Matías Maiello en De la movilización a la revolución, nos regala un análisis de las revueltas más importantes de la lucha de clases ocurridas durante poco más de la última década, en el contexto internacional abierto por la crisis de 2008, para pensar la estrategia socialista en los tiempos presentes, en debate con las concepciones del populismo, el autonomismo y el reformismo; más la urgencia de la centralidad de la clase obrera.
Desde la Primavera Árabe, con cientos de miles en Grecia enfrentando la crisis con 32 huelgas generales en 4 años, de 2010 a 2014; las históricas manifestaciones en Túnez que acabaron con 23 años de dictadura y derrocaron al represor Zine el-Abidine Ben Alí (enero de 2011), detonadas por la inmolación del universitario Mohamed Bouazizi (diciembre de 2010); la rabia se extendió a Libia, Yemen, Siria y en Egipto. En este último, se abrió una situación revolucionaria con 18 días de resistencia ante la represión en Plaza Tahrir, que derrocaron 30 años de dictadura de Mubarak. También expresado en la rebelión obrera en plantas automotrices de Ford, Renault y Fiat en Turquía (2015) que cuestionó patrones y burocracias propagándose en el sector automotriz de la ciudad de Bursa.
Revueltas extendidas en Europa y América con protestas masivas entre 2011 y 2019: El 15M (2011) en el Estado Español con miles de jóvenes indignados resistiéndose a ser gobernados por los organismos financieros; la salida de miles en la Plaza de la República en París con el Nuit Debut contra la precarización obrera (2016); la rebelión de los chalecos amarillos ocupando el intocable Arco del Triunfo, también en Francia (2018).
Un nuevo ciclo de revueltas más reciente, que aún vemos en Francia con la clase trabajadora al frente de la resistencia mundial contra el ajuste capitalista y en batalla contra la reforma a las pensiones de Macron; en América cientos de miles de jóvenes se movilizaron contra la violencia policial en Colombia, enfrentando la herencia militarista y proimperialista de las fuerzas represivas en el país (2019-2020); la persistencia de la juventud en las calles de Chile (2019); el estallido popular en Ecuador contra el ajuste fiscal y laboral de Lenin Moreno (2019); la resistencia al golpe de Estado en Bolivia (2019) o al golpe de Dina Boluarte en Perú (2023).
Procesos que enfrentaron salidas reaccionarias, desde brutal represión, guerra civil, golpes de Estado, hasta el fortalecimiento de la tropas imperialistas de la OTAN en Libia, o desvíos institucionales con fenómenos neo reformistas, populismos de “izquierda”, como Podemos y los Comunes en el Estado Español, Syriza en Grecia y Boric en Chile.
Las revueltas parecen ser una tendencia de la decadencia hegemónica del neoliberalismo, con una relativa pausa durante la pandemia, éstas y sus salidas nos hacen pensar en las tareas por la construcción de una estrategia obrera y revolucionaria actual, más aún cuando se configura un nuevo escenario internacional por la caída del “muro de Wall Street” (2008) o la guerra que volvió a cernirse en territorio europeo con consecuencias globales.
En una mirada desde México realizamos una lectura de la Comuna de Oaxaca ocurrida en 2006, que en discordancia a los tiempos muestra la dinámica de estos procesos. Ante la pregunta ¿revuelta o revolución? observamos una gran lucha magisterial obrera y popular que expresó la impronta del fin de ciclo de recomposición de la hegemonía para la clase dominante. Experiencia que, aunque un poco anterior, consideramos sugerente para realizar un contrapunto. En las siguientes líneas podrán leer la pertinencia.
Reflexiones para pensar los tiempos convulsos que vienen
Atento y conmovido por la lucha de clases, Matías Maiello apunta a un debate fundamental, fuera de todo dogmatismo y escepticismo, con el respeto y el rigor necesarios, estudia autores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Donatella Di Cesare, Eric Blanc, Vivek Chibber, Bhaskar Sunkara de “Jacobin”, entre otros, desde un punto de vista comunista. Lejos de la concepción “libresca”, estudia ideas en contraste con los maravillosos y complejos tiempos que nos tocaron vivir, entre crisis y revueltas, aunque aún sin nuevas revoluciones.
La preocupación de Maiello no es hermenéutica, es estratégica y una continuación de “Estrategia socialista y arte militar”, más allá de la academia (cada vez más encerrada en un mito de Sísifo, ensimismada ante el mundo real) y de los dogmas de la izquierda existente (especialmente reformista y gradualista). Un poderoso documento de análisis y previsión anticipatoria, sugerente y necesario.
Vemos varias aristas y hoy sólo dedicaremos el análisis a dos temas: La rebelión en la interpretación de los tiempos que corren y sobre la pregunta, ¿puede una revuelta convertirse en revolución?
Una rebelión a la interpretación de los tiempos que corren
Antes de morir, Daniel Bensaïd planteó que vivimos el fin del Siglo XX, que con ello se acabó el momento de la revolución y sería el tiempo de la melancolía, el de recordar lo que no vivimos: la revolución de 1917 en Rusia, 1927 en China, en 1936 con la Comuna Roja de Cataluña en España, la Revolución en Cuba de 1961, la Revolución en Portugal o la revolución en América Central en los años 1980. etc. El topo sería el animal que se esconde en la madriguera oscura de la melancolía.
Bensaïd escribió un ensayo de “Topología general” en el que pasa revista de pensadores topos no matemáticos sino animalescos sobre los tiempos que vivimos. [1] Donde el topo es un animal que “espera el momento para salir a la luz”, espera pacientemente el acontecimiento revolucionario que irrumpe en el transcurso de la vida cotidiana: el de la revolución como transfiguración de la normalidad del mundo real. Aunque la analogía resulta sugerente, Bensaïd terminó por absolutizar los elementos de espera. Si el siglo XX terminó el topo no saldrá de su madriguera: la melancolía es su fin y morada, ya no sólo es una sala de espera, la cueva se convierte en habitación para el invierno, en el hogar.
Estos topos animalescos esperan con impaciencia, sin embargo, ante la espera de un acontecimiento que no llega se pierden en las tinieblas de un siglo XX que no regresa. Bensaïd terminó como un “melancólico”: según él no volvería la revolución del siglo XX, trataba de recordar el tiempo pasado y el momento clave de los tiempos próximos era comprender la caída del muro de Berlín en 1989. Con ello venían tiempos no revolucionarios y para ello se requería otro tipo de partido y estrategia. Dicha concepción lo llevó a fundar el Nuevo Partido Anticapitalista cuya política y estrategia fracasó fuertemente, puesto en contradicción con la realidad de la lucha de clases. [2]
Diría Daniel, el siglo XX fue un período revolucionario que no volverá nunca. Esta tendencia melancólica lleva una concepción un poco dialéctica de la historia, en la que la irrupción de un posible acontecimiento revolucionario es motivo de reflexiones teóricas des-historizadas (Ser y el acontecimiento de Badiou) que los lleva a coincidir con Eric Hosbawm en que, el siglo XX fue una excepcionalidad que no volverá. ¿No volverá?
Aquí el libro de Matías Maiello es una interrupción a los dogmas del pasado, que, si bien no volverá el siglo XX como copia, se trata de pensar el próximo siglo y sus revoluciones desde una óptica marxista y revolucionaria, anclados en el pensamiento de Lenin y Trotsky. Una rebelión a la interpretación de los tiempos que corren: no son de la melancolía y su morada, sino los de la intervención revolucionaria en el presente.
¿Volverá idéntico el suceso revolucionario?, ¿recargado?, el siglo XXI será más explosivo, intempestivo, más profundo, dice Maiello. Efectivamente, no volverá el siglo XX tal y como fue, pero el XXI no es el tiempo de la melancolía y con ello el topo que se pierde en las oscuridades del pasado melancólico debe salir, es momento de pensar los tiempos inciertos del futuro que se pinta definitivamente impredecible para intervenir y construir una herramienta revolucionaria. No es esperar, es participar, intervenir, irrumpir en las movilizaciones con una táctica, un partido, una estrategia y una organización. Dicho nodo se moviliza en las calles de Chile junto a Negro Matapacos en 2011 y usa “Chalecos Amarillos” en 2019.
Con la crisis de 2008, la Guerra en Ucrania, así como las movilizaciones de 2011 y 2019, se reactualiza la tendencia a las “crisis, las guerras y revoluciones”, como planteó Lenin a la época de la decadencia imperialista. Maiello propone una nueva forma de concebir la historia presente.
Bensaïd determinó que el “revolucionario” del siglo pasado en pleno siglo XXI es una especie de paria melancólico, un revolucionario más preparado para las derrotas que para el avance de una potencial “revolución”. Con ello, advierte que la melancolía del siglo pasado es una extrañeza de los tiempos que corren, la contemporaneidad impaciente en un nuevo siglo plagado de derrotas, confeccionado en última instancia por la derrota. [3]
Matías, en la introducción y en el capítulo 1, plantea una concepción sobre el momento actual y considera que 2008 es el inicio de un nuevo tiempo que nos actualiza lo que Lenin llamó la “época de crisis, guerras y revoluciones” y desde entonces comenzaron nuevos tiempos de movilización mundial que no habíamos vivido desde los años 70s. A eso llama “la caída del Muro de Wall Street”. [4]
Es una inversión de lo propuesto por Francis Fukuyuama sobre la caída del Muro de Berlín. Desde entonces la etapa histórica, según Matías, cambió. Y es que, desde 2008 vivimos una era de inestabilidad sin precedentes desde los años de movilización anteriores al siglo XX. Movilizaciones multitudinarias en dos ciclos históricos y una guerra como la de Ucrania cambiaron los tiempos que corren. No, no y no. No se trata de ser melancólicos. Se trata de mirar con los ojos de la teoría revolucionaria las protestas de 2011 a la fecha en todo el mundo. Dicha interpretación es una rebelión a la del presente. Es el tiempo de la movilización y con ello el de la intervención para hacer posible lo imposible.
¿Puede una revuelta convertirse en una revolución?
La urgencia para que el topo salga a la luz no puede ser sólo un acto de deseo. Es decir, no es suficiente creer o desear que las movilizaciones se conviertan en revolución. Se trata de un análisis de las protestas y sus límites para pensar cómo de las revueltas puede emerger y lo imposible como acto que interrumpe se hace real en el curso de las cosas.
Luego de la caída del Muro de Wall Street comenzó un nuevo “ecosistema de movilización - institucionalización” y se trata entonces de pensar si en el marco de las canalizaciones del ciclo de movilización puede surgir la revolución. No acabó el siglo XX como proponía Bensaïd, son las direcciones de los sujetos reales en el conflicto quienes impiden que interrumpa el acontecimiento revolucionario en la actualidad.
Las movilizaciones de 2011 y 2019 tienen aspectos en común: Una expresión atomizada y en muchos casos “ciudadanista”, donde la clase trabajadora participa diluida. La ocupación de plazas como principal lugar de movilización de la multitud en marcha, incluso con resistencias de días al embate policial, pero sin paralizar el poder económico. Los suburbios comenzaron a mostrarse en la movilización, por fuera de un cauce evolutivo de la resistencia de las plazas. Finalmente, la fragmentación de los participantes en la movilización, producto de las características objetivas de la clase trabajadora, después de la ofensiva neoliberal marcaron el camino.
Ahora bien. Dentro de los dos ciclos de movilización vemos diferencias, mientras en el ciclo de 2011 los principales protagonistas fueron los “perdedores relativos del neoliberalismo” (es decir quienes aspiran a mejoras en su calidad de vida) el ciclo de 2019 fue encabezado por los “perdedores absolutos” (quienes sufrieron la derrota de la ofensiva neoliberal de un modo más cruel). De ahí que las protestas de 2019 fueron más violentas y explosivas.
¿Por qué no se convirtieron en revoluciones? ¿Qué sucedió en este nuevo ecosistema de institucionalización? ¿Podrían las protestas del ciclo 2011–2019 convertirse en situaciones revolucionarias? ¿Por qué dichos ciclos de movilización no se convirtieron en revoluciones? Maiello propone que se debió a la ausencia de la participación de la clase trabajadora como sujeto hegemónico. Debido a que la clase trabajadora se mantiene en las posiciones estratégicas del sistema capitalista moderno, su participación como sujeto hegemónico se hubiera puesto como “posibilidad”, rompiendo las barreras de lo real y pasar de la movilización a la revolución. Esto no fue posible sólo por un hecho objetivo (fragmentación y atomización neoliberal), sino por el papel de las burocracias sindicales y las burocracias de los “nuevos” movimientos sociales, quienes al impedir la participación central de la clase obrera con sus métodos en los procesos de movilización, pudieron desviarlos más fácilmente. La clase obrera cada vez más extendida se mantuvo pasiva, pero quedó su peligrosidad concentrada sin incidir en la realidad de forma hegemónica. Según Matías, la clase obrera actual es más peligrosa por su heterogeneidad social inmigrante, multiétnica, feminizada y su no intervención fue lo que generó un nuevo ecosistema de movilización – institucionalización y esta ausencia del sujeto clave es la principal explicación para comprender por qué no pasamos de la revuelta a la revolución. Al mismo tiempo Maiello propone una política a la fragmentación de la clase obrera con el neoliberalismo: la autoorganización es la alternativa para superar a burocracias sindicales traidoras y nefastas que mantuvieron a los trabajadores pasivos en los tiempos actuales de revuelta.
Este un nuevo ciclo (ecosistema) de movilización – institucionalización, causó que fuerzas neoreformistas, antineoliberales, populistas de derecha y populistas de “izquierda”, usaron la revuelta como base de maniobra para que, lejos de “reemplazar el orden existente”, se presione hacia reformas o para conseguir algo dentro del estado capitalista.
La Comuna de Oaxaca en México
Aquí es donde nuestra lectura desde México busca aportar a la reflexión. ¿Puede una revuelta convertirse en revolución? El presente nos dice que sí, en la ciudad de Oaxaca en 2006 emergió un acontecimiento totalmente fuera del quicio ordenado de la historia, despeinando el caótico cabello de clío. Sin que hubiera aún caído el Muro de Wall Street, con una muy baja subjetividad de lucha a nivel mundial y cinco años antes de las protestas de 2011, un gran acontecimiento ocurrido en uno de los tres estados más pobres del país; expresó la impronta del fin de ciclo de recomposición de la hegemonía para la clase dominante. Un punto de inflexión a la crisis política del régimen mexicano, apenas a seis años de iniciada la alternancia, evidenciando los límites de la “transición pactada” y la primera presidencia no priísta en 70 años, con el triunfo del PAN y Vicente Fox en las elecciones del 2000.
Oaxaca mostró las contradicciones de una democracia degradada que guardaba en México (y aún conserva) los rasgos más duros del priato, [5] tal cual se vivió en el país por décadas: con brutalidad policial, militarización y violencia paramilitar, autoritarismo político, varias generaciones de familias priístas enquistadas en el poder, enriquecidas a manos llenas con cacicazgos y empresas. El gobierno estatal de Ulises Ruiz concentraba ese rancio dominio.
La entidad tenía poco más de 3 millones y medio de habitantes (2005), casi la mitad indígenas y el 80 % sin seguridad social (INEGI), ocupaba el tercer lugar de analfabetismo en México y la riqueza se concentraba en el 4 % de la población con capacidad de inversión empresarial (AMAI). Entre este brutal contraste de profunda desigualdad capitalista, irrumpió una lucha gremial y económica de cientos de miles, que abrió una situación revolucionaria en el estado.
Posiciones estratégicas y autoorganización
La lucha inició con el magisterio democrático de la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), movilizado el 1 de mayo de 2006 por aumento salarial y otras demandas, sin solución, estallan en huelga 70 mil docentes e instalan un plantón en el centro de Oaxaca el 22 de mayo. Exigen respuesta durante 23 días entre amenazas de represión, hasta que el gobierno de Ulises Ruíz ordenó un operativo de fuerzas policiales estatales para desalojar el plantón y ocurre un enfrentamiento entre policías y manifestantes que resisten a pesar de docenas de heridos, hasta el arribo de miles de profesores y población en apoyo. El plantón se mantuvo.
El 17 de julio, con una acumulación de fuerzas entre la población indignada por la represión anterior, comenzaron nutridas protestas hasta reunir a cientos de miles y un movimiento naciente que se conformó como Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Aquí cierran filas organizaciones sociales, indígenas, sindicales, estudiantes y sectores populares, declarando a la APPO el órgano de decisión y representación central de su lucha, realizando asambleas regionales en todo el estado. La Asamblea declara a Oaxaca ingobernable, en rechazo al uso del poder gubernamental para reprimir, violar garantías, destruir el patrimonio histórico y cultural, exigiendo la caída del gobernador Ulises Ruíz, desconociendo su gobierno y decretando la soberanía del pueblo organizado.
Los siguientes cinco meses Oaxaca se mantuvo en el punto más alto de la lucha de clases en el país y del mundo, siendo un primer ensayo revolucionario para la clase trabajadora y los explotados, como planteamos entonces, [6] con el magisterio estatal y la universidad en paro, la APPO ocupó gran parte de la ciudad, instaló barricadas, carpas, comedores populares, formó brigadas de autodefensa y tomó las principales oficinas de gobierno.
Inconformes con la criminalización mediática, el 1 de agosto miles de mujeres marcharon con cacerolas hacia Canal 9, el principal canal estatal de televisión, exigieron un espacio, y tras serles negado tomaron, decidieron ocupar las instalaciones y transmitieron a partir de entonces ahí y en Radio Universidad. Esta acción triunfante expresó el avance político que venían teniendo las mujeres en la lucha, conformando todas las comisiones dentro de la APPO. Pronto constituyeron la Coordinadora de Mujeres de Oaxaca (COMO), denunciando la represión y tortura policial, militar y paramilitar hacia las mujeres, pronunciándose en contra del feminicidio y por la igualdad de derechos al interior del movimiento, entre otras reivindicaciones. Su lema por la no rendición del movimiento fue: Cuando una mujer avanza no hay hombre que retroceda.
Con la exigencia de la caída del gobierno, la APPO cuestionó el poder político, realidad que urgía a las organizaciones sindicales y políticas del país a impulsar una política efectiva que fortaleciera políticamente su lucha y la llevara al triunfo: la huelga general indefinida y la unidad de todas las luchas del país. A pesar de algunos paros parciales, en Oaxaca, los sindicatos petroleros, de salud, electricistas, de la industria privada, jamás estallaron en un paro estatal conjunto que debilitara el poder de la patronal, caciques, empresarios y lograra la caída de Ulises Ruíz.
La base magisterial superó coyunturalmente a su dirección sindical irrumpiendo en el estado con un paro indefinido, la movilización gremial y popular alcanzó lo que nadie imaginaba: el sostén de La Comuna por varios meses y el despertar una situación revolucionaria en el terreno local: un embrión de doble poder estatal que puso en jaque en la región a la burguesía, a sus partidos, ejército, policías y demás instituciones del Estado capitalista. El magisterio oaxaqueño actuó como columna vertebral del movimiento, dirigiendo el descontento de las clases populares, los pobres de la ciudad, los campesinos de las sierras, los estudiantes, con un papel especial en la comunidad indígena y urbana, con las y los maestros en el territorio de las 8 regiones de Oaxaca. La APPO unió lo que el neoliberalismo desunió tras años de ofensiva. Movimientos populares, urbanos y organizaciones sociales con el magisterio al centro del proceso. De acuerdo con Maiello, siguiendo los razonamientos de León Trotsky en Historia de la revolución rusa, la participación de la clase obrera con sus métodos (como sujeto hegemónico), que acaudilla a sus aliados de la ciudad con la creación de un organismo de poder dual, son formas que adquiere una situación revolucionaria, aunque su resultado no sea victorioso.
La victoria de la Comuna de Oaxaca era posible
Algo faltó al poder de La Comuna: quebrar los obstáculos subjetivos que impedían que la clase obrera y sectores populares a nivel nacional extendieran la revuelta. La centralidad del magisterio en la lucha le hubiese permitido actuar como un puente de la disrupción de la clase trabajadora en su conjunto. El heroísmo y contundencia de la APPO parecían no cuestionar a las direcciones sindicales que se dicen opositoras en México, el magisterio nacional no logró imponer a la dirección del SNTE un paro indefinido por la caída del gobierno de Ulises Ruíz. Algunos sectores de trabajadores del estado realizaron breves paros solidarios, pero no la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) ni el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), que se reivindican opositores al gobierno, política que evitó la participación activa y de sectores de la clase trabajadora en Oaxaca y del país.
Los elementos de doble poder no podrían sostenerse por sí mismos mucho tiempo, Ulises Ruíz operaba desde la Ciudad de México y alrededor de Oaxaca, sin la extensión política de la fuerza de la APPO, avanzaron las maniobras de los partidos burgueses tradicionales, más la presión de las cámaras empresariales y la política de aislamiento de las burocracias sindicales, fue un cierre de filas en contra de la posibilidad de que la autoorganización y centralidad de los explotados y oprimidos de Oaxaca se extendiera como un ejemplo de lucha. Sectores estratégicos de los trabajadores del Estado, de salud, turismo, electricistas, petroleros, mineros, industria, no participaron del movimiento por política de las burocracias sindicales.
Dependiendo de la relación de fuerzas al interior de la APPO, se expresaban los sectores reformistas y conciliadores que buscaban distender la lucha y usar la movilización como “base de maniobra” para obtener un margen de negociación, entre ellos el Partido de la Revolución Democrática, con su dirigente Flavio Sosa, [7] que fue vocero y consejero de la dirección “provisional” de la asamblea. También actuó la política del populismo estalinista del Partido Comunista de México y el Frente Popular Revolucionario (PCM-FPR), con peso en la dirección de la APPO, avaló a los sectores conciliadores que impulsaron la burocratización en la toma de decisiones y se adaptó a la política de la burguesía y de las burocracias sindicales.
Desarrollar la organización y elementos de democracia directa de la APPO, con delegaciones de trabajadores de todo el estado incorporando sus demandas y el llamado a los trabajadores del país, hubiese planteado la posibilidad de convertir la asamblea en organismo de autodeterminación que pudiera plantearse la toma del poder estatal, al no ocurrir ésto, la APPO se consolidó como una coalición de organizaciones sociales y sectores populares o un frente único de tendencias.
Mientras que una estrategia revolucionaria ante las acciones de avanzada que ya expresaba la revuelta implicaba impulsar desde la dirección de la APPO su fortalecimiento político y coordinar la autodefensa que ya ocurría desde Radio Universidad en diálogo con las barricadas y barrios. [8]
La situación planteó una discusión fundamental para la clase trabajadora y sectores populares que participaron en ella y para los revolucionarios, sobre el rumbo de la lucha y qué estrategia impulsar para vencer, luego de un enfrentamiento de meses con la burguesía y la casta política urgida en reprimir e imponer una salida institucional a su conflicto en Oaxaca.
El gobierno de Felipe Calderón necesitaba legitimidad ante el fraude electoral que lo llevó al poder, reforzó la represión y fue firme en no conceder la caída de Ulises Ruíz, pero cauto en no alentar la lucha más allá de Oaxaca. La Secretaría de Gobernación y sectores del régimen llamaron a la conciliación y diálogo entre la APPO y Ulises Ruíz; el Senado, con capacidad para desaparecer los poderes en Oaxaca, exhortó a dimitir a Ulises Ruíz. Y Andrés Manuel López Obrador con un movimiento antifraude de meses, nombrado “resistencia civil y pacífica”, tuvo una política de apoyo a la lucha en Oaxaca hasta que la burocratización avanzó en la dirección de la APPO y su sector conciliador con integrantes del PRD llamaron a una lucha común por la caída del gobernador.
La feroz represión durante meses: detenciones fuera de las zonas de control de la APPO, enfrentamientos sangrientos en las barricadas, secuestros de la policía y violencia paramilitar, asesinato a un periodista, sabotaje a los medios tomados, disparos desde helicópteros durante la protestas y a las antenas de transmisión. El gobierno usó toda su fuerza para derrotar a la APPO.
Con meses de desgaste, campaña de criminalización y represión, la dirección de la APPO comenzó a girar políticamente hacia la conciliación, con el ultimátum constante de un posible desalojo federal militar, el gobierno llamaba a la negociación que fue rechazada por la base varios meses, hasta la caída de Ulises Ruiz. Hasta que la relación de fuerzas favoreció al sector conciliador dentro de la APPO, logrando aceptación relativa por aceptar la propuesta de la Secretaría de Gobernación y para devolver el estado a las fuerzas policiales, supuestamente llevando la discusión de la renuncia del gobernador a discusión en el Congreso. Nunca ocurrió.
La corriente mayoritaria en la APPO permitió esta salida institucional, en contra de la propia constitución de la “asamblea” como principal poder estatal, con algunas modificaciones en la mesa de diálogo con el gobierno, la burocratización al interior de la APPO llevó a la dirección negociadora a adquirir poder de decisión fuera de la asamblea. Duros años de represión siguieron a la APPO, miles de docentes enviados a destinos laborales lejanos, precisamente lo opuesto a una de las demandas que dio origen a la lucha, la rezonificación docente.
La clave para comprender el retroceso de la movilización fue la traición de la burocracia sindical en noviembre, cuando el dirigente magisterial Enrique Rueda Pacheco decidió levantar la huelga docente sin respetar el mandato de la base trabajadora, imponiendo el retroceso del movimiento que junto a la represión causó el fin de la APPO y con ello de la coyuntura de movilización.
La irrupción de la Comuna fue un punto cúspide de expresión de la democracia degradada mexicana, con la burguesía buscando recomponer las instituciones, a la par de permanecer las más fuertes consecuencias de la criminalidad capitalista. Con atentados patronales y gubernamentales impunes, como el derrumbe de la mina Pasta de Conchos, de la empresa Grupo México, con 65 obreros sepultados; [9] con la violencia militar y paramilitar en Chiapas; la tortura sexual, abusos policiales y más de 200 detenidos en Atenco (2 y 3 de mayo de 2006), operativo represivo contra todo el pueblo y con condenas de hasta 100 años de cárcel a dirigentes de la lucha contra la construcción del aeropuerto de Texcoco y el despojo de sus tierras; [10] con la injerencia gubernamental sindical y represión a la huelga de Sicartsa en Michoacán. Pero también, con la propia degradación política del régimen fraudulento, con Andrés Manuel López Obrador al frente de un movimiento nacional contra el fraude electoral del PAN que impuso a Felipe Calderón en el poder (2006) y un masivo acto declarando la residencia legítima de AMLO y un simbólico Gabinete alterno.
No hubo un problema de falta de determinación de las masas populares de la APPO. No hubo un problema de falta de lucha política, al contrario, florecían debates e iniciativas por doquier, la politización fue profunda. El problema fueron las direcciones políticas del proceso, su estrategia, debilidad, incapacidad en algunos casos; la disposición constante a conciliar en otros. En última instancia, no surgió una dirección revolucionaria (un partido revolucionario) que logrará llevar la pelea por la hegemonía de la clase trabajadora a acciones y posiciones estrategias que lograrán quebrar el cierre de filas de la derecha y de las burocracias sindicales para lograr la caída de Ulises Ruíz como primer paso para plantearse la extensión nacional de la revuelta.
¿Revuelta o revolución?, plantea Matías, depende de muchos factores, no vendrá una cosa primero, necesariamente seguida de otra, la clave está en que es urgente construir una herramienta que permita con un programa desarrollar la lucha, la fortaleza.
México ha ardido muchas veces con sed de revolución, lo que urge es un partido revolucionario de la clase trabajadora que haga todos los esfuerzos por llevarla al triunfo. En ese sentido la propuesta de Matías Maiello en su nuevo libro es revelar que es posible una nueva revolución en el siglo XXI siempre y cuando la clase trabajadora intervenga de forma hegemónica con sus métodos, como una interruptora del curso catastrófico de la historia, superando sus direcciones reformistas y pactistas y con la intervención de una organización revolucionaria que con su acción logre la insurrección como arte en el presente. En el caso oaxaqueño se mostró con profunda claridad la tragedia del México moderno: la inexistencia de un dirección revolucionaria llevó al movimiento a su derrota cuando era posible un gobierno enteramente nuevo adoptando un programa revolucionario. Pero como decíamos antes esa es la tarea de los tiempos que corren.
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