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Red Internacional
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Literatura. Pérez Reverte y una polémica adaptación de El Quijote

La Real Academia Española junto con editorial Santillana lanzó en España una adaptación escolar del Quijote. La edición estuvo a cargo del escritor Arturo Pérez-Reverte, y mientras se espera su llegada al país, la nueva versión ya ha generado más de una polémica.

Ariane Díaz

Ariane Díaz @arianediaztwt

Sábado 7 de febrero de 2015

Ilustración: La Izquierda Diario sobre diseño de Soniapbgomes y Pyrochan

Muchos de los clásicos que leímos en colecciones destinadas al público infantil o juvenil, o en la escuela, son efectivamente adaptaciones –cosa que a veces no descubrimos hasta toparnos un día en alguna librería o biblioteca con un tomo del doble de páginas del que está en nuestro recuerdo–.

En España, mientras en esos días se tratan de identificar si los restos encontrados en una cripta en Madrid son los de Miguel de Cervantes, se ha abierto una polémica sobre la adaptación de su más célebre invención, un clásico no solo de la cultura hispanoamericana sino también mundial.

Encargada por la Real Academia Española, la obra estuvo a cargo de Arturo Pérez-Reverte, quien la ha presentado como una iniciativa para hacer accesible la obra a los alumnos en las escuelas, donde por su dificultad y extensión, el estudio del Quijote como material se ha reducido en los últimos años. Para ello se han recortado o fusionado algunos de los episodios, se ha actualizado el vocabulario, se han evitado las notas al pie y según el mismo adaptador, se han insertado frases y enlaces con vocabulario del propio Cervantes para que dichas “costuras” entre las partes restantes del texto no sean percibidas por el lector, quien podrá según anuncian leer en forma lineal y fluida los episodios que hacen a lo central de las peripecias de Quijote y su escudero, dejando relegados los relatos insertos y “periféricos” que en el original abundan.

Mientras el balance negativo que Pérez-Reverte hace de los programas educativos le acarreó una polémica con el ministro de Educación español, la adaptación misma ha sido cuestionada como “versión light”, “poda ortopédica” y operación de mercado con vistas a los próximos dos años de centenarios “cervantinos”: en 2015 se cumplen cuatro siglos de la aparición de la segunda parte de Quijote, y en 2016 el mismo tiempo desde la muerte de su autor –por ello Pérez-Reverte ya ha declarado su renuncia a los derechos de autor a favor de la RAE, mientras las autoridades de la RAE y de Santillana han salido a aclarar que se trata de una “operación académica e intelectual” y no un intento de conseguir un bestseller.

Más peliaguda resultó sin embargo la cuestión de los criterios de adaptación usados. No por muy habitual la idea misma de adaptación ha dejado de ser siempre polémica, ya que se trata justamente de meter mano en textos que son reconocidos por una determinada comunidad como especialmente valiosos y distintivos de una cultura.

Quieren miran con malos ojos a las adaptaciones literarias suelen aducir la necesidad de preservación del original, que asienta las virtudes que lo han convertido en un clásico en su trama textual. Cualquier modificación allí operada, aun con las mejores intenciones, no puede sino poner en riesgo un patrimonio cultural a conservar, y supone muchas veces una subestimación del lector que necesitaría recibir un texto ya “masticado”.

Quienes las defienden, por lo general con objetivos pedagógicos, argumentan por su parte que no tiene sentido preservar algo que no puede ser disfrutado más que por especialistas o académicos y mantenerse inaccesible por su tamaño, lenguaje anticuado o complejidad, a nuevos lectores. Ello no quiere decir que cualquier manipulación del texto sea bienvenida. A partir de allí se postulan distintos criterios que deben respetarse para una adaptación aceptable de un clásico, por ejemplo, que quien la hace conozca suficientemente la obra como para no tergiversarla en su trabajo, reconociendo y manteniendo los núcleos duros que lo hacen significativo e identificable en una determinada comunidad –a nadie se le ocurriría por ejemplo una versión del Quijote sin la escena de los molinos de viento–.

Borges, quien realizara una serie de lecturas incisivas en sus ensayos sobre el lugar del Quijote en la literatura, fue justamente quién llevó al paroxismo la idea de las posibilidades de lectura de un clásico en su relato ficcional “Pierre Menard, autor del Quijote”, donde glosa el supuesto trabajo de un escritor que se propusiera reconstruir el Quijote desde su experiencia, pero logrando que el resultado fuera exactamente el mismo que el escrito por Cervantes: “No quería componer otro Quijote –lo cual es fácil– sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de Miguel de Cervantes. (…) Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareció menos arduo –por consiguiente, menos interesante– que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard”.

Si el Menard de Borges mantiene línea a línea el texto pero lo que modifica es lo que encuentra allí cada lector en su contexto –poniendo al límite la idea de original y las definiciones de la actividad del lector–, la adaptación de Pérez-Reverte modifica el texto para que los lectores encuentren allí aquella esencia del relato que se estaría perdiendo. Pero la versión de la RAE parece no haber cumplido con el criterio principal que esbozan aún los que defienden las adaptaciones: dejar en claro que lo es. No se trata de que la portada del libro no lo aclare, sino de la misma defensa de que el lector no note las partes elididas o fusionadas, algo que tampoco se indica en el interior del libro. Tratándose de una edición para su estudio, ¿acaso las definiciones que suponen una adaptación no son justamente uno de los problemas que podrían ponerse a consideración de los alumnos? Si la idea de esta edición es iniciar a los alumnos en su lectura de modo de que luego puedan acceder al original, ¿estaría de más explicitar qué de él ha quedado fuera? ¿No se trata la formación del desarrollo de un pensamiento crítico, o solo saber de qué se habla cuando se mencionan unos molinos de viento?

El Menard de Borges decía que “Componer el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote”. Ya por cumplirse un siglo más de la imaginada proeza de Menard, suena especialmente paradójico pretender “que no se noten” las hechuras de un libro que, entre otros méritos, tiene su lugar entre los clásicos por haber tematizado muchos de los problemas de la relación entre ficción y realidad, de la producción literaria, su circulación, las versiones apócrifas y la actividad creativa de la lectura. De hecho, en uno de sus capítulos finales Quijote visita una imprenta en Barcelona donde se pone al tanto de la producción material misma de los libros en la imprenta y los manejos, con afán de fama o ganancia, de muchos libreros.


     

Ariane Díaz

Nació en Pcia. de Buenos Aires en 1977. Es licenciada en Letras y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Compiló y prologó los libros Escritos filosóficos, de León Trotsky (2004), y El encuentro de Breton y Trotsky en México (2016). Es autora, con José Montes y Matías Maiello de ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo? y escribió en el libro Constelaciones dialécticas. Tentativas sobre Walter Benjamin (2008), y escribe sobre teoría marxista y (...)

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