El escritor, psicólogo (y actualmente mozo en París) Facundo Tisera, nos lleva de paseo hasta la tumba de Charles Baudelaire para conmemorar el 152 aniversario de su muerte.
Facundo Tisera @facu.tisera.11
Sábado 31 de agosto de 2019 00:00
Diseño de imagen: LIDteratura, en base al Retrato de Charles Baudelaire, de Frantisek Kupka (1905)
El cielo completamente despejado es casi un milagro por estos pagos. El calor es furioso, pero dura muy poco: cinco o seis días de ola de calor –canicule, como le dicen- y a otra cosa, a mediados de agosto empezás a sacar los primeros abrigos. Camino por el boulevard -entre el aire tibio y esquivando señoras de bien francesas- y mientras veo los enrejados con flores y plantas que costean la entrada pienso que el silencio en este barrio cheto del sur de París tiene algo de expectativa.
También en este número: "Un mes de LIDteratura, 30 mil visitas y unos tips de Baudelaire
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El cementerio de Montparnasse es algo así como un parador turístico. El contraste entre familiares lacrimosos y japoneses con cámaras de fotos no parece alterar a ninguna de las dos partes. Me acuerdo de mis primeras veces, cuando mis abuelos me llevaban al cementerio a saludar a paisanos italianos que habían fallecido muchos siglos antes que yo, y yo con mis cinco años no podía entender qué sentido tenía el asunto. Recuerdo sí, la solemnidad del caso. Ahora que todo se resignifica pienso ¿quién iba a imaginar que había algo de juego en caminar entre las tumbas como buscando un tesoro? Uno se imagina el cementerio de la Recoleta lleno de arte, pero no… acá es un cementerio común, más parecido al de Ezpeleta, pero con el detalle no menor de que te encontrás en tu caminata a Sartre, a Simone, a Durkheim, a Maupassant… y todo hermoso, pero yo vine a buscarlo a él.
Por más que doy vueltas no encuentro su lápida (o asumo que estoy buscando una lápida). Vuelvo a mirar el mapa, calculo las aristas del rectángulo y hago cuentas mentales de mis pasos. Recalculo los metros que separan la hierba de los senderos, paso una y otra vez por la zona, pero no hay caso. Tomo coraje y le pregunto a un monsieur que junta hojas con un rastrillo. Pregunto por Baudelaire. “¿Bodeleg?” -me dice- “BodeleG” -repite y afirma mientras señala con el índice una lápida a medio metro de donde estoy parado. Agradezco, supongo que enrojecido de vergüenza, y el tipo se ríe. Voy a escribir un cuento sobre el guía del cementerio, pienso, mientras intento volver a lo mío.
Era un genio, pero la lápida no lo ostenta. Leo el epitafio:
“Charles Baudelaire. Su hijastro. Muerto en París a la edad de 46 años el 31 de agosto de 1867”
Nació en el 21, murió en el 67. No necesito hacer la cuenta porque ya sé que murió a los 46, de sífilis. Para renegar con la historia y para alimentar mi neurosis hago la cuenta. Para mi sorpresa… da 46. Supongo que esperaba algún arrebato místico del mejor poeta de todos, pero no. Pasaron 152 años de su muerte. Me da algo de bronca que figure como “el hijastro”.
Baudelaire está enterrado en la misma tumba junto a su padrastro, a quien según sabemos detestaba, y junto a su madre. El tipo era algo así como héroe de guerra, se llamaba Jacques Aupick. Mientras estoy ahí parado como acariciando el recuerdo e intentando evocar sin éxito algún verso aparecen tres franceses con short, zapatos y medias. Uno de ellos les explicaba a los otros dos que esta era la tumba que buscaban. Yo me sonrío. Empieza a hablar del general Aupick, sacan foto y se van. Se me fue la sonrisa a la mierda, pero ¿quién soy yo para defenderlo, si ni siquiera puedo recordar el verso que quiero?
Será un clisé, pero hay cuervos. En París, en general, hay muchos cuervos. Me gusta pensar que es el alma de Poe que viene para siempre a agradecerle a Baudelaire el haberlo rescatado de los ojos ciegos de los americanos y difundirlo por toda Europa. Así nomás: “Traduje a este tipo. Es un genio. Léanlo.” Me distraigo un segundo y pienso que es cuanto menos curioso que Cortázar también haya traducido a Poe y que esté enterrado a no más de 50 metros de Baudelaire. Su tumba está cuidada, la vigila un Cronopio hermoso. Segundo dato curioso: Julito nació el 26, la misma semana que murió Charles. Bueno no la misma, misma semana, pero están muy cerca. No sigo pensando porque me da miedo. Vuelvo.
Entonces Baudelaire era poeta y traductor. También ensayista, conferencista y crítico de arte. Pero también bohemio, adicto y mujeriego.
Sus críticas se compilaban en sus “Salon”, ediciones donde daba su perspectiva en relación a la música y la pintura de la actualidad, demostrando una capacidad muy particular para ver más allá de las críticas difundidas en su época. Intentó dar conferencias en Bélgica y no le fue muy bien. La Bohemia lo llevó a una vida errante con constantes dificultades económicas y difamaciones. Se lo acusaba de misógino e inmoral. La sífilis que contrajo en su juventud terminó por generarle una parálisis total del cuerpo. Así vivió su último año: inmovilizado y en pleno uso de sus capacidades cognitivas.
Sufrió por amor. En principio por su madre y una trama edípica que nunca resolvió. Y después por todas. Era un dandi que se paseaba por las calles de París y se enamoraba de las prostitutas de los burdeles que frecuentaba. Sufría por ellas. Dejó algunos versos de amor donde el dolor y la furia se transformaban en poesía.
“¡y llego a amar, oh, bestia cruel e inexorable,
la frialdad que a mis ojos te hace más adorable!”
Las flores del mal, XXIV
“Tú, que en mi corazón doliente
penetraste cual cuchillada,
tú que, infernal legión potente,
viniste loca y enjoyada,
para tornar a mi humillado
espíritu en cubil de hiena,
infame a quien estoy ligado
como el esclavo a la cadena,
cual jugador que el juego incita,
como el borracho a su borgoña,
como el gusano a su carroña,
¡maldita seas tú, maldita!”
Las flores del mal, XXXI, El Vampiro (i)
Pero sobre todo marcó un antes y un después. Baudelaire nos dejó casi como en broma su “Consejos a los jóvenes escritores” en donde nos brinda una escuela teórica que va en dirección opuesta a su estilo de vida. Tenía 25 años cuando lo escribió y no podía ser más sabio. Se anticipaba al mercado editorial de nuestros tiempos brindando consejos tales como que una buena comida y una vida organizada nos ayudaría a escribir mejor. Cosa que no dudamos, pero el mensaje entre líneas apuntaba a la escritura en serie y la necesidad de satisfacer una demanda editorial. La ironía de sus escritos en este punto es genial, al tiempo que nos dejaba consejos realmente útiles en materia técnica.
También escribió “Las flores del mal” y sobre eso no hay mucho que decir. Sólo que se trata de su obra cumbre y que fue censurada y multada. Se alegaba que atentaba contra las buenas costumbres, aunque también se dice que fue una respuesta a su posición en favor de la revolución del 48, en la cual participó con más sigilo que convicción. Como quiera que sea no se pudo impedir que vuelva a editarse incluso con más versos que la original.
Y, por supuesto, los “Pequeños poemas en prosa” que es probablemente uno de mis preferidos en materia de narrativa poética. El bohemio borracho y drogadicto nos habla de libertad, de la libertad más pura, no de la pose libertina. Él era un genio, y podría haber tenido la vida tranquila de un oficinista abstemio y seguiría siendo un genio, porque siempre veía del otro lado de las cosas… ¡Amo las nubes… las nubes que pasan… allí… las maravillosas nubes!
« -Eh! Qu´aimes-tu donc, extraordinaire étranger ?
L´étranger, Petits poèmes en prose
Baudelaire marcó un camino. Hizo lo que sólo hacen los genios. Tomó lo viejo, lo transformó y estableció una nueva vara para las futuras generaciones. Reformuló la estética y dejó una obra inagotable plagada de hermosura. Nos enseñó que existe un lado B de la moral que puede ser aún más precioso y explotable que las buenas costumbres. Quien puede ver la belleza en el horror es diferente al resto.
Yo sigo parado frente a su tumba y lamento que no esté. Tal vez eso sentían mis abuelos frente a sus paisanos y yo no supe verlo. Pero ahora, frente a la lápida y con el sol que se filtra entre las copas de los árboles, lo extraño. De repente me acuerdo del verso que buscaba: “El estudio de lo bello es un duelo donde el artista grita de horror antes de ser vencido” y entiendo por qué lo extraño.
La gente se acerca, saca fotos y se aleja. Me pregunto a dónde irán esas fotos. Me pregunto si seguiremos leyendo a Baudelaire dentro de 152 años. En la lápida hay un detalle curioso: El nombre de Charles está en el medio de su padrastro y de su madre separando sus nombres. Parece que el Edipo sigue sin resolverse. Suenan las campanas y un guardián en bicicleta nos pide que nos vayamos.
(i)
Toi qui, comme un coup de couteau,
Dans mon coeur plaintif es entrée ;
Toi qui, forte comme un troupeau
De démons, vins, folle et parée,
De mon esprit humilié
Faire ton lit et ton domaine ;
Comme le forçat à la chaîne,
Comme au jeu le joueur têtu,
Comme à la bouteille l’ivrogne,
Comme aux vermines la charogne,