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Música / Rock. Milei contra la música: un maullido desafinado para distraernos de lo importante

El berretín del presidente por oponer con artistas populares, los problemas de su cableado afectivo para conectar con la sensibilidad cultural y las discusiones de poco vuelo en la era del meme y el tuit.

Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola

Sábado 17 de febrero 09:27

Imagen compuesta por el sitio laotracara.info.

Imagen compuesta por el sitio laotracara.info.

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El primer logro de Javier Milei como presidente fue uno que nadie hubiese imaginado: su confrontación pública con Lali Espósito logró poner casi de modo unánime del lado de la cantante a gente que ni siquiera conocía sus canciones, o quizás sí, pero no gustaba de ellas (o directamente las aborrecía). La violencia de la arremetida del presidente generó desde rechazo hasta vergüenza ajena, al punto que hasta logró reposicionar al propio Andrés Calamaro, autopercibido “ácrata de derecha” que fanatiza con Vox y celebró el triunfo de Milei, pero en esta ya no se anima a acompañarlo. Fuerte.

La pelea es despareja por todos lados, pero principalmente porque el hecho artístico (la música) ni siquiera es parte de la discusión. Todo forma parte de la estrategia provocadora de Milei, la cual no tenemos claro si es ideada por él o por sus asesores, pero de momento resulta bastante efectiva: el objetivo parece ser que la agenda pública se concentre en nimiedades, en asuntos de orden poco relevante y por cierto mucho menos graves que los que su gestión está generando.

Quizás Milei (o su entorno) tomó nota de la resonancia que alcanzó su primera compulsa con un artista, cuando en la previa de las elecciones de 2021 que lo consagraron como diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires tensó con La Renga por el uso de la canción “Panic show”. No fue la inclusión de la misma en los actos electorales sino la respuesta de la banda la que subió el volumen de una discusión que, a la luz del tiempo, parece haber venido para quedarse en capítulos que se seguirán sucediendo.

Con Lali Espósito ocurrió algo similar a partir de lo que Milei consignó como el inicio de este entuerto (“Ella empezó”, rezongó con pasivo-agresividad el jueves en una entrevista radial): el tuit de la noche de las PASO en el cual la cantante interpretó como “peligroso” y “triste” el posible triunfo del candidato de LLA. Apenas tres meses después, Lali volvió a levantar el guante en el festival Cosquín Rock, ocasión en la cual le dedicó la canción “¿Quiénes son?” a “los mentirosos, los giles, las malas personas, las que no valoran, los antipatria”.

En ese entonces la artista ya era recurrente foco del hateo liberotario, aunque la bala trepó más alto de lo imaginado: pocos días después, el propio Milei le respondió en la escena más resonante de la entrevista que le concedió a la cohorte de genuflexos postulada por el canal de propaganda oficial LN+.

Para el presidente —que maneja su propio discurso y su propia realidad— esto parece ser un juego narrativo que le sienta a gusto, siempre oscilando entre la perversión y la amenaza: “Si te gusta el durazno, bancate la pelusa. ¿Querés hacerte el guapo? Bancate que te responda”, redobló luego en el reportaje radial, donde primero le reprochó por “politizar” sus críticas (¿acaso existe otra alternativa?) pero luego intentó “carpetearla” con los shows a demanda de estados provinciales.

¿Cuál sería, precisamente, el durazno? Milei tiene un concepto sobre la libertad bastante extraño, muy sui generis y adecuado a su medida: se siente autorizado a manifestar cualquier expresión, pero no tolera disenso alguno. Eso es un gran problema para la sociedad, pero especialmente para él, quien a apenas dos meses de gestión muestra un grado de irritabilidad neurótico y adolescente frente a cualquier discrepancia. Para mal de males, esto recién empieza y no parece ser más que un aperitivo de las críticas y rechazos que irá acumulando en lo sucesivo si no tuerce el rumbo de sus acciones, cosa que por lo visto no tiene gran esmero en resolver. ¿Cuál será la pelusa, entonces?

A Milei le gusta la libertad propia y la de sus amigos, si es que los tiene, ya que no se le conoce ninguno, apenas sus socios políticos, muchos de ellos objetos de sus críticas hasta no hace mucho tiempo atrás. El ejemplo principal es Patricia Bullrich, ahora supuestamente aliada frente a los embates internos de Mauricio Macri. Si es realmente su amiga, lo está cuidando bastante mal: podría haberle evitado el papelón de acusar falsamente al Cosquín Rock de recibir subsidios millonarios de parte del estado cordobés, ya que en la edición de 2022 Bullrich fue recibida con mimos y honores por José Palazzo, el organizador del festival, e hizo las migas suficientes como para conocer el verdadero financiamiento del evento.

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Los vínculos civiles y sociales del presidente son confusos: además de no conocérsele amistades, no queda claro si quiere o si odia a sus padres (dijo una cosa y luego la otra) y hasta un tío de su mismo apellido salió a despegársele de su círculo familiar. Todo esto sin contar el extraño rol de su hermana con sueldo ministerial y la relación con Fátima Florez, quien despunta una obra de teatro cuya audiencia es inflada con entradas regaladas en algunos hoteles de Mar del Plata y, para colmo, fue “carpeteada” con todos los eventos estatales de los que fue parte. Exactamente lo mismo que Milei le acusó a Espósito. Por lo visto, no hay mugre más visible que la que se aloja en las propias sábanas.

Es de suponer que un tipo que no tiene bien dispuesto el cableado afectivo probablemente carezca de la sensibilidad para emocionarse con los hechos culturales. De allí su obsesión por enemistarse con artistas populares: gente que goza del cariño de las masas, algo que él tuvo de manera fugaz en las urnas, pero lo está perdiendo de manera irreversible. Ni siquiera le quedan los perros. Mientras tanto, se conforma con dar discusiones de poca monta y bajo vuelo en una época donde —tampoco hay que negarlo— la unidad de medida del pensamiento colectivo cabe en un meme o en un tuit.