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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Nación mapuche: la construcción del enemigo interno y la extranjeridad

Llueven las balas en Newken, Furilofche, Cushamen y todo el Wallmapu (territorio ancestral mapuche).

Martes 15 de agosto de 2017

Fotografía:Enfoque Rojo

Caen sin piedad barrotes y cemento sobre los lonkos que alzan el grito y le clavan las uñas al silencio de ambos lados de la cordillera. Sangran los pies de los que caminan hacinados en la pobla y en los barrios.

Pero se llueve también ese agua que calma la sed sobre la historia de los que resistieron primero la invasión ibérica y después la ruptura con continuidad de los Estados Nacionales chileno y argentino.

Llueven sus gotas y brotan resistencias a lo largo y a lo ancho del Wallmapu mojándoles la pólvora y el papel a los escribas del capital.

Secundando las balas, el garrote y la prisión avanza uniformada la voz canalla y desteñida; va pegada a la muerte y al despojo, avanza con paso militar y de estricto verde, prendida de los altoparlantes de los grandes medios de comunicación para brindar el soporte ideológico que justifique las usurpaciones, las razias y las represiones.

La misma voz que deambula desde el fondo del siglo, colérica, aplaudiendo el horror, la esclavitud restaurada por Julio. A. Roca, la violación, la amputación de pechos y orejas; los campos de concentración en la Isla Martín García y todas las aberraciones cometidas en nombre del progreso y la patria.
Recogen hoy esa pluma cargada del veneno de clase, otras manos con el mismo odio con el que desdeñaron y desdeñan; con el eco del pasado aún fresco e indeleble sobre los cuerpos doblegados y con el que condenan a las grandes mayorías al empobrecimiento y la exclusión.

Desde hace semanas ha ido proliferando una explícita campaña anti-mapuche en los medios; una campaña que nunca dejó de existir en diarios como La Nación o Clarín pero que se ha intensificado con la persecución política y represiva al pueblo mapuche en pie de lucha en general y de Facundo Jones Huala en particular. Se ha ido perfilando así, una abierta operación política y mediática de construir un enemigo público a medida de la represión pasada y venidera.

Un puñado de discursos articulan la operación, ya advertida por Jean Paul Sartre en su prólogo a “Los condenados de la tierra” de Frantz Fanon, de deshumanizar a las víctimas y quitarle todo atisbo de humanidad, rebajándola a categorías sub-humanas, escindiéndolas de todo derecho a la defensa y naturalizar así su aniquilamiento. Los métodos discursivos más comunes son la equiparación de las violencias, omitiendo y diluyendo la posibilidad de advertir quiénes son los agredidos y quiénes los agresores.

La idea de la extranjeridad mapuche (es decir, la acusación de ser “invasores chilenos” junto con la afirmación de haberse asentado en el sur del actual territorio argentino recién luego de la “conquista del desierto” (1879). Otro aspecto de esta operación es la potestad que se adjudicaron ciertos medios y ciertos periodistas de determinar quién es mapuche y quién no según convenientes rasgos de comportamiento: el mapuche debe ser preferentemente sumiso, convenientemente bruto y peón de la estancia de algún buen patrón con el que tiene un buen trato exento de conflictos, pacífico y ajustado a derecho.

Si no cumple con estos cánones pasa a ser inmediatamente alguien que usurpa la identidad mapuche y las tierras, anarquista, separatista y demás definiciones que rozan el grotesco. Hace años que el poder determinó que el lugar del indio es dentro del peonaje, sumido en la pobreza y exhibido entre las cuatro paredes de un museo.
Estos constituyen los ejes principales sobre los que gira el discurso de los que buscan crear un nuevo enemigo interno.

Diario La Nación, Clarín e Infobae son punta de lanza de esta avanzada, con personajes como Jorge Lanata a la cabeza y el ya histórico anti-mapuche Rolando Hanglin, que apela a fuertes ideas chauvinistas buscando disputar ese espacio de construcción de sentido común sobre aquello que constituye lo mapuche.
Estas posiciones no son casuales ni son meras discusiones históricas; la verdadera disputa tiene menos que ver con un rigor histórico que con la puja por configurar un presente. Un presente que perpetúe y culmine la consolidación del latifundio y la matriz extractiva e imponga las condiciones para su reproducción reduciendo la legitimidad de las resistencias.

“Los mapuches son de origen chileno”, dice con impune liviandad el historiador Claudio Chaves en una entrevista a Infobae que tiene a la persecución política del Lonko Facundo Jones Huala, uno de los tantos presos políticos del país (junto a Milagro Sala y Agustín Santillán, entre otros); la persecución política y el hostigamiento por parte de las fuerzas represivas al Pu Lof Cushamen, la desaparición de Santiago Maldonado y la próxima discusión sobre la nueva prórroga a la ley 26.160 de relevamiento territorial como telón de fondo.

Siguiendo con su tartamudeo histórico, sentencia Chaves: “los pehuenche, los tehuelche son los indios cuyo origen (sí) estaba en esta región de la Patagonia”. Rolando Hanglin, por su parte, sigue consecuentemente vomitando tinta sobre el pueblo mapuche. Dice el escriba de la Sociedad Rural que ni en las cartas de Rosas, quien inauguró la campaña del desierto, se menciona la palabra mapuche y agrega “se habla sólo de pampas puelches, ranqueles, etc.”.

¿Desconocen Hanglin y Chaves que tanto pewenches (gente del pewén en mapuzungun) como puelches (gente del este) forman distintas parcialidades de la Nación Mapuche? Al igual que los lafkenche (gente del mar) o los wenteche del llano. ¿Qué líneas separan la ignorancia de la intención estigmatizante? ¿Qué líneas unen la ignorancia manifiesta con la intención de abonar un discurso cimentado en la negación de una nación para consolidar y blindar la barbarie del capital?
Las tribunas negacionistas sacan a relucir su par de demonios aquí también, equiparando el poderío militar de un Estado avanzando a sangre y fuego sobre los territorios mapuche, con la legítima y heroica defensa de una Nación que se ve invadida.

Hanglin realiza un decálogo e insiste en la idea de la araucanización de las Pampas. Es decir, la idea de invasión chilena araucana a las pampas argentinas. La parcialidad mapuche ragkoche, situada más al Sur fue llamada como península de Arauco por los españoles dada la incapacidad fonética de pronunciar ragko, tal como afirma Adrián Moyano en sus “Crónicas de la Resistencia Mapuche”.

La idea de Nación Mapuche excede los límites trazados por los futuros Estados de Chile y Argentina; la Cordillera de los Andes para el Pueblo Mapuche jamás representó un límite sino justamente un lugar de tránsito importante del wallmapu; y esto puede verse en diversos documentos históricos y crónicas de viajeros y líderes militares de los siglos XVII y XVIII excelentemente abordada en el libro mencionado (por no citar los trabajos antropológicos y arqueológicos, la toponimia y demás investigaciones más cercanos en el tiempo).

Por si fuera poco, en su decálogo, Hanglin se muestra totalmente ajeno a la legislación nacional e internacional, buscando analogías imposibles y llevando la discusión al terreno de lo absurdo. “Si mañana tres vikingos noruegos reclamaran el castillo de Windsor en su condición de pobladores originarios, los correrían a azotes”, dice Hanglin mientras con el codo intenta borrar tratados internaciones como el de Naciones Unidas o el convenio 169 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), sin mencionar el artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional Argentina que reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas y la posesión de las tierras que tradicionalmente ocupan junto con la regulación de tierras aptas. El propio INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) reconoce al pueblo mapuche como pueblo originario y preexistente a la consolidación del Estado Argentino.

Por todo esto resulta absurdo y carente de sustento pensar en cualquier tipo de “invasión” mapuche o araucanización de las pampas luego de la conquista del desierto: primeramente porque si así fuera, no huebiera sido necesaria tal conquista que casualmente coincide con la necesidad del capital de expandir las fronteras hacia el sur y así ampliar la estructura latifundista. El avance tecnológico de la época posibilitó preservar la carne bajo temperaturas bajo cero durante largos períodos, lo que beneficiará la estructura primario-exportadora y por ende los intereses de la oligarquía criolla. El despojo baila al ritmo del capital y el avance tecnológico es puesto al servicio de ese capital y no de las grandes mayorías.

Caminan los peñi y lamgen el vientre de la cordillera, llueve grande y el frío le pisa los talones a los últimos hilos de sol. Vuelven los hijos de Leftraru, de Calfulcurá, de Pincén y de sayweke cabalgando al pelo de la noche gritándole en la cara a los cobardes que saben que más temprano que tarde el malón que parieron los devolverá para siempre a las páginas más oscuras de la historia.


Mariano González

Estudió periodismo y actualmente Sociología (UBA). Colaborador de La Izquierda Diario.