionaria es una ruptura con la concepción de la política como sinónimo de integración al Estado y a las formas en que este “organiza” el consenso activo de las masas. La cuestión es construir una izquierda que de verdaderamente estas peleas.
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