Hace cien años, la Revolución rusa comenzaba con la huelga de las obreras de Petrogrado. Las militantes bolcheviques tuvieron un papel destacado en la preparación de la revolución.
Josefina L. Martínez @josefinamar14
Miércoles 8 de marzo de 2017
Aleksandra Rodionova era conductora de tranvías y tenía 22 años en febrero de 1917. Muchas mujeres habían ingresado a esta profesión durante la guerra, con millones de hombres en el frente. En 1917, las mujeres constituían el 47% de la fuerza laboral en Petrogado.
La ruta del tranvía de Rodionova atravesaba el barrio obrero de Vyborg, bordeando la gran fábrica metalúrgica de Putilov. Su jornada de trabajo duraba 12 o 14 horas por día, con un salario bajo y sin descansos. En 1916 había participado de su primera huelga, cuando todos los trabajadores y trabajadoras pararon los trenes exigiendo mejores salarios y la destitución de un jefe, al que Rodionova recuerda como un “déspota”. En febrero de 1917, participó activamente de la huelga de las mujeres que desencadenó una huelga general y abrió paso a la Revolución Rusa. En los meses siguientes radicalizó su actividad política y para julio de ese año se sumaba a las filas de los bolcheviques.
Antes del comienzo de la guerra, las militantes bolcheviques publicaban el periódico Rabotnitsa (La mujer trabajadora), con Nadezhda Krupskaia e Inessa Armand entre las editoras. Después de 7 números, había sido suprimido en junio de 1914 por el gobierno, pero fue reeditado en 1917, en las vísperas de la revolución.
La Primera Guerra Mundial provocó una miseria extrema y una terrible crisis social. En el campo y en las ciudades crecía un odio profundo contra los dueños de la tierra, los patrones y el zarismo: ellos seguían disfrutando de sus riquezas mientras el pueblo pobre acumulaba sufrimientos.
Hacia fines de 1916, las mujeres de Petrogrado pasaban hasta 40 horas semanales haciendo filas para comprar comida, que faltaba, mientras los precios subían sin parar. En esas largas filas, muchas veces con temperaturas bajo cero, las mujeres intercambiaban opiniones y compartían sus sentimientos sobre la guerra. Las esposas de los soldados los querían de vuelta, las trabajadoras necesitaban pan para sus hijos, trabajar menos y cobrar más. En muchas ocasiones las protestas terminaban en disturbios contra los comerciantes especuladores. Las obreras participaban de esas protestas, al mismo tiempo que ensayaban huelgas en las fábricas.
La conductora de trenes Rodionova recuerda que en sus rondas por la ciudad durante el invierno de 1917 se sentía una crispación social a punto de estallar. Se formaban grupos de obreros en las esquinas, discutiendo acaloradamente qué hacer. Algunas fábricas estaban inactivas, por la falta de combustible y materias primas. Según Rodionova, en las calles no solo se hablaba del pan y la guerra, sino también de la necesidad de justicia y libertad.
Ese clima de ebullición social es narrado por Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa: “Los barrios obreros, el cuartel, el frente, y en un grado considerable la aldea, se convirtieron en una especie de vasos comunicantes. Los obreros sabían lo que sentía y pensaba el soldado. Entre ellos se entablan conversaciones interminables acerca de la guerra, de los que negociaban con ella, acerca de los generales y del gobierno, acerca del zar y la zarina.”
Sembrando la revolución
En los años que siguieron a la Revolución Rusa, la historiografía liberal propagó el mito de que la revolución de febrero había sido un movimiento completamente espontáneo, un “motín” de mujeres sin claros objetivos políticos, creando el “mito de la espontaneidad”.
En Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky cuestionaba esa idea: “Los abogados y los periodistas, las clases perjudicadas por la revolución, han gastado grandes cantidades de tinta en demostrar que el movimiento de febrero, que se quiere hacer pasar por una revolución, no fue en rigor más que un motín de mujeres, transformado después en motín militar”.
Ante la pregunta sobre quién dirigió la insurrección de febrero, Trotsky respondía que fueron los obreros avanzados educados por el partido de Lenin. Los trabajadores y trabajadoras que habían participado en la revolución de 1905, en enfrentamientos con la policía, en reuniones en la ilegalidad, en las oleadas de huelgas de 1912, con una experiencia militante que continuó durante el período de la guerra, cuando gran parte de los dirigentes bolcheviques estaban encarcelados o en el exilio.
Desmintiendo el relato de la pura “espontaneidad”, varias historiadoras destacan el esfuerzo de las militantes bolcheviques y del comité Inter-Distritos para la organización de las trabajadoras y las esposas de los soldados desde 1914, lo que permitió preparar la gran huelga de febrero. El Comité Interdistrital era una organización con cerca de 4.000 militantes obreros revolucionarios en Petrogrado, afín a Trotsky.
Es cierto que ningún partido había convocado oficialmente a una huelga general para ese día. La revolución de febrero se inició con una huelga de las obreras textiles, que por decisión propia abandonaron las fábricas y se dirigieron en grupos a otras empresas, llamando a los obreros a abandonar el trabajo. Las trabajadoras buscaron especialmente a los obreros del metal y fueron muy convincentes: tiraban palos, bolas de nieve y piedras a las ventanas de las fábricas. “¡Abajo la guerra!”, “¡Pan para los obreros!”. En estas manifestaciones tuvieron un papel destacado varias militantes bolcheviques.
“Al inicio de la revolución de febrero, dos mujeres bolcheviques, Nina Agadzhanova y Mariia Vydrina, organizaron asambleas de trabajadoras y esposas de soldados, huelgas en los lugares de trabajo y manifestaciones masivas, buscaron armas para el pueblo, al mismo tiempo que garantizaban la liberación de los prisioneros políticos y establecieron unidades de primeros auxilios.”
Nina Agadzhanova se había unido a los bolcheviques en 1907, integró grupos del partido en el barrio de Vyborg desde 1914 y trabajó como secretaria del periódico Rabotnitsa. Fue detenida y enviada al exilio en 1916, pero escapó y regresó a Petrogrado donde consiguió ingresar a trabajar en una fábrica metalúrgica. Cuando Lenin regresa a Petrogrado en abril de 1917, Nina forma parte de la delegación obrera de Vyborg que lo espera en la estación de Finlandia. Fue una de las representantes del distrito al Soviet de Petrogrado y mantuvo una intensa actividad de organización y agitación entre febrero y octubre.
Durante las jornadas del 23 al 27 de febrero, las trabajadoras buscan sumar a los obreros y ganar a los soldados para la revolución. Se interponen entre los trabajadores y los cosacos, gritando que no disparen. Entre las mujeres que agitan en las barracas de los soldados se encuentra otra bolchevique, Zhenia Egorova, secretaria del partido en el distrito de Viborg.
El 5 de marzo de 1917, Mariia y Anna Ul’ianov, escriben en Pravda, periódico de los bolcheviques:
“El Día Internacional de las Mujeres, el 23 de febrero, fue declarada una huelga en la mayoría de las fábricas y plantas. Las mujeres estaban con un estado de ánimo muy militante -no solo las mujeres trabajadoras, sino las masas de mujeres que hacían largas filas por pan y kerosene. Organizaron actos políticos, salieron a las calles, se movilizaron hasta la Duma con la demanda de pan, pararon los tranvías. “¡Camaradas, afuera!”, gritaban con entusiasmo. Fueron a las fábricas y convocaron a los trabajadores para que se sumaran a la huelga. De conjunto, el Día Internacional de las Mujeres fue un suceso enorme que avivó el espíritu revolucionario”
¡El poder para los soviets!
Entre febrero y octubre, la participación de las mujeres en la revolución fue en aumento. El 18 de marzo, una reunión de obreras de cuatro grandes fábricas hizo un llamado para continuar la lucha. A principios de abril, 40.000 mujeres se movilizaron en Petrogrado, rehusándose a abandonar las calles hasta que se aprobara el derecho al voto. Finalmente, el 20 de julio de 1917, le arrancaron al gobierno provisional de Kerensky la promesa de permitir el voto para todas las mujeres mayores de 20 años en la futura Asamblea Constituyente.
Cuando Lenin regresó a Rusia desde el exilio, la mayoría de las militantes bolcheviques del distrito de Viborg apoyaron el giro político que éste proponía en las Tesis de Abril, para reorientar al partido en la lucha contra la guerra, contra el gobierno provisional y por el poder para los soviets.
En mayo, 40.000 lavanderas protagonizaron la primera gran huelga contra el gobierno provisional, reclamando aumento de salarios, 8 horas de trabajo y mejores condiciones laborales. La dirigente bolchevique Aleksandra Kollontai se dedicó a apoyar la huelga junto con otras militantes como Sof’ia Goncharskaia, quien en 1905 había sido una figura clave para crear el sindicato de lavanderas. Durante mayo de 1917, Goncharskaia recorrió todos los establecimientos de lavanderías, dispersos por la ciudad, para sumar más trabajadoras.
La bolchevique ucraniana Evgenia Bosch desarrolló un importante trabajo de agitación entre los soldados cuando regresó del exilio, después de la revolución de febrero. Como parte de estas tareas, en una ocasión dirigió un discurso a un regimiento conocido como la "división salvaje". Aquellos soldados tenían una “mala reputación”, pero Bosch pensaba que podían ser receptivos a las ideas bolcheviques. Durante horas les habló contra el gobierno provisional y explicó la necesidad de reemplazarlo por el gobierno de los soviets, mientras los hombres la escuchaban en silencio. Después comenzaron a hacer preguntas y cuando finalmente Evgenia se retiraba, la compañía musical de la división salió apurada a buscar sus instrumentos para escoltarla hasta su coche entre hurras y música.
Cuando algunas dirigentes bolcheviques como Samoilova, Krupskaia y Stal llegaron a Petrogrado desde el exilio, no tuvieron que empezar de cero. Había un grupo de mujeres bolcheviques muy activas, entre las que se encontraba Vera Slutskaia, quien trabajaba como secretaria del partido en un barrio obrero. Ella había propuesto reeditar el Rabotnitsa y crear un comité especial para coordinar el trabajo entre las mujeres.
En la nueva edición del periódico dedicado a las obreras, Samoilova escribió: "Si una mujer es capaz de subirse a un andamio y luchar en las barricadas, entonces es capaz de ser una igual en la familia obrera y en las organizaciones obreras". El periódico contenía poesía, ficción, noticias sobre las condiciones de trabajo en las fábricas, artículos sobre la historia del movimiento revolucionario, editoriales y avisos de actividades. Las editoras denunciaban la opresión de las mujeres por las tradiciones patriarcales y por el capitalismo.
En julio de 1917 el gobierno provisional lanza una campaña reaccionaria de represión contra los bolcheviques, encarcelando a dirigentes como Trotsky y obligando a Lenin a pasar a la clandestinidad. Para evitar que el gobierno desarmase a los obreros bolcheviques, la conductora de coches Rodionova escondió más de 40 rifles en un depósito secreto. En el mes de octubre, cuando los bolcheviques preparaban la insurrección, ella tuvo la responsabilidad de que los tranvías que cargaban armas saliesen desde el depósito. También fue la encargada de que el servicio se mantuviera operativo en la noche del 25 al 26 de octubre, para colaborar con la toma del poder. Ese día integró el destacamento sanitario de defensa de la ciudad.
La Revolución Rusa significó una conquista para las mujeres sin precedentes en la historia; consiguieron derechos que no había en ningún país capitalista de la época, como el derecho al voto, al aborto libre y gratuito, al divorcio, la legitimidad de los hijos nacidos fuera del matrimonio, la despenalización de la prostitución y de la homosexualidad. Además, el gobierno de los soviets buscó “arrancar a las mujeres de la esclavitud doméstica”, mediante la socialización del trabajo del hogar, instalando guarderías y comedores públicos, planes de alfabetización en el campo, etc. Los primeros años de la revolución fueron un período de intenso debate y experimentación, en el camino de avanzar en la emancipación de los trabajadores y las mujeres.
De la defensa de la revolución a la lucha contra la burocracia
Desde 1905 y durante la guerra, las militantes bolcheviques agitaron y sembraron la revolución entre las mujeres trabajadoras, los obreros y soldados, como parte del trabajo preparatorio del partido de Lenin. Después de la toma del poder, muchas de ellas se alistaron en el Ejército Rojo para defender las conquistas de la Revolución. Según Kollontai, al final de la guerra civil había 66.000 mujeres en el ejército rojo, de las cuales unas 1.850 fueron asesinadas en combates.
Los años de la guerra dejaron costos humanos y materiales sin precedentes. La joven Unión Soviética, atacada por 14 ejércitos imperialistas, logró sobrevivir por la voluntad de millones de obreros, obreras y campesinos. A este período le siguieron los duros años de la NEP, con un importante aumento del desempleo y en el campo. En estas condiciones de ruina económica y aislamiento internacional de la URSS, después de la derrota de la revolución en Europa, emergió la burocracia estalinista como una nueva casta burocrática a la cabeza del Estado. Esa burocracia emprendió un proceso de contrarrevolución interno, liquidando físicamente a toda la oposición en el partido bolchevique y en los soviets.
Hacia mediados de la década de 1930, se había producido un retroceso sin igual en la situación de las mujeres en la URSS, con la prohibición del aborto, la penalización de la homosexualidad y la defensa estatal de una ideología que ubicaba a las mujeres como garantía de la “responsabilidad familiar”.
Pero a pesar de este enorme retroceso, el hilo rojo del bolchevismo siguió vivo. Muchas militantes bolcheviques como Evgenia Bosch, Nadezhda Joffe o Natalia Sedova lucharon en las filas de los oposicionistas y combatieron junto a León Trotsky por recuperar el impulso de la Revolución, enfrentando la burocratización del Estado soviético.
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Bibliografía de consulta;
Jane Mc Dermid and Anna Hillyar, Midwives of the revolution.
The Davis Center for Russian and Eurasian Studies, Women and Revolution: Women’s Political Activism in Russia from 1905-1917.
Barbara Evans Clements, Working Class and Peasant women in the russian revolution, 1917-1923.
Josefina L. Martínez
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.