Enero arrancó con los primeros acuerdos salariales de la era Milei. Los sindicatos acordaron aumentos que intentan seguir de cerca la inflación y no quedar lejos de la canasta familiar. Para un sector lo logran, pero millones de contratados, tercerizados y precarios están cada vez peor. No entran en los aumentos y tampoco se actualiza el salario mínimo. ¿Cómo enfrentar el empobrecimiento y la fragmentación?
Lucho Aguilar @Lucho_Aguilar2
Viernes 19 de enero 15:44
El “caputazo” y la aceleración de la inflación sacudieron el bolsillo popular, no hace falta explicarlo mucho. Se nota en las góndolas, en los lugares de veraneo, en los restaurantes semi vacíos. Ese deterioro general se encontró con las primeras pulseadas salariales. ¿Qué fue lo que pasó?
Algunos grandes sindicatos, con cierto poder de fuego, hicieron acuerdos “cortos”, activando las revisiones que tenían contemplados en las paritarias 2023.
Pero mientras a Milei ese panorama no le cierra. Ya dijo que quiere reponer el impuesto al salario.
¿Y los contratados y precarios?
La que contamos antes es una parte de la película de la puja distributiva de la clase trabajadora. La de quienes tienen convenios colectivos y paritarias. Pero otra parte, la mayoría, no los tiene. Por eso, además de salarios más bajos y menos derecho, los aumentos dependen de la voluntad del Gobierno, acompañada por las cámaras empresariales y centrales sindicales.
Lo más desesperante es la situación de los millones que se rigen por el Salario Mínimo Vital y Móvil. El SMVM es tomado como referencia no solo para millones que trabajan sin registrar, sino para las trabajadoras de casas particulares o los beneficiarios del Potenciar Trabajo.
Hoy es de 156 mil pesos. Un tercio de la canasta básica. El último “Consejo del Salario” se reunió en septiembre y acordó, por ejemplo, un aumento para diciembre de 8,5%. O sea un tercio de la inflación. Una vergüenza. Al punto que la Argentina se transformó en el país de América Latina con el salario mínimo más bajo medido en dólares: 125. Solo supera a Venezuela.
Pero lo más doloroso es si uno sale de esos números y lo mide, por ejemplo, en un alimento básico. Según estudios recientes, hoy el SMVM permite comprar solo 87 kilos de pan. Es un 63% menos que el año anterior. Para tener una idea histórica, en la crisis de 2001 era el nivel más bajo y se podía comprar 138 kilos. Con la recuperación posterior se llegó a 320. Esa caída estrepitosa, en el granero del mundo, es la expresión más cabal del empobrecimiento de la clase que siembra, cosecha, amasa, carga y descarga ese alimento que apenas puede comer.
Pero se puede estar peor. Las trabajadores y trabajadores desocupados que son parte de las organizaciones sociales, cooperativas y sus emprendimientos, según la ley cobran la mitad de de ese monto. O sea 78 mil pesos. Un poco más de 40 kilos de pan. Lo que le sale una cena a Marcos Galperín y un amigo.
Por eso la demora del gobierno en convocar al “Consejo del Salario”, por mínimo que sea, es criminal. Y también afecta a las trabajadoras de casas particulares, cuyo sueldo se discute en ese mismo organismo (a través de la Comisión Nación de Trabajo en Casas Particulares). Como no se reunió, en febrero no tendrían aumento. El último fue de 10% por diciembre, contra una inflación del 25%. Hoy una “empleada de tareas generales” cobra 173 mil mensuales. Una miseria.
La guerra contra el salario solo se la derrota con unidad
Una de las conquistas que empujó el menemismo, el gobierno preferido de Milei, fue la fragmentación de la clase trabajadora. Efectivos, contratados, tercerizados, convenios a la baja, precarios, informales, desocupados, monotributistas, cooperativistas. Entre los “extremos” hay infinidad de salarios, derechos y poder de fuego.
La CGT y la CTA avalaron esa división. Los movimientos sociales en su mayoría también. Es la mayor conquista de las patronales que todos los gobiernos supieron respetar. Milei viene a darle otro golpe.
Por eso la pelea contra el Caputazo, la Ley Ómnibus y el DNU también es una pelea por unir a toda la clase trabajadora y enfrentar el empobrecimiento a la que la empujan. Si un camionero o un aceitero pueden ganar “un palo” porque generan fortunas pero caminan entre millones de hermanos y hermanas arrojados a la precarización del trabajo y la vida, nos han derrotado.
Este 24, y en el plan de lucha que tiene que iniciar el paro, hay que levantar juntos esas banderas:
La clase trabajadora es una sola.
Lucho Aguilar
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.