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Red Internacional
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Espacio Abierto. Las leyendas de Praga: el reloj astronómico

Además de ser una de las ciudades que mejor conserva su encanto medieval, de destilar romanticismo en cada una de sus calles, de seducir con una variedad cultural atrayente, la ciudad de Praga asocia uno de los mejores atractivos que cualquier ciudad que se precie pueda poseer: un abanico de historias y leyendas que embelesan con una magia muy particular. Una de estas fantásticas historias gira alrededor de su famoso reloj astronómico considerado en la Edad Media como una de las Maravillas del Mundo.

Viernes 5 de diciembre de 2014

En 1338, Jan - Rey de Bohemia y Conde de Luxemburgo - permite a los burgueses de la ciudad antigua de Praga establecerse como municipio. A partir de allí, los patricios de la ciudad levantan la urbe bajo el modelo soñado por sus ricos detentores y un fastuoso edificio del Ayuntamiento celebraría la independencia de la nueva ciudad-estado. Hacia finales del siglo XIV donde nos encontramos, la competencia por darle un toque de distinción a la ciudad concluyó en la idea de construir un reloj que tenga el particular estilo de respetar la multiculturalidad presente en la ciudad. Uno que utilice múltiples maneras de marcar un único e indefectible tiempo.

Este reloj sería montado en la torre del edificio del Ayuntamiento y el primer diseño fue finalizado hacia 1410, construido por el maestro relojero Mikuláš de Kadaň y por el profesor de matemáticas y astronomía Jan Sindel. El primer modelo respondía al prototipo requerido de múltiples lecturas: unos dedos dorados que giran en un círculo mayor con números góticos marca la hora en el Viejo Reino de Bohemia; un círculo inferior con números romanos señala la hora moderna y un círculo que contiene números arábigos dan la hora en el reino de Babilonia.

En sus sucesivas ampliaciones a través de los años se seguiría acatando siempre el respeto a la diversidad cultural. Se añadiría otra circunferencia que se superpone a los anteriores conteniendo los signos del zodíaco. También para quienes no pudieran leer o interpretar los números, el reloj les posibilita la lectura en una figura con los distintos momentos del día, en el cual se marca desde el amanecer hasta el crepúsculo e inclusive contiene un mecanismo que gira permitiendo hacer una distinción entre verano e invierno.

La leyenda más importante en torno al reloj data de 1490 cuando se le encarga al maestro relojero Hanuš una de las ampliaciones: la placa del calendario. El obsesivo maestro relojero comenzó a idear con recelo profesional las mejoras que podría adherirse al reloj, por lo que habría estudiado con sumo esmero cada uno de los mecanismos que ya existían y sopesado las mejoras. Cuando finalmente el maestro hubo terminado con los trabajos y el reloj se encontraba funcionando en toda su amplitud cultural para marcar un único tiempo, los consejeros de la ciudad quedaron maravillados.

Pero al parecer el perfeccionista de Hanuš no habría quedado tan conforme. Es así que, pese a que el reloj estaba en funcionamiento y deslumbrando a todos los visitantes con su magnificencia, continuó trabajando y diseñando reformas que pudieran afinar aun más el reloj. Las lenguas viperinas vieron tras la continuidad del trabajo de Hanuš unas cortinas que querían ocultar lo que a su criterio era indefectiblemente indudable: el maestro habría aceptado alguna oferta para construir un reloj aun más grandioso que el de Praga en alguna otra ciudad.

Espantados ante esta posibilidad, los consejeros de la ciudad tenían que actuar rápidamente: no podría haber otro reloj como aquel. Una visita al maestro de unos consejeros del reino de Italia los decidió a proceder. Fue entonces que convocaron a Hanuš a la corte de la ciudad con la excusa de que le iban a pagar por sus servicios. Cuando el relojero apareció, allí mismo lo tomaron, lo ataron fuertemente a una silla y comenzó a ver cómo uno de los custodios blandía su espada cerca de las llamas del hogar enrojeciendo su punta. La sorpresa y el espanto le provocaron un desmayo del cual pudo despertar unas horas después en el lecho de su morada. Sentía un fuerte dolor, escuchaba el llanto de su familia y de sus discípulos pero no podía verlos: habían sellado sus ojos.

Una vez recuperado, la sed de venganza comenzó a emerger en el maestro y ya que no podía diseñar en los papeles las mejoras en lo que consideraba “su” obra comenzó a figurar en su mente cómo podría tomar revancha de aquellos despiadados consejeros. Una noche pidió a su mejor alumno que lo acompañara hasta el edificio del Ayuntamiento para apreciar su más grande creación. Llegaron hasta allí y el viejo Hanuš se deleitaba palpando las piezas, escuchando el encaje de los engranajes como si fuera música para sus oídos, disfrutando con cada movimiento de los componentes de ese portento tecnológico. Pero el maestro mudó repentinamente en un llanto amargo: no podía ver aquel fantástico conjunto de mecanismos y la congoja empeoraba sabiendo que estaba imposibilitado de seguir mejorándolo. En la tormenta de esta pesadumbre arraigada en su corazón tomó valor para cumplimentar la venganza. Había ya encontrado la pieza fundamental del reloj, decidió romperla y con las pocas fuerzas que le quedaban y para terminar de trabar el complejo mecanismo introdujo sus dos brazos entre dos gigantescos engranajes imposibilitando su funcionamiento. La gran maquinaria vociferó chirridos espantosos que se escucharon en toda la ciudad mientras Hanuš perdía los brazos y moría allí desangrado. El reloj dejaría de funcionar por muchos años sin que nadie pudiera dar con la solución para ponerlo en marcha. La venganza había sido culminada.

Ya en el siglo XX, los desmitificadores de siempre comprobarían que la leyenda del maestro Hanuš no era cierta y que en realidad sólo habría sido uno de los que habría diseñado una de las tantas ampliaciones que tuvo el reloj a través de su historia. Pero mientras el reloj siga funcionando, el espíritu del gran maestro relojero seguirá viviendo en esta historia contada con tanta pasión por los checos que prefieren mantenerse ciegos ante la fría autenticidad de unos documentos que obstruyen el engranaje de los buenos mitos. Definitivamente, sin la leyenda de Hanuš, el espectáculo del reloj astronómico no sería tan fascinante.