Pareja despareja si las hay, a ambos, Marilyn Monroe y Diego Armando Maradona les asignaron nombres sobrehumanos: Diosa (Goddess...) y D10S.
Martes 16 de agosto de 2022 17:35
Sus respectivas vidas estuvieron transitadas por andariveles del orden del espectáculo. Ambos nacieron y crecieron en entornos sociales no privilegiados. Ambos gozaron de vidas acaudaladas. Ambos murieron de manera sospechosa aún rodeados de médicos. Ambos tuvieron enormes diferencias que fueron, entre muchas otras, la prolífica paternidad de uno y la abortada maternidad de la otra; a una se la llamó la “sex symbol” y al otro la máxima estrella del fútbol que contaba con la mano de dios.
Entendiendo que no existe el símbolo del sexo como tampoco dios tiene manos, estamos ante dos que desafiaron se los empujó para desafiar a lo imposible. Estas formas de subjetividad ¿de qué y de cual necesidad colectiva surgen? ¿Qué agujero prometen llenar? ¿En qué nichos de la cultura, del simbólico y del imaginario colectivo, quedan tomados por una versión de la salvación, de la piedad incluso, que hace que la mirada de las masas eleven los actos a una dimensión de religiosidad, la adoración sin crítica alguna, esa suerte de canonización que surge de los atrevidos actos de ciertos personajes?
Vale la pena hacer un recorrido por ciertas facetas de sus vidas, en especial la de Marilyn Monroe, más desconocida en nuestro medio, para advertir cómo explotaron y fueron explotados en el campo de lo sexual y de sus respectivas necesidades de drogas para mantenerse en pie. Dos factores (sexo y droga) que el siglo XXI ha sobrevalorado, en el mismo tiempo que se los condena y se los reprueba de las puertas para adentro... y de las puertas para afuera.
Hablemos un poco de Marilyn Monroe. Apenas recién nacida, fue entregada por su madre a una vecina para que la cuidara. Nunca dijo claramente quien había sido el padre de Norma Jeane Mortenson. Fue una niña que hasta los 15 años vivió en diversas casas de acogida e incluso en algún orfanato. La madre pasaba mucho tiempo internada en un psiquiátrico y del cual lo único que quería era escapar.
A los 16 años Norma Jeane se casó con un joven de 21 años, Jimmie Dougherty, también vecino, que le proporcionó la idea de un hogar propio. Estamos hablando de los años en que EEUU transitaba en medio de la segunda guerra. Ella era realmente hermosa y tenía algo, un no se qué, que empezó a seducir a muchos hombres. Un fotógrafo la descubrió en una fábrica en la que ella trabajaba. Le sacó fotos para tapas de revistas para la familia. Ese instante del ‘Click’, de la mirada del lente de la cámara, le suscitó a Norma Jeane una especie de entrega absoluta, lo que ella llamó “libertad”. Inocente libertad.
Así fue que despegó el cohete hacia las estrellas. Se cambió su nombre a Marilyn Monroe, se divorció de su marido Jimmie; se entregó a contratos infames y sucios con la 20th Century Fox; navegó entre sábanas de ejecutivos para obtener papeles menores; el capital industrial puso sus ojos e invirtió dinero en esa mujer; ella le respondió con guiños y sonrisas para seguir su destino hacia las estrellas. “Yo, lo único que quiero es ser “maravillosa” (wonderfull)”. Como si fuese un personaje de un cuento de hadas rodeada de animales peligrosos.
Pero ella sufría de recuerdos, de su historia de niña abandonada que también sabía explotar a su favor; empezó a no poder dormir porque su historia de desamor materno la torturaba, y de pronto un amigo le suministró lo que era en Hollywood de aquel entonces, la pastilla de las estrellas, el Miltown, lo que hoy sería una especie de Alplax, que estaba recién patentado. Todos lo tomaban como caramelos para sentirse menos tensos (la tensión del cuerpo es uno de los nombres del goce). A partir de allí, sin control o con el control de su entorno, el combustible de la droga empezó a empujarla cada vez más y más, a acelerar su vida. Ya nada le era suficiente para estar siempre activa y al mismo tiempo, siempre dormida. Y llegó el matrimonio con el basebolista Joe Di Maggio (quien la quería convertir en ama de casa... a base de batazos) y el divorcio y nuevas películas y su inagotable deseo de ser una actriz perfecta.
Abrazó con ardor al psicoanálisis que esa época le ofrecía los EEUU, una experiencia depurada de Freud aunque plagada de técnicas y educación del yo, vencer las defensas, recuperar el pasado para resolver el trauma. La idea de ‘trauma’ traumatizó a la sociedad norteamericana desde entonces. Aún hoy, sea por las intervenciones constantes en guerras por fuera de su territorio, como en los cataclismos naturales, o en los asesinatos en masa dentro del país o tantos otros actos violentos insidiosos en el cine y en la TV, la idea de Stress post Traumático se ha convertido en la marca de fábrica que aloja, sin reconocerlo, la culpa por la colonización fuera y dentro de su “Homeland”.
No hay que olvidar que ella, a pesar de siempre insistir y querer tener hijos, abortaba espontáneamente en cada ocasión (que fueron varias). Las drogas para el olvido actuaron siempre en contra de ese deseo. Por otra parte, la industria del espectáculo prohibía explícitamente que una actriz pretendidamente sex symbol tuviese familia, por obvias razones económicas para los empresarios.
Marilyn Monroe fue convertida en lo que se llamó “sex symbol”, (un nombre vinculado al sentido común) nombre de explotación, causa del deseo de hombres y también de mujeres. Aunque ella tratara de ayudar a algunos sectores sociales maltratados por la mayoría puritana y conservadora, nunca pudo ni supo hacerlo más que de una manera tangencial y puntual. Su amistad con Ella Fitzgerald aparece como un claro ejemplo.
Luego de su largo casamiento con Arthur Miller, sus distintos análisis, incluso su internación en un hospital psiquiátrico por un breve tiempo, nada la alejó de la escena del consumo indispensable para sobrevivir y en hacer uso de su título de “sex symbol” aunque ella decía que prefería ser símbolo sexual a ser símbolo de cualquier otra cosa (dixit).
Murió desnuda sobre su cama rodeada de sus admiradas pastillas y desquiciada por un entorno que le chupaba como vampiro la poca sangre que le quedaba. Hoy Marilyn sigue luciendo igual a sí misma, brillando con una luz opaca pero sobresaliente, adorable, encandilante si se quiere, como el ejemplo de aquella mujer inalcanzable, promesa de un goce estelar, en el más allá de lo humano.
El otro personaje es el de Diego Armando Maradona, un hombre que a diferencia de Marilyn, nació en un hogar muy humilde pero cuya consistencia familiar, era poderosísima. Don Diego y la “Tota" tuvieron siete hijos (Diego fue el primer varón) y se sabe que él una vez que estrenó su primera camiseta como profesional, mantuvo una relación de mucha cercanía afectiva y amorosa con su madre y su padre. El llegó a decir - ¿sabiendo para qué lo decía? - que ella, doña “Tota”, era el amor de su vida.
El ascenso social hizo que Diego tomara una velocidad que a medida que se iba llenando los bolsillos de dólares, aumentaba su adoración por los bienes que son propios de los burgueses acomodados y además se engalanaba con su propia familia (sus dos hijas) y una serie de relaciones que le fueron dando hijos que él reconoció y otros que aún están esperando que algún juez los declare herederos del gran Diego. Cuanto más gastaba su dinero, más se convertía en ídolo, el que desafiaba a los “poderosos” como una abanderado de los carenciados.
El momento histórico en el que Maradona va encontrar su lugar de leyenda es a partir de la vuelta de la democracia, cuando la Argentina estaba de fiesta y donde la misma sociedad que estuvo más o menos complaciente con los años de los militares, empezó a olvidarse de los años oscuros y de la guerra de las Malvinas.(“Sueño bendito” es el nombre de la serie de TV que lo homenajeó en el 2021 post mortem). Exportado al futbol europeo, España y luego al Nápoli, fue considerado un Moisés que abrió las aguas para acceder al Scudetto tan anhelado por la ciudad pobre y errante de Nápoles. Maradona se insertó en un territorio que lo llenó de religiosidad, poder y gratitud eterna. El discurso de “ salvador “ lo captó y lo fabricó, perfectamente afín a las ideologías mesiánicas de la política vernácula: las personas salvarán a la nación para así cubrir la falta de un proyecto realmente transformador de las estructuras. “Mentime que me gusta”.
El pueblo creyó en el futbol nuevamente y en el personalismo (paternal y/o maternal). (“Santa Evita” es el estreno del momento, otro rasgo del culto de un ícono que no cesa de producir efectos de intangibilidad y eternización que rayan con la fascinación del fetiche).
No se sabe exactamente cuando Maradona comenzó en esos tiempos su hábito de consumir drogas y eso lo condujo inexorablemente a internarse en el comercio y el negocio de la blanca. ¿Qué necesidad tendría para acelerar más el vértigo de su vida? Porque a partir de un cierto momento, como cualquier cuerpo físico, una vez que tomó velocidad, le empezaron a suceder los accidentes, uno más grave que otro. No es aquí el momento ni es necesario enumerar cómo su cuerpo empezó a ser afectado por esos impactos. Murió de una manera que sigue siendo problemática de explicar.
Eduardo Galeano llegó a decir acerca de Maradona, que éste personificaba a una especie de “Dios sucio”, impuro. Digamos nosotros a propósito de ella, que Marilyn ocupaba el lugar de una “virgen sucia”, impura, no como una mujer excepcional , sino como aquella que no tiene inscripción en la serie natural de las mujeres. Como la bella Ofelia de Hamlet, como la virgen María de los católicos.
Ambos encarnaron mitos, que provienen de una cierta economía del placer y que van más allá de él y de ellos. Cada uno a su manera, fueron también producto de sus respectivos ámbitos sociales y políticos. Paradójicamente, la imposibilidad de ella de tener hijos le garantizaba la virginidad imaginada por su público, de sus amantes e incluso su viboreo con el poder de la Casa Blanca.
Maradona, un futbolista excepcional que comulgó con una suerte de imaginario colectivo histórico, tuvo y tiene adoradores, por ser justamente un D10s manchado, que realizó lo inimaginable con la pelota (esa que no se mancha): autor de un gol que fue como si lo hubiese pintado en la verde cancha de México justo diez minutos (sic) después de aquel gol con la mano, que resultó como un truco de magia, (barrilete cósmico), el que engañó a todo el mundo y que sobretodo…engañó a Dios.
Ese fue el punto de máximo encuentro con la argentinidad: de allí en adelante, ese acto sedujo a casi todos, no importa credo, partido político o clase social, y lo situó en el ámbito de un mito, el de un hombre humilde que le habría robado la corona al Dios de los creyentes, una figura de excepción que daba consistencia a una aspiración de identidad nacional. Era un padre en más. Cuando murió, su cuerpo y su imagen que ya habían consagrado incluso a una iglesia maradoniana, se transformó en un intocable objeto de culto y santo patrono de la pasión por excelencia que es el fútbol en un país que todavía no ha separado el Estado de la Iglesia.
Como todo mito, su estructura funciona para suplir la falta de un tipo de goce que no existe, aquel en que se aloja el origen, el comienzo de las cosas. Un Maradona crístico (no crítico) acá : una Marilyn símbolo de la femineidad pura allá, casi mística, como una Venus emergiendo de las aguas o una Diana cazadora, virgen viril si la hay.
Marilyn, Diego e incluso Evita, cada cuerpo, a su manera, sigue brillando a partir de haberse convertido en cuerpos glorificados. Porque el discurso religioso es el que sostiene la existencia de un tiempo más allá de la muerte, y un tiempo anterior a la vida. Vincularse eróticamente con ellos, promueve la esperanza de una relación que de alguna manera completa, suple, rellena con sentido, al vacío de sentido que tiene la vida misma.
Dos seres que ilusionan con una belleza alojada en dos lugares distintos; él instala el borde que produce un concepto como el de la “alegría” de las masas, a partir de su habilidad personal para engañar a los mortales e inmortales : ella, la que son su inocencia seductora, promete develar, algún día, detrás de su escandalosa y perfecta belleza, el misterio oculto de toda mujer.
Para concluir, aunque estas figuras están clínicamente muertas, no han sido aún alcanzados por la segunda muerte, aquella que Sade deseaba para su futuro. Estamos hablando de una forma de caducidad absoluta y definitiva de la memoria del ser, de un olvido sin retorno. Porque ellos y ellas, son muertos que nunca terminan de morir.
Cuando Leopoldo Lugones se suicidó, dejó expresa voluntad de que su nombre no fuese utilizado para homenajearlo o recordarlo. Sin embargo, se bautizó una de las autopistas de esta ciudad de Buenos Aires con su nombre y una prestigiosa sala de cine en el Complejo Teatral. La pasión por los homenajes son actos de piedad algo religiosa.
Nietzsche lanzó su diatriba de que Dios había muerto, y su poder de convicción estuvo más centrado en una especulación argumentativa que en evidencia lógica. El problema que él pretendía resolver se convirtió en otro nuevo problema. Porque para que haya muerte definitiva, tiene que haber un cuerpo que sea imposible de resucitar. ¿Están dadas las condiciones para decirle un adiós definitivo a Dios?