El papel de las mujeres y la identidad trans en la revolución mexicana ha tenido poco peso en la historia oficial. En este artículo presentamos un breve análisis de dichas figuras que son una fuente de inspiración para el presente.
Si se piensa en la revolución mexicana, es usual que vengan a la cabeza los nombres de Zapata, Villa, Madero o Carranza; las figuras de las mujeres en la revolución quedaron eclipsadas ante las figuras de coroneles y generales varones, y las adelitas pasaron a ser casi una figura mítica en los relatos de este hecho histórico.
Esto no pasó por coincidencia, la historia oficial desde siempre, se ha encargado de enterrar la participación de las mujeres en los principales hechos históricos y políticos, y cuando se llega a hablar de ellas, se les describe desde un lugar de acompañamiento y no como parte fundamental de los mismos. Sin embargo, al igual que en muchas de las luchas y revoluciones que han recorrido el mundo, las mujeres en la revolución mexicana formaron una parte muy importante en la misma. Mujeres que, desde el campo y las ciudades, no solo enfrentaron la dictadura porfirista, sino también a la burguesía que frenó el impulso revolucionario e impuso las bases del Estado capitalista moderno en México.
“[…]cuando la sociedad mexicana fue desgarrada por la lucha intestina de los de abajo contra los de arriba, que las masas toman en sus manos su propio destino. Y dentro de ella, con presencia contundente, la mujer de la Revolución: la obrera, la campesina, la adelita, la soldadera. En las urbes, sumándose a la Revolución desde los semanarios, los periódicos clandestinos, los círculos liberales, anarquistas, obreros, luchando por sus reivindicaciones.” [1]
Pero incluso la participación de las mujeres, tiene como antecedente las luchas obreras que recorrieron el país previo a la revolución mexicana.
Prolegómenos de la revolución
Previo a la revolución, las condiciones de las y los trabajadores del campo y la ciudad iban en detrimento. Ya desde 1904, el movimiento antirreeleccionista contra Porfirio Díaz comenzaba a gestarse, contexto en el que surgieron los primeros círculos de mujeres en los cuales se retomaba la lucha contra la dictadura porfirista, pero también problematizaban sus propias demandas.
Es así como las mujeres comienzan a aparecer como autoras de artículos, en periódicos de la oposición como Regeneración, Vésper, Juan Panadero, El Diario del Hogar: con filosas críticas a Porfirio Díaz, en torno a lo que vivían como mujeres en el ámbito público y privado y con críticas anticlericales. En un contexto de enorme represión, muchas de las mujeres que participaron en dichas publicaciones, o que conformaban los círculos de mujeres fueron perseguidas, asesinadas, encarceladas y exiliadas. Algunas de las que fueron liberadas se mudaban a otros estados del interior de la república para montar nuevamente las imprentas clandestinas.
“Es de destacar el grupo Las hijas del Anáhuac, surgido en estos años, donde participaron obreras, campesinas, intelectuales y maestras. Luchaban por la Revolución y también por salarios iguales a los de los varones, licencias de maternidad, educación para las mujeres indígenas y campesinas.” [2]
La introducción de la inversión extranjera, posibilitada por el porfiriato, trajo la conformación de la nueva clase obrera mexicana e introdujo terribles condiciones laborales para la misma; una clase obrera compuesta también por mujeres y niñes, sectores que vivían de forma mucho más profunda la explotación: “El salario de un obrero era de treinta y cinco centavos al día; el de una mujer, de veinticinco centavos diarios. Los niños eran empleados para gran cantidad de labores y recibían diez centavos por jornada.” [3].
En este contexto, comenzaron a conformarse organizaciones obreras que exigían establecer la jornada laboral de 8 horas, aumento salarial y en general mejores condiciones de trabajo.
Una de las muestras de dicho descontento —y como antecedentes a la revolución— fueron las enormes huelgas de Río Blanco y Cananea, luchas en las que obreros textiles mostraron el potencial que tiene nuestra clase cuando se enfrenta a los agravios vividos.
En la huelga de Río Blanco destacó la figura de Lucrecia Toriz, textilera originaria de Veracruz que había crecido en un ambiente de miseria y explotación. Una de las crónicas que muestran el arrojo de Lucrecia es aquella que cuenta como un grupo de mujeres, realizando una protesta a las afueras de una tienda de raya prendió fuego a la misma, luego de que el dependiente disparara a la manifestación. “Varias crónicas aseguran que después del incendio de la tienda de raya, un destacamento dirigido por las mismas obreras avanzó sobre Veracruz hacia Puebla. En el camino se hicieron del control de algunos cuarteles” [4]
Hubo importantes enfrentamientos entre obreros y el brazo armado porfirista; muchos obreros que se negaban a regresar a las fábricas fueron encarcelados, y la comitiva de obreros que se dirigía a liberarlos fue emboscada por Rosalino Martínez, conocido como el verdugo de Orizaba. Ello desataría una terrible represión en la que el ejército avanzó sobre los barrios obreros de Veracruz, torturando, asesinando y desapareciendo a miles de obreros; miles más fueron obligados a regresar a trabajar luego de dicha represión.
De Lucrecia Toriz no se supo más; es probable que fuera asesinada por el ejército o que haya sido presionada a regresar a Veracruz a las fábricas textiles, pero ella y las obreras y obreros que enfrentaron a las patronales y al ejército en esas heroicas huelgas, son una fuente de inspiración del brío de nuestra clase para enfrenta la explotación y la opresión.
Adelitas: entre el mito y la realidad
La figura de la Adelita, fue el foco y el símbolo que dio la historia oficial a la participación de las mujeres en la revolución. Gabriela Cano escribe el artículo ¿Es posible hacer la historia de las mujeres en la revolución mexicana? a propósito de la ausencia de las figuras femeninas en el centenario de la revolución en 2010. En él, describe un poco de cómo fue constituida la figura de la Adelita, y la contraposición de esta con la figura de la soldadera. Figuras construidas con los estereotipos de la “masculinización” de mujeres participes de la revolución, acompañantes abnegadas, con cualidades domésticas y sexuales.
Gabriela Cano dice que:
“Su divulgación fue decisiva para la invisibilizarían de las mujeres de diversas posiciones sociales, regiones y filiaciones políticas que participaron como propagandistas, espías, mensajeras, redactoras y enfermeras en la guerra. La imagen de la Adelita adquirió fuerza, arraigo y perdurabilidad porque operó como un complemento binario del revolucionario estereotípico. […] A diferencia de Madero, Zapata, Carranza, Villa o tantos revolucionarios locales, conocidos por nombre y apellido y por sus hazañas militares y políticas, la Adelita es anónima, no tiene apellido, ubicación regional, ni filiación política.” [5]
La mitificación de la Adelita, permitió no solo generar un estereotipo de la mujer revolucionaria, sino también invisibilizó el papel que las mismas jugaron en la revolución. Sin embargo, fuera de la figura típica de mujer con trenzas, sobrero, fusil al hombro y carrilleras, estas desarrollaron una serie de tareas fundamentales en el campo de batalla; como bien señala Jimena Vergara:
“Las adelitas eran una suerte de retaguardia y “ejército de abastecimiento”, cuidando a los heridos, a los niños, y proporcionando a los soldados provisiones y agua. En muchos casos fueron estas mujeres las que convencieron a las tropas porfirianas y a las constitucionalistas de no agredir a los rebeldes y de pasarse al campo de la Revolución” [6]
Dichas tareas desempeñadas por las Adelitas (que podríamos englobar en general como el trabajo reproductivo extendido al campo de batalla) fueron fundamentales para el sostenimiento de los ejércitos.
Por otro lado, también vale la pena destacar que las mujeres desempeñaron múltiples tareas [7]. Por ejemplo, mujeres que destacaron por su pluma, como María de los Ángeles Méndez, Dolores Jiménez y Muro, Elisa Acuña Rossetti, Sara Estela Ramírez, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Guadalupe Rojo, Mercedes Arvide, Josefa Arjona. Muchas otras, desde el anonimato, participaron empuñando las armas, e incluso llegando a tener puestos de mando.
Sin embargo, la historia oficial o determinados autores, han intentado reducir el papel de las mujeres en la revolución como acompañantes y restringidas al trabajo reproductivo, reproduciendo nuevamente que nuestra “naturaleza” es únicamente en ese ámbito, abonando a la idea de la división sexual del trabajo.
Amelio Robles: coronel trans en la revolución
Si la participación de las mujeres ha sido poco estudiada por la historia oficial, más aún lo es el caso de las identidades de género y en general las disidencias sexogenéricas en medio de la revolución.
Por un lado, ha sido ampliamente divulgado que aquellas mujeres que participaron en el campo de batalla adaptaban “atuendos masculinos” para adentrarse a ese terreno, algo conocido como travestismo estratégico, sin embargo, Gabriela Cano señala que: “los casos de masculinización definitiva o temporal de las mujeres en la guerra no fue un fenómeno generalizado.” [8]
Por otro lado, como parte de ese relato, se ha intentado que Amelio Robles pase como un caso travestismo estratégico, pero es importante recalcar que, Amelio construyó y mantuvo su identidad hasta su muerte; tras el estudio de su historia, ahora es considerado como el primer hombre transgénero del que se tiene registro oficial en México.
Amelio, también conocido como el “güero” Robles, nació el 3 de noviembre de 1889 en Xochipala, Guerrero. Alrededor de 1911, se unió a la revolución enlistándose en el ejército de Zapata. Fue dentro de las filas revolucionarias que Amelio inició su transición. Algunos registros señalan que participó en alrededor de 70 asaltos armados, estando al frente de más de 300 soldados. Debido a sus operaciones militares le fue otorgado el grado de coronel.
Posteriormente, en 1920, formó parte del ejercito obregonista como General. Luego de esto, dejó el ejército para dedicarse al cultivo en Guerrero. Amelio fue reconocido como Veterano de la revolución, sin embargo, no fue reconocido su grado como coronel, lo cual le impidió el acceso a una pensión militar. A los 35 años, en 1924, se declara públicamente como hombre.
Cabe destacar que el reconocimiento de la identidad de Amelio fue formal, ya que ello no impidió que se violentaran sus derechos. Vivió algunos casos de violencia y hostigamiento, y en los momentos en los que fue encarcelado, el sistema penitenciario no consideró su identidad.
Finalmente, Amelio Robles fallece el 9 de diciembre de 1984. Pero su valentía y arrojo deja enormes lecciones, no solo por formar parte de la revolución, sino como una figura que visibiliza las identidades que confrontan a la cisheteronorma:
“Recordar vidas como la de Robles es un ejercicio de visibilización que invita a debatir la realidad de las condiciones de vida de una identidad de género poco o superficialmente conocida y que representa una de las más golpeadas por la discriminación, la desigualdad y la violencia. Un sector de la población que corre alto riesgo de no sobrevivir más de 35 años y que, históricamente, ha encabezado las luchas por los derechos LGBTI+ no sólo en Stonewall, sino también en América Latina.” [9]
Desenterrar la historia y mirar el presente
Sin duda, rescatar estos fragmentos de la historia de la revolución mexicana, y reconocerlos como parte de los hilos de continuidad de las luchas y resistencias de los pueblos oprimidos de México, son una basta fuente de inspiración para el presente.
Desenterrar el papel que las mujeres y la diversidad tuvieron en la historia de las revoluciones, es fundamental para aquellos que miramos en el horizonte un mundo sin explotación y ni opresión.
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