La presencia de mujeres al frente de la derecha, plantea una pregunta, ¿en qué medida el feminismo liberal allanó el camino para que el discurso feminista sea utilizable también por la derecha?
Celeste Murillo @rompe_teclas
Domingo 30 de abril de 2017 00:00
“El feminismo es un veneno”, dijo una vez la primera mujer que lideró el Reino Unido. Margaret Thatcher fue una de las mejores representantes de su clase y le dio su impronta a lo que conoceríamos como neoliberalismo, también bautizado “reaganismo-thatcherismo”. Llevó adelante una guerra imperial y aplicó con dureza ejemplar un plan económico contra la clase trabajadora, jamás exageró o siquiera fingió características atribuidas al género femenino como el diálogo o la protección.
Durante el apogeo del neoliberalismo se consolidaron esas corrientes, que dominarían el discurso feminista. Como señala Lindsey German, “paradójicamente, la retórica del feminismo triunfó en una época en que las condiciones reales de vida de las mujeres han empeorado y fue utilizado para justificar políticas que perjudicarían a las mujeres”. A partir de la década de 1980, las demandas, devenidas agendas, se adaptaron a la democracia capitalista. La ampliación de derechos, que debatimos en otros números de IdZ, se transformó en herramienta de cooptación y junto con la cooptación de las elites de los movimientos sociales se recreó un discurso y una práctica acorde: la liberación se redujo a la “libre elección”, un igualdad condicionada, sin cuestionar la “democracia” basada en la desigualdad y la explotación de la mayoría de la población.
A la sombra del feminismo neoliberal
Con la derrota de Hillary Clinton, analizábamos en IdZ 35 cómo el feminismo neoliberal no solo acotaba su agenda a los problemas de las mujeres blancas profesionales sino que además convivía con los intereses imperialistas3. A la vera de ese feminismo neoliberal crecieron lenta y silenciosamente dos fenómenos: por un lado, amplios sectores de mujeres que rechazan el feminismo porque lo sienten lejano a sus problemas y, por otro, movimientos de derecha que utilizan postulados de ese discurso para modernizarse, aprovechando la erosión de su contenido más revulsivo.
El primer fenómeno tuvo expresión en Estados Unidos, minoritariamente por izquierda (con el voto a Bernie Sanders) y, de forma más notoria, en la base de mujeres blancas que sin ser de la derecha conservadora votaron a Trump: entre ellas, un tercio se autodefine como liberal moderada, un 77 % quiere que Trump y el Congreso avancen en la igualdad de género, y aunque el 53 % rechaza lo que ve como “reacciones exageradas” del feminismo moderno (excesiva corrección política) no rechaza la idea de la igualdad (encuesta de PerryUndem). Al trasladar el “campo de batalla” de la política a la cultura y el discurso4, el feminismo liberal concentró su acción en una suerte de vigilancia del lenguaje y el comportamiento mientras a su alrededor crecía la desigualdad. El segundo fenómeno, aunque tuvo expresiones en Estados Unidos como fue la precursora Sarah Palin (candidata a vicepresidente republicana en 2008), está más extendido en la derecha europea.
A pesar de las diferencias que existen, la pregunta que plantean ambos fenómenos es en qué medida su avance se explica por el discurso que instaló el feminismo liberal, que despojó de todo contenido contestatario a la crítica de la opresión patriarcal en la sociedad capitalista. Mientras esos feminismos habilitaron la institucionalización, la mercantilización y el individualismo, todas variantes que coexisten pacíficamente, e incluso sirvieron como justificación del capitalismo, en cuanto la empresa neoliberal muestra fisuras y surgen variantes populistas reaccionarias, la derecha, más o menos conservadora, supo recoger los frutos de la operación que instaló a una imperialista como Hillary Clinton como feminista irrefutable. ¿Por qué la epopeya de romper el techo de cristal puede ser encabezada por un halcón como Clinton y no por una empresaria exitosa como Ivanka Trump o una líder de la derecha como Marine Le Pen?
Meritocracia y feminismo, ¿quién recoge los frutos de esta unión?
Ivanka Trump encarna valores similares a los defendidos por el feminismo neoliberal o corporativo: meritocracia, emprendedorismo e igualdad de oportunidades. Su perfil de mujer independiente, madre y empresaria le permite dirigirse a muchas mujeres que no se sienten representadas por el feminismo “cultural”, algunas socialmente más conservadoras pero otras partidarias de la igualdad y los derechos reproductivos. El feminismo corporativo de Ivanka no tiene nada que envidiarle a ese que, con el sello Clinton, busca romper el techo de cristal, es decir, eliminar las barreras para que algunas mujeres avancen hacia posiciones más altas de empresas e instituciones estatales5. ¡Ivanka es una empresaria!, dicen las “apologistas” del feminismo Clinton, como si el mensaje de empoderamiento despojado de cualquiera crítica a la desigualdad social no fuera un denominador común.
¿Cómo retroceder del discurso amasado durante décadas de un feminismo de “libre elección”6, personificado por celebridades, políticas y empresarias como Emma Watson, Beyoncé, Hillary Clinton o Marissa Mayer (CEO de Yahoo), cuyas causas están cerca del techo de una minoría de mujeres, y lejos del sótano donde sigue viviendo la mayoría de ellas? ¿Cómo convencer a las mujeres de que ese discurso es diferente al de Ivanka y mejor para ellas? El hecho de que el feminismo haya sido tan domesticado lo transformó en materia maleable para discursos diferentes, en apariencia, pero expresión del mismo régimen de dominación, que aggiorna y adapta sus modos cuando lo necesita.
Por supuesto, el discurso de Ivanka es funcional a una política determinada (como lo fue durante otras administraciones), y su rol de primera dama “política” apunta a dirigirse a un gran bloque, las mujeres que trabajan y son madres: licencia por maternidad paga y alivio impositivo para el cuidado infantil. No por nada, fue uno de los ejes del discurso de Ivanka en la convención republicana:
Las mujeres representan el 46 % de la fuerza laboral de EE. UU., y un 40 % de los hogares estadounidenses son sostenidos por una mujer (…) Las mujeres solteras sin hijos ganan 94 centavos por cada dólar que gana un varón, mientras que las madres casadas solo ganan 77 (…) el género ya no es el factor generador de la brecha salarial más importante en este país, es la maternidad. Como presidente mi padre cambiará las leyes laborales que se crearon cuando las mujeres no eran una porción significativa de la fuerza laboral7.
Es cierto, como señalan hoy muchas feministas “radicalizadas” por la derrota de Clinton, el perfil de “working mom” (mamá que trabaja) de Ivanka vuelve a tratar el cuidado infantil como “cosa de mujeres”, en contra de la tendencia mundial a las licencias familiares, para madres y padres, y que las deducciones impositivas impactarán sobre todo en las familias ricas. Pero también deben reconocer que ni las últimas administraciones demócratas ni sus mayorías episódicas en el Congreso sirvieron de impulso para ninguna de esas políticas, que representan dos de los grandes problemas de la mayoría de las mujeres en Estados Unidos. La demanda de centros de cuidado infantil fue una de las demandas más movilizadoras en los años ‘70, que llegó a votarse en el Congreso por presión de la revuelta femenina, pero terminó vetada por Nixon (quien temía que el cuidado comunitario de los niños corroyera la familia). Irónicamente, es un gobierno republicano el que vuelve a traer a la mesa el problema, adaptado a sus motivaciones políticas actuales.
Marine Le Pen, el lado oscuro del feminismo
Del otro lado del Atlántico, la derecha también avanza en el camino allanado por el feminismo liberal, demostrando hasta qué punto este último se transformó en algo inofensivo. Marine Le Pen eligió citar nada menos que a Simone de Beauvoir para justificar su discurso xenófobo. “No olviden nunca que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de la mujer sean cuestionados”8 son las palabras de la feminista icónica que utilizó para referirse a las agresiones sexuales contra jóvenes en Alemania (por las que fue acusado un grupo de inmigrantes por su apariencia física). “Temo que la crisis migratoria señale el comienzo del fin de los derechos de las mujeres (…) Sobre este, como sobre otros temas, las consecuencias de la crisis migratorias son previsibles”9. En un coctel explosivo de feminismo y xenofobia, Le Pen alimenta la islamofobia para capitalizarla electoralmente. Vaciado de una crítica anticapitalista, el feminismo sirve incluso a un discurso abiertamente reaccionario.
La utilización de Le Pen es repudiable y cínica, pero, ¿difiere del discurso que acompañó las invasiones imperialistas en Medio Oriente? La entidad “derechos de las mujeres” (tácitamente blancas y occidentales) puede funcionar como motivación política para invadir un país o para lanzar una caza de brujas contra los inmigrantes. Tienen razón las que apuntan contra Le Pen y dicen “¡Esto no es feminismo!”, pero casi no existe reflexión sobre por qué es posible para la derecha el recorrido que va de la defensa de los valores conservadores (mujer como madre, ama de casa, pilar familiar) a tener como “barco insignia” a una líder que habla de los derechos de las mujeres, de la laicidad en las escuelas, y encarna ella misma la imagen de mujer independiente y emprendedora. Cara visible de una nueva generación, está acompañada por la líder de oposición de derecha Frauke Petry, una crítica feroz del plan de inmigración de la canciller Merkel, por derecha; y en el Reino Unido, Noruega y Dinamarca los partidos de la nueva derecha, antimusulmana por definición, repiten la ecuación de líderes femeninas y una base donde se cierra la tradicional brecha entre varones y mujeres.
Existen hipótesis que señalan que la creciente presencia femenina en la clase trabajadora, sobre todo en sectores precarios, hace que las mujeres sean hoy más receptivas al discurso de la derecha, que interpela a los “perdedores de la globalización”, hartos de los políticos del establishment. Y más que la defensa de valores tradicionales, el otro factor que parece ser atractivo es la adopción de la derecha de una agenda de la igualdad, inofensiva y en convivencia con tendencias xenófobas10. Sumado a esto, algunos afirman que la islamofobia puede ser un punto en común entre la base femenina del movimiento conservador estadounidense y la derecha europea. “Existe una visión compartida de que la mujer independiente es una piedra fundacional de la civilización occidental moderna, de la emancipación femenina bajo amenaza por las fuerzas culturales que se infiltra en Europa y Estados Unidos con la llegada de la inmigración musulmana”, explica un artículo en Foreign Policy11. Sin embargo, no explica el fenómeno de conjunto que parece responder más a la degradación de las democracias capitalistas, como expresan la crisis del bipartidismo estadounidense o del sistema de partidos en varios países europeos. Como otros sectores, las mujeres canalizan su voto contra el establishment en estas variantes, ante la ausencia de alternativas de izquierda independientes, y en este panorama el feminismo liberal fue absolutamente incapaz de enfrentar la utilización de la defensa de los derechos de las mujeres.
Despojar su discurso de los objetivos inmediatos nos permiten ver el problema de fondo: el discurso feminista demostró, al ser “digerido” por las democracias capitalistas, su funcionalidad al régimen de dominación de la clase capitalista. Muchos sectores critican el rol tradicional que se les da a las mujeres en los movimientos conservadores, realzando su perfil de “directoras ejecutivas de la familia nacional”, como definió el exasesor de Trump Stephen Bannon al hablar del Tea Party como movimiento de centro derecha liderado por mujeres. Pero no existe ninguna contradicción entre el discurso feminista liberal y la exaltación de los valores asociados a la maternidad, mucho menos en un contexto donde se celebra el regreso a la domesticidad (abandonando el terreno profesional) como parte del feminismo de “libre elección”. Durante las elecciones en EE. UU., algunos progresistas que apoyaron a Clinton, hicieron gala de lo que una periodista llamó “sexismo benevolente” al presentarla como la más apta no por sus capacidades sino por ser madre y mujer12.
Una estrategia para la emancipación
La situación actual plantea nuevos desafíos para el feminismo y el movimiento de mujeres. El último 8 de marzo, cuando se llevó a cabo el Paro Internacional de Mujeres, fue testigo de las nuevas energías y debates que atraviesan un enorme movimiento social y político que resurge al calor de las masivas movilizaciones en Polonia (contra la prohibición del derecho al aborto), el movimiento Ni Una Menos de Argentina y las marchas multitudinarias en Estados Unidos durante el primer día de gobierno de Donald Trump. Como parte de estos fenómenos, se delinea cada vez más claramente el fracaso del feminismo liberal, alejado de los problemas que afectan a la mayoría de las mujeres, y se consolida un ala izquierda, anticapitalista. Estas corrientes, que confluyen en agrupamientos como el que llama a construir un “feminismo del 99 %”, plantean entre sus objetivos, “dar voz y poder a las mujeres que han sido ignoradas por el feminismo corporativo, y que están sufriendo las consecuencias de décadas de neoliberalismo y guerras: las pobres, las trabajadoras, las mujeres de color y las inmigrantes”13, mostrando la potencial alianza que unió históricamente la lucha de las mujeres por su emancipación y la de la clase trabajadora para terminar con la explotación.
En un movimiento inverso al que inauguraba el neoliberalismo, las batallas que el feminismo parecía ganar en el terreno de la cultura, instalando un sentido común de la igualdad de género sin cuestionar la enorme desigualdad social, comienzan a mostrar sus victorias pírricas. La incorporación de su discurso por parte de la derecha, y ya no solo como máscara progresista, plantea la justeza de las críticas, muchas veces a contracorriente, de las corrientes marxistas y las anticapitalistas. Sus programas hoy plantean la vigencia (y la urgencia) de construir un movimiento emancipatorio que busque arraigarse en las masas, que reconozca que la lucha por las libertades y los derechos no puede estar escindida de la denuncia feroz de un régimen social que explota a la mayoría de la población. Ese régimen, que no merece ni acepta reformas, solo puede ser desmantelado por completo para poner en pie un mundo nuevo verdaderamente libre, sin opresión ni explotación.
Notas
L. German, Material Girls: Women, Men and Work citado en N. Power, La mujer unidimensional, Buenos Aires, Cruce casa editora, 2016.
Ver, por ejemplo, “La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial”, IdZ 1 y 2, julio y agosto 2013, “¿Adiós a la revolución sexual?, IdZ 11, julio 2014.
C. Murillo, “Hillary Clinton y su techo de cristal”, IdZ 35, diciembre 2016.
En “Feminismo cool, victorias que son de otras”, IdZ 26, diciembre 2015, damos cuenta de otras consecuencias de este fenómeno, como los grupos de mujeres contra el feminismo o la renovada exaltación de la maternidad y la domesticidad.
Nancy Fraser realiza una descripción precisa en la entrevista que publicamos en este número.
“Feminismo cool, victorias que son de otras”, ob. cit..
Discurso de Ivanka Trump en la convención del Partido Republicano.
Como señalaron muchas feministas, las palabras de Beauvoir nada tienen que ver con la inmigración o la población y la cultura musulmana.
Columna de opinión en L’Opinion, 13/01/2016.
Ver M. Och y J. Piscopo, “From the Stove to the Frontlines? Gender and Populism in Latin American and Western Europe”, duckofminerva. com, 17/01/2017 y C. Young, “The Other Women’s Movement”, Foreign Policy, 20/03/2017.
C. Young, ibídem.
Ver “Louis C.K., Michael Moore, Hillary Clinton, and the rise of benevolent sexism in liberal men”, Vox, 02/11/2016.
C. Arruzza y T. Bhattacharya, “La lucha de las mujeres en la era Trump: pelear por el pan y por las rosas”, La Izquierda Diario, 22/02/2017.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.