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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Mandarinas, un film a favor de los pueblos y en contra de la guerra

Retrato antibelicista del georgiano Zaza Urushadze de la guerra civil que atravesó el Cáucaso entre 1992 y 1993.

Sábado 11 de junio de 2016

Mandarinas es una película coproducida por Georgia y Estonia, filmada en el 2013 y dirigida por el georgiano Zaza Urushadze. Ganadora en varios festivales internacionales de cine y protagonizada por un elenco multinacional trata sobre la guerra civil acontecida en la república de Georgia entre 1992 y 1993.
“Las fronteras dividen a la gente de manera artificial. Esta película debería ser un intento de destruir los límites artificiales. Los héroes que recientemente, por alguna razón, eran enemigos, derribarán esas fronteras artificiales. Serán capaces de perdonar, ayudar y protegerse unos a otros, incluso protegerse de su misma gente y llegando a pagar hasta con sus propias vidas”, dice Urushazde, director del film..
El Cáucaso, puente entre Europa Suroriental y Asia Central, se distingue por su heterogeneidad nacional.

Decenas de pueblos, culturas, dialectos e idiomas constituyen la singularidad y la enorme riqueza de la región. Dependiendo del período histórico fue parte integrante de los imperios persa, otomano y ruso; hoy en día se compone de tres estados independientes (Georgia, Armenia y Azerbaiyán) y siete repúblicas autónomas dentro de la Federación Rusa (Chechenia, Osetia del Norte, Ingusetia, Kabardino-Balkaria, Karacháevo-Cherkesia, Adiguesia y Daguestán).

A pesar de haber casi 3.000 kilómetros entre Estonia y Georgia, existe entre ambos pueblos una convivencia común en suelo georgiano producto de las migraciones promovidas por el zarismo, durante el siglo XIX, con el fin de colonizar el Cáucaso.

Particularmente en la región de Abjasia se fueron levantando distintas colonias de inmigrantes estonios que trabaron una fluida y amistosa relación con la población autóctona. Durante el periodo soviético la convivencia entre estonios y georgianos siguió siendo la norma, pero la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) brindó el escenario en el que comenzaron a darse disputas nacionalistas entre el poder central de la recientemente independizada Georgia y la minoría abjasia. Se repitió la lógica de lo que contemporáneamente estaba ocurriendo en los países de la ex Yugoslavia; es decir: una república reclama y obtiene su independencia, pero al interior de ella se encuentran minorías que o no están de acuerdo con esa independencia o reclaman ahora una parcial o total autonomía en relación al nuevo Estado. Concretamente, la minoría abjasia, como lo había hecho Georgia en relación a la URSS, reclamaba su independencia y ante la negativa daba comienzo la guerra civil.

En el mencionado contexto de guerra civil transcurre la película que cruza a tres pueblos habitantes del Cáucaso: estonios, georgianos y chechenos. El destino o más bien la guerra hace que se encuentren en un contexto excepcional, en medio del impactante y bello bosque caucásico, en donde la naturaleza, que no para de florecer, parece contrastar con el enfrentamiento entre los seres humanos.
Mandarinas cuenta la historia de un anciano de origen estonio llamado Ivo que ha decidido permanecer en su casa, en el medio del bosque, a pesar de haber estallado la guerra civil. A diferencia de toda su familia, él ha preferido no emigrar a Estonia y quedarse junto a su vecino Margus (también estonio) quien se dedica a la cosecha de mandarinas. Margus se queda por Ivo, e Ivo se queda por Margus; uno cosecha las mandarinas y el otro provee los cajones de madera, pero ambos parecieran quedarse por algo que se sitúa más allá de ellos mismos. La llegada de dos combatientes heridos, un miliciano georgiano (Nika) y un mercenario checheno (Ahmed), que no quieren más que matarse uno al otro, hace que los estonios adopten un rol pacificador y antibelicista.

¿Por qué no se han marchado a la Estonia de sus antepasados? ¿Por qué deciden tomar parte, a su manera, en una guerra civil que no les compete? Ivo y Margus optan por socorrer a ambos heridos, al georgiano y al checheno, y al hacerlo los introducen en su mundo, es esa casa de atmósfera centroeuropea en medio del Cáucaso, en donde el huésped ha decidido que no hay lugar para la guerra entre los pueblos. El director Zaza Urushadze intenta mostrar que los estonios, por su condición político-nacional en Abjasia, se encuentran al margen del enfrentamiento nacionalista y entonces, a partir de esa distancia, son capaces de generar un entendimiento, una confraternización entre los dos combatientes.
Mandarias, escrita en dos semanas, filmada en un mes y realizada con un presupuesto de 650.000, euros está impregnada de un discurso ético.

Para el director, los enemigos sentados frente a frente en una mesa, sin más armas que sus palabras, están “condenados” a entenderse. Este film contrasta con la gran cantidad de películas, sobre todo de Hollywood, que tratan a las guerras civiles en los ex países comunistas de Europa Central y Oriental a partir de una óptica que tiende a naturalizar, deshistorizar y criminalizar los conflictos. Se podría arriesgar que Urushadze propone una suerte de agnosticismo en relación al nacionalismo, pues ser estonio en el Cáucaso pareciera brindar esa distancia que permite ver el sinsentido del enfrentamiento. Al no estar comprometidos políticamente porque no son parte de las nacionalidades enfrentadas, pero sí humana y afectivamente con la tierra en la que viven, Ivo y Margus pueden desnaturalizar el conflicto y brindar una salida de confraternidad entre los pueblos.