El actualmente residente francés, recuperó su nacionalidad checa recién el año pasado, en 2019. Nació en Moravia en 1929, hijo de un importante pianista checo, Ludvík Kundera; realizó sus estudios de literatura y estética en la Universidad de Praga, sin embargo los abandonó y se inició en el mundo del cine, concluyendo en 1952; más adelante se adentraría en el mundo de la docencia.
Renegado temprano del paraíso comunista
Al término de la Segunda Guerra Mundial y el ascenso del Partido Comunista Checo (PCC) al poder en 1948, Milan Kundera decide unirse a sus filas como militante, aunque dos años más tarde, sería expulsado.
“Su expulsión se debería a razón de una fuerte crítica a sus posturas individualistas” [1], más aún, fue acusado por el PCC como uno de los inspiradores de la contrarrevolución. No olvidemos que, desde el “socialismo en un solo país” impulsado por Stalin al ascender al poder en 1926, zanjó las conquistas de la Revolución de 1917, lo cual, también tuvo implicaciones en la cultura. Implicó levantar una muralla de censura para la creación artística, cultural y literaria que no cumpliera con los preceptos del realismo soviético, lo que en su aplicación se convirtió en un jaula de hierro de la expresión artística y política.
La persecución de cualquier crítica al régimen estalinista convirtió la creatividad y vanguardismo de los años 20 en una tumba y artistas como Malevich, Eisenstein, Vertov, Maiakovskii, y Rodchenko, fueron censurados y vieron convertidas sus obras en sombras de un estado obrero deformado.
Años más tarde explicaría, con un argumento desarrollado en su producción literaria -refiriéndose también a la cultura, particularmente la checa-, que buscaba mantener su independencia como escritor ante el encapsulamiento político:
“...el hombre tiene que defender su originalidad, su individualismo, su razón, tiene que defender la riqueza de la vida que cada vez se volverá más llana, la política el pensamiento político, ideológico allana la vida; es decir subordinar la literatura a un programa político es la capitulación más grande que se puede imaginar.” [2]
Después de su expulsión se volvió “un joven paria” como el mismo se llamó, encontrando la libertad sin querer, en trabajos de construcción y la música, que en ocasiones se dedicaba a tocar en restaurantes.
Literatura política o cultural
En momentos, es complejo entender si su narrativa está dotada de inclinación política o no, puesto que él mismo se ha declarado con una posición si no opuesta, autónoma: “No soy un hombre político, soy escritor y novelista que ha defendido su oficio” , un defensor de la cultura, una cultura -hablando de su natal Checoslovaquia, pequeña región parte de Europa Central- que paulatinamente fue perdiendo identidad a la sombra del Este, que se ha vuelto portadora de la política estalinista de la U.R.S.S, no checa; y como menciona en una presentación de su libro “La risa y el olvido” de marzo de 1982 en Madrid para El País “el choque cultural es aún más fuerte que el político”.
Por eso, firme ante la defensa de la cultura checoslovaca, en 1967 forma parte del Congreso de Escritores, en el cual distintas personalidades intelectuales comienzan por mostrar su descontentos a través de publicaciones en la Gaceta de la Unión, Literární noviny, donde existía una fuerte posición de la independencia de la literatura de la doctrina del partido, en contra de la censura y la presión ideológica.
“La única forma en que un artista puede luchar contra el destino que se aplasta sobre su país, es seguir creando valores, tiene que intentar hacer que estos valores sean insustituibles, únicamente a través del carácter de insustituibilidad de la cultura checa o de la cultura de Europa Central, puede Europa Central defenderse del colonialismo ruso” [3]
En 1967 es que publica su primera novela de giro autobiográfico, La broma, en la que refiere a los sucesos de su expulsión del PCC y de la Universidad de Praga. Con su distintiva sátira, narra que en una postal dirigida a una mujer de la que estaba enamorado, llegó a manos equivocadas, lo cual fue el motivo de su expulsión; en la inscripción decía: “el optimismo es el opio de pueblo, viva Trotsky”.
Representa de forma alguna un pasaje de su vida situado en estos años en los que públicamente se declaró simpatizante de Lenin y de la oposición al régimen estalinista, con Trotsky a la cabeza.
1968 representó un año importante pues fue declarado persona non grata debido a las persistentes exigencias que le hacía al partido comunista de asegurar y proteger la libertad de expresión de los medios de comunicación como de los manifestantes.
Más adelante, a razón de su postura contraria al Partido Comunista Checo, en 1969, se ganó la expulsión de la Asociación de Escritores y una vez más del Partido en 1970 y fue le fue retirada la ciudadanía checa. Su papel docente en la Academia de Cine cesó y su obra como sus publicaciones poco a poco fueron retiradas del catálogo hasta ser completamente vedadas.
El exilio en Francia
El autor arribó a Francia en 1975 acompañado de su esposa Vera, como profesor invitado por parte de la Universidad de Rennes, sin embargo su visita se volvió permanente.
Se tornó residente, del país que le proporcionó refugio tras su expulsión de Checoslovaquia y que más adelante le prestaría su idioma para que éste publicara nuevamente y no fuera preso perenne de la censura que sus textos se habían ganado en Checoslovaquia tras la publicación de “La risa y el olvido” en 1978.
1984 fue el año en que sus novelas cruzaron continentes. A 16 años de La Primavera de Praga de 1968, la primera revuelta sediciosa y contra el régimen soviético, donde una juventud con ansias de libertad perdió el sentido del humor causada por la represión sangrienta de los tanques soviéticos, Kundera se volvió símbolo de este suceso con su novela La insoportable levedad del ser (1984), en la cual cuenta a través de las andanzas de Thomas, Sabina, Teresa y Franz una “complicada” historia de amor y mucho sexo, logrando entrelazar contextos hostiles y su defensa de la cultura aún presente, con un velo filosófico de poco peso.
Su obra y el humor
Su obra está dotada de humor, un ingrediente esencial que maneja a forma de sátira para interpretar y describir contextos de no menor relevancia política; irreverencia intencional, mencionada en una entrevista de 1984: “que a la política lo que no sabe es reír”. Incluso se podría decir que se encuentra en una incesante batalla contra un mundo que ha perdido el sentido del humor.
“Aprendí a valorar el humor durante la época del terror estalinista”, aseguró en 1980 en una entrevista con el novelista Philip Roth, una de las últimas que concedió antes de desaparecer de la escena pública. “Tenía veinte años. Para identificar a alguien que no fuera estalinista, al que no hubiera que tener miedo, bastaba con fijarse en su sonrisa. El sentido del humor era una señal de identificación muy fiable. Desde aquella época, me aterroriza la idea de que el mundo está perdiendo el sentido del humor”. [4]
Pero no sólo eso, puesto que el ingrediente autobiográfico se torna fundamental en sus obras, un trasunto de sus experiencias que a través de personajes, nombres de ciudades, sutiles referencias y una amplia descripción, proveen al lector de piezas que más adelante si busca contextualizar, encontrará gran semejanza. Sentimientos existenciales, que sin ser declarados como tales, exploran la complejidad de la vida cotidiana y las relaciones humanas se trasladan como el hijo tejedor de su narrativa.
¿Disidente de la disidencia?
“Disidente”, “incitador de la contrarrevolución”, es como le han adjudicado al escritor en diversas ocasiones, sin embargo él se ha desligado del mismo, argumentando que no se siente como tal, no en el sentido estricto y reductor del término.
Para muchos lectores puede ser de gran sorpresa, pues cumple con gran cantidad de características distintivas del mismo, sobre todo por la crítica social que encierran su literatura, empero su consideración personal se asimila con la que tiene de la literatura y las artes en general, pues este compromiso político el cual en estos años se ligaba a cada acción y palabra, era parte de una polarización política, de la cual se ha mantenido al margen, pues menciona: “...Y es que yo quiero que mi literatura este unida a la vida por eso que yo la defiendo contra todo compromiso posible.” [5]
El autor se posiciona únicamente como defensor de la cultura, de la literatura, sin postura política declarada a pesar de la polémica que más de una vez ha provocado en este terreno. Sin embargo su “disidencia” es clara, quizá no en entrevistas ni cuando algún medio o alguien pregunta pero, si el lector presta suficiente atención, se dará cuenta que es a través de este humor tan característico, que logra sentar posición ante las situaciones que, por su contexto, la falta de opinión era casi imposible.
Más de una vez nos demuestra que su obra es crítica de una sociedad estalinista.
Más allá de las historias de amor con las que se le suele caracterizar, la crítica trasciende a las relaciones de amistad, familia, el entorno, la realidad e incluso uno mismo, acompañado de la censura y la paulatina pérdida de la expresión y por ende la identidad de la cultura bajo el régimen estalinista.
Kundera después del silencio
Tras el rotundo éxito que significó La insoportable levedad del ser en 1984, el autor con la compañía de Vera Hrabankova, su esposa, fue desapareciendo paulatinamente ante los medios.
En 2008 volvieron las controversias. La revista checa Respek, rompiendo con el silencio del autor, reveló que éste había sido el protagonista de una denuncia acaecida en 1950; una denuncia contra el joven Miroslav Dvoracek, uno de sus compañeros en la residencia universitaria Kolonka de Praga, en la que según éste había mantenido contactos con los servicios de inteligencia occidentales. En consecuencia de esto Dvoracek casi es ejecutado y fue condenado a cumplir 22 años de prisión y trabajos forzados. Al respecto declaro a una agencia de noticias checa: “Estoy completamente sorprendido por algo que no esperaba, algo que ni siquiera ayer sabía, algo que no sucedió”.
A finales del 2018, el gobierno checo de Andrej Babis, le ofreció recuperar la nacionalidad checa, que casi cuatro décadas atrás el antiguo régimen estalinista le quitó en 1979.
Sus últimas cuatro novelas: La Lentitud (1995), La Identidad (1998), La Ignorancia (2000) y La fiesta de la insignificancia (2013) escritas y publicadas en francés, hoy día han sido traducidas al checo, debido a la vuelta de su nacionalidad checa. Novelas que respetan su estilo crítico, humorístico y por supuesto autobiográfico permitiendo al lector adentrarse en este periodo de adultez y “nuevas” facetas del autor.
Aunque Milan Kundera se considera por fuera de la disidencia política fue un exiliado político dentro de muchos más de la persecución estalinista por su defensa de la cultura checa, de la libertad total de la literatura y de la manifestación política en 1968.
Y sin embargo, esto no se convirtió en un detractor de su creación literaria, más bien las convirtió en marcas distintivas de su narración y continuación de su defensa por la cultura a través de los laberintos personales del exilio en sentimientos, pasajes históricos y eróticos, en lugares comunes en los creció, de su natal República Checa.
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