A poco más de un año del estallido social y cuando los casos de coronavirus se encuentran en descenso, renunció el Subsecretario de Redes Asistenciales del Ministerio de Salud. En su lugar fue nombrado Alberto Dougnac, un médico que habría recibido al menos tres denuncias formales por parte de ex – trabajadores cuando fuese decano de la Facultad de Medicina de una universidad privada: dos por tratos misóginos hacia enfermeras docentes y otro por maltrato verbal hacia un funcionario.
La denuncia pública de estos hechos [1]] alertó a los gremios de enfermeras y enfermeros del país, quienes inmediatamente apoyaron a las colegas denunciantes y exigieron la renuncia [del recién nombrado Subsecretario [2], junto con el estudio del caso acorde a lo trabajado en la Subcomisión de Género del Minsal. Sin embargo, hasta la fecha no se han tomado medidas desde el ejecutivo, pues el acusado desestimó los casos y recibió el respaldo del Ministro de Salud Enrique Paris [3]. Además, luego de la reunión en que la Federación Nacional de Asociaciones de Enfermeras y Enfermeros (Fenasenf) realizó estas solicitudes al acusado, en su cuenta de Twitter él publicó una foto y se refirió al respeto en las relaciones humanas [4], hecho por el que fue acusado de manipulación mediática por parte del gremio [5].
A raíz de este caso, las distintas organizaciones de enfermería del país, convocadas por la Federación Nacional de Estudiantes de Enfermería (Feneech), emitieron una declaración pública el 11 de noviembre que reunió al Colegio de Enfermeras, a Fenasenf, a más de 50 Sociedades Científicas, redes, agrupaciones y capítulos, y entre ellas a la incipiente organización Enfermeras Feministas. El comunicado señala: “Rechazamos tajantemente cualquier expresión o acción que menoscabe nuestra profesión y violente a enfermeras y enfermeros, tanto en ejercicio como en formación”. Además, exigen: “Que el Ministro de Salud, Dr. Enrique Paris, remueva a la brevedad al Sr. Alberto Dougnac, de sus funciones como Subsecretario de Redes Asistenciales, ya que consideramos que un cargo tan relevante no puede estar en manos de quien no da garantías de respeto y reconocimiento a las enfermeras y enfermeros, quienes somos responsables de los procesos de atención sanitaria en los distintos entornos en los que se desarrollan las personas de nuestro país.”
Una profesión feminizada en un modelo sexista
Hoy en Chile, el 47,3% de las mujeres en edad de trabajar participa del mercado laboral (Tasa de Participación Femenina) [6], y al igual que en otros países, se desarrollan principalmente en áreas de servicios sociales como salud y educación. En el caso del sector salud chileno, al 2017 eran mujeres: un 83% del total de auxiliares y técnicos; un 88,3% de los profesionales de enfermería; un 90% de los profesionales de obstetricia o matronas; y sólo un 40,3% de los profesionales médicos. [7].
Esta distribución da cuenta de una segregación horizontal y vertical dentro del sector salud, en el que las mujeres ocupan principalmente los estamentos técnicos y algunas profesiones no médicas, sin embargo, los médicos varones son los profesionales que ocupan las más altas jerarquías en el sector y por tanto perciben los mejores salarios.
Esta situación no siempre ha sido así. El origen de la medicina moderna en la era renacentista europea coincidió con que previamente en la edad media se despojó a las mujeres sanadoras y parteras de su rol, acusándolas de brujería y castigándolas severamente tanto en Europa como en América. Esto allanó el camino para el desarrollo de una ciencia médica a cargo del médico varón, a su vez avalada por un Estado que buscaba enfrentar el decrecimiento poblacional de la clase trabajadora, por lo que también se comienza a castigar severamente a las mujeres por el uso de métodos anticonceptivos y abortos. [8]
Posteriormente, a inicios del siglo XIX aparece la biomedicina, rama de la biología ejercida por médicos que incorporaron saberes científicos de otros campos como la fisiología, química, física y microbiología [9]. En paralelo, en plena era industrial las mujeres ingresaron al mercado laboral, pero percibiendo menores salarios y manteniendo una doble jornada dada por el trabajo doméstico, reproductivo y de cuidados. En este contexto, y en pleno apogeo del feminismo liberal en Inglaterra, Florence Nightingale fue la primera enfermera en profesionalizar el trabajo de cuidados en los hospitales, única practica laboral ejercida entonces por las mujeres en la biomedicina, pero manteniendo una separación de funciones basada en el sexo: los valores femeninos serían aptos para el cuidado y la contención afectiva, mientras que los valores masculinos serían los apropiados para la toma de decisiones sanitarias [10].
Hoy la historia de la salud es prácticamente la historia de la profesión médica, encargada del diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, y, sin embargo, en todo el mundo las mujeres constituyen la principal masa de trabajadores del rubro. El modelo biomédico se ha establecido como la base conceptual de la medicina científica moderna, orientada a identificar y corregir las desviaciones o patologías de los mecanismos biológicos. Si bien sus logros han impactado positivamente en la salud, crecimiento poblacional y aumento de la esperanza de vida, el modelo biomédico ha sido impuesto hegemónicamente en la cultura occidental, influyendo a su vez en el trabajo en salud y en la concepción de la salud-enfermedad. [11]
El cruce de vulnerabilidades
Si bien las enfermeras lograron que su labor en las instituciones de salud sea reconocida como parte del mercado laboral, éste es un mercado “libre” e inequitativo, ya que las y los trabajadores son considerados piezas de una producción que va en directo beneficio del capital de una burguesía. Bajo este paradigma, la salud es concebida como un bien negociable y en ella también se reproduce la división de clases, en donde grados “inferiores” trabajan con bajos salarios y peores condiciones laborales como la subcontratación, mientras que grados “superiores” se enriquecen a través de asociaciones médicas en el sector público, prestación de servicios en clínicas privadas, acciones y convenios con farmacéuticas e Isapres. Al ser cruzado el capitalismo por la biomedicina, el resultado es una estructura vertical en donde un médico varón de alta jerarquía dirige a un equipo de mujeres: enfermeras, ténicas, administrativas y auxiliares. Al incorporar la mirada de género, vemos que a nivel nacional existe una brecha salarial calculada en un 26% de menor salario femenino al 2015, cifra explicada en un 31% por la profesión, mientras que la otra parte es explicada únicamente por el componente de discriminación de género [12]. En salud el patriarcado se expresa no solo en la brecha salarial, sino también en la sexualización de las áreas feminizadas.
Además, en la medida en que aumentan las necesidades de atención de salud, como ocurre en pandemia, son las trabajadoras de la salud quienes ven extremadas sus condiciones laborales y de salud mental, al realizar extensos tunos, y al estar más expuestas a contagiarse y a contagiar a sus familias. Es por esto que la CEPAL ha insistido en que contar con condiciones de trabajo dignas en salud debe ser una prioridad. [13]
Afuera de las instituciones de salud, continúa estando en manos de las mujeres en forma no remunerada el trabajo de cuidados familiar, informal o doméstico, que corresponde al cuidado cotidiano de personas con distinto grado de dependencia tales como niñes, adolescentes, personas mayores y/o personas enfermas. La crisis de los cuidados en un país en etapa de transición demográfica avanzada como el nuestro es vivenciada más fuertemente en pandemia debido a que aumenta la demanda de cuidados. Ante la negación del Estado de asumir esa demanda, son las organizaciones comunitarias las que se proponen cumplir ese rol, por ejemplo, a través de las ollas comunes, pero carecen de la infraestructura necesaria para subsanar la situación de precariedad de la población, y finalmente son las mujeres quienes lo hacen dentro de los hogares. Aquí también presentan una exposición diferencial a enfermar del virus o de otra afección a su salud física o mental porque: son contacto estrecho del familiar a quien cuidan; son quienes cubren las necesidades domésticas de aseo y alimentación del grupo familiar; son quienes más asisten a los centros de salud y farmacias; son quienes mayormente supervisan y apoyan las actividades educativas de les menores; y son quienes postergan su propio desarrollo profesional y trabajo remunerado. [14]
El despertar del feminismo en enfermería
Los comentarios misóginos del actual Subsecretario representan mucho más que un acto de violencia hacia las enfermeras. Tanto sus dichos como el respaldo de parte del gremio médico dan cuenta de la violencia estructural a la que son sometidas cotidianamente las enfermeras y todas las trabajadoras de la salud. Conocer nuestra historia y luchar por construir una salud libre de toda violencia patriarcal, es el desafío que enfrentan actualmente las enfermeras feministas, especialmente luego de varios años de agitada lucha por las demandas del movimiento feminista en un Chile convulsionado.
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Para lograr acabar con el patriarcado de la salud, por un lado, es necesario acabar con el modelo biomédico que la sustenta. Otros modelos latinoamericanos como la Salud Colectiva se presentan como contrahegemónicos pues incorporan: miradas culturales diversas respecto al proceso salud-enfermedad; interacciones mente-cuerpo-ambiente-historia; y la participación en las decisiones sanitarias, tanto de les trabajadores como de les ciudadanes. Desde el feminismo socialista creemos que la gestión de las instituciones de salud debe ser ejercida por parte de trabajadores y usuaries, a través de la elección democrática de representantes de hospitales y centros de salud revocables, y desde la base de los distintos servicios clínicos y territorios. Que no permita el lucro con el derecho a la salud, ni el enriquecimiento de unos pocos, ni la corrupción.
Por otro lado, la salud de las mujeres no puede depender aun hoy de una casta política que castiga a las mujeres más vulnerables al impedirles acceder al aborto legal, libre, seguro y gratuito, tal como lo hicieran en la edad media. Hoy se ha comprobado que el acceso a la salud reproductiva sin discriminación constituye un determinante social de la salud tanto para la individua como para la sociedad en su conjunto, por lo tanto, al prohibir el aborto, el derecho a la salud continúa siendo vulnerado. [15]
Finalmente, y para lograr todo lo anterior, es necesario comprender la lucha por la salud digna como parte de la lucha por una vida diga, como fuese exigido en la rebelión de octubre del 2019. Por estos días, distintos gremios de la salud pública se han movilizado a través de paros y marchas en el sector de Dignidad y en los distintos territorios para exigir un presupuesto digno para la salud pública del 2021, ante la noticia de que éste será reducido en comparación al año anterior pese a encontrarnos aun en pandemia. Sin embargo, el gobierno ha respondido con represión a les trabajadores y con lentas negociaciones, mientras se gastan millonarios recursos en aparatos de represión estatal hacia el pueblo, y cuando aun quedan miles de presos y presas políticos en las cárceles por luchar. Es por esto la importancia de que el gremio de enfermería se haya sumado a las movilizaciones convocadas para estos días. Sin embargo, es necesario ir más allá, preparar un paro unitario desde la base de todos los sectores de la salud quebrando con las jerarquías que nos impone el actual modelo de salud, y unificando las demandas de las y los trabajadores de la salud con las demandas del conjunto de la población.
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