La reciente aprobación de la vacuna Pfizer-BionTech viene a plantear importantes interrogantes con respecto a la producción y distribución de este producto farmacéutico que hoy es una necesidad social. Según los datos de la OMS los países ricos han comprado de forma anticipada más del 50% del stock, mientras que los países pobres solo pueden aspirar a inmunizar al 7% de su población, en este escenario ¿es la vacuna la superación de la pandemia?
Desde los inicios de la pandemia todo el mundo ha estado a la espera de la promesa prometeica de la creación de una vacuna y cómo no si a nivel internacional las consecuencias han sido devastadoras, 1.771.981 personas han muerto, los sistemas sanitarios han colapsado y en términos económicos fue un catalizador para el desarrollo de los rasgos más miserables de la crisis capìtalista, el hambre asedia a quienes han quedado en la calle por la pérdida de puestos laborales o bien porque las cuarentenas no van de la mano con un aseguramiento de salarios acorde a los gastos familiares.
Recientemente, la FDA ha aprobado el uso en Estados Unidos de la vacuna de laboratorios Pfizer/BionTech que asegura efectividad de un 95% en la inmunización humana contra el virus sars-covid19, es decir, ha sido catalogada como eficaz y por los estudios disponibles han concluido que también es segura para mayores de 12 años, sin embargo esta noticia que sin duda es un gran avance científico, más que cumplir con el ideal prometeico de que el desarrollo de nuevas tecnología permitirá el triunfo de la humanidad abre importantes interrogantes ¿Existirán suficientes dosis de vacuna para inmunizar a la población y dar por superada la pandemia?, ¿Se distribuirá de forma racional para que el acceso sea equitativo?
Los productos de la ciencia como mercancía y el problema de la propiedad intelectual
La necesidad del desarrollo de una vacuna, que permitiera la inmunización de la población, no ha tenido como respuesta un esfuerzo mancomunado de la comunidad científica a nivel internacional para su obtención. Más bien, el criterio que prima es la competencia, esto se puede comprender desde la posición que ocupa hoy “la ciencia” y sus productos en esta sociedad.
La incorporación de la ciencia a la sociedad capitalista, se dio principalmente por dos vértices (que se interrelacionan) -según explican Hilary y Steven Rosen su libro Economía política de la ciencia-: primero por la necesidad de control social -cuestión que no abordaremos en profundidad en el presente artículo-, y dos, por la necesidad de la industria de la generación de nuevas mercancías, nuevas tecnologías e información. La ciencia aportó en este proceso transformándose en una fuerza productiva directa, así, esta actividad humana social deja de ser practicada de forma aislada o descentralizada en laboratorios académicos en función de la “sed de conocimiento” y pasa a ser dirigida de forma hegemónica por la industria (existe investigación y desarrollo en la propia industria e invierten en laboratorios universitarios determinando las líneas investigativas) pero en función de los intereses del capital.
Así los productos de la ciencia tales como nuevas tecnologías podrán aportar en la modernización de la industria para optimizar procesos y generar mayor plusvalor, o bien para ser utilizadas de base para la creación de nuevas mercancías, tal es el caso de la actual vacuna Pfizer/BionTech en que a partir de una tecnología innovadora basada en RNAm (ya no en virus inactivado) se produce un bien (la vacuna), ahora bien como el laboratorio productor es privado este producto farmacéutico tiene el destino de ser una mercancía. Este bien, entendido como propiedad de la farmacéutica, la provee de un medio por el cual los accionistas pueden coaccionar a la clase de aquellos que únicamente poseen su fuerza de trabajo para que acepten las condiciones de intercambio que ellos proponen, fijación de precios e incluso asegurar inmunidad legal por medio de prórrogas de jurisdicción (como en Chile y Argentina) que impiden poder enfrentar en tribunales a los laboratorios productores en caso de que su vacuna presente nuevos efectos adversos y hace a los Estados responsables de pagar las indemnizaciones, así la industria presiona a los estados dependientes por mejores condiciones para acrecentar sus ganancias.
Una arista que aporta en este dilema es la propiedad intelectual sobre la vacuna gracias a la existencia de patente, la cual permite la monopolización de la producción lo que genera una mayor especulación con una necesidad social en función de aumentar las ganancias y pone una traba enorme para la producción masiva de la vacuna ya que solo depende de esta industria particular su producción, cuando lo que se necesita es precisamente el aseguramiento de un stock tal que permita la inmunización de un 85% de la población para poder hablar de la contención de la pandemia.
Según datos de la OMS son precisamente los países ricos los que han comprado el 53% de la dosis de las vacunas más prometedoras, Canadá lidera este ranking, en total puede inmunizar a 5 veces su población, Reino Unido y Australia 2,5 veces su población, la Unión Europea 2 veces su población, EE.UU 1,6 veces su población; esto mientras los países latinoamericanos han podido comprar de forma anticipada dosis suficientes para inmunizar a menos de la mitad de su población y los países pobres como Filipina o Kazajistán a menos del 7% de su población.
El problema aquí no es la industria ni que la ciencia sea la base para el desarrollo industrial, esto podría ser una alianza progresiva si es que la producción fuese puesta en función de las reales necesidades sociales, el problema es que la producción es dirigida por los intereses del capital y en este caso particular de las ganancias de las gigantes farmacéuticas e intereses imperialistas, cuestión que abordaremos en el siguiente apartado.
La vacuna y las disputas imperialistas
Volviendo al carácter de la ciencia en la sociedad capitalista, un aspecto que no abordan Hilary y Steven Rose en su libro “Economía política de la ciencia” es la de contribución a los intereses imperialistas -la cual cobra particular importancia en la época imperialista- a pesar de haber escrito el libro posterior a la segunda guerra mundial. Este aspecto se vuelve central en la actual carrera por la vacuna.
Como bien señalan los autores: “dada la industrialización de la ciencia y su orientación abrumadora hacia la acumulación y el control, la ciencia se ha enredado más directa y estrechamente en la maquinaria del estado y del gobierno, de tal forma que hoy se ha desarrollado una correspondencia entre la naturaleza del estado y las instituciones y el contenido de la ciencia y la tecnología”, sin embargo, al referirse a control social lo definen de la siguiente manera “se relaciona o con la defensa contra enemigos externos en potencia, o con el desarrollo de técnicas para la pacificación, manipulación y control de la población indígena”, es decir, sin considerar el cómo la ciencia no sólo permite la “defensa” contra un enemigo que ataca, sino cómo dota de medios de materiales e inmateriales a por ejemplo un imperio para asegurar su dominación sobre nuevos mercados y/o territorios.
Veamos, la bomba atómica (a partir de la tecnología nuclear) lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki sirvió para asegurar el triunfo de Estados Unidos sobre Japón cuando lo que estaba en disputa era la dominación permanente de Europa y Asia. La patente de la producción industrial de penicilina por parte de laboratorios estadounidenses permitió tomar ventaja en la guerra cuando las bajas de soldados eran altísimas, asegurando stock para su ejército y sus aliados y negándosela a los enemigos.
Si bien hoy no estamos en una guerra imperialista, sí estamos en un periodo de crisis capitalista y de mayores tensiones entre países imperialistas, donde China viene dando pasos agigantados en acrecentar su hegemonía en Latinoamérica a modo de abrir nuevos nichos de acumulación, esto, en disputa con EE.UU que tienen los mismos intereses sobre la región. En este marco es que China anuncia en julio un préstamo por US$1.100millones para los países latinoamericanos que quisieran acceder a las vacunas de laboratorios de dicho país; de esa manera, si estas economías deciden acceder a dicho préstamo los lazos de dependencia hacia China serían mayores por medio de la deuda.
Liberación de patentes y estatización de las farmacéuticas
Así la existencia de la vacuna no asegura que los más pobres puedan acceder a ella, por tanto el horizonte puesto por la OMS de inmunizar a más del 80% de la población mundial para hablar del control de la pandemia supone aún un horizonte bastante lejano, principalmente por dos factores: los productos de la actividad científica como mercancía y las disputas imperialistas.
Es imperante hoy en día liberar las patentes de las vacunas que sean aprobadas para que puedan existir más laboratorios productores para alcanzar un stock que nos permita la inmunización de más de 80% de la población, así como también es necesario que los laboratorios en que esta vacuna se produzca sean estatizados y bajo gestión de los propios trabajadores para que la vacuna pase a ser un bien público y sea distribuido de manera gratuita y equitativa en la población, centralizando todos los recursos sanitarios para que así finalmente deje de ser un instrumento de especulación y favorezca a las grandes mayorías; no a las arcas del big pharma y a los estados imperialistas que buscan por medio de esta tecnología profundizar los lazos de dependencia a costa de las condiciones de vida de las grandes mayorías que solo han visto muerte y más miseria con esta pandemia.
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