Como parte del Laboratorio de escrituras del FILBA, la escritora desnudó algunos de sus intereses, influencias y deseos ante un auditorio mayormente joven. Vampiros, rock, ocultismo y androginia, de la mano de una mujer que muestra con orgullo su anillo de San la muerte y quiere ampliar los universos con los que trabaja la literatura latinoamericana y argentina.
Cecilia Rodríguez @cecilia.laura.r
Martes 20 de septiembre de 2022 11:36
“Va a ser todo vertiginoso, un poco punk y un poco do it yourself”, empezó Mariana Enríquez, con su casaca de Led Zeppelin, para avisar y no traicionar.
Bajo el título de “Obsesiones (y cómo armar con ellas un mundo literario)”, la autora presidió un encuentro del Laboratorio de escrituras del FILBA. La cita fue el viernes 16 de septiembre en la sede porteña de la Alianza Francesa, más precisamente en la biblioteca del lugar, con sus oportunas sillas antiguas en las que cabezas de hombres, talladas en madera, sobresalen del respaldo para recordarnos que el horror tiene mil caras y que ninguna se parece a las demás.
“Bowie decía que su proceso creativo era el de un coleccionista. Todo lo que le interesaba, lo juntaba. No todos los procesos creativos son iguales y yo no me quiero comparar con Bowie, pero este es uno muy común: juntar lo que llamamos obsesiones, que son en realidad las cosas que nos gustan: no es más que eso. Las cosas que te gustan son las que te terminan formando. Les voy a hacer un repaso por las cosas que me formaron y que terminaron por incorporarse a las ficciones que escribo. Desde ya les digo que todo esto es endeble”
Aviso, yo también, que no es posible trasmitir todo y que se ofrecen aquí apenas unas postales, más una lista de nombres, reales o ficcionales, que cada cual podrá investigar.
La iniciación
“Todo empezó con la literatura, antes que con la música. De ahí vienen los temas que se reiteran en mí. En mi casa había una colección de libros que se llamaba Club Burguera. Como ya era obsesiva, los leía por orden. El primero era A sangre fría, de Truman Capote. Pero lo primero que me impresionó fue Cumbres Borrascosas de Emily Brontë”. La autora leyó un pasaje que inspiró una escena de Nuestra parte de noche. “Lo leí cuando tenía 9 años y terminó en algo que escribí a los cuarenta y pico”.
Después sacó una edición de Cementerio de animales, de Stephen King. “Esta es la versión original, me la regaló mi tío para una navidad. Ven que acá hay una persona caminando hacia el bosque: mi tío no se dio cuenta que la persona lleva algo en brazos. Lo compró sin mirar eso, dijo: ‘ah la nena lee, no se qué’ y me lo dio. Cuando el protagonista desentierra el cuerpo de su hijo, me impresionó brutalmente, arrojé al libro lejos de mí”
“En el mismo año, me enfermé de hepatitis y mi madre, que es profesora de francés, decidió leerme poesía de Baudelaire y Rimbaud. A mi mamá le pareció que era una cosa adecuada para una niña de 8 o 9 años, que además no se podía mover de la cama y era un poco prisionera. Me lo leía como loca, en francés y español. Cuando llegó a Una temporada en el infierno, no entendí nada, pero había algo en las palabras, en la forma de poner las palabras, que me impresionó. Me lo guardé, y después, cuando descubrí a Patti Smith, volví a él”
“En ese entonces estaba enamorada del protagonista de Cumbres borrascosas, Heathcliff, que es un hombre demoníaco. Y me fui a buscar otras cosas de Baudelaire que me leía mi madre y encontré una definición de belleza que dice así ‘he encontrado la definición de lo bello, de lo bello para mí: es algo ardiente y triste, algo un tanto vago que hace lugar a la conjetura. Voy, si se quiere, a aplicar mis ideas un objeto sensible, a un rostro de mujer’. Ahí me dejó de interesar, porque yo soy desdichadamente heterosexual, pero después habla de la belleza del hombre y dice ‘me resultaría difícil no concluir que el tipo más perfecto de belleza viril es Satán, a la manera de Milton’. Yo dije: es verdad. Tenia 9 años y esto terminó en Nuestra parte de noche. No cambia. Cuando sos un coleccionista obsesivo todo termina así [dibuja, con el dedo, un círculo en el aire]. Casi todos los bellos de mi obra siguen siendo más o menos así. En la literatura, porque en la vida real no convienen”.
“A esa edad nos mandaron a leer a Borges en la escuela. En El libro de los seres imaginarios, hay una historia de los animales de los espejos, que me dio un miedo espantoso. Me la pasaba mirando y escuchando los espejos, cuando era chica, pensando que en algún momento los espejos iban a dejar de imitarnos. Nunca me molesté en buscar si está basado en una leyenda, porque la sugestión que me produce es lo que quiero mantener, no quiero saber si es un mito o no. A veces, cuando me editan me dicen ‘estás poniendo que tal calle se cruza con tal otra y eso no es así, son paralelas’; y a mi no me importa porque estoy armando un mundo ficcional, no estoy haciendo periodismo. Eso es algo bueno que aprendí de Borges después de desprenderme del Borges lleno de bronce al que estamos acostumbrados”.
El rito de pasaje
“A partir de esto empieza la influencia de la música. Y lo primero de lo que me hice fan fue de Duran Duran. Empecé a escuchar música negra por ellos, llegué al punk, me abrieron la cabeza.
“La segunda banda de la que me hice fan, a los 13, 14 años, que me volvió totalmente loca, fue The Cult. Al cantante, Ian Astbury, le dediqué mi primer libro, Bajar es lo peor. Después lo entrevisté de grande, porque me dediqué al periodismo, pero no le di el libro, porque pertenece a otra etapa de los dos. The Cult me llevó al pospunk y a la androginia, a que me gustaran las personas que no se saben si son chico o chica. Después aparecieron Charlie Sexton y Nick Cave. Entre ellos y Ian Astbury, se arma Facundo, el personaje de Bajar es lo peor. Todas estas obsesiones terminan conmigo de 17 años queriendo escribir una novela y queriendo que ese personaje me cause lo que me causaban estos tres”.
“A Nick Cave lo descubrí gracias a la revista Cerdos y peces, que se editaba a fines de los 80 y era totalmente degenerada. De ahí también viene el título de Bajar es lo peor. Aprendí más de los hombres por Nick Cave que por los hombres. Ahora se critica mucho cómo él hablaba de las mujeres en su primera época. Pero yo nunca me sentí amenazada. Siempre sentí que estaba escuchando a un hombre que estaba lidiando con sus impulsos violentos y pensando en la masculinidad. Y a mí eso me interesaba, yo no quería que fingiera ser un hombre bueno y que después me lastimara, prefería que me contara las ganas que tenía de lastimarme para que después no lo hiciera.
Aprendí de Nick Cave esta idea de rebelión total, de escribir ‘en contra de’. Reconozco que mi generación reacciona mucho en este sentido y se confunde bastante cuando la gente se ofende y dice ‘oh no, este señor mató a la esposa, no se lo puede leer más’. El concepto de corrección me hace ruido. Ciertas cosas de la corrección, como el respeto a la diferencia, lo teníamos incorporado ya, pero el artista como una persona peligrosa estaba bien para nosotros, nadie quería que el arte fuera un espacio seguro, queríamos que el arte tomara riesgos, porque el arte es un espacio seguro en sí”
El repaso siguió con Bruce Springsteen, Patti Smith, los Rolling Stones, Einstürzende Neubauten, Suede, Manic Street Preachers, PJ Harvey, Courtney Love, She Devils, Mayhem, Nico, The Velvet Underground, Richard Hell, Tom Verlaine, para detenerse luego en una reflexión: “ser fan no es un acto pasivo donde uno solo recibe y es un tarado. Uno interviene con el artista, una toma algo del artista, está en completa entrega con el artista, casi como un tarado, pero al mismo tiempo hace algo, se afirma en algo. Es una función muy antigua. Son fans las que seguían a Dionisio, el dios griego. Son fans las Ménades, que matan a Orfeo, otro músico. Hay algo con la música. La gente se desmayaba ante Liszt, el pianista, de ahí viene la palabra lisztomania. Las mujeres le tiraban la ropa interior, que no sé cómo se la sacaban en esa época, no me lo puedo explicar. A Lord Byron se le tiraban encima. Siempre hubo eso. Y te das cuenta de que hay algo ahí que no se trata de quien está arriba sino de quién esta abajo.
¿Por quién gritaban las chicas, por los Beatles o los Kinks? Por los Beatles. Las que decidieron fueron ellas y hay algo misterioso en ese proceso, es arcaico ¿por qué las chicas no siguen a Apolo y siguen a Dionisio?, ¿por qué elijen al dios del exceso y la intoxicación y no al de la racionalidad? ¿por qué se nos pone a las mujeres ahí? Se nos pone ahí porque eso es un rito de pasaje, tenemos que ser conscientes del rito y no ser pasivas sino interpretarlo como un algo que te lleva a otro lugar. Si sos chica te lleva a pasar de la adolescencia a ser mujer, si sos mujer te sirve para ser una mujer que está en control de su deseo y que decide qué hacer con esa fantasía, que es privada y no tienen por qué opinar los demás: sos vos y el artista y en ese pequeño espacio lo que ocurre es absolutamente creativo.”
La lista
La lista de influencias e intereses de Mariana Enríquez es amplia y no reconoce límites de género (aunque sí es muy clara con lo que no le gusta: ni cosas de niños, ni los Beatles —a los que incluye en cosas de niños—, ni cosas de kiosko). Del palo del cine mencionó a Gus Van Sant, Kenneth Anger, Agnes Varda, David Cronenberg y su “vástago” Brandon, Leos Carax, David Linch, Francis Ford Coppola y Anne Rice. “Con Entrevista con un vampiro, termina de cerrar Bajar es lo peor: porque esa película no es solo de vampiros sino que también cuenta una historia gay”.
“Después del vampirismo, me dije ‘ahora se viene el ocultismo en mi vida’. Yo había descubierto a la orden Amanecer Dorado [que inspira a los ocultistas/fascistas de Nuestra parte de Noche] a partir de Bowie, porque en un momento estaba tan metido en la cocaína que se pone paranoico y piensa que esa orden donde estuvo Aleister Crowley le está haciendo magia negra. Y entonces empieza a juntar sus uñas y los pelos que se le caían y los ponía en cajitas para que nadie los usara para hacerle daño. Investigué a los ocultistas que aconsejaban a la reina Isabel. Alan Moore dice que el imperio británico se consolidó con magia negra, cosa que está bastante diluida con este rey imbécil que tienen ahora”.
En esta línea, habló de las mujeres médiums que, en rituales espiritualistas, derraman ectoplasma (papel mojado) de boca, nariz y vagina. Habló del erotismo que motoriza el ocultismo y el terror.
De las artes gráficas, mencionó a David Wojnarowicz, Félicien Rops y Alfred Kubin. Entre sus héroes, listó personas reales e imaginarias (Alejandro Jodorovsky, John Constantine, Alan Moore y The Sandman), mencionó al pasar a muchos autores de terror (Lovecraft, Paul Tremblay, Clive Barker, Thomas Ligotti, Poppy Z. Brite…) y se detuvo especialmente en las mujeres que le interesan, por escritoras, artistas y/o brujas: Shirley Jackson, las hermanas Brontë, Mary Shelley, Silvia Plath, Elizabeth Siddal, Alejandra Pizarnik, Valentine Penrose, Toni Morrison, Pamela Coldman (que diseñó uno de los tarots ocultistas) y Florence Welch (en cuya estética se basa la Florence de Nuestra parte de noche).
Habló también del problema de clase en relación con la literatura. “En EEUU y en otros países, los personajes de terror populares están incorporados a la literatura. Pero acá no pasa lo mismo con San la muerte, del cual tengo el anillo de casada. Tampoco con las entidades malignas de los pueblos originarios, como el Wekufü del pueblo mapuche, sobre el que estoy escribiendo ahora. Sospecho que es por una cuestión de clase. Ese otro es tan otro que no logra ingresar a la literatura. Entonces en un momento dije: basta de que solo la antropología hable de estas cosas. Me obsesioné también con la brujería de Chiloé, que en vez de leerla en Borges, la leí en Alan Moore, en La cosa del pantano, luego en el comic Constantine y después en Patagonia, de Bruce Chatwin: o sea, ingleses hablándome de un mito chileno. Lo que más me impresionó de estos mitos es el Imbunche, que aparece en Nuestra parte de noche”.
Hacia el final, hubo un intercambio con el público, tanto presencial como virtual. Como ejemplo, rescato el diálogo con un escritor chaqueño, que contó las dificultades para publicar en aquella provincia, así como la resistencia de las instituciones oficiales a difundir literatura de terror y oficiar concursos que incluyan aquel género.
“No escuches a esos que te dicen que el terror es trillado. Es el mejor momento para publicar terror, en especial en español. La cuestión para publicarlo es que no sé si hay editoriales independientes en Chaco, tenés que moverlo en otros lados. Una de las desgracias de Argentina es que la mayoría de las editoriales están en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. A mí me mataron cuando hice el concurso de fantástico, terror y ciencia ficción en el Fondo Nacional de las Artes, donde ya no trabajo más. Eso lo hice pensando en gente como vos básicamente. Acá te dicen: ‘cualquiera puede ganar’, y vos sabés que no, vos sabés que, en general, los jurados no leen terror. Sabés que puede ser muy popular y a la vez marginal. ¿Y esto no es paradójico? Sí, pero es así”.
Después de dos horas y media de charla e intercambios, el público todavía no estaba satisfecho. Hubo una larga fila para que la autora firmara ejemplares. La cosa se extendió casi una hora más. Ella recibió a cada cuál con una sonrisa y escuchó atentamente. Consecuente con sus palabras, prestó su cuerpo para que unas decenas de jóvenes ensayaran su propio rito de pasaje, siempre creativo, hacia algún otro lugar.