Reflexiones y conclusiones sobre el proceso revolucionario que sacudió Centroamérica de los años 70s a finales de los 80s, que enfrentó las dictaduras y la ofensiva genocida del imperialismo estadounidense. Del levantamiento revolucionario que llevó a la caída de Somoza y la paradoja de la revolución nicaragüense al proceso revolucionario de El Salvador y los “acuerdos de paz” impulsados por la burguesía y el imperialismo. Cómo en las guerras civiles de El Salvador y Nicaragua, los procesos de negociación llevaron a desmontar definitivamente la revolución centroamericana, producto de las políticas colaboracionistas del estalinismo, el castrismo y las direcciones de las organizaciones políticas de la región.
El presente artículo es una elaboración histórica sobre Centroamérica, realizada en marzo del 2005, publicada entonces en la sección internacional de La Verdad Obrera, del Partido de los Trabajadores Socialistas de Argentina, revisada para su publicación actual en Ideas de Izquierda México.
De la península de Yucatán al sur de México a la selva de Darién al sur de Panamá, se extiende el istmo centroamericano, región convulsionada por constantes agitaciones políticas y sociales, donde convergen seis pequeños países que surgieron a la vida política como una sola nación, luego balcanizada por los objetivos reaccionarios del imperialismo estadounidense, para mantener más fácilmente en ellos su estatuto semicolonial.
La lucha centroamericana irrumpió como un volcán, estimulada en los años 70s por la derrota de Estados Unidos en Vietnam, dando un nuevo ímpetu a las luchas obreras del proletariado agrícola, del pueblo pobre y los campesinos en la región. A fines de esa década se produjeron dos importantes triunfos casi simultáneos de la revolución en América Central: La destrucción del ejército genocida de la Guardia Nacional en Nicaragua y la derrota de Anastasio Somoza, mediante un profundo proceso insurreccional de las masas y las acciones guerrilleras. Y la caída de la siniestra dictadura de Carlos Humberto Romero en El Salvador, tras constantes huelgas y acciones masivas en los principales centros urbanos del país, abriendo una intensa guerra civil.
Comienza la revolución en Nicaragua
El estado somocista fue prácticamente una creación del imperialismo norteamericano, presente con sus tropas desde 1911 hasta 1933. Fueron ellos los que crearon el ejército genocida de la Guardia Nacional poniendo a su cabeza a Anastasio Somoza García, quien luego de un golpe militar y ratificado por fraudulentas elecciones ocupó en 1936 la presidencia de la república, [1] permaneciendo la familia Somoza en el poder durante 45 años.
Pero entrados los años 60s comenzó a desarrollarse una diferencia en las filas de la burguesía, por un lado la oligarquía aliada a la dinastía Somoza y por el otro, una burguesía beneficiada por la expansión económica de esos años, centralmente los sectores agro-exportadores, agroindustriales, industriales y de la banca, para quienes el gobierno de los Somoza será poco funcional. Entonces, en 1961 surge el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), [2] organización guerrillera de carácter nacionalista que se proponía solamente la caída de Somoza, y no iniciar una lucha por un gobierno obrero y campesino que iniciara la transformación revolucionaria económica y social.
Durante la década de los 70s, una gran agitación del movimiento de masas se plasmó en las importantes huelgas de 1973 y 1974, que fueron ferozmente reprimidas, entre 1975 y 1976 la represión del gobierno fue más cruenta, siendo asesinado el propio fundador del FSLN, Carlos Fonseca Amador. A partir de septiembre de 1977 aumenta el descontento enormemente y en enero de 1978 es asesinado el político de oposición Pedro Joaquín Chamorro, [3] causando un giro en la situación y llevando a la burguesía opositora a desafiar más frontalmente al gobierno, pero a medida en que el movimiento de masas entró en acción, esta burguesía buscó la conciliación y el compromiso con la dictadura.
En septiembre del mismo año, el FSLN lanza una ofensiva militar aventurada en diversas ciudades del país. [4] El contraataque de la Guardia Nacional fue brutal, desencadenando una masacre de 10.000 trabajadores, jóvenes y estudiantes. Pero este siniestro golpe no doblegó las energías revolucionarias de todo un pueblo, que mantenía fuerzas suficientes para redoblar su acción de masas a pesar de las acciones sin planificación completa de la guerrilla.
La insurrección de las masas y la caída de Somoza
Las huelgas generales, las ocupaciones de tierra, los levantamientos urbanos, anunciaban la entrada en la escena política de las masas contra el régimen somocista en los primeros meses de 1979. El 4 de junio, las organizaciones de masas y el FSLN decretan una huelga general que paraliza todo el país, dando origen los días siguientes a insurrecciones que estallan en las ciudades de Chinandega, León, Matagalpa, Estelí, Masaya, Granada y Carazo. Pero lo que dará un giro decisivo a la situación será el movimiento insurreccional espontáneo del 10 de junio en los principales barrios populares de Managua, surgiendo en la capital “zonas liberadas”. Nicaragua está insurreccionada, se abre una crisis revolucionaria sin precedentes, la caída de Somoza está a tiro de fusil.
El imperialismo norteamericano viendo que se le escapa la situación recurre a la Organización de Estados Americanos (OEA), para disfrazar una intervención directa con la propuesta del envío de “fuerzas de paz”, pero no obtiene respaldo internacional. Somoza se aísla cada vez más y sólo recibe el apoyo de las dictaduras latinoamericanas. El imperialismo espera que Somoza golpee ferozmente a los obreros y campesinos, para luego intentar un nuevo régimen burgués sin cambios bruscos. A este trabajo sucio se prestan los gobiernos de Venezuela, México, Costa Rica y Panamá, que hicieron todo a su alcance para evitar que el desarrollo de la guerra civil no rompiera la continuidad institucional. Así, en junio se prepara la conformación de una Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional de Nicaragua (GRNN) que asumiría el control del Estado ante la inminente caída de Somoza, conformada por dos altos representantes de la burguesía, Violeta Chamorro, la viuda de Pedro Joaquín Chamorro y Alfonso Robelo Callejas; dos representantes por el FSLN, Daniel Ortega y Moisés Hernán; y actuando como sector centro Sergio Ramírez Mercado, representando a sectores profesionales. Esta Junta había sido reconocida por los gobiernos latinoamericanos antes señalados, y estaba en su plan que un importante sector de la Guardia Nacional tuviera un lugar garantizado en el nuevo régimen fusionándose con las fuerzas guerrilleras del FSLN.
En el curso de la insurrección surgieron milicias populares espontáneas a partir de los contraataques de la Guardia Nacional, que después eran encuadradas por los comandos regulares del FSLN. Las insurrecciones espontáneas, la encarnizada resistencia de la población y los ataques del FSLN hacían retroceder a la Guardia Nacional a tareas de estricta defensa de sus cuarteles y a la defensa del famoso “bunker” de Anastasio Somoza. Por fin Somoza abandona el gobierno huyendo la madrugada del 17 de julio de 1979, abriéndose la fase final del derrocamiento del régimen.
Tras la huida de Somoza, el diputado somocista Francisco Urcuyo, según previo acuerdo, debía transferir el poder a la Junta de Gobierno para lograr “un cambio en la continuidad”, pero se le “ocurrió” llamar a las masas a deponer las armas al mismo tiempo que afirmó que se quedaría hasta las elecciones de 1981. La revuelta de las masas fue completa. Los trabajadores, la juventud y los milicianos de los barrios populares invadieron el “bunker” de Somoza, repartiéndo las decenas de miles de armas de guerra que recuperaron, alzándose en un combate encarnizado. La Guardia Nacional estalló en pedazos ferozmente derrotada.
El 19 de julio, las fuerzas del FSLN entran en la capital e instalan la Junta de Gobierno conformada conjuntamente con el personal de la burguesía opositora, más de 40 mil muertos y 100 mil heridos fue el saldo de los enfrentamientos en este primer período de la revolución, donde el motor central fueron los obreros urbanos, el proletariado agrícola, el pueblo pobre, los semiproletarios del campo y los campesinos pobres. [5] Como reconociera Humberto Ortega (hermano de Daniel Ortega, y en ese entonces miembro de la dirección militar y política del FSLN), “fue la guerrilla que sirvió de apoyo a las masas”, y no lo contrario.
La paradoja de la revolución
La gran paradoja de esta revolución es que los representantes del capital estaban presentes en la Junta de Gobierno, en los Ministerios, en el aparato administrativo del estado, en el Banco Central. Aunque se había expropiado prácticamente a todo el sector somocista, nacionalizada la banca y el sistema de seguros, un amplio control del sector financiero, nacionalización de la industria minera, un amplio control de las exportaciones y la distribución del mercado interno, y avanzado en conquistas importantes como las campañas masivas de alfabetización, sistemas de salud pública universal, el reconocimiento de las ocupaciones de tierras, y decretos de expropiación de tierras ociosas o no cultivadas. Con el objetivo de integrar a la burguesía antisomocista a la tarea de “reconstrucción nacional” y para obtener créditos internacionales y de los gobiernos imperialistas, se hacen grandes concesiones a los industriales y a los propietarios. El desarrollo económico continúa dominado por la propiedad privada y el Estado propone el proyecto de una economía mixta.
Inicia el desarme de la población, y el fortalecimiento de un ejército regular, el Ejército Popular Sandinista (EPS). Pese a todo esto, el viejo sector de la burguesía presente en la Junta renunciará, pero se integrará otro sector en representación de ella, Rafael Córdoba, dirigente del Partido Conservador Democrático y miembro de la Corte Suprema de Justicia, y Arturo Cruz, antiguo colaborador del Banco Interamericano de Desarrollo. Luego vendrán diversos cambios en la Junta de Gobierno, producto de las grandes contradicciones de la revolución, donde el FSLN asumirá cada vez más el control y sostén del gobierno, pero sin cambiar sus orientaciones estratégicas de colaboración de clases y acentuando un gobierno bonapartista pequeñoburgués sui géneris.
Pese a esto, tras la llegada de Reagan al gobierno de Estados Unidos, inició la contraofensiva imperialista y la organización de ejércitos mercenarios de la “contra” (contrarrevolución). Se asedia permanentemente la revolución con el accionar militar y los bombardeos a sectores claves de la economía, como los puertos del Pacífico. El gobierno sandinista le pide sacrificios a las masas en las tareas de la defensa y la reconstrucción del país, pero le hace concesiones a la burguesía, éstas responden a los esfuerzos de guerra mientras la burguesía boicotea la economía.
En este contexto, viene un duro golpe a la revolución desde Cuba con la política de Fidel Castro, quien a poco tiempo del triunfo afirmó que Nicaragua no será una nueva Cuba:
“Ahora hay muchos interrogantes y hay mucha gente queriendo establecer similitudes entre lo ocurrido en Cuba y lo ocurrido en Nicaragua... Por eso, a las afirmaciones o temores expresados por alguna gente... de que si Nicaragua se iba a convertir en una nueva Cuba, los nicaragüenses les han dado una magnífica respuesta: no, Nicaragua se va a convertir en una nueva Nicaragua, que es una cosa muy distinta”. [6]
Esto significaba que no se expropiaría a la burguesía y que no se extendería la revolución, manteniendo aislado al país centroamericano, que se mantendría una política de frenar nuevos procesos revolucionarios en Centroamérica, surgirán las negociaciones con las burguesías y el imperialismo en las famosas “salidas negociadas” reaccionarias. Pero la tarea de desmontar el proceso no será fácil, pues el fortalecimiento de la revolución en El Salvador, dará un gran impulso a la revolución en Centroamérica, heroico proceso que se extenderá por más de una década.
El proceso revolucionario en El Salvador y los “acuerdos de paz” impulsados por la burguesía y el imperialismo
El Salvador, el país más pequeño de América Central, desde 1940 experimentó un importante proceso de modernización económica que dio origen a un concentrado movimiento obrero urbano y a un proletariado agrícola que se transformarán en el centro de los acontecimientos políticos que posteriormente sacudirán al país.
1977: Un nuevo ascenso de masas abre un proceso revolucionario
El movimiento obrero urbano y popular en 1977 está muy activo con protestas sociales, huelgas masivas y ocupaciones de fábricas, que dan inicio a una dinámica ascendente de luchas que llegarán a su punto más alto a principios de los 80s. La transformación de la lucha huelguística en lucha política y luego en revolucionaria se fue dando en forma acelerada, el estado de las luchas obreras y populares, que de forma similar ocurría entre los campesinos pobres y semiproletarios del campo.
Las masas se vieron obligadas a actuar por las circunstancias objetivas producto de la crisis general que vivía el país y el ascenso también lo experimentaron las organizaciones guerrilleras surgidas a inicios de la década, bajo la influencia de la revolución cubana. Estas organizaciones influenciaban a sectores importantes de la población a través de sus famosos frentes políticos de masas.
Sin lugar a dudas, la curva de flujo de las masas sobrepasó cualitativa y cuantitativamente el accionar de las organizaciones guerrilleras, proliferaron las huelgas, los paros, las tomas de fábricas, de ministerios públicos, universidades, escuelas y embajadas. La confrontación de las luchas con las fuerzas represivas y el ejército siguió un proceso gradual de desarrollo con un incremento de muertos y heridos en las manifestaciones.
En 1979, cuando triunfó la revolución nicaragüense, el movimiento de masas salvadoreño, muy fortalecido y de gran combatividad, entró en una etapa eufórica donde el poder estaba a tiro de fusil. Pero las masas a punto de la insurrección tenían un elemento en contra: su dirección política, en la que se encontraba el Partido Comunista Salvadoreño (PCS), que impulsó y hegemonizó en septiembre de 1979 un frente popular, llamado Foro Popular, en alianza con una tendencia del Partido Demócrata Cristiano y por el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), ambos representantes de la burguesía opositora, más las organizaciones de izquierda, Ligas Populares 28 de febrero y el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU –RN), y una serie de federaciones sindicales en su amplia mayoría influenciadas por el PCS.
En este frente el PCS planteó el objetivo de la unidad con sectores de la burguesía opositora para luchar por “democracia y libertad”. El estalinismo se preparaba así para una de sus mayores traiciones en El Salvador.
1979: El auge revolucionario se profundiza y se orquesta el golpe preventivo para quebrar la revolución
Hacia el último cuatrimestre de 1979 la crisis era abierta. El gobierno del General Carlos Humberto Romero se fue agotando rápidamente y comenzaron a moverse los hilos para un recambio: la burguesía y los grandes propietarios, asesorados por Estados Unidos, conciben un golpe militar preventivo, dando pasos concretos para evitar que su poder político corra riesgos.
El 15 de octubre un movimiento de los autodenominados “militares jóvenes” depone al régimen del General Romero, el Foro Popular con el PCS a la cabeza no se quedó atrás, en un “memorándum” declara: “Las intenciones …eran, según expresa la proclama de la Fuerza Armada, posibilitar un camino democrático, sustanciado con el importante apoyo de un conjunto de fuerzas de la sociedad civil”.
El 17 de octubre se hizo pública la incorporación de representantes del MNR, el PCS y otras fuerzas como miembros de la nueva Junta de Gobierno y de su gabinete. El objetivo estratégico del golpe de Estado era golpear la columna vertebral de la revolución en curso. En un período de menos de tres meses, el ejército y las fuerzas represivas se encargaron de realizar una serie de asesinatos masivos para descabezar al movimiento obrero y a las organizaciones de masas, aprovechando la salida a flote producto de una supuesta “legalidad” que brindaba la Junta de Gobierno.
1980: la revolución mantiene su ascenso, pero su dirección permite que la contrarrevolución tome la ofensiva
Pese a la represión, las acciones de masas proliferan y los enfrentamientos de fuerzas militares con las organizaciones guerrilleras. La feroz ofensiva de la Junta de Gobierno hizo insostenible la presencia de la izquierda en la misma, renunciando el MNR y el PCS tres meses después. Así se constituyó una segunda Junta en la que mediante un “pacto social”, la Democracia Cristiana de José Napoleón Duarte compartió el poder con el Ejército Nacional.
En 1980, a pesar de la política del Foro Popular, ocurrirá un ascenso de masas nunca visto, expresando una respuesta a las aspiraciones de unidad de las masas por la lucha contra la dictadura, se abrirá un proceso de unificación de los frentes de masas y las organizaciones guerrilleras.
El 11 de enero surgió la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM), conformada por los frentes de masas, Frente de Acción Popular Unificada (FAPU), Ligas Populares 28 de febrero (LP-28), el PCS y el Bloque Popular Revolucionario (BPR), bajo la “Plataforma Programática para un Gobierno Democrático Revolucionario”, período en que la situación política del país se convulsiona aún más, cuando el 24 de marzo es asesinado Monseñor Oscar Arnulfo Romero. La insurrección popular se veía venir de un momento a otro, dadas las condiciones objetivas prevalecientes y los saltos cualitativos que gradualmente mostraba el movimiento de masas.
El 22 de mayo se unifican la mayoría de las organizaciones guerrilleras dando origen a la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU) y en octubre el proceso de unificación será completo, surgiendo el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). [7]
Las organizaciones populares siguieron su trayectoria de ocupación y quemas de edificios públicos, iglesias y embajadas, mientras diversos sindicatos realizaron una serie de huelgas. Las organizaciones guerrilleras, además de los enfrentamientos con el ejército y cuerpos de seguridad, realizaron operativos armados en diversas zonas del país y tomaron varias poblaciones.
Surge el Frente Democrático Revolucionario (FDR) prácticamente compuesto por las organizaciones que conformaron el “Foro Popular” y exigirá una espera a las masas bajo el pretexto de necesitar tiempo para su consolidación. Una vez más intenta frenar la revolución, pero la presión del movimiento de masas obliga a la CRM a convocar a una huelga general el 24, 25 y 26 de junio, según los propios datos del gobierno estallaron en huelga 100.000 obreros industriales, 25.000 empleados públicos, 30.000 maestros, 100.000 trabajadores agrícolas, más cientos de miles de trabajadores de los hospitales, transporte, comercio y estaciones de servicio. No estaban en juego mejoras salariales sino exigencias políticas y definitivamente el derecho al poder político del país por parte de las masas.
La movilización mantuvo la presión por la huelga general indefinida insurreccional, se anunció una nueva huelga para los días 23, 24 y 25 de julio, pero las direcciones guerrilleras junto a sus frentes políticos se atemorizaron temiendo ser desbordadas por lo que la huelga fue cancelada y el estallido revolucionario se retrasa. La razón de la suspensión fue porque las direcciones políticas dijeron no estar preparadas para “acompañar con actividades insurreccionales y militares” en esas fechas.
La burguesía tomó impulso de nuevo y la iniciativa en golpear al movimiento de masas con asesinatos masivos, adoptó todas las medidas contrarrevolucionarias frente al movimiento revolucionario en ascenso que amenazaba su existencia. Repentinamente se llamó a una nueva huelga general para los días 13, 14 y 15 de agosto, pero el gobierno se anticipó al movimiento para impedir que se repitiera el triunfo del primer paro y militarizó las principales ciudades y centros fabriles dando un duro golpe a la lucha.
A fines de noviembre las fuerzas de la represión asesinaron a parte importante de la plana mayor del FDR, entre ellos el secretario general del BPR, Juan Chacón, a dirigentes del PCS, del MLP y del MNR. Sólo en 1980 se calculan más de 30.000 los asesinados.
La revolución fue golpeada medularmente en el movimiento obrero urbano y sus frentes de masas, aunque las fuerzas guerrilleras estaban intactas. El FMLN se replegó al campo, donde encontró un fuerte apoyo en los campesinos pobres y los semiproletarios. Sin medir el golpe en las ciudades causado por su política de frenar la revolución, el FMLN lanzó una “ofensiva general” el 10 de enero de 1981 y desde el FDR se llamó “al pueblo, a todas sus organizaciones políticas, gremiales, sindicales, culturales, etc., a prepararse para impulsar y participar activa y organizadamente en las acciones finales”. [8]
Aunque en esta ofensiva se consolidaron importantes partes del territorio nacional, no se logró la respuesta esperada en las ciudades, como era de imaginarse. Esta “ofensiva general” escondía otros objetivos políticos: la demostración de fuerzas en el campo militar para abrir los llamados procesos de negociación con el gobierno.
1981-1984: entre la guerra civil y la salida negociada
Luego del llamamiento de la “ofensiva final” y de su resultado una nueva etapa comenzaría a operar a través del diálogo y la negociación, el 28 de agosto de 1981, México y Francia reconocieron la alianza FDR-FMLN como fuerza política representativa e inició la salida política mexicana-francesa de negociación.
Pero el cambio de la política en el FMLN abrió una aguda crisis, dando lugar a dos corrientes internas: la primera mayoritaria en la dirección proponía la solución política negociada a corto plazo cambiando el programa político. La segunda, encabezaba por el dirigente de las FPL, Salvador Cayetano Carpio, privilegiaba continuar la lucha hasta lograr su meta, sin subordinarla a una eventual negociación. [9]
En 1982 hubo una reunión en Cuba coordinada por Fidel Castro donde las organizaciones del FMLN “se comprometieron a renunciar al esquema de la dictadura del proletariado y a aceptar un proceso democrático. El pacto está contenido en un famoso libro verde...Todos (firmaron) con excepción de Cayetano Carpio. Él firmó pero hizo ver que lo hacía con reservas... Para Carpio aquello fue una traición al socialismo”. [10] El saldo de la aguda polémica es conocido: desaparecieron los dos principales dirigentes de las FPL, Mélida Anaya Montes fue asesinado y Cayetano Carpio, por “suicidio”. [11] De allí en más, el predominio de las posiciones significó la búsqueda de una salida negociada a corto plazo.
A fines de 1983, el FDR-FMLN modificó su programa político, centrándose en la lucha antioligárquica y en el rescate de la soberanía nacional. En 1984, presentó la propuesta de un “Gobierno de Amplia Participación”.
La negociación y la "paz" contrarrevolucionaria entra en acción en Centroamérica
La revolución centroamericana fue un proceso único, el imperialismo yanqui tenía muy presente esa inquebrantable unidad centroamericana y su decisiva importancia geopolítica. Una revolución obrera triunfante en Centroamérica hubiera desarrollado un entusiasmo inusitado de repercusiones acordes a la magnitud del triunfo, desgraciadamente las direcciones del FSLN, el FMLN, Fidel Castro y los partidos comunistas de la región mantuvieron una política de revolución centroamericana fragmentada y de conciliación que llevó el proceso a la derrota.
La contrainsurgencia militar y la "paz” contrarrevolucionaria
Cuando triunfó la revolución en Nicaragua y el auge revolucionario en El Salvador, el ascenso se mantenía, la Administración Reagan se lanzó a una política de contrarrevolución abiertamente intervencionista, organizando a las bandas contrarrevolucionarias de la “contra” (mercenarios veteranos al servicio de matar) en Nicaragua, y fortaleciendo militarmente a los ejércitos genocidas del Istmo centroamericano. Para ello, transformó a Honduras en un verdadero portaaviones terrestre y en centro de operaciones de la “contra”, de la CIA y del Pentágono, ejecutando una de las guerras de contrainsurgencia más complejas y sangrientas en la historia de América Latina.
A partir de las dificultades para derrotar militarmente a la revolución, comenzó a combinar esta ofensiva militarista con la política de negociación y los acuerdos de “paz”. Fue el momento en que desde la Unión Soviética hasta el recién fallecido Juan Pablo II, pasando por Fidel Castro y toda la socialdemocracia internacional, se levantó la consigna central de “paz en Centroamérica”.
En 1983 apareció el Grupo de Contadora compuesto por Colombia, México, Panamá y Venezuela, cuyo objetivo llevaba a la búsqueda de acuerdos de “paz” para desmontar los procesos revolucionarios del Istmo. Se operó así una división de tareas: la “contra” y los ejércitos genocidas atacaban con armas y el grupo Contadora con papeles diplomáticos. Ese mismo año, se discutió el “Plan Arias”, propuesto por el presidente de Costa Rica, Oscar Arias Sánchez, llamado de Esquipulas I por la ciudad guatemalteca en que se realizó el Encuentro de presidentes centroamericanos.
En 1987 se realizaron los acuerdos de Esquipulas II con los mismos objetivos. Para “conseguir la paz”, los Estados centroamericanos “solicitan a gobiernos regionales o extrarregionales que apoyan a movimientos armados antigubernamentales que cesen ese apoyo; llaman a un alto al fuego y se comprometen a impedir el uso de sus territorios para acciones desestabilizadoras contra otros gobiernos”. Pero, “curiosamente” este acuerdo no era firmado por Panamá, donde EE.UU. tenía una de sus importantes bases militares del hemisferio occidental.
Nicaragua: bajo el fuego y los acuerdos electorales
El gobierno sandinista se someterá en todas estas negociaciones y puso en un plano de igualdad a los mercenarios de la “contra” organizados por EE.UU. y la burguesía cipaya que operaban en Nicaragua con los millares de luchadores, trabajadores y campesinos pobres que peleaban por su liberación nacional en El Salvador. Al mismo tiempo impedirá cualquier acción de los luchadores salvadoreños en su territorio, avanzará en acuerdos con sectores de la “contra”, cediéndoles en múltiples terrenos, igual que a la burguesía. Los acuerdos de Esquipulas II parecieron naufragar durante el período de alternancia entre Reagan y George Bush padre, pero en febrero de 1989, Daniel Ortega reanudó las negociaciones en ocasión de la reunión de los cinco presidentes centroamericanos en la localidad salvadoreña de Costa del Sol.
Al no resolver las grandes demandas fundamentales que la revolución nicaragüense había planteado como la revolución agraria, la expropiación de la burguesía y la liberación nacional, el gobierno sandinista irá perdiendo terreno en medio de una crisis provocada por la guerra de hostigamiento y sabotaje económico, de EE.UU. y la “contra”. El gobierno de Nicaragua propone adelantar las elecciones a febrero de 1990 y aceptar las modificaciones propuestas a la ley electoral de 1988 en el marco de los acuerdos de “Costa del Sol”, aceptando un plan de elecciones generales donde se le facilitaba actividades normales, a los mismos que financiaban y organizaban la contrarrevolución. Los sandinistas sufren una fuerte derrota por parte de los partidos de la burguesía con Violeta Chamorro a la cabeza en febrero de 1990 en una mega coalición electoral de partidos de la burguesía y que incluía hasta al Partido Comunista de Nicaragua.
A partir de esta derrota se acelera el proceso de negociación que conducirá a la firma de los “acuerdos de paz” en El Salvador y Guatemala.
El Salvador: de la guerra civil a los acuerdos de "paz”
En El Salvador, a pesar de los objetivos del FMLN de buscar una salida negociada a corto plazo, la profundidad del proceso revolucionario le pondrá trabas objetivas.
Entre 1981 y 1984 se profundiza la guerra civil en todo el territorio nacional producto de las fuerzas que emergían del campo, mientras se siguen realizando encuentros en busca de los diálogos con el gobierno genocida de Napoleón Duarte. En 1985, aún bajo el fuego de la represión en las ciudades se reactiva el movimiento obrero. A finales de 1988 y principios de 1989 surgirán nuevos ascensos de masas. Cada una de estas situaciones significó un fortalecimiento de las fuerzas del FMLN, pero esta dirección en vez de buscar un camino de derrota del régimen y el gobierno en el campo militar y político, las utilizó como elementos de presión para buscar mejores condiciones en las negociaciones.
La ofensiva militar de 1989 combatió la resistencia en la capital salvadoreña varios días, muestra de que la capacidad militar, el apoyo de las masas urbanas y la revolución aún no eran derrotadas. Pero el FMLN nunca cambió su objetivo, forzar al gobierno a la negociación.
Tras una década de guerra civil se activó realmente la dinámica de la “solución política negociada”, luego de múltiples intentos frustrados.
El 27 de julio de 1989, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó la Resolución 637 donde expresa “su pleno apoyo a los esfuerzos del Secretario General a fin de que continuara con su misión de buenos oficios en búsqueda de la paz en Centroamérica”, así abre el camino hacia la participación activa de la ONU, es decir, del imperialismo yanqui avalado por las potencias y la Unión Soviética (Centroamérica fue el último proceso revolucionario traicionado y desviado antes de caer la URSS). Aunque el enfrentamiento militar siguió con mayor intensidad entre 1990 y 1991, las conversaciones de “paz” auspiciadas por la ONU y “el grupo de países amigos”, México, Colombia, Venezuela y España, avanzaron gradualmente.
Este período se registraron como hechos relevantes de la negociación: el Acuerdo de Caracas el 21 de mayo de 1990, sobre una agenda general y un calendario de negociación; el Acuerdo de San José en 26 de julio de 1990, sobre derechos humanos, que incluyó el establecimiento de una misión de verificación de la ONU; la decisión del organismo de establecer antes de “la cesación del fuego el componente de verificación de derechos humanos” (marzo de 1991); el Acuerdo de México (27 de abril de 1991) sobre reformas constitucionales relativas a las Fuerzas Armadas, el sistema judicial, los derechos humanos y el sistema electoral; y el Acuerdo de Nueva York (25 de septiembre de 1991) que establece una “negociación comprimida” para los restantes temas, entre otros: seguridad pública, económicos y sociales, reinserción de combatientes. Por fin, bajo el visto bueno del gobierno estadounidense, el 16 de enero de 1992 se realizaron los acuerdos de Chapultepec, sellando definitivamente el pacto entre el FMLN y el gobierno de Alfredo Cristiani, el presidente de la ultraderecha salvadoreña.
El FMLN depuso las armas y se transformó en un partido político legal del régimen, todo a cambio de algunas reformas democráticas cosméticas. Pero no se da solución al gran problema que se planteó la revolución en El Salvador, la liberación nacional y la revolución agraria, que sólo era posible destruyendo el Estado burgués e imponiendo un gobierno obrero y campesino, avanzando hacia la expropiación de la burguesía y de los grandes terratenientes.
Lecciones para la lucha y un triunfo revolucionario en Centroamérica
La lucha por las demandas obreras, campesinas por la tierra, demandas democráticas estructurales, la lucha contra el imperialismo en Centroamérica y el impacto del triunfo de la revolución cubana, gestaron un profundo proceso de luchas que impactaron en toda la región. En el proceso, el proletariado no alcanzó a desarrollar direcciones revolucionarias capaces de organizar una alianza internacionalista centroamericana tomando el poder y llevando hasta el final las demandas fundamentales que estuvieron planteadas en el proceso revolucionario como la revolución agraria, la liberación nacional con respecto al imperialismo y la expropiación de la burguesía. Una vez más se constató que solo los trabajadores apoyados por los campesinos pobres y el conjunto de los explotados armados con un poderoso partido revolucionario podían ir hasta el final en la lucha contra las burguesías y el imperialismo, superando el etapismo de la revolución que defendían las direcciones de las organizaciones existentes, y afianzado el carácter socialista de la revolución que estaba planteada, es decir tomando medidas de transición al socialismo.
Sin un partido revolucionario, la hegemonía de la clase trabajadora, con sus contundentes huelgas, del campesinado pobre y los pueblos indígenas, dispuestos a triunfar y al frente de heroicas acciones, quedó diluida en políticas centrales de conciliación de clases, sin que pudieran enfrentar las maniobras del estalinismo y de direcciones convencidas en imponer mediaciones burguesas. Avanzaron los pactos de liquidación de la revolución centroamericana, el desarme de los luchadores y los procesos electorales, impulsados por los comités de negociación de la dirección del sandinismo, la dirección de la guerrilla salvadoreña y los gobiernos burgueses latinoamericanos, auspiciados por Castro y la diplomacia soviética y estadounidense.
Para comprender la magnitud del rol activamente contrarrevolucionario del estalinismo, el castrismo y las direcciones políticas de la región frente a la movilización de las masas centroamericanas, hay que ubicarlos ante la revolución en el conjunto de América Central. El estalinismo y el castrismo hicieron grandes esfuerzos por limitar primero y aplastar después la revolución centroamericana, vigilaron y actuaron celosamente por constreñir cada proceso en el marco de estos estados nacionales impuestos por Estados Unidos.
El resultado está a la vista: después de años de heroicos combates, donde cayeron casi 300.000 luchadoras y luchadores, en Centroamérica impera el “orden” imperialista. La extensión y el triunfo de la revolución centroamericana, su unidad con Cuba, hubiera significado para el imperialismo yanqui uno de los golpes más terribles de su historia.
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