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La relevancia del socialismo y el alto a la derecha

Ariane Díaz

La relevancia del socialismo y el alto a la derecha

Ariane Díaz

Ideas de Izquierda

En un momento de creciente polarización política, Arianne nos acompaña en la charla sobre el folleto ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo? con una reflexión sobre la ultraderecha y cómo utiliza el miedo al socialismo para desviar la atención de las fallas del capitalismo, mientras se busca redefinir qué significa realmente el socialismo frente a los “falsos socialismos” del pasado y el presente.

El título del libro es una pregunta que siempre es necesaria, pero más, nos parecía, en este momento político, porque según estas “nuevas ultraderechas” como Milei en nuestro país, casi todos seríamos socialistas, porque para ellos cualquier norma estatal, desde un impuesto a un contenido de un programa escolar sería un peligroso caso de intervencionismo socialista en el “mercado”.

No sabemos si Milei lo dice por locura, por ignorancia o por copiar latiguillos de Trump, o un poco de todo eso, pero bueno: aparece en el debate público que el “socialismo”, que “el comunismo” sería el peor enemigo.

Tampoco creemos que sea socialismo, o un paso en ese sentido, un sistema capitalista mucho más “regulado” por el Estado, como alegan muchos opositores a Milei o muchas corrientes políticas desarrolladas en Latinoamérica en las décadas pasadas, del 2000/2010, o sea un Estado que se presente como árbitro y que vaya emparchando algunas de las peores consecuencias de este sistema capitalista en que vivimos.

Y para agregar a la confusión general sobre qué es el socialismo, hay actualmente países o regímenes que se autodenominan socialistas o comunistas. El más notorio China, que tiene el martillo y la hoz en la bandera y que está gobernada por un “partido comunista”, aunque hace muchos años es un país capitalista donde cada vez más millonarios sostienen un régimen autoritario para disciplinar a la clase trabajadora china, una de las más grandes del mundo y una de las más superexplotadas.

En América Latina tenemos a Venezuela, que en su momento sus defensores llamaron “socialismo del siglo XXI”, y que sabemos que a pesar de los roces que tuvo con el imperialismo yankee, mantuvo las relaciones sociales capitalistas, y que hoy con Maduro tiene una política cada vez más abiertamente neoliberal, aunque sigue autodenominándose muchas veces “socialista”.

La confusión, si se quiere, viene de más atrás, de los llamados “socialismos reales”, o sea la Rusia soviética y de los países dominados por la URSS en la época estalinista. Y por mucho tiempo se identificó al socialismo con estas dictaduras burocráticas que parasitaban los Estados conquistados por los trabajadores, y que además fueron las que durante los 80 y principios de 90 impulsaron la restauración capitalista en esos países, como Rusia, como China.

Así que bueno, para discutir algunas de estas marañas conceptuales e históricas y para abrir los nuevos debates necesarios, pensamos el libro como preguntas, que si se fijan son casi todas un poco “prejuiciosas”, es decir, que tratan de retomar los mitos y sentidos comunes naturalizados sobre el socialismo que no tienen nada que ver con la larga tradición de revolucionarios que pensaron una sociedad sin Estado ni clases sociales, libre de explotación y opresión. Y que enfrentaron, además, a muchos de esos “falsos socialismos”, como lo hizo tradición trotskista, de la que somos parte.

Pero también nos preguntábamos por qué, si venía teniendo tanta mala prensa, el enemigo se identifica con el socialismo. ¿Será porque el que anda muy mal de imagen es el capitalismo como sistema, que no puede ofrecer alternativas más o menos esperanzadoras? ¿Será porque no crece económicamente ni resuelve ninguna de las necesidades de las mayorías, porque sus “democracias” siguen atravesadas por todo tipo de opresiones (machismo, racismo, etc.), porque promueve genocidios “a cielo abierto”, como el de Gaza? ¿Porque no logra parar, sino que incluso empeora la crisis ecológica? Sospechamos que sí.

Y desde que lo escribimos piensen que acá en Argentina ganó Milei, y sobre todo ahora ganó Trump en la principal potencia del mundo –ahí cerca de ustedes– y puso como Elon Musk que andan promoviendo más estrellas así en todo el mundo.

Está por verse cuánto puedan avanzar estas nuevas o no tan nuevas derechas con sus planes, pero lo que sí parece es que van dejando más claro, para los que se habían olvidado o lo creían superado, qué es el capitalismo actual. ¿Y qué es? “Reacción en toda la línea”, como lo llamó un viejo revolucionario, un imperialismo que supuestamente ya no existía, que habíamos superado con la globalización y el fin de la historia.

Un imperialismo que amenaza con todo: desde cambiar el nombre de un golfo hasta deportar miles de inmigrantes engrillados o anexarse un canal o una región al servicio de los negocios capitalista. ¿Por qué? Bueno, porque tengo la fuerza para si quiero saquear todos los recursos de un país a puro extractivismo, cargarles a generaciones enteras deudas que nunca van a poder pagar, etc., porque manejo la plata y manejo las armas, y listo. ¿No vieron que en los diarios cada tanto sale que tal país o la UE hace poco, permite aumentar los gastos en “defensa”, o sea en ejércitos, armas, etc.?

Así que todas esas ideas de las décadas previas de que, con la globalización, los tratados internacionales, etc., el capitalismo ya no iba a darnos guerras, ya no era colonialista, se desvanecen rápido en el aire. Y sobre todo lo que se mostró utópico es no el socialismo, como les gustaba machacar, sino esa idea de que se puede regular a las corporaciones desde el Estado, un capitalismo “más humano”, que fracasó sistemáticamente (y que de hecho hace crecer, con sus fracasos, a la ultraderecha).

Este es el mundo que tenemos hoy y en este marco, si uno quiere ser realista, parece que utópico es pensar NO ya en que el capitalismo puede humanizarse, sino incluso que va a seguir siendo la porquería que es hoy, o sea que va a permanecer como este “malo conocido”. Porque la catástrofe ecológica que estamos viendo es incremental. Porque las guerras no son hechos aislados, sino que hay una fuerte tendencia militarista de todas las potencias mundiales, porque se volvió a hablar hasta del peligro nuclear.

Si queremos ser “realistas”, como muchas veces nos reclaman, a estas derechas radicales, pero también a los que quieren seguir vendiéndonos supuestas alternativas moderadas, con mejores modales, tenemos que oponerles una alternativa radical, una alternativa socialista, que es una reorganización de la sociedad sobre nuevas bases.

Cuando decimos que está planteada una alternativa socialista no queremos decir que haya ya grandes mayorías organizándose para tirar abajo el sistema, pero sí que parece que el slogan “no hay alternativa al capitalismo” con el que Thatcher abría la época neoliberal, es cada vez más “no hay ninguna alternativa y punto”, y si eso da todo tipo de fenómenos, entre ellos los movimientos de ultraderecha, también es cierto que ha dado revueltas y cuestionamientos al sistema por izquierda en estos últimos años. Y eso también, con sus avances y retrocesos, es parte del panorama actual.

Y cualquiera que haya repasado la historia de las revoluciones puede darse cuenta de que no hay, necesariamente, un muro que separe fenómenos anticapitalistas o por ahora revueltas o desafíos de los Estados burgueses, de una conciencia de que hay que terminar con este sistema de raíz. Y si lo hay, se salta más bien rápido que pasito a pasito, porque la lucha de clases suele sorprender con movimientos bruscos donde lo que parecía imposible o no pensable se vuelva posible.

Nosotros definimos en el folleto al socialismo que defendemos como un “socialismo desde abajo”. ¿Qué quiere decir? Varias cosas.

Para empezar, que está basado en la más amplia democracia de los trabajadores a través de consejos, esos que en la Revolución rusa se llamaron soviets, que en Alemania se llamaron Rate o en Chile “cordones industriales” o, en Irán, las shorás.

Son todos organismos que surgieron para la lucha, y que como características comunes tienen habitualmente dos: tienen representantes elegidos por la base en las fábricas, los lugares de trabajo, de estudio, etc., con base a la deliberación conjunta, y esos representantes son revocables si no responden a su mandato. O sea, son una forma de organización donde esos lugares que las mayorías transitamos cotidianamente y que en la sociedad capitalista se consideran alejados u otra cosa que “la política”, lugares donde vamos “a otra cosa”, a estudiar, a trabajar, etc., se transforman en lugares de deliberación pública.

LT decía que esas instituciones son irremplazables desde el punto de vista de la revolución por varias cosas: porque ahí están representados todos los sectores de los explotados y oprimidos sin esas divisiones que promueve la burguesía –efectivos o contratados, nativo o migrantes, etc.–, porque los cambios rápidos que se producen en la conciencia al calor de la lucha de clases pueden encontrar expresión rápidamente ahí, y porque efectivamente facilitan la participación activa y directa de los trabajadores y sectores populares en los asuntos públicos.

No sé si lo notaron, pero es todo lo contrario a lo que conocemos como democracia “burguesa” donde votamos cada tantos años y chau, es toda la intervención que nos conceden. Y donde no hay reclamos después a lo que hagan esos representantes, porque como dicen casi todas las constituciones liberales, la de nuestro país, por ejemplo: “el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”. Y si intenta hacerlo es “sedicioso” o “terrorista”.

Pero ¿por qué debería ser así, si los que trabajamos en las fábricas, en los campos, los que obtenemos las materias primas y las elaboramos somos la enorme mayoría? ¿Por qué no podríamos planificar democráticamente qué producir, cómo, cuánto y para qué, en función de las necesidades sociales?

¿O ustedes creen que si todos participáramos efectivamente de la deliberación pública habría mayorías que definieran, por ejemplo, en Argentina, que sí dale, que nos revienten toda la cordillera, los campos y el agua a puro extractivismo? ¿O que los trabajadores de Estados Unidos, de México y de Argentina reunidos en no sé, una conferencia internacional de los soviets americanos apoyaría leyes laborales que son como volver al siglo XIX sin derechos, sin vacaciones, sin tiempo para ir al baño como en Amazon? ¿O que una real participación política popular destinaría cada vez más presupuesto a armas y no a salud y educación, por ejemplo?

Por eso los marxistas revolucionarios decimos que esos organismos, esos consejos, pueden transformarse en instituciones democráticas de otro tipo de Estado, de un Estado de los trabajadores basado en el poder constituyente del pueblo, donde todos participen de alguna forma en las decisiones económicas, de política exterior, de legislación, en fin, de la “vida política pública” que define nuestros destinos.

Y este socialismo desde abajo permitiría poner los recursos de la economía no en función de la ganancia de un puñado de capitalistas, sino de las necesidades de las grandes mayorías a través de la planificación democrática y racional de la economía.

No queremos decir que en el socialismo no haya decisiones difíciles de tomar, opciones que no satisfagan a todos, discusiones; pero sabemos que eliminamos un enorme problema: que quienes definen qué se hace y qué no son los capitalistas bajo el único imperativo de sacar ganancias, amparados en la propiedad privada (expropiada) de los medios de producción, y nos dejan a nosotros las consecuencias de un mundo donde lo que se considera “riqueza” es tener más guita, más multimillonarios, y no si conseguimos mejores condiciones de vida, o si ganamos tiempo de ocio para desarrollar nuestros talentos, si nos enriquecemos produciendo cultura y disfrutando de la de otros pueblos.

¿Cuál es la respuesta de los abogados del capitalismo cuando decimos estas cosas? Que no se puede ir contra los capitalistas porque son los que “crean trabajo”.

Pero… desde Marx en adelante sabemos que los capitalistas no son los que “crean o dan trabajo”, sino los que se apropian trabajo: lo que hacen es robar trabajo ajeno “legalmente”.

El capitalista compra la fuerza de trabajo, la capacidad de producir de un trabajador o una trabajadora por un determinado tiempo, pongámosle 8 horas a la semana es tal salario por mes. Pero el valor que produce esa fuerza de trabajo durante ese tiempo es más que lo que paga el capitalista como salario y como “costos de producción”. Y no es que podemos ir sacando las cuentas y decir a mitad del mes “listo, con esto ya produje lo que me pagás y la materia prima y la electricidad, nos vemos el mes que viene”, sino que tenemos que seguir cumpliendo la jornada laboral que estableció el patrón. Y ahí está el secreto de la ganancia capitalista: en la apropiación de esa diferencia, de ese trabajo que sigue produciendo valores pero que no se paga, eso que Marx llamaba “plusvalía”.

Otro sentido común es que la sociedad se reduce a un conjunto de individuos aislados guiados por el egoísmo, que gestionan sus conductas para conseguir el mayor beneficio. Pero si fuésemos simplemente individuos aislados, la sociedad como la conocemos no existiría.

  •  Lo que mueve la sociedad es la enorme fuerza de la cooperación del trabajo colectivo. Esta fuerza productiva históricamente viene de lejos, pero en la actualidad tiene una escala nunca vista. No solo a nivel de una fábrica sino a escala regional y global. Imagínense todos los procesos que implica y la cantidad de trabajadores y trabajadoras que tuvieron que cooperar para permitir esta conexión que estamos haciendo hoy ustedes allá y nosotros acá. Con las “cadenas globales de valor” como se llaman ahora, estas computadoras seguro anduvieron por todo el mundo: se diseñaron en EE. UU., les pusieron los chips coreanos, la armaron en China y la transportaron hasta acá trabajadores argentinos o mexicanos.

    El problema es que esta enorme fuerza productiva de los trabajadores coordinados se nos aparece como una fuerza ajena. Como los capitalistas son los dueños de las fábricas, de las máquinas y de los medios de producción en general, la cooperación aparece como un atributo del capitalista. Pero los que efectivamente produjimos somos nosotros, no los necesitamos. ¿En la pandemia quiénes eran los “esenciales” que tenían que seguir trabajando? ¿O hubo que hacer ir a las fábricas o a los lugares de trabajo a los patrones para que las cosas funcionen? No, ¿verdad?

    Otros abogados del sistema te dicen “es que los capitalistas como Elon Musk ni Bill Gates crearon los principales avances de la tecnología”. ¿Sí? ¿No apelaron a ideas y trabajo previos? ¿No estudiaron en universidades donde aprendieron los desarrollos de generaciones y generaciones de científicos? ¿No usaron nada del sistema eléctrico para prender su compu y hacer sus programas? Digo, incluso considerando que sean solo gente con buenas ideas y no de esos que extraen minerales a la fuerza a otros países, o que contratan programadores afuera para pagarles menos, o que se valen de los programas y ayudas estatales que puede darles uno de los Estados más poderosos del mundo a fuerza de oprimir a otros, etc. ¿Crearon de la nada?

    Es que lo que hay, en realidad, es lo que Marx llamaba general intellect o conocimiento social general contenido en el desarrollo científico-técnico acumulado por la humanidad. De nuevo, lo que hicieron megamillonarios como Musk o Bill Gates, igual que con la cooperación, es apropiárselo, moldearlo y ponerlo en función de obtener ganancias.

    ¿Por qué es tan importante derribar estos mitos? Porque en términos generales esta fuerza productiva del trabajo social que surge de la cooperación y del conocimiento social general disminuye el tiempo de trabajo necesario para obtener un determinado producto; es decir, tiene la potencialidad de liberar tiempo vital dedicado al trabajo como imposición para la subsistencia, y transformarlo en tiempo disponible libre.

    A nivel global los avances de la técnica y de la cooperación del trabajo, si son arrancados del mando del capital, resignificados para que esta cooperación no sea alienante como lo es bajo el capitalismo, permitirían reducir el tiempo de trabajo necesario que invertimos en producir y reproducir nuestras condiciones de existencia, para dedicarnos a todo lo demás, para las cosas que verdaderamente nos gusta hacer, así como para el desarrollo de la cultura, la ciencia y el arte e incluso para tener tiempo para el ejercicio democrático de la política para las trabajadoras y los trabajadores.

    De hecho, ya ni excusas tecnológicas, u hoy no podríamos contar con recursos que facilitarían ampliamente una planificación democrática, o no tenemos big data, conexión al instante, ¿robots? De hecho, esos recursos los usan hoy grandes empresas para poner a disposición y distribuir productos, con todo cada vez más robotizado.

    Claro que, en manos capitalistas, esos avances tecnológicos sirven para otra cosa: no para que trabajemos menos sino para sacar más ganancias a costa de trabajos precarizados; no para satisfacer necesidades sino para aumentar la “productividad” y, entonces, que a la vez millones se mueran de hambre mientras en otro lado se tira a la basura toneladas de comida todos los días.

    En manos capitalistas todo el desarrollo de fuerzas productivas se convierte, más bien, en “fuerzas destructivas”. Pero no es la tecnología por sí misma la que hace nada, bueno o malo, sino quienes la manejan; por eso no somos ni tecnooptimistas ni tecnopesimistas. Aunque sí vemos que con los nuevos medios tecnológicos muchos grandes problemas de la planificación se resignifican e, incluso, una planificación democrática y racional de la economía sería indispensable para frenar la destrucción del planeta. Pero para eso hay que deshacerse, claro, del capitalismo.

    Y para eso un proyecto socialista creemos que, necesariamente, debe ser internacionalista; porque este sistema es internacional y por eso ningún esquema socialista puede acotarse a las fronteras nacionales, sino que debe luchar por desarrollarse globalmente, hermanando las luchas por la liberación de la clase obrera y los pueblos de todo el mundo.

    Por eso apoyamos y sentimos que somos parte de todas las luchas antiimperialistas y anticapitalistas que surgen, como contra el genocidio en Gaza en los campus universitarios de países centrales, o en la defensa de los derechos de los inmigrantes en todo el mundo, los de AL en EE. UU. y los de África a Europa. O de las revueltas que en Kenia tiran abajo gobiernos contra los planes del FMI, o las huelgas de los trabajadores de Amazon o los de China, o los movimientos sociales que arrancan nuevos derechos en las calles o los defienden cuando este capitalismo reaccionario ya no puede garantizarlos y empieza a decirles “privilegios”. Todas esas fuerzas vamos a necesitar y todas tenemos un enemigo común: este capitalismo imperialista que, de nuevo, como decía, muestra que es reacción en toda la línea.

    Y si avanzáramos más, ¿ustedes qué creen que pasaría con los trabajadores y el pueblo en México si en Argentina hiciéramos una revolución o viceversa? ¿Tendríamos su apoyo? Bueno, cuando en este continente hubo una revolución que expropió a la burguesía lo que hubo fue apoyo y contagio de procesos revolucionarios en toda la región. Lo mismo pasó con todas las revoluciones. Porque cuando un pueblo demuestra que esas cosas son posibles, los otros pueblos se inspiran en eso, ¿por qué no, si tienen todo para ganar?

    Finalmente, para ir cerrando. Los socialistas no peleamos solamente para tener las “necesidades básicas satisfechas”. Eso es sin duda importante y urgente por lo terrible del mundo en que vivimos hoy. Pero creemos que eso es solo la base para mucho más. Por ejemplo, para liberarnos de la explotación del trabajo asalariado que permita conquistar tiempo libre para desplegar nuestra creatividad, dedicarnos a desarrollar nuestros intereses, nuestras capacidades, y poder compartirlas con los otros.

    Una sociedad donde el trabajo, eso de gastar fuerzas e ideas en modificar algo y con eso modificar nuestro entorno, enriquecernos subjetivamente, deje de ser algo alienante que nos empobrece y que sirve apenas sobrevivir. Donde podamos ser pescadores a la mañana y filósofos o poetas después de la cena, como decía Marx en el manifiesto.

    Muchas veces, como ejemplo de cómo sería el trabajo en una sociedad comunista, se recurre a las comparaciones con la práctica artística porque bueno, es una práctica social donde en principio ese trabajo importa como fin en sí mismo y no para cambiarlo por algo, y donde no está separado el diseño de la ejecución, la idea previa del producto material, de hecho, más bien es como que se desarrollan uno a través del otro. Pero hasta eso a Marx a veces le parece poco, porque dice en La ideología alemana, por ejemplo, hablando de un pintor, Rafael, que era capaz de no comer con tal de pintar: ¿lo definimos solo como artista pintor? ¿No es estrecho eso? Y entonces dice: En el comunismo habrá hombres y mujeres que “entre otras cosas se dediquen a pintar”.

    Pero ojo, para los socialistas todo esto no son promesas a futuro de que todo va a estar mejor. De hecho, insiste en que no va a estarlo si no hacemos algo. Son los capitalistas los que se la pasan prometiendo derrames, desarrollos, progresos, futuros mejores que nunca llegan.

    Los socialistas nos basamos en la experiencia de la lucha de clases y de las revoluciones que, aunque las clases dominantes quieran borrar, están ahí. Nosotros rescatamos de toda esa maraña sobre el socialismo las luchas reales, los logros y las aspiraciones que movieron a esas generaciones revolucionarias. Y sus luchas, los organismos que crearon, las lecciones que dejaron.
    Porque lo que el marxismo sí intenta es evaluar lo que podríamos hacer distinto y mostrar que eso tiene bases en nuestro presente. Porque en el presente existen tanto las calamidades de este sistema como la rebeldía contra las injusticias que sufrimos nosotros, pero también otros, o sea la solidaridad, y existe la cooperación que parasita el capitalismo, pero también el sentido de comunidad y de una cultura construida en común.

    Pero el proyecto socialista es, en todo caso, es una apuesta a destrabar este presente. A cambiarlo de raíz con nuestra participación. Una sociedad socialista no es una receta del futuro, sino una alternativa abierta a conquistar.


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    Ariane Díaz

    @arianediaztwt
    Nació en Pcia. de Buenos Aires en 1977. Es licenciada y profesora en Letras y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Compiló y prologó los libros Escritos filosóficos, de León Trotsky (2004) y El encuentro de Breton y Trotsky en México (2016). Es autora, con José Montes y Matías Maiello de ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo? (2024) y escribe sobre teoría marxista y cultura.