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Red Internacional
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Espacio Abierto. Manual para salvar la tierra

Una narración personal inspirada en la reflexiones a propósito del fin de la historia y los veinticinco años de la caída del Muro de Berlín.

Miércoles 17 de diciembre de 2014

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El otro día estaba husmeando en la biblioteca de la casa de mis viejos. Están por mudarse y hay varias cosas que no resisten el paso del tiempo, así que tienen destino de donación o de basura, depende el estado. Estoy habituado a estas circunstancias porque me mudé muchísimas veces en mi vida. Hay algo del tiempo que se pone de relieve. En las mudanzas uno se encuentra con objetos que reclaman nuestra piedad, y a veces por una cuestión de espacio (en la memoria y en la nueva casa) es mejor ignorar ese corito de súplicas del pasado, sobre todo si el destino es un mono ambiente y el placard es mejor que sirva para guardar ropa que para apilar dibujitos que hacíamos en preescolar. Por eso está piola tener algún criterio, porque en el apuro uno también se puede deshacer de cosas que valen la pena. Todavía lamento el día en que nos deshicimos de la mesa de ping pong. El criterio que primó fue la cuestión del espacio. ¡Pero la del comedor sí se la llevaron! Si hay una mesa que sirve para comer y para divertirse y otra que sólo sirve para comer, ¿cuál llevar? Y así se va construyendo un criterio.

Cuestión que en esta mudanza quieren deshacerse de varios libros. Con los años todos fuimos afinando nuestras lecturas. Por eso Coelho y Negroponte ahora son candidatos… ¿candidatos a qué?… ¿A donación o a la basura? Definitivamente no quiero incentivar a que la gente lea “Being Digital” de Negroponte o Verónica quiere morir… ¿entonces? Bueno, una mudanza nos pone de cara con todos estos dilemas. Caridad, apego al pasado. En fin, definir: ¿de cuántas cosas me mudo? .

Husmeando, entonces, me encontré con un libro que recordaba con nitidez: “50 cosas que los niños pueden hacer para salvar la tierra”. Me acuerdo que lo leía con devoción. Fue un best – seller de los años 90 destinado a los niños y niñas que crecíamos en un mundo de creciente consumismo pero que, ojo al piojo, debíamos saber que ya no podíamos ser tan derrochones como nuestros padres. Toda una pedagogía para una generación que debía crecer “eco – friendly”. El libro empieza con una carta a “Padres y Maestros”. Les señala que ellos ya mucho no pueden hacer porque “a los adultos de hoy en día nos es difícil cambiar nuestros malos hábitos”, pero que los chicxs (escrito sin “x” porque todavía no éramos gay friendly) no íbamos a poder darnos el lujo de ese consumismo irresponsable, porque en el futuro los grandes problemas ecológicos se iban a volver más acuciantes.

El mundo en ese momento anda más o menos en esto: Acaba de caerse el muro de Berlín y se inaugura una nueva era geopolítica. Las ONG están llamadas a jugar un rol protagónico en este proceso. Empiezan a consolidarse las banderas del ecologismo. Ya no se cree en el Estado, el poder está en la sociedad civil, de la cual las ONG son sus exponentes. En Argentina, empezamos a “integrarnos al mundo”. Por las radios del mundo suena el soundtrack de la historia, “The Wind of Change”, el hitazo de la banda germana “The Scorpions”, una de las canciones más exitosas de esos comienzos de década, dedicada a la caída del muro. The Earth Works Group (en un primer vistazo, leo The Earth Quake Works), una ONG ambientalista, publica “50 cosas que los niños pueden hacer para salvar la tierra”. Yo canto “Wind of Change”, leo “50 cosas…” pero la historia es algo que no conozco, algo enorme que me pasa muy, muy por encima. Quizás incluso no llegue a conocerla, o sólo pueda ir a visitarla al cementerio o al museo, porque según algunos personajes de aquéllos años arribamos “al fin de la historía” (Fukuyama dixit). ¿La habrán asesinado? ¿Se habrá suicidado? ¿Se habrá puesto toda la humanidad de acuerdo para componer su epitafio? ¿Habrá cosechado muchas necrológicas? ¿Estará enterrada NN? Sin duda me intereso mucho menos por esto que por los nuevos trucos que descubrí del Prince of Persia.

Pero, así como la historia, de tan grande que no puedo verla, no me preocupa, la tierra parece que sí (como si estuvieran escindidas, ¿no?) Y ahí estoy yo en mi cuarto, aprendiendo a ver qué cosas puede hacer un niño de menos de diez años para salvar al planeta, porque John Javna, el señor que escribió el libro, que firma “un amigo”, dice que los niños tenemos mucho poder y que si nos interesamos por las cosas del planeta, les vamos a dar el ejemplo a nuestros padres. ¡Ja! ¡Un loco este John!

Este librito, que tiene ese tono medio de entusiasmo en lata, tipo charla TEDx (“Yes we can”, “just do it”, “Nothing is impossible”) me interesa sobre todo por una cosa. Me parece que sintetiza bien el espíritu del sentido común de una ideología que recibía por aquéllos años algunos ajustes de tuerca. Y me parece que una de las frases de cabecera de esa ideología era ésta: “Think globally. Act locally”. Traducido al argentino, “el granito de arena” (Me pregunto: ¿esta idea es contemporánea o es una especie de proverbio chino remasterizado para uso posmo?) Una forma súper sweet de decirnos: Miren gente, termina el siglo, esto del comunismo ya no va más, sino fíjense lo que pasó en Alemania y Rusia, fíjense lo que pasa cuando las personas se plantean grandes ideales, entonces, ¿qué podemos hacer? Ahí está: granito de arena. Pensemos globalmente, actuemos localmente. No tiremos basura en la calle, ahorremos agua, reciclemos todo lo que podamos, levantemos la caca del perro. En fin, los grandes ideales están castrados, pero…. ¡podemos ser buenos vecinos!
Ahora bien, yo no digo que muchos de esos ideales, alrededor del mundo, no hayan acabado en morales extremas, incurrido en enormes pifias de estrategia, replicando incluso muchas veces aquello contra lo que se luchaba. Tampoco pienso que no esté bueno reciclar, volvernos concientes de que los recursos no son infinitos. Creo que la faceta ideológica del libro se encuentra en otro lado, en el aspecto ético. Al fin y al cabo “Think globally, act locally” es eso, una cuestión ética: De qué modo pensar y cómo actuar. Y la falacia sería ésta: los grandes problemas sociales, económicos y políticos pueden resolverse a nivel individual. Una sumatoria de buenas voluntades individuales puede transformar las injusticias del mundo. Bien, yo creo que la filosofía del granito de arena hace agua ¿Por qué? Porque, tal como funciona ese discurso, desvía la mirada. Concentra la mirada en el árbol, pero nos hace perder el bosque. Le pifia al blanco, apunta la mira para otro lado. Se esconde lo macro. Se enseña lo que cada uno puede hacer y resolver en la pequeña escala (y ojo, ¡algunas ideas están geniales!) y con eso se lo contenta, pero se deja afuera de esos discursos a los grandes poderes, responsables verdaderos de los problemas ambientales en el mundo. Podemos ahorrar agua, no tirar basura a la calle (¡Jugá limpio!) e incluso andar en bici en lugar de usar el auto, pero si el Protocolo de Kioto sigue siendo eso (un protocolo), si las grandes corporaciones y las políticas gubernamentales no se ponen en el centro del debate, las acciones individuales acaban siendo iniciativas aisladas. Podría responderse: “Bueno, ¡pero algo es algo!, por algo se empieza, ¿no?” Y yo muy ortiva diría que no, porque creo que no es cuestión de que con esta educación ambiental “act locally” se empieza y entonces luego la sociedad va tomando más conciencia, porque no es una cuestión de evolución, sino de cambio de punto de vista. Al contrario, creo que esta ética “minimalista” es incluso auspiciada por esas grandes corporaciones. Después de todo, todas ellas, ¿no son filantrópicas? ¿No tienen su propia ética? ¿Su responsabilidad social empresaria?.

¡Qué impiadoso! Después de todo, este librito era uno de mis preferidos. Por suerte los autitos ya se fueron en mudanzas anteriores, sino, ¿qué sucedería? ¿Una hoguera de autitos, he man´s, rastris, playmobils, barbies y kens? ¿Me lo quedo o no? ¡Y sí! ¡Toda la tela que dió para cortar! Creo que hay un cassette con “Wind of Change” grabada. Los voy a guardar juntos para cuando caiga algún otro muro y alguien vuelva a proclamar el fin de la historia, para mostrarle que cuando yo era chico también se decía eso, y sin embargo acá andamos, armando historias todavía.