Paraíso capitalista, infierno de precarización laboral, emergente protesta obrera.
Fotogramas de la barbarie capitalista en México, dibujados a trazo grueso en nota periodística.
14 de abril. De los 16 decesos registrados tempranamente en Chihuahua, 13 se dieron en una sola empresa: Lear. Los obreros denuncian que el contagio inició con la llegada de una delegación patronal alemana, que recorrió las instalaciones sin protección.
16 de mayo. Familiares y compañeros de trabajo reportaron que Juan Antonio Fraire Rodríguez, obrero de FoxConn Santa Teresa, en Ciudad Juárez, se desplomó mientras trabajaba, muerto por el COVID y por la voracidad empresarial. Días antes había acudido a la enfermería de la planta, donde le dieron algunas pastillas y lo enviaron nuevamente a su puesto.
Fotografías que se repiten, con distintos protagonistas, en la industria maquiladora que se despliega en las ciudades fronterizas. Por detrás de las mismas resalta el desierto inhóspito, atravesado por una frontera por la cual transitan millones de dólares en mercancías.
Paraíso para la explotación capitalista o infierno de la precarización laboral, depende desde qué ángulo de clase se mire.
La situación en la maquiladora hoy
La frontera México-Estados Unidos serpentea a lo largo de 3000 kilómetros. Ondula desde el Océano Pacífico, descendiendo hasta el Golfo de México. Allí transita el comercio transfronterizo, articulando un amplio entramado de empresas localizado a los dos lados del Río Bravo y más allá, volviendo inseparables las plantas productivas de ambos países.
La industria maquiladora de exportación de México emplea a 3 millones de trabajadores. Sólo en los 6 estados fronterizos -Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila Nuevo León y Tamaulipas- son 1,8 millón de trabajadores, en 3,700 empresas, la mayoría de origen trasnacional [1]. En la maquiladora se produce de todo; electrónica, textil, partes automotrices, aeroespacial, de construcción, hasta componentes para la industria bélica estadounidense. La frontera está surcada por ciudades proletarias, lo cual desmiente la noción de que la clase trabajadora no existe más. Una clase obrera, oculta por los intelectuales orgánicos de la burguesía y la mayoría de los medios de comunicación, pero bien presente en la geografía urbana y en las ganancias de los explotadores.
El origen de la industria maquiladora se remonta a mediados de los años ´60, motorizada por el Programa de Industrialización Fronteriza de México (PIF) y la flexibilización de las tarifas aduaneras [2].
En 1985 inicia su despegue. Cuando se inaugura el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el 1 de enero de 1994, ya existía una primera red de empresas, instaladas en la frontera norte. Durante esos años y hasta el 2000 fue su momento de mayor expansión. Con el inicio del nuevo milenio, las exportaciones manufactureras se habían multiplicado por 6 respecto a los niveles de 15 años antes, y las maquiladoras representaban el 49% de las mismas.
En el contexto del TLCAN, el país se convirtió en una plataforma productiva de exportación orientada primordialmente a los EE.UU., que concentró un 80% de la balanza comercial. A la par, aumentó la participación en una de las cadenas de valor más importantes del globo, la automotriz-autopartes.
La industria maquiladora ocupa, desde hace décadas, el centro de un esquema económico que es “marca de fábrica” del neoliberalismo en México, el cual marcó el salto en la semicolonización imperialista del país, lo cual se mantiene en la actualidad.
Subordinado y dependiente de los intereses del capital estadounidense, sujeto a los ritmos del mercado mundial, altamente vulnerable en los momentos de crisis, este modelo se mantiene bajo el gobierno “progresista” de Andrés Manuel López Obrador.
Como plantea este artículo, por varias décadas vio un proceso de transformación, incorporando progresivamente cambios tecnológicos y organizacionales, y se extendió más allá de los 6 estados fronterizos, hasta contar con presencia en 24 entidades.
Sin embargo, lo que no ha cambiado es que la “magia” de la maquiladora descansa en el sudor y la sobreexplotación de la fuerza laboral, lo cual se combina con la cercanía de la frontera, ventajas impositivas y un sindicalismo proempresarial. Bajos niveles salariales (en comparación no sólo con EEUU, sino también con China), explican su persistencia a pesar de las distintas crisis económicas. En definitiva, la mayor extracción de plusvalía de la clase obrera mexicana, que alimenta las arcas empresariales y de las trasnacionales.
Como dice de forma cruda este artículo “a veces, en la maquila, la muerte es lenta, pero siempre tiene permiso; como en las fábricas de costura y arneses que consumen las articulaciones de hombros, muñecas, caderas o rodillas de los obreros por el ritmo acelerado y repetitivo de trabajo que siempre espera más productividad y, con ella, la salud de quienes generan la riqueza a cambio de un salario de hambre. (...) Recordemos los casos en que obreros de Foxconn –y otras tantas maquilas– se han intoxicado o los de Lexmark que han enfermado de las vías respiratorias para luego, no pocos, morir a causa del toner acumulado en sus pulmones.”
Esta voracidad empresarial tuvo a su favor la militarización. Condiciones terribles para los trabajadores y el pueblo de la frontera, con tendal de muertos y desaparecidos que hizo que la realidad supere cualquier ficción.
Y a la par, los feminicidios, ese fenómeno aberrante que se inscribe en la descomposición capitalista, que golpeó en particular a las trabajadoras de la maquiladora y del que son testimonio las cruces en el desierto de Ciudad Juárez, que recuerdan a las víctimas de la violencia feminicida.
Aun así y contra viento y marea surgió finalmente la resistencia obrera en el norte del país. Allí, en el mismo norte donde, hace más de 100 años, irrumpió uno de los espolones del México Insurgente.
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Donde late la resistencia obrera
Si esto fuese una pregunta, responderíamos: en uno de los centros neurálgicos del capitalismo mexicano, la industria maquiladora de exportación. En el último lustro, vivimos tres oleadas de protesta protagonizados por ese proletariado oculto y ocultado.
Desde mediados del 2015, y durante el crudo invierno que marcó el inicio del 2016, fueron las y los obreros de Ciudad Juárez, Chihuahua, quienes dijeron basta. Un movimiento que surgió en varias empresas - EATON Bussman, Scientific Atlanta, Commscope y Lexmark- confluyó y exigió reinstalación de los despedidos, derecho a la libre sindicalización, y aumento salarial. Allí emergió la precandidatura independiente de Antonia Hinojos (“Toñita”) -obrera que fue parte activa del movimiento-, un hecho inédito en la política nacional y del estado.
El segundo hito fue el movimiento 20/32 en Matamoros, Tamaulipas. Motorizado por la exigencia del aumento del 20% a los salarios y un bono anual de 32 mil pesos, alentado por el repudio a las direcciones sindicales que una vez más dieron la espalda al trabajador para pactar con las empresas, surgió un movimiento histórico, que recorrió a 90 plantas industriales y a 90 mil obreros que se fueron a paro. En el contexto del duro golpe que representó el despido de muchos activistas, creció el impulso a un nuevo sindicato (el Sindicato Nacional Independiente de Industrias y de Servicios 20/32) y varias candidaturas obreras independientes locales.
La tercera oleada se dio como respuesta a la política criminal de la patronal. En las principales ciudades fronterizas, un 50, 60 o hasta un 80% de las empresas se mantuvieron trabajando desde el inicio mismo de la pandemia, a la par que el gobierno y la Secretaria de Trabajo y Previsión Social no tomaban -más allá de tibios “llamados de atención” y “recomendaciones”-, ninguna medida para imponer el cierre de las plantas. Cientos de denuncias recibidas por La Izquierda Diario, que en redes sociales se multiplicaron por miles, daban cuenta que las condiciones de trabajo eran terribles y la seguridad e higiene inexistente para las y los obreros. Falta de gel antibacterial, jabón y agua potable en distintas empresas, además de que en muchos casos mujeres embarazadas y adultos mayores eran obligados a permanecer en sus puestos de trabajo. Los despidos y las reducciones salariales eran la respuesta a muchos de quienes pidieron licencia.
La maquiladora se convirtió en un foco de contagio. El saldo fue una historia de muerte: al 20 de mayo, en Baja California eran 432 los obreros muertos; en tanto que en Ciudad Juárez las fuentes de periodistas locales daban cuenta de más de 400. Evidentemente, si incorporamos el resto de las plantas industriales fronterizas, la cantidad de muertos entre la clase obrera del norte dolorosamente superará más de 3 cifras.
En ese difícil panorama surgió, en el mes de abril, una oleada de huelgas y paros salvajes, acciones similares a motines, y manifestaciones, en decenas de empresas maquiladoras a lo largo de toda la serpeante frontera. Como se plantea aquí algunas fueron en Creation Technologies, Clover Wireless, Honeywell, Pantronics y Skyworks (Mexicali) Tridonex, Autolive, VDO, Novalink (Matamoros), Legrand y Hyundai (Tijuana). La consigna ¡Queremos vivir! mostró que la clase obrera exigía su derecho más elemental: el derecho a la vida.
Esta resistencia que emergió en los últimos años, puso en escena a sectores del proletariado industrial antes ausentes. Resistencia obrera sin duda tortuosa, que en muchos casos no logró sus reivindicaciones. Pero que enfrentó valerosamente atropellos patronales, y a los gobiernos y direcciones sindicales que buscaron aislarlos y persiguieron al nuevo activismo obrero. Y que señalan el camino por donde pueden emerger hitos superiores de la lucha de clases.
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Crisis, presión imperialista y negligencia criminal
Desde el 18 de mayo, por disposición del presidente López Obrador, inició la reapertura de la industria maquiladora y automotriz, ahora consideradas “esenciales”. Washington, las trasnacionales y las cúpulas empresariales obtuvieron lo que querían: una reactivación que alimente las cadenas de valor que cruzan los pasos fronterizos y a la industria estadounidense. La urgencia está motorizada por la próxima entrada en vigor del nuevo Tratado México-Estados Unidos-Canadá, y por el rol que cumple la industria maquiladora, “con su inserción en el modelo de cadena de valor global, en donde funcionan como suministradoras de partes o productos, parciales o terminados” [3]. En esta medida se muestra la subordinación del gobierno “progresista” mexicano a Trump, en contra de la salud y la vida de la clase obrera.
La declaración presidencial legitimó a las empresas maquiladoras que ya estaban funcionando y permitió la reapertura del resto, así como de las terminales automotrices. Esto es aún más grave porque se da cuando crece la pandemia en el país: al momento de escribir este artículo se acerca a las 10,000 muertes reconocidas oficialmente. Una acción negligente que profundiza el panorama sombrío de muertes obreras, con verdaderos homicidios industriales que han sido denunciados, por ejemplo, aquí y aquí.
Las perspectivas de la lucha de clases no pueden considerarse sin tomar en cuenta el duro contexto económico y social existente en México. Previsiones a la baja (no menores al 7%) del Producto Interno Bruto para este año y el siguiente, se combinan con un aumento inusitado del desempleo. Ni siquiera la crisis de 1995 o la del 2009 vieron semejante desplome de la economía.
Aunque el gobierno maquilla las cifras oficiales, al 30 de abril se perdieron, como mínimo, 700 mil empleos, sólo en el sector formal. Se esperan de 2 a 4 millones de nuevos desempleados. Y la marea de la precarización del trabajo asciende, con reducciones salariales y pérdidas de conquistas. Ésta es la respuesta empresarial a la crisis que pretende que recaiga sobre las espaldas de la clase trabajadora.
Hay que considerar que en los meses previos no sólo dieron un paso adelante las y los obreros maquiladores. El personal de la salud se hizo oír en distintas protestas. Creció el descontento entre la juventud precaria de los call centers y las apps. Se mantienen en pie, con gran tesón, conflictos como el de Notimex y la Universidad Nacional Autónoma de México. La crisis y el descontento que puede profundizarse abren la posibilidad de un reanimamiento de la lucha de clases, que supere el temor a la desocupación, retome el camino abierto por el proletariado maquilador y avance en la coordinación de quienes se organizan para defender sus derechos.
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Internacionalismo y anticapitalismo en la frontera
La precarización, el desempleo y el atropello de los derechos laborales más elementales que enfrenta la clase obrera del norte requiere de una respuesta alternativa a la que han dado las direcciones sindicales burocráticas.
La Central de Trabajadores de México y la CROC -que concentran muchos de los contratos colectivos del reducido porcentaje de maquiladoras sindicalizadas- jugó un rol crucial de subordinación para mantener la estabilidad capitalista. Las distintas oleadas de resistencia surgieron contra los liderazgos burocráticos, lo cual plantea la necesidad de recuperar y construir organizaciones sindicales para la lucha.
La crisis económica y social trae, como consecuencia, la desorganización de las filas obreras: entre empleados y desempleados, entre sindicalizados y no sindicalizados, entre los más precarizados y quienes mantienen algunas conquistas. Ante eso es esencial unificar las filas obreras e impulsar que la crisis la paguen quienes la provocaron.
En ese sentido, la oposición a las reducciones salariales y los despidos, y la exigencia de que toda empresa que cierre o despida sea expropiada bajo control de sus trabajadores, debe ser acompañada del reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles, con un salario como mínimo igual a la canasta básica, y que se incremente automáticamente de acuerdo con el aumento real del costo de vida. Ante el alto desempleo que se viene, se requiere una respuesta enérgica que vele por los intereses de la clase trabajadora.
A este respecto, León Trotsky, en “Los sindicatos ante la actual crisis social” de 1938 planteaba:
“En primer lugar, los sindicatos deben plantear claramente el problema del desempleo y de los salarios. Usted planteó bien la cuestión de la escala móvil de horas de trabajo: todo el mundo debe tener un trabajo. Pero la escala móvil de horas de trabajo debe acompañarse con la escala móvil de salarios. La clase obrera no puede tolerar una baja continua de su nivel de vida, que equivaldría al hundimiento de la cultura humana. Hay que tomar como base de apreciación los salarios máximos en vísperas de la crisis de 1929. Las poderosas fuerzas productivas creadas por los obreros no han desaparecido, no están destruidas; todavía existen. Los responsables del desempleo son los que poseen esas fuerzas productivas y disponen de ellas. Los obreros lo saben y quieren trabajar. El trabajo debe ser distribuido entre todos los trabajadores. Los salarios de ningún obrero deben ser inferiores al máximo alcanzado en el pasado. Esta es la reivindicación natural, necesaria, inexorable de los sindicatos. Si no, el desarrollo histórico los barrerá como el polvo."
Estas palabras, más allá del tiempo transcurrido, mantienen toda su validez, ante la catástrofe que se avecina.
El movimiento obrero del norte tiene historias de lucha marcadas por la solidaridad internacionalista. En 1906, uno de los preludios de la Revolución fue la huelga de Cananea, contra la patronal yanqui de William Greene y sus socios en el gobierno mexicano. El sindicalismo revolucionario estadounidense del IWW (Industrial Workers of the World), soldó lazos de solidaridad internacionalista con los obreros de Cananea y el Partido Liberal Mexicano de los hermanos Flores Magón, que participó allí activamente. Después de la derrota de la huelga, los obreros wooblies (como se llamaba a los integrantes del IWW) realizaron una campaña activa por la liberación de los presos. Asimismo, no se puede entender la Revolución en el norte del país sin la participación de los mineros sindicalistas de Arizona y Nuevo México, obreros de diversas geografías que incluían a migrantes mexicanos como Práxedis G. Guerrero, que se hermanaban en la lucha contra la patronal estadounidense y contra la dictadura de Díaz en México. En el presente debemos reapropiarnos de estas páginas heroicas.
Hoy existen múltiples lazos entre la clase obrera maquiladora y el proletariado multiétnico estadounidense. Desde la existencia de millones de migrantes mexicanos que trabajan en el corazón del imperialismo, hasta el hecho de que son parte de un entramado productivo que trasciende las fronteras.
Los aliados del proletariado maquilador son -junto al conjunto de los trabajadores del país-, la clase obrera estadounidense, los migrantes y el movimiento negro que se rebela al grito de Black Lives Matter. Los enemigos, en cambio, están en las clases dominantes, sus partidos y gobiernos de ambos países.
Una alianza, superando las fronteras y los muros y sobre bases indestructibles, podrá construirse a partir del antiimperialismo y el internacionalismo. Recuperando las mejores tradiciones del pasado para ganar el presente. Luchando contra la explotación y la barbarie capitalista, y por una perspectiva socialista y revolucionaria, que abra el camino para conquistar un futuro digno de ser vivido, para la clase obrera y el pueblo.
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