El problema no es que tengamos opiniones polarizadas. En este escrito no queremos centrar nuestra atención en Maradona ni Tijoux, puesto que ya se ha vertido bastante en el internet sobre la cuestión: hablaremos del debate submarino, que es la cultura de la cancelación, de la censura y la necesidad de pensar un feminismo con perspectiva de victoria.
La muerte de Maradona abrió un agitado debate en el feminismo, sobre si era válido empatizar o no con el dolor popular a raíz de las acusaciones terribles de violencia machista que rodeaban a la exitosa figura del futbolista. Resultó inevitable, al calor de las posiciones en disputa, no recordar una canción titulada Kill yr Idols (Mata tus ídolos) de la banda estadounidense Sonic Youth.
Es evidente que la banda no habla de forma literal: de asesinar a quienes admiramos. Pero sí de “bajar a la tierra” a quienes admiramos y comprender a las personas en sus claroscuros. En el marco del debate público sobre la cuestión, la feminista Cinzia Arruzza, académica de la New School for Social Research, declaraba:
“El feminismo antirracista significa para mí también la capacidad de comprender las complejidades y las contradicciones, de aceptar que las personas siempre tienen defectos de un modo u otro, pero que al mismo tiempo pueden haber contribuido a crear sentimientos de liberación para los oprimidos; (...) de dignidad para los oprimidos y los colonizados (...)”.
Con esta reflexión, entendemos que si alguien es destacado en un área del conocimiento o de la actividad humana, no significa que necesariamente sea una persona destacada en nada más. Y que probablemente sea una persona con bastantes contradicciones en la mayoría de las áreas de su vida. Esto, puede parecer una obviedad; sin embargo, los seres humanos olvidamos que entre nosotros no hay divinidades. Ni ángeles ni demonios. Ni dioses ni monstruos. Y esto opera tanto para quienes divinizan como para quienes juzgan moralmente esta actitud, tan propia además de nuestra cultura colonizada y profundamente signada por lo religioso.
En medio de este debate, aparece impetuosa la censura: no se puede, no se debe reconocer a alguien cuya conducta nos parece reprochable. Notorio fue el linchamiento virtual a la música chilena Anita Tijoux por publicar en sus redes un homenaje a Diego Maradona, que generó también muchísimos mensajes de apoyo y simpatía, mostrando abiertamente el debate en curso.
A ellos respondió con «cancelada, funada, date cuenta hermana, patética, de cartón, vendida, insultos de todo tipo que ni escribiré, patética, desilusionada, amarilla, vergüenza ajena, violadora(...) NO he borrado NINGUN comentario para nunca olvidar… Busquen un culpable. Ahora estimades… Ustedes que aman escribir en sus teléfonos y computadores les pregunto. (...) Han pensado cuantas personas no tienen las herramientas para ver estas violencias? Yo escribí Antipatriarca y la siento cada vez que la canto. Eso nadie me lo puedo cuestionar solo yo al mirarme en mi intimidad…. Conmigo… Y si! como tú estoy llena de contradicciones».
El problema no es que tengamos opiniones polarizadas. Tampoco significa minimizar las actitudes machistas, ni dejar de repudiarlas y enfrentarlas. En este escrito no queremos centrar nuestra atención en Maradona ni Tijoux, puesto que ya se ha vertido bastante en el internet sobre la cuestión: hablaremos del debate subyacente, que es la cultura de la cancelación, de la censura y la necesidad de pensar un feminismo con perspectiva de victoria.
¿Qué es la cultura de la cancelación?
“La miserable respuesta del Estado frente a los brutales femicidios, la violencia sexual y otras formas de violencia patriarcal es el terreno en donde proliferan diferentes estrategias políticas que ponen en el centro la denuncia pública y la venganza individual”.
D’Atri, A. (2018)
Es un neologismo estadounidense (“cancel culture”) que describe el fenómeno extendido de retirar el apoyo,
“ya sea moral, como financiero, digital e incluso social, a aquellas personas u organizaciones que se consideran inadmisibles, ello como consecuencia de determinados comentarios o acciones, o porque esas personas o instituciones transgreden ciertas expectativas que sobre ellas había”.
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El término cancel culture o cancelling comenzó a utilizarse en 2015, ganando mayor popularidad a partir de 2018. Comenzó como una actitud hacia personalidades famosas, sin embargo se extendió también hacia las relaciones de personas comunes y corrientes. La cultura de la cancelación tiene sus raíces, no solamente en la impunidad patriarcal con la que funciona el Estado capitalista. También las tiene en la idealización de las personas y organizaciones, transformándolos no en referentes sino en ídolos: cuando idealizamos a personas, les deshumanizamos. ¿Por qué? Porque la facultad de ídolo impide la equivocación. La cultura de la cancelación entonces genera un poder arrogante; cada error se paga con el silenciamiento, en una suerte de “bullying público”.
La cancelación es un acto inherentemente transaccional: no actúas de acuerdo al comportamiento esperado y eres desechado. El sistema tiene esta práctica en sus cimientos, y nos educa con ella. El sistema capitalista cancela a los jóvenes que han cometido infracciones de ley y les recluye en el Sename; cancela a los miles de presos pertenecientes a los sectores más empobrecidos de la sociedad. Los deja al margen.
Si bien se ha utilizado el concepto de "cultura de la cancelación" para hablar de libertad de expresión y así dar cabida a pensamientos xenófobos, racistas o transfóbicos, la cancelación opera desde la lógica del consumo, donde hay seres humanos aptos para su circulación, y seres que no. Y se cuela en nuestras prácticas. La cultura de la cancelación es la constatación de la impotencia de vivir en un mundo miserable. No resuelve esa impotencia, y tampoco aporta en su resolución. Aislar a las personas no repara el daño que han causado. Tampoco colabora en que estas personas dejen de cometer violencias contra otros seres humanos. La pedagogía de la crueldad con la cual el sistema nos educa, no puede transformarse en nuestra propia didáctica.
¿Y cómo “cancelamos” la violencia machista?
El marco legal impuesto por quienes hoy están en el poder, establece la judicialización de los problemas de la violencia machista y sus repercusiones en la vida de las mujeres y LGTBIQ+ como única vía para enfrentarla, sin poner centro en las víctimas y la reparación de las violencias sino en el castigo al agresor. Y esto ocurre porque para la sociedad burguesa es más rentable llenar las cárceles, hacer productos amigables para el consumo, generar nuevos modelos de mercado, que erradicar de manera efectiva la violencia patriarcal, funcional a su dominio.
Si descartamos que los varones y las personas en general puedan transformar sus prácticas y orientarlas hacia el cuidado, el respeto y la solidaridad, descartamos que la violencia contra las mujeres y LGBTIQ+ pueda alguna vez terminarse. Y el problema es que la violencia no es la excepción a la norma, sino la norma. Si habilitamos la práctica de censurar o anular posturas que escapan de los márgenes de lo que consideramos aceptable, ignoramos que estos marcos están previamente delimitados por las estructuras de poder imperantes: la censura política abre la caja de Pandora de los peores totalitarismos.
En última instancia, de la cultura de la cancelación implica cierta comodidad en tanto decide ignorar que para enfrentar verdaderamente las fuerzas más oscuras de la humanidad y sus miserias más horrendas, es necesaria la experiencia de lucha contra ellas, desplegando fuerza material. Resulta pertinente revisar el planteo al respecto de Cinzia Arruzza:
“Las contradicciones sociales y materiales dan nacimiento a héroes imperfectos, defectuosos y contradictorios. Nosotros, como feministas antirracistas y antiimperialistas, debemos aprender a abordar este hecho inevitable en sus complejidades. No se trata de condonar, sino de entender (...) se debe abrir una conversación más amplia en torno a la justicia transformadora, la práctica de permitir que las personas cambien y se transformen a sí mismas ayudándolas a transformar las condiciones materiales y sociales de sus vidas. Un enfoque que es antitético a la inclinación carcelaria que se asienta en lo profundo de todos nosotros».
A las ideologías opresoras es imposible abolirlas solamente por decreto. Necesitamos, para ello, desarrollar una fuerza social y política capaz de hacerles frente y derrotarlas.
Hoy es posible pensar un feminismo antipunitivista y anticarcelario que ponga por delante la necesidad de las transformaciones estructurales para la erradicación total de la violencia contra las mujeres y de toda práctica de discriminación y opresión. Para quienes reivindicamos el feminismo socialista, esta posibilidad es realizable en tanto echemos abajo todas las viejas formas de relaciones sociales de opresión y explotación. Contra el Estado capitalista, diseñado para mantenernos en el lugar de víctimas y no permitir nuestra liberación total, la única respuesta es organizar nuestra fuerza junto a la clase trabajadora y todos los sectores oprimidos, para conquistar ese horizonte de victoria que merecemos.
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