Sábado 26 de diciembre de 2015
¿Me parece a mí, o el término “apalabrar” está cayendo en desuso? Hay en él cierto matiz que sería de lamentar que se pierda. Apalabrar no es meramente decir, dirigirle palabras a otro. Tampoco es un hablar que se asume como acción franca, como cuando se dice “hablalo” en vez de decir “hablale” (Cortázar lo emplea en “Las puertas del cielo”), haciendo del interlocutor un objeto directo, y no indirecto, del discurso.
Apalabrar supone, en cambio, una aproximación, un tanteo, un avance. El apalabrado queda por definición a la espera, a la espera de algo que vendrá después (de las palabras) o sucederá después. Apalabrar supone preparar, predisponer, propiciar, arrimar, introducir. Se entabla así una relación diferente entre el discurso y los hechos, entre las palabras y las cosas. No es una relación de referencialidad, no es un caso de supeditación verbal; tampoco es la pretensión desmesurada de que el lenguaje pueda serlo todo, que con el solo decir ya alcance.
La creencia de que en el hablar podría agotarse todo lleva casi siempre a una especie de fracaso: así, por caso, en la actual santificación política del diálogo en tanto que tal, del diálogo por el diálogo mismo. Fetichizadas, y por ende vaciadas, las palabras políticas quedan entonces brutalmente desgajadas del mundo de los acontecimientos. Y esos mismos acontecimientos, desgajados a su vez de las palabras, asumen una singular crudeza, se vuelven especialmente feroces.
Hoy se dialoga con los trabajadores de Cresta Roja: cara a cara. Mañana, a esos mismos, se les dispara: por la espalda. Es un ejemplo, entre otros posibles, de lo que ha sido, de lo que será.
Martín Kohan
Escritor, ensayista y docente. Entre sus últimos libros publicados de ficción está Fuera de lugar, y entre sus ensayos, 1917.