El ingreso de Podemos al gobierno del PSOE en Castilla La Mancha y la agenda de acuerdos parlamentarios entre ambos partidos son un salto cualitativo en la integración de Podemos al régimen político.
Josefina L. Martínez @josefinamar14
Diego Lotito @diegolotito
Miércoles 26 de julio de 2017
En los últimos días se ha producido un nuevo giro político por parte de la dirección de Podemos. La entrada al ejecutivo del PSOE en la Comunidad de Castilla-La Mancha, monitoreada por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, así como las reuniones de sus bloques parlamentarios, prefiguran, en palabras de la portavoz de Podemos, la posibilidad de un “gobierno alternativo” al PP.
La vuelta a la propuesta de un “gobierno del cambio” con el PSOE, que ya se había situado como objetivo de Podemos después del resultado del 20D, se concreta ahora mediante la integración en minoría en un gobierno autonómico del PSOE. Y se trata nada menos que del PSOE liderado por Emiliano García-Page, epitome del ala más derechista y bunkerizada de los barones socialistas.
La operación política se completa con la negativa de Podemos a defender el referéndum catalán del 1-O, al que solo acepta discursivamente como “movilización” pero niega como instancia de decisión democrática de las y los catalanes, imponiéndole la “condición” de que sea un referéndum pactado con las instituciones reaccionarias del Régimen del ‘78, es decir, las mismas que niegan el derecho a decidir al pueblo catalán. Y de este modo, quitándole un apoyo tanto más necesario cuando el referéndum es sistemáticamente atacado por el Estado central.
El “compromiso histórico” de Podemos con el PSOE, pata clave del régimen político, se asemeja -como farsa- al acuerdo del PCI con la Democracia Cristiana en 1977, para conjurar el peligro del “autoritarismo”. En su versión descafeinada, ahora el fundamento del pacto es echar al PP, que representaría el “polo de la restauración” frente al “polo del cambio”, con un PSOE que bascula hacia la izquierda, según lo interpretan Pablo Iglesias e Iñigo Errejón en un artículo publicado en 20 Minutos, que escriben juntos por primera vez en muchos meses.
“Lo que ha ocurrido en el Partido Socialista en el último año”, dicen Iglesias y Errejón, “ha sido básicamente una lucha por definir su cercanía y lejanía respecto a cada uno de esos polos. Si hoy es posible empezar a construir una colaboración mayor con el PSOE en el ámbito estatal, es precisamente por la victoria en este partido de los favorables a acercarse al polo del cambio asumiendo que no pueden gobernar solos y que no les conviene hacerlo con el PP y Ciudadanos.”
Lo que esta lógica “campista” omite es que el aspecto más progresivo de la crisis de representación que se abrió con el 15M era justamente la ruptura de grandes franjas de trabajadores y jóvenes con su “representación” socialdemócrata tradicional, dando lugar a nuevos fenómenos políticos y sociales. El movimiento heterogéneo de las plazas (con los límites de un movimiento “ciudadano” y policlasista, que no se transformó en una rebelión en los lugares de trabajo, en gran parte por el papel de contención de la burocracia sindical), señala a los responsables de la crisis y horada las bases del régimen. Esta idea es la que resumía el famoso lema “PSOE y PP, la misma mierda es”, hace tiempo desterrado del repertorio de cánticos en las manifestaciones de Podemos. Incluso IU era cuestionada por sus acuerdos de gobierno con el PSOE, una práctica que caracterizó a la formación hoy liderada por Alberto Garzón en sus últimos veinte años de existencia.
Podemos emergió, justamente, como expresión reformista de ese giro a izquierda, proponiéndose canalizar rápidamente ese descontento mediante un programa de moderación política, gradualismo y “asalto institucional”, desviando el movimiento de las plazas y las calles hacia el terreno electoral. Este curso, profundizado en los últimos dos años con la constitución de los llamados “ayuntamientos del cambio” -que, no olvidemos, cuentan con los votos del PSOE desde afuera y en algunos casos como Barcelona con su integración al ejecutivo-, pega ahora un salto. Si la crisis política que abrió el 15M ponía en cuestión la lógica circular del bipartidismo, ahora Podemos viene a recomponerla nuevamente.
“Necesitamos que el Partido Socialista siga dando pasos que le acerquen a ser antes un aliado del bloque del cambio que del bloque de la restauración”, machacan una y otra vez Iglesias y Errejón, como nuevo latiguillo para justificar ante la base de Podemos su política.
Al entrar Podemos en minoría a un gobierno del PSOE, culmina un movimiento regenerador, que lejos de ser expresión de una dinámica progresista como la vende la “renovada” dupla Iglesias-Errejón, lo que permite es que este partido social liberal, pilar del Régimen político nacido de las entrañas del tardofranquismo y aplicador a rajatabla de la agenda neoliberal en los últimos 30 años, se relegitime y se presente nuevamente como “mal menor” y como parte de “las fuerzas del cambio”. El pacto de Castilla-La Mancha es un ensayo para un posible giro político estatal. El bipartidismo, reloaded.
Debate interno
El giro político que representa el pacto en Castilla-La Mancha no ha sido pacífico dentro de Podemos. Desde la corriente “Anticapitalistas” de Podemos, liderada por el eurodiputado Miguel Urbán y la coordinadora de Podemos Andalucía, Teresa Rodríguez, cuestionaron públicamente lo que consideran un acuerdo “un giro de 180 grados” respecto a los acuerdos alcanzados en el último Congreso de Podemos, llamado Vistalegre II.
Recordemos que en Vistalegre II, los “anticapis”, aunque presentaron documentos y listas propias a la dirección del partido, coincidían en las líneas políticas fundamentales de Iglesias actuando como un bloque contra la “derechización” que promovía Iñigo Errejón. Pero lo que los Anticapitalistas consideraron entonces un cambio estratégico de Iglesias se ha demostrado, como algunos decíamos ya entonces, que no era más que un movimiento táctico en función de la lucha de poder dentro del partido.
El acuerdo es visto por este sector no sólo como una traición a los acuerdos previos, sino también como la “peor opción”, tanto por “la correlación de fuerzas (Podemos tiene dos diputados frente a los 15 del PSOE) como porque se produce “con la parte más derechista del PSOE”. Munidos de estos argumentos los “anticapis” han hecho campaña por el “no” en la consulta abierta a los inscritos sobre el pacto, a quienes la dirección de Podemos preguntó capciosamente si “¿Crees que Podemos C-LM debería votar ’sí’ a los Presupuestos si con un acuerdo de Gobierno se garantiza la puesta en marcha y el control de políticas propias como la Renta Garantizada o el Plan de Garantías Ciudadanas?”.
Los esfuerzos mediáticos de Anticapitalistas, sin embargo, no lograron torcer la vara y el 78% de los inscritos en Castilla-La Mancha refrendaron la política de Iglesias.
El polvo y el lodo
En un artículo publicado este lunes, Isidro López y Raúl Camargo (Anticapitalistas), representantes del sector “crítico” de Podemos en Madrid, cuestionan “el error histórico de los pactos con el PSOE”, que van a convertir a Podemos en “ala izquierda de la regeneración del régimen.”
“Rendirse ante el bipartidismo, aceptar ser su muleta por la vía de la recomposición de su ala izquierda, contribuir al cierre de la coyuntura política por arriba, no sólo es diametralmente opuesto al sentido central del ciclo político en el que se inscribe Podemos, es un auténtico desastre histórico”, señalan.
Coincidimos con el diagnóstico. Los autores del artículo ironizan: “para este viaje no hacían falta esas alforjas”. Con otro dicho popular, sin embargo, podríamos apuntar que “de aquellos polvos, estos lodos”. Porque el “error histórico” de Podemos no cae del cielo. Ha sido preparado por la rápida evolución política que siguió la formación morada desde su nacimiento hasta ahora. La formación de los llamados “ayuntamientos del cambio” en las principales ciudades del país mediante acuerdos con el PSOE, en ningún momento cuestionados por Anticapitalistas como un importante paso de integración al Régimen, ya han demostrado que la aceptación pasiva de los límites impuestos por el sistema sólo puede llevar a una asimilación a la lógica de “gestión eficiente” del Estado y a la domesticación política. Una dinámica de restauración, por lo tanto, de los mecanismos políticos institucionales de la democracia liberal, en detrimento del impulso de la movilización obrera y social desde abajo. Un proceso, dicho sea de paso, al que no escapan ni mucho menos la corriente de Miguel Urban, Teresa Rodríguez… y el alcalde de Cádiz, José María González “Kichi”.
Anticapitalistas ha salido a desmarcarse del ingreso de Podemos al gobierno del PSOE, señalando que, al estar en minoría, esta operación política “subalternaliza” a la formación. Aceptarían, en cambio, otro tipo de acuerdos con el PSOE, incluyendo un gobierno común con “hegemonía” de Podemos. Pero es justamente esa definición política la que deja el campo abierto para que ahora Iglesias profundice el rumbo ingresando en minoría al gobierno del PSOE. Porque, en última instancia, si lo que prima es una “correlación de debilidades”, da igual si la mayoría la tiene Podemos o el PSOE, la subordinación a los poderes reales del capital es la tendencia, aunque cambien los ritmos. Cuando lo que se saca del juego es la centralidad de la lucha de clases y se define la estrategia política en los estrechos marcos de las posiciones a ocupar en el Estado capitalista, el pasaje de un “gobierno del cambio” a un “gobierno con mayoría del PSOE” es un camino anunciado.
Al interior de Podemos, el “cesarismo progresivo” de Pablo Iglesias -como lo llamaron hace un tiempo los Anticapitalistas-, hoy vuelve a mostrar su verdadera cara. El artículo en común con Errejón publicado este martes señala la unidad estratégica entre ambos líderes, que se enfrentaron duramente por la conducción del aparato de Podemos, pero mantienen un acuerdo de fondo en el camino a seguir.
En el caso de Anticapitalistas y los sectores críticos de Podemos, queda planteada la necesidad de que este “error histórico” pueda abrir una reflexión autocrítica de igual calado, sobre su responsabilidad en haber dilapidado las posibilidades de construcción de una izquierda anticapitalista independiente, en aras de diluirse en la construcción del aparato reformista de Podemos. Una deriva a la que ha sucumbido gran parte de la izquierda que se considera anticapitalista en Europa (mientras otra, también hay que decirlo, ha reposado en la marginación y la autocomplacencia sectaria).
Pero entre la Escila de la liquidación política en el neorreformismo y la Caribdis de la irrelevancia sectaria, existe una alternativa. En Argentina, el ejemplo del Frente de Izquierda y nuestra corriente hermana, el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas), muestra que la posibilidad de conquistar influencia en sectores masivos de trabajadores y jóvenes, conquistar posiciones electorales y conocimiento público, no está reñida con la construcción de una izquierda de los trabajadores con un programa anticapitalista que impulsa la lucha de clases, como ahora lo hacen en la gran lucha de PepsiCo. A esta tarea dedicamos nuestros esfuerzos las y los militantes de la CRT en el Estado español. Y como viene la mano, son más necesarios que nunca.
Josefina L. Martínez
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.