En 1963 México, junto a otros cuatro países del continente se ponen a la cabeza de impulsar una “zona libre de armas nucleares”. Dicha iniciativa desembocará en el Tratado de Tlatelolco de 1967, y más tarde, en la ONU, en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de 1970.
Estas maniobras diplomáticas, casi siempre revestidas con un carácter en pro de la “Paz” y de la humanidad, esconden en el trasfondo la necesidad de garantizar la estabilidad estratégica en el patio trasero que Estados Unidos requirió para poder enfrentar al bloque soviético durante la Guerra Fría. Impedir un nuevo frente de batalla o de preocupación era imperioso para el gigante del norte.
Sancionar o ser sancionado: México entre el conflicto EE.UU.-Cuba
La Guerra Fría llega a territorio del continente americano en 1959, o mejor dicho, América Latina es incorporada al campo de disputa entre las dos potencias beligerantes post Segunda Guerra Mundial. La victoria de la revolución cubana en el año de 1959, alteró el orden de la geopolítica local de Estados Unidos, el llamado sistema “interamericano”. Las tensiones entre el naciente gobierno revolucionario y el principal imperialismo muy pronto atrajeron a su campo gravitacional al resto del continente y al “enemigo externo” por excelencia, los soviéticos.
Estados Unidos buscó desde el primer día aplastar la revolución cubana y recuperarla hacia su patio trasero latinoamericano, no se podía permitir un acto tan osado y valiente en el continente; estos esfuerzos no dieron fruto inmediatamente, por lo que Washington presionó a los distintos gobiernos para que condenasen el “golpe de Estado” y cortaran cualquier relación con Cuba. Estados Unidos exigiría a todos los miembros de la Organización de Estados Americanos a tomar medidas contra el naciente Estado Obrero Deformado. México sería el único país que trataría de mantenerse “neutral”. Esta situación crítica hacia afuera llevaría al presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) a defender una política exterior como "un instrumento auxiliar de nuestro desarrollo general, conscientes de que no vivimos ni podemos vivir aislados.” [1]
Esta afirmación no es para nada casual, pues tiene un correlato económico interno que la impone. Hacia el interior de México la situación no era menos compleja para el gobierno en turno. Desde secciones anteriores el movimiento de los campesinos al ver que no se reanudaba la repartición de tierras que la Reforma agraria había establecido, los llevó a tomar las tierras por sus propias manos. Mientras que los trabajadores urbanos, los ferrocarrileros, mineros, electricistas, petroleros, maestros, médicos etc. exigían mayor participación en la vida sindical y política del país, y que llevo a estos sindicatos nacionales de industria a las heroicas luchas contra patrones, Estado y la CTM, en el bienio 1958/59, algunas duramente aplastadas.
A esta situación de fuertes movimientos sociales y de lucha de clases, se sumaban grupos de izquierda que intentaban darles cierta orientación política. Esta doble situación ubicará al gobierno de López Mateos a no ceder tan rápido ante Estados Unidos, por lo que intentará mantener una relativa independencia poniendo por delante la no vulneración de la “soberanía” al mismo tiempo de “no negar nuestro concurso a ningún esfuerzo que pueda servir efectivamente para mejorar la concordia de los países y la condición de vida de los hombres". [2]
Sin embargo, el gobierno de México necesitaba de buenas relaciones con el exterior para poder compensar la balanza comercial deficitaria y garantizar el desarrollo económico que las reformas aplicadas en sexenios anteriores prometían. López Mateos no podía darse el lujo de erosionar la relación con Estados Unidos, pero tampoco podía negar a Cuba lo que se había pedido en años anteriores para México: no intervención extranjera y reconocimiento del nuevo gobierno emanado de la revolución. [3]
Además, López Mateos, creía firmemente en que Cuba no se dirigía por el camino del comunismo. Más tarde en 1962, esta creencia se desvanecerá. Mientras el presidente de México estaba de gira diplomática buscando expandir las relaciones comerciales y políticas en medio oriente (tanto en países socialistas del bloque de los “no alineados” como en países capitalistas), Estados Unidos ante la OEA pondría evidencia irrefutable de que Cuba albergaba misiles nucleares. Por lo que instó a los miembros de la OEA a sancionar individual o colectivamente al gobierno cubano y a desestimar el resguardo de dicho arsenal. Tanto el secretario de Estado, Dean Rusk, como el presidente Kennedy, presionaron a México para que se posicionase al respecto, recordando que López Mateos había asegurado que cuidará las espaldas de Estados Unidos en caso de que sus “intereses vitales estuvieran en riesgo”.
López Mateos en una primera declaración señaló que los misiles no serían usados para atacar, y después exhortó al gobierno cubano a retirar las armas nucleares de su territorio, [4] pero sin hacer mención de algún tipo de sanción. Es así como el gobierno de México, ya en la administración de Díaz Ordaz (1964-1970) llega al Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, también conocido como, "Tratado de Tlatelolco", el 14 de febrero de 1967. Este tratado fue la expresión culminada de la política lopezmateísta de mantener una posición “tercerista” ante los conflictos entre las dos potencias beligerantes. Se evitó romper relaciones comerciales y diplomáticas tanto con Cuba y con EE.UU., al mismo tiempo que le cuidaba las espaldas a su principal socio, y garantiza el “orden y seguridad” para las inversiones de capitales en México y en América Latina.
Nuevos desafíos nucleares para el imperialismo
No obstante, el Tratado de Tlatelolco no fue suficiente para dar confianza y seguridad a Estados Unidos. El breve episodio de la “crisis de los misiles” en Cuba en 1963, —y con las primeras pruebas nucleares de China en 1964—, puso en evidencia que el alcance de las armas nucleares era factible para países periféricos como los de Asia o América Latina. Por lo que era imperativo frenar el desarrollo y producción de armas nucleares en otras latitudes del planeta fuera del control del principal imperialismo. A Estados Unidos y a la Unión Soviética, se les unieron otros países con armas nucleares, como Francia, Gran Bretaña, China —más tarde se sumarán Israel, Pakistán e India.
Así, el rol de México como promotor del no armamentismo nuclear tenía como fin asegurar de que en el patio trasero de EE.UU. no se les ocurriera comprar tecnología para producir armas nucleares ni mucho menos comprarlas a sus competidores en Europa, Rusia y China. Lejos de una ubicación independiente de las políticas imperialistas, se convertía en su principal alfil para poner un alto a la influencia soviética en América Latina, ayudando diplomáticamente a mantener el statu quo de la Guerra Fría en el Continente Americano. Su desarrollo como país económicamente dependiente del imperialismo estadounidense impedía una política independiente del mismo, como sucede hoy en día.
El Tratado de Tlatelolco sería el antecedente directo del Tratado de No Proliferación de Armas nucleares de 1970 impulsado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Este último surge como necesidad de contener la expansión socialista y su armamento nuclear, es decir, solo después de que China desarrollara su tecnología militar nuclear, occidente opta estratégicamente por impedir que otros países puedan desarrollar, poseer o usar armas nucleares. El Tratado de 1970 pretendía evitar que más gobiernos se hicieran con esta tecnología. Así mismo, las cinco potencias nucleares se comprometieron a no ayudar a otros Estados a desarrollar o adquirir su propio armamento nuclear. Estados Unidos buscaba atar de manos a Rusia y a China, mientras que sus socios en Europa ya estaban dotados con el armamento para su “defensa”.
Sin embargo, pese a los esfuerzos de Occidente, actualmente hay otras cuatro potencias nucleares reconocidas: India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Los tres primeros nunca llegaron a adherir al Tratado de 1970, por lo que no tienen obligación con él. En el sur de Asia, India y Pakistán, dos países vecinos y enemigos, se armaron para hacer frente mutuamente. Mientras que Israel ─aliado de Estados Unidos─ no niega tener armas nucleares, pero tampoco lo ha reconocido públicamente. Finalmente, Corea del Norte, que en su momento firmó el Tratado de 1970 se retiró del tratado en 2003. En los últimos años ha demostrado que posee armamento nuclear.
La situación actual para el gigante americano es mucho más compleja y agravante que en 1963 y 1970. El momento unipolar de Estados Unidos duró poco tiempo después de la disolución del bloque soviético. Surgieron nuevos “enemigos” para reemplazar a los extintos; la administración de Joe Biden se está viendo obligada a encarar potenciales desafíos bélicos y amenazas nucleares en distintos frentes: Ucrania en Europa, Siria en Medio Oriente y Taiwán en Asia. El frente que más le preocupa es el de China. Tan es así que Biden y el Reino Unido suministrarán submarinos nucleares a Australia para contrarrestar la influencia de China en la región, y de Francia como proveedora de equipo bélico, de modo que esta contención del gigante asiático, llevó a romper un acuerdo comercial entre Francia y Australia.
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Son estos reacomodos en el dominio del sistema interestatal los que pueden abrir una espiral beligerante, donde los únicos perdedores son los pueblos y la clase trabajadora. Si bien América Latina y el Caribe, son una zona libre de armas nucleares, un eventual aumento en las tensiones geopolíticas entre Rusia y Estados Unidos —como la que está aconteciendo por Ucrania—, puede llevar a incorporar a más de un país latino a esta espiral bélica. De cualquier forma, una guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia o con China, no impediría que el continente quede sumergido en las consecuencias de dicho enfrentamiento. La escalada armamentística en las principales potencias de Occidente, el declive hegemónico de Estados Unidos y el ascenso de China, abre una situación de equilibrio inestable en el tablero de la geopolítica mundial. En este marco las disputas por Ucrania o Taiwan no descartan potencialmente “una guerra en caliente”, máxime que la producción de armas nucleares ─aunque relajada─ nunca se ha detenido. La catástrofe de una guerra nuclear no queda descartada, por el contrario, son las tendencias destructivas de un capitalismo tardío cuyas posibilidades de recomposición no se prevén como producto de un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas en un futuro cercano.
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