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Red Internacional
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CRÓNICAS OBRERAS. Parada de planta: golondrinas del petróleo

Tercera crónica de un trabajador de la refinería. Una tormenta imprevista frena los trabajos. Efectivos y contratados intercambian las primeras de muchas charlas por venir.

Domingo 17 de diciembre de 2017 11:11

Entre dos de las cinco plantas que estamos parando hay un playón enorme, el vestigio de una planta desguazada. Sobre esta base de concreto sobre la que todavía sobreviven algunos caños oxidados funcionó una de las primeras plantas de furfural del país. Presentada como nueva por Orlando Santos, breve ministro de Industria de la segunda presidencia de Perón, gran parte de los equipos fueron traídos de Europa con ya casi medio siglo de uso. La cosa no iba a durar mucho. El playón abandonado ahora sirve de base para montar una pequeña ciudad que será nuestra casa los próximos cuarenta días.

Los primeros en llegar son los trailers oficina. Grandes camiones los estacionan formando compactas manzanas. Llegan después los baños químicos, los sol de noche de más de 4 metros de altura, los containers que serán pañoles, se montan lonas que servirán de carpas de soldadura de las que pronto salen los rugidos de las molas, llenando el aire de chispas. Las calles improvisadas se atestan de obreros en un ir y venir frenético para ganarle al cielo nublado y al agua que amaga con caer. A medida que el viento ruge con más intensidad se intensifican los laburos, los capataces empiezan a chiflar para meterle pata a los cientos de tercerizados que desfilan en cuadrillas como en un desfile de un ejército industrial. Sobre los cascos repican las primeras gotas de agua, más voceos frenéticos. “Dale, dale cholo”, los delegados de la UOCRA se suman a la arenga de los capataces. Pero el agua irrumpe violentamente atrás de los truenos y sus puteadas. La patronal tiene un arreglo con el sindicato contratista, hay plata extra si cumplen un cronograma imposible que la tormenta complica todavía más.

Acá no hay techos, los caños están a la intemperie. Las pocas chapas que hubo alguna vez se las han comido los incendios, por eso si una se vuela no se repone. Es mejor así, porque entonces el fuego va para arriba y no te envuelve abajo de un techo. Por el agua y por el viento, se manda a parar los laburos más peligrosos, los que implican cargas suspendidas. Las grúas dormitan con sus cuellos recogidos al costado de las calles como grandes bestias dormidas. El resto de los trabajos se mantienen. Cientos de obreros arrancan y martillan las aislaciones de los caños, conectan mangueras de vapor y de nitrógeno, arman andamios. Pero hay otro sector que anda perdido porque se ha quedado sin tareas por el agua. Para que no se note tanto vamos y volvemos al baño, damos vueltas, llevamos una llave de 27 en cada mano o ponemos cara de preocupados. Se aprende rápido que el secreto pasa por no parar de moverse para no avivar giles.

Los petroleros efectivos caminamos por estas calles angostas pobladas de tercerizados, los mamelucos rojos y los cascos blancos se convierten en un símbolo de pertenencia, la credencial de residente que algunos sonsos piensan que cotiza en algún lado. Pero abajo del agua estamos todos empapados, con olor a hidrocarburo y con ganas de estar en otro lado. O al menos secos, y jugando un truco. A los efectivos nos visten así, de rojo fuerte, para que nuestros cuerpos sean más visibles entre los estragos de alguna fatalidad, dicen. Pero también para diferenciarnos de los más numerosos mamelucos azules y los cascos amarillos de los contratas, los que ganan la mitad por el doble del trabajo. La filosofía de la empresa alienta a que los tratemos como empleados nuestros. No faltan los boludos que se la creen. Eso genera asperezas que arrancan sonrisas complacientes en la patronal y la burocracia de ambos sindicatos.

Los fumaderos están atestados de contratas y de acentos. Generalmente las empresas tercerizadas para las paradas operan en todas las refinerías del país. Reclutados en distintas provincias, rápidamente se arman las pandillas de mendocinos y platenses, que son la amplia mayoría. Pero hay también un núcleo duro de paraguayos y salteños. La mayoría de estos hombres se pasa el año viajando, de parada en parada, con breves lapsos de descanso para volver con las familias unos meses hasta que los convocan para una nueva tarea. Salvo casos especiales, como los de las empresas extranjeras que se dedican a tareas muy puntuales y que aportan sus propios obreros de su país de origen, la mayoría sigue un círculo migratorio que recorre Ensenada, Bahía Blanca, los pozos de la Patagonia y (ahora también) Vaca Muerta, Mendoza, Salta, Dock Sud y de nuevo a Ensenada. Golondrinas del petróleo.

Sobre un manto de colillas y de barro iridiscente putean a la lluvia, que frena los trabajos y compromete el premio UOCRA. De pronto uno mira al del mameluco rojo que está ahí fumando con ellos y se da cuenta que lo conoce. Le dice que trabaja en la remisería que está al lado de su casa. Dice que entró por la bolsa de trabajo de la UOCRA por la Parada, que con la diferencia que hace acá capaz que cambia el auto y se puede mudar de agencia, porque ahí son unos vergas. Dice también que tiene un pibe que metió en la Parada, 18 años y maceando ya, lo dice con orgullo y sonríe. Cuenta que sale de acá después de 12 horas y, si le da, maneja ocho horitas.