Con la vuelta a pedir préstamos al FMI y el descalabro económico del gobierno de Cambiemos, reaparece en grupos de amigos, en el trabajo, en la calle, un recuerdo ¿Cuánto se asimila esta situación al 2001? ¿No hay otra salida que repetir la historia de saqueo a los trabajadores que ya conocemos?
Lunes 21 de mayo de 2018
El saqueo al acecho
El 2001 fue producto de años de saqueo e injerencia de los Estados imperialistas, con hegemonía de EEUU, a través deorganismos financieros, la banca privada y grupos de grandes empresarios que profundizaron los rasgos de dependencia con el objetivo de acrecentar la especulación y sus ganancias haciendo pagar las crisis al pueblo trabajador.
La década del 90 comenzó con un gran saqueo de la mano de la hiperinflación de Alfonsín y luego las medidas de ajuste, flexibilización y privatizaciones de servicios públicos llevados adelante por el peronismo, acompañado por conjunto de la clase política.
El marco mundial estaba trazado por el triunfalismo capitalista luego de la caída de la burocratizada Unión Soviética para imponer que la única realidad posible era neoliberalismo y democracia burguesa. Sobre ese relato, los gobiernos neoliberales en el continente desarrollaron un ataque feroz sobre la clase trabajadora, con niveles de desocupación que llegaron al 25%,auge de la flexibilización laboral, y una caída brutal de la calidad de vida apoyada en que “si no te gusta cómo se dan las cosas te despedimos, total hay millones que quieren tu laburo”. A su vez, medidas como la Ley Federal de Educación (1993) y la Ley de Educación Superior (1997) precarizaron la educación pública en todos sus niveles, las cuales se mantienen hasta el día de hoy.
El fuego que crece
La bronca de trabajadores, desocupados y también las clases medias (a las cuales afectará de forma decisiva el ataque a la calidad de vida y la confiscación de ahorros) será explosiva el 19 y 20 de diciembre contra el gobierno de “La Alianza”, un frente entre la UCR y al “peronismo progresista” del FREPASO.
Los desocupados jugaron un rol clave en las jornadas revolucionarias del 2001. Este movimiento fue vanguardia en la resistencia a las políticas del menemismo, empezando por la Patagonia Neuquina y Cutral-Có en 1997, siguiendo por el suelo norteño, las puebladas de Mosconi y Tartagal, de ahí en más los cortes de rutas y vías centrales con piquetes fueron un emblema de resistencia frente al saqueo. La represión brutal de Menem y De la Rúa dejaron muertos, presos políticos y una experiencia de luchas muy duras.
La clase media también se trasladó a las calles en el 2001, el “piquete y cacerola la lucha es una sola” fue una muestra de la confluencia de entre este sector y el pueblo trabajador en las jornadas de diciembre.
La participación de la clase obrera ocupada fue distorsionada como sujeto La CGT y la CTA convocaron un paro general el 19 de diciembre para luego levantarlo. De esta forma, por la política traidora de las CGT (Daer y Moyano) y la CTA, si bien grandes sectores de trabajadores se hicieron presentes no fue con sus propias organizaciones, los sindicatos, ni con sus propios métodos de lucha, como la huelga general.
Sin embargo, el cierre de fábricas dio lugar a procesos de organización y hubo más de 100 recuperadas por sus trabajadores. El caso emblemático por la ocupación y puesta en marcha bajo control obrero fue la fábrica de cerámica Zanón en Neuquén destacada por la pelea consciente de unidad entre sectores ocupados y desocupados, fue una ejemplo para la construcción de una alianza social, a la que se sumaron los docentes de ATEN, y estudiantes universitarios.
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La renuncia de De La Rúa marcó el fin del gobierno de la Alianza, la imagen del helicóptero no sólo capturo su debacle sino la profunda crisis del régimen político en su conjunto. La presidencia de Duhalde y la vuelta del peronismo como “partido del orden” contó con el apoyo de la burocracia sindical -Moyano que hasta ese momento se había ubicado como opositor-, un sector de las organizaciones de desocupados (CCC-FTV), con su hicieron posible descargar el peso de la crisis sobre el pueblo trabajador con una devaluación del %40 en el 2002. Por otro lado, la brutal represión que recorrió esos meses hasta Junio cuando en el Puente Pueyrredón asesinan a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fue la muestra más clara de un Estado desangrado, pero que sabía concretamente donde apuntar para ponerle freno al proceso de lucha que continuaba.
La crisis política dejó un cambio en la relación de fuerzas con los trabajadores y el pueblo, luego de décadas de derrota, se volteó un gobierno y se ganaron las calles. Sin embargo, nunca “se fueron todos” y el saqueo se impuso aleccionando con pobreza para grandes masas. Esta situación endeble de crisis profunda en el régimen dominante, donde los de arriba no podían seguir gobernando como antes, y los de abajo no se dejarían pisar la cabeza un minuto más, es la que vino a recomponer Néstor Kirchner.
Si las jornadas de Diciembre fueron una muestra de la bronca masiva en las calles y la fuerza que pueden tener para derribar un gobierno antipopular, también es necesario repensar sus límites frente a la salida del régimen político.
Del “que se vayan todos” al desvío
El kirchnerismo llega al poder en mayo del 2003. El objetivo era desviar por la vía del régimen el descontento que se mantenía en las calles. El acuerdo social impulsado con los empresarios y la burocracia sindical (dirigida por el moyanismo) sumado a una coyuntura económica mejor por el precio de las materias primas fueron la base sustancial para recomponer un régimen a partir de la reestructuración de una alianza de clases.
Mientras nos hablaban de “patria o buitres” en los hechos se mostraban amigos del imperialismo y los capitalistas. A los que organizaron el saqueo, ajuste y desocupación en los 90 les devolvieron miles de millones de dólares. A empresas como el Casino, Kraft, Lear, entre otros, Cristina Kirchner les garantizo el uso de las fuerzas represivas para poder despedir y perseguir trabajadores.
La estructura económica y política que impuso el neoliberalismo no se fue, sólo postergó su rostro más duro, y cuando los vientos del Norte se endurecen y las contradicciones económicas propias achican la sábana, la respuesta que se prepara es un nuevo saqueo.
Vencer no es una utopía.
Los problemas estructurales que marcaron el 2001 no desaparecieron ni mucho menos. Los suplicantes del saqueo y la dependencia (FMI, bancos, empresarios) toman rol activo para las decisiones, es que todos estos años se mantuvieron esas relaciones con pagos enormes de una deuda externa ilegítima y fraudulenta por donde se la mire. ¿Es que no hay otra salida a la crisis que ellos mismos prepararon, como nos quieren hacer creer?
Los empresarios favorecidos con las privatizaciones se llenaron de ganancias con la política de subsidios por parte del Estado sin invertir un peso en las condiciones de esos servicios, la masacre de Once fue una clara muestra de que los intereses que persiguen con sus ganancias son antagónicos a los intereses del pueblo trabajador. La crisis del sistema de electrificación y los cortes masivos de luz exponen otro problema estructural de a que lleva esa voracidad patronal.
Los bancos salvados por medidas como el corralito en el 2001 vuelven a ser organizadores del saqueo; son los principales accionistas de compras de Lebac y de fuga de capitales, un negocio redondo organizado desde el Estado que obviamente va a desarrollar consecuencias mucho más agudas para el pueblo trabajador, para las cuales necesitamos estar preparados.
Esta vez, a diferencia del 2001 la clase obrera no se encuentra derrotada, nuevas generaciones que no cargan con el hambre aleccionador de los 90, sino con expectativas que defender. Una juventud que no le debe nada a ningún gobierno, ya que son la mayoría de los pobres y precarizados, ahí la “década ganada” no llegó. Pero esta fuerza se mantiene “dormida” con la pasividad de las direcciones sindicales burocráticas, claves para contener una de las clases obreras con más fuerza y tradición del continente. Luchas como la de los Mineros de Río Turbio son un ejemplo de resistencia para pensar profundamente que los empresarios, este gobierno y sus aliados están lejos de ser invencibles.
Frente a un nuevo saqueo a los bolsillos de los trabajadores y sectores medios, con una nueva entrega a los organismos imperialistas hay que retomar la experiencia de diciembre 2017 contra la reforma jubilatoria, cuando la bronca contra el ajuste y la represión se organiza puede ganar las calles, superando las vacilaciones de la CGT y CTA.
Cada crisis tuvo una respuesta y acciones históricas de clase, no podemos dejar que nos hagan dudar de esto con salidas electorales para que nada cambie.
¿Qué habría pasado si hubiera llegado un partido preparado al 2001, con la fuerza suficiente para enfrentar la política traidora de la burocracia sindical y que la crisis la paguen los empresarios? La historia que podemos cambiar es la que se viene, porque de nuevo se plantea frente a la crisis, ellos o nosotros.
Ellos se preparan, nosotros también
Lejos de los que nos proponen descansar y “votar en 2019” o “luchar y votar al peronismo en 2019” sin un programa que ataque los intereses de los empresarios y defienda a los trabajadores, queremos sacar lecciones de experiencias para pensar cómo intervenir en la situación que se abre.
Desde el PTS y agrupaciones, en el Frente de Izquierda, queremos poner todo el apoyo que se genero durante años a las luchas de los trabajadores contra los despidos, a las denuncias a la casta de políticos que se roban la vida de los trabajadores para aumentar la ganancia de los empresarios, encarnada en simpatía a nuestros diputados y el respaldo a nuestras peleas en cada lugar de trabajo y estudio, en función de redoblar la apuesta: construir un partido de izquierda anticapitalista, antiimperialista y revolucionaria, que tiene como desafío llegar con la fuerza organizada para que en el próximo round, los trabajadores puedan vencer.
Las movilizaciones contra la impunidad a los represores, por la conquista de derechos de las mujeres como el aborto legal, y en defensa de la educación pública por los estudiantes, son un gran punto de apoyo desde la juventud para motorizar y fortalecer estas peleas, organizada en asambleas de trabajadores y de estudiantes.
La construcción de un partido revolucionario, que plantee la independencia política de la clase trabajadora, está completamente ligada hoy al impulso por medidas elementales que cuestionen la dependencia imperialista y la ganancia de los empresarios: el no pago de la deuda externa y la nacionalización de los servicios esenciales bajo control de trabajadores y usuarios, la defensa de los puestos de trabajo, el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, para lo cual el primer paso ineludible es impulsar un paro nacional.
En cada lugar de trabajo y estudio, la organización y exigencia a las conducciones, para convocar estas medidas, un plan de lucha unificado, que lleve al camino de la preparación de una huelga general, son las batallas donde queremos construir un partido que intervenga con su propio programa frente a la crisis y cuestione lo incuestionable: que esta vez gobiernen los trabajadores, no los empresarios.
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