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¿Pueden los trabajadores israelíes contribuir a la liberación de Palestina?

Baran Serhad

Dan Kedem

¿Pueden los trabajadores israelíes contribuir a la liberación de Palestina?

Baran Serhad

Dan Kedem

Ideas de Izquierda

En el curso de la guerra genocida del gobierno israelí contra la población palestina de Gaza, vuelve a plantearse la cuestión del papel de los trabajadores israelíes. ¿Son sujetos revolucionarios o están corrompidos por el sionismo?

A finales de octubre, trabajadores de Kent, en el sur de Inglaterra, se unieron a activistas propalestinos ante las puertas de la fábrica de una empresa israelí de armamento para bloquear los envíos de armas al Estado sionista. Los sindicatos de Bélgica dieron un paso más y también se negaron a transportar armas a Israel. Los trabajadores portuarios de Barcelona también han anunciado que no permitirán que buques transporten armas a Israel. Estos trabajadores están cumpliendo con su deber internacionalista de actuar para detener la guerra genocida.

Mucha gente se pregunta con razón qué está pasando con la clase obrera de Israel; para algunos está claro que la clase obrera de Israel no jugará ningún papel en la liberación de Palestina. Se habla casi esencialistamente de una clase de colonos que siempre y en toda situación permanecerá leal al bloque sionista.

Para los otros, sin embargo, son suficientes los llamamientos abstractos a la unidad fraternal entre la clase obrera de Palestina e Israel, independientemente de la realidad concreta en el territorio del 48. Queremos profundizar la discusión con ambos polos y mostrar en este artículo si y hasta qué punto partes de la clase obrera israelí pueden y deben jugar un papel en la liberación de Palestina.

La fundación de Israel no se basa en la autodeterminación, sino en el colonialismo de colonos en cooperación con el imperialismo

Ante todo, necesitamos un análisis claro del régimen sionista y de la relación entre oprimidos y opresores. No estamos de acuerdo con la definición de trabajo de antisemitismo de la IHRA, que afirma que el surgimiento de Israel se basa en la autodeterminación democrática. Desde una perspectiva materialista histórica, el Estado sionista es un proyecto impulsado por los Estados imperialistas para asegurar sus intereses en la región como cabeza de puente. Theodor Herzl, fundador y teórico del movimiento sionista, definió la función de dicho Estado en su famosa obra El Estado judío:

Para Europa, formaríamos allí parte integrante del baluarte contra Asia: construiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie. [1]

Bajo el Mandato Británico, los asentamientos israelíes en Palestina aumentaron considerablemente a partir de 1920. El movimiento sionista siguió adelante con la formación de asentamientos y se esforzó por establecer un Estado judío en territorio palestino. Cuando la Asamblea General de la ONU dictó el plan de partición de Palestina en 1947, los palestinos constituían la gran mayoría de la población, con dos tercios. Sólo un tercio estaba formado por colonos judíos. El movimiento sionista recibió el 52% del territorio. Este evidente respaldo animó al movimiento de colonos sionistas a atacar militarmente aldeas y hogares palestinos y a llevar a cabo masacres para expulsar a los palestinos.

Desde su creación, el Estado israelí ha sido un instrumento de opresión, marginación y desplazamiento de la población palestina. Millones de palestinos viven bajo un régimen de ocupación militar; alrededor de 6 millones viven en el exilio, es decir, en países vecinos y en todo el mundo. El apartheid estaba preprogramado desde el principio y, debido a la rápida aceleración de la construcción de asentamientos en Cisjordania, cada vez se hace más realidad otra Nakba (catástrofe) entre el río Jordán y el Mediterráneo. El proyecto sionista es y sigue siendo un proyecto colonial activo.

El Estado de Israel también se beneficia de su posición estratégica dentro del imperialismo: un país que depende militar y económicamente del imperialismo occidental, pero que no es saqueado. Israel recibe subvenciones de un bloque cerrado de Estados imperialistas para satisfacer sus intereses geopolíticos en la región. Esta función especial permite al Estado israelí una independencia política que lo ha convertido en una potencia regional gracias a su industria de defensa altamente desarrollada.

¿Cómo consigue el Estado israelí mantener callados a los trabajadores?

Hasta el día de hoy, se argumenta que el Estado sionista sirve de espacio protector para la población judía. Este argumento oculta el hecho de que Israel es una sociedad de clases capitalista en su esencia. La burguesía israelí posee los medios de producción y la inmensa mayoría tiene que vender su trabajo para sobrevivir. Existe un antagonismo irreconciliable entre los que tienen y los que no tienen, que de vez en cuando se expresa en forma de huelgas y otras protestas sociales. Sin embargo, estas huelgas no van más allá de las reivindicaciones económicas —a menudo sólo para los judíos israelíes— e ignoran deliberadamente los problemas de opresión.

La ideología sionista se nutre de la mayor ocultación posible de las contradicciones de clase: la unidad nacional se capitaliza y evoca mediante la demarcación racista y chovinista de todo lo árabe y se utiliza para legitimar sus actos sangrientos. Incluso las variantes “izquierdistas” del sionismo, como el llamado “sionismo laborista” o el movimiento kibbutznik, [2] eran ante todo ideologías para la realización de un proyecto colonial racista que anteponía lo nacional a los intereses de toda la clase. El movimiento kibbutznik, muy elogiado por los sionistas de izquierda, sirvió principalmente al objetivo de apoderarse de más y más tierras en la Palestina histórica mediante pequeñas granjas colectivas exclusivamente judías, que estaban vigiladas por unidades judías armadas. Por eso la mayoría de los kibbutzim se encuentran en las regiones fronterizas más alejadas del actual Estado israelí. Para el movimiento obrero judío-israelí, estas formas extremas de chovinismo fueron formativas para el establecimiento del Estado.

Así pues, el régimen de apartheid sionista se basa en organizaciones chovinistas, organismos de mediación reformistas y una constitución restrictiva que perjudica sistemáticamente incluso a los palestinos con pasaporte israelí. Con la Histadrut (sindicato en hebreo), los trabajadores israelíes cuentan con una dirección profundamente chovinista que sigue estrechamente vinculada al Estado sionista a día de hoy. Para mantener este statu quo, la clase obrera, en diversos grados según su clase, debe disfrutar de ciertos derechos que no están al alcance de los palestinos. Gracias al régimen de apartheid israelí y a la alianza entre los sindicatos, el Estado y el capital, la clase obrera judeo-israelí ha obtenido ciertos privilegios materiales, estructurales y democráticos. En comparación con los trabajadores palestinos sólo con pasaporte israelí, un trabajador judío-israelí gana alrededor de un 35% más. El nivel de vida medio en comparación con los palestinos de Cisjordania, Gaza o incluso los que tienen visados de trabajo israelíes es muchas veces superior: sólo el salario mínimo en Israel duplica el salario medio en Cisjordania y cuadruplica el de Gaza. Los israelíes también se benefician de mejores infraestructuras y acceso a recursos naturales como las aguas subterráneas. Un trabajador judío-israelí también goza de total libertad de movimiento, tiene derecho a viviendas subvencionadas en terrenos robados y se beneficia del constante robo de tierras y del desplazamiento de las fronteras estatales cada vez más hacia los territorios palestinos. Gracias a su inmenso poder militar, Israel también tiene la ventaja de no tener que reconstruir hospitales, escuelas o instalaciones públicas destruidas por las bombas cada pocos años bajo un estado de sitio.

La mayor organización sindical, la Histadrut, se fundó en 1920 y, por tanto, precedió a la fundación del Estado de Israel. Su principal cometido era expulsar a la población autóctona de Palestina y establecer una sociedad puramente judía. Por tanto, esta “central sindical” —si se le puede llamar así— no se ocupaba principalmente de cuestiones salariales y de condiciones de trabajo, sino de la exclusión de los trabajadores palestinos del mercado laboral. En lugar de crear unidad entre los judíos y las masas palestinas de la Palestina de la época, la Histadrut impulsó la colonización: fundó sus propias empresas para emplear sólo a trabajadores judíos y construyó un puerto alternativo en Tel Aviv durante el levantamiento anticolonial de 1936 para evitar la huelga en la ciudad árabe de Jaffa. También utilizó a trabajadores judíos como rompehuelgas en muchos casos durante la huelga general de 1936 para aumentar la proporción de judíos a expensas de los palestinos en zonas clave. A pesar de la amplia neoliberalización de la economía israelí, la Histadrut sigue siendo un instrumento para preservar la tregua sionista y mantener ciertos privilegios y prebendas que sólo pueden disfrutarse a costa de los palestinos. Está estrechamente vinculada no sólo en términos de personal y estructura a los partidos chovinistas del sionismo “de izquierdas”, sino también a los del sionismo liberal y, en parte, a los de la derecha. Partidos como el Likud defienden actualmente un sionismo abiertamente genocida. En este contexto, consideramos que la asociación entre la DGB y la Histadrut es problemática porque convierte a los sindicatos alemanes en cómplices de la agenda racista de la Histadrut.

Como estas organizaciones sionistas “de izquierdas” desempeñaron un papel igual de importante en la opresión de los palestinos y siempre antepusieron la unidad nacional a los intereses de clase, estos sectores de la clase eran aún más susceptibles a la demagogia de la derecha. Un vivo ejemplo de ello fueron las protestas sociales de 2011 contra el aumento del coste de la vida y la vivienda. En lugar de cuestionar la unidad sionista y abordar el sistema de opresión de los palestinos, la dirección pequeñoburguesa ignoró de forma chovinista la cuestión nacional. Así, la derecha pudo pasivizar las protestas con el argumento de que se podía participar en la colonización de Cisjordania para conseguir viviendas baratas.

No todos los trabajadores israelíes se benefician del sionismo

Para responder a la pregunta de si la clase obrera israelí puede contribuir a la liberación de Palestina, y en qué medida, debemos examinar su composición. No existe tal cosa como la clase obrera israelí: existe su parte judía, una parte árabe-palestina y un subgrupo de “trabajadores invitados” extremadamente precarios que se supone que evitan la dependencia excesiva de la mano de obra palestina.

La clase obrera judía de Israel es multiétnica y también está fuertemente caracterizada en este sentido. La mayoría de la población judía de Israel es actualmente mizrahi, es decir, procedente del norte de África o de otros Estados árabes. Constituyen la columna vertebral de la clase obrera judía, pero también están cada vez más representados en las clases medias e incluso en la burguesía. Israel ha sido durante mucho tiempo —y sigue siendo— una sociedad de migrantes. Las diversas oleadas de colonización de Israel también han llevado a los sectores judíos de la población a sufrir diversas formas de opresión, racismo y chovinismo.

Para ser un Estado “judío”, mantener su mayoría judía y lograr su objetivo de reunir en su territorio a judíos de todo el mundo, el Estado sionista debe asentar a inmigrantes judíos de todo el mundo, a expensas de los palestinos. Este proceso es continuo. Dado que el sionismo histórico fue un proyecto de la pequeñoburguesía judeo-europea, ésta también estuvo fuertemente representada entre los primeros colonos. Los judíos europeos desempeñaron un papel decisivo en la configuración del carácter de la idea sionista, que también trajo consigo el chovinismo hacia los judíos no europeos. Sin embargo, también eran conscientes de las dificultades de conseguir que la mayoría de los judíos europeos se entusiasmaran con el sionismo. Como se necesitaba urgentemente mano de obra para la tierra y las fábricas y la “ocupación mediante el trabajo” (Kibush Havoda) era un requisito previo para la creación de un Estado judío en suelo palestino, se organizó cada vez más la inmigración de judíos procedentes de países árabes.

Los judíos de Irak, Marruecos, Yemen y Egipto debían, por tanto, realizar el trabajo simple y garantizar que el proyecto colonial sionista no viviera de la explotación directa de los oprimidos. En palabras de David Ben-Gurion:

Necesitamos personas que hayan nacido como trabajadores. Tenemos que llegar a los elementos locales de los judíos orientales, los yemeníes y los sefardíes [es decir, los judíos de Marruecos], cuyo nivel de vida y exigencias son inferiores a los del trabajador europeo, y que entonces pueden competir con éxito con los árabes.

Los judíos de los Estados árabes fueron tratados durante mucho tiempo como ciudadanos de segunda y tercera clase. Se les declaraba culturalmente primitivos y se burlaban de su lengua árabe. Incluso los recién nacidos de padres yemeníes eran secuestrados de sus familias y entregados a parejas asquenazíes (judíos europeos) sin hijos. Normalmente pasaban sus primeros años en ciudades de tiendas de campaña (Ma’abarot) antes de ser enviados al frente, a las recién construidas "ciudades de desarrollo", que solían estar situadas directamente en la frontera. Estas ciudades de desarrollo solían estar muy industrializadas y preferentemente dotadas de instalaciones para la educación técnica de la población. La discriminación contra los mizrahi era y es real. También persiste: a día de hoy suelen trabajar por menos dinero y el mercado laboral sigue estando muy segregado por motivos étnicos en muchos lugares.

Desde la década de 1990, se han añadido a este grupo los judíos de Etiopía (Beta Israel), que forman la parte más oprimida de la clase trabajadora judeo-israelí. Entre otras cosas, se les denomina Falaschen (en hebreo, "sin techo, forasteros"), lo que expresa con exactitud el racismo al que se enfrentan. En vista de que son negros y de que algunos de sus antepasados fueron convertidos a la fuerza al cristianismo por los colonos, se les niega el reconocimiento como judíos “de pleno derecho”. Además, las mujeres judías etíopes fueron esterilizadas durante años contra su voluntad por motivos racistas. Debido a esta realidad de opresión, los judíos etíopes protestan una y otra vez contra el gobierno.

Aunque estos sectores de la clase trabajadora judía llevan las vidas más precarias y a menudo son objeto de discriminación racial y opresión, su chovinismo hacia los palestinos no es menos pronunciado. La población mizrahi constituye incluso la base de varios partidos sionistas de derechas que están representados en el gobierno ultraderechista de Netanyahu. Este desplazamiento de amplios sectores de la clase obrera judeo-israelí desde las organizaciones tradicionales de la clase obrera hacia la derecha está fuertemente vinculado al hecho de que la Histadrut y el “Partido Laborista” israelí fueron responsables de la opresión racista en los primeros años de la historia de Israel.

La base social de la clase obrera en Israel también incluye a los llamados “trabajadores invitados”. Tras la segunda intifada, el Estado israelí decidió contratar trabajadores del extranjero para satisfacer la necesidad de mano de obra barata y sustituir a los trabajadores palestinos. Los trabajadores invitados en Israel proceden de Asia Oriental, Europa del Este, América Latina y África y trabajan principalmente en la agricultura, la construcción, el cuidado de ancianos, la limpieza y el turismo. Salvo en el sector de los cuidados, los trabajadores invitados pueden permanecer en Israel un máximo de cinco años. Estos trabajadores inmigrantes llevan una vida muy precaria y tienen pocos derechos: Sus permisos de residencia están estrictamente vinculados a su trabajo; los cuidadores, por ejemplo, sólo pueden cambiar de empleador tres veces antes de que se les revoque el permiso de trabajo. En la mayoría de los casos, el derecho a la reagrupación familiar está muy restringido —con la excepción de la pareja— o no existe en absoluto. La razón principal es el temor a que los migrantes quieran establecerse permanentemente en el Estado israelí. A las trabajadoras inmigrantes que se quedan embarazadas durante su estancia se les suele retirar el permiso de trabajo. El hecho de que, desde la guerra de Gaza, a los 90,000 trabajadores palestinos en Israel se les ha retirado el permiso de trabajo y el gobierno israelí planea sustituirlos por mano de obra india.

La cuestión de qué fuerzas en Israel son especialmente relevantes en la lucha por la liberación de Palestina incluye a los más de dos millones de los llamados árabes israelíes, es decir, palestinos con pasaporte israelí. Actualmente constituyen una buena quinta parte de la población total del Estado israelí y ya no son leales al sionismo, por lo que son indispensables para la lucha de liberación palestina. Por ejemplo, también están exentos del servicio militar obligatorio. En la mayoría de los casos, los palestinos-árabes israelíes son descendientes directos de los 156,000 palestinos que permanecieron en el joven Estado sionista tras la Nakba. De media, ganan menos de dos tercios que sus compañeros judíos y el 40% de ellos vive en la pobreza. El desempleo, sobre todo entre los jóvenes, está mucho más extendido que entre la población judeo-israelí y los árabes suelen trabajar de forma desproporcionada en el sector de los salarios bajos. Debido a un mercado laboral muy segregado, a menudo no trabajan codo con codo con otros trabajadores judíos y por esta razón constituyen una fuerza importante, sobre todo en el sector de la construcción, la agricultura y la industria manufacturera. Sólo el 1% de los israelíes árabes palestinos trabaja en el sector de la alta tecnología, tan importante para el capital israelí. De iure, como ciudadanos israelíes, tienen muchos de los mismos derechos que los israelíes judíos: los apologistas del Estado sionista señalan a menudo el hecho de que los árabes israelíes están representados en la Knesset, el parlamento israelí, por varios partidos —actualmente sólo hay dos— y se les permite trabajar como jueces o médicos. Ven en ello una supuesta prueba de que Israel no es en realidad un régimen de apartheid. Sin embargo, los palestinos con pasaporte israelí siempre han sido ciudadanos de segunda clase de facto y, a más tardar desde la Ley de Nacionalidad de 2018, también de iure. Israel se define a sí mismo como un Estado “judío” en su Ley Fundamental y, por tanto, discrimina sistemáticamente a la población árabe. Además, los israelíes árabes están en gran medida excluidos de la compra de tierras judías, por ejemplo, y la existencia de pueblos beduinos palestinos y barrios árabes está cada vez más amenazada por un proceso sigiloso de “judaización”. Los palestino-árabes israelíes también se exponen fácilmente al peligro de expatriación a través de una serie de leyes racistas “antiterroristas” si se ponen demasiado del lado de la lucha de liberación palestina.

La relación entre este sector de la clase obrera israelí y el sionismo ha demostrado en repetidas ocasiones ser frágil y quebradiza. Los palestinos con ciudadanía israelí se han atrevido en repetidas ocasiones a salir a la calle y han mostrado su fuerza colectiva: en solidaridad con el pueblo palestino en su conjunto y también contra el ambiente de pogromo, a veces incendiario, hacia los árabes en el Estado sionista. Durante la primera y la segunda Intifada, los palestino-árabes israelíes prestaron apoyo material, financiero y selectivo mediante huelgas y concentraciones en todo el país. La importancia estratégica de esta unidad entre palestinos se demostró una vez más en 2021 con la llamada Intifada de la Unidad, en la que los trabajadores palestinos se reunieron en Gaza, Cisjordania y los territorios del 48 para protestar contra la limpieza étnica en Jerusalén Este.

¿Quién liberará Palestina?

La guerra de guerrillas nunca puede ser una estrategia de victoria para Palestina. No saca a los palestinos de la defensiva y bloquea las vías para llegar a los sectores obreros que tienen la fuerza para paralizar todo el proceso de producción y organizar una nueva construcción. No es posible llevar a cabo la liberación sólo a nivel militar de las fuerzas palestinas, como han intentado hacer en el pasado diversos movimientos guerrilleros. Las experiencias de 1948, 1956, 1967 y 1973 han demostrado que Israel no puede ser derrotado desde el exterior por medios militares y que los generales bonapartistas no pueden conducir a las masas árabes a la liberación.

El pueblo palestino sufre no sólo el apartheid y la ocupación de su tierra, sino también su dirección política, tanto en Cisjordania por Al Fatah como en Gaza por Hamás. Al Fatah y Hamás gobiernan sin legitimidad democrática mediante la violencia. Sobre esto escribimos en nuestra declaración internacional:

No compartimos los métodos de Hamas, que impiden avanzar hacia la necesaria unidad en la lucha entre la población árabe palestina, los árabes israelíes e incluso sectores de la clase obrera judía que rompan con el sionismo y su política criminal, contra el Estado de Israel y su sistemático apartheid. Tampoco compartimos su programa y su estrategia, que proclama como objetivo la instalación de un Estado integrista islámico en todo el territorio del Estado de Israel. Si la política de “dos Estados” que impulsó la ANC mediante los acuerdos de Oslo se mostró como un rotundo fracaso, tampoco es ninguna alternativa progresiva la que propone Hamas.

La liberación de Palestina debe ser y será obra de los propios trabajadores. Las estrategias de frente popular que concilian las diferencias de clase y de programa de las corrientes políticas, tratan a los trabajadores como una masa de maniobra y llevan a Palestina de derrota en derrota no pueden liberar Palestina.

Pero la liberación no depende sólo de las fuerzas locales. Porque Palestina no es ni económica ni en términos de fuerzas materiales capaz de afirmarse simultáneamente contra el dominio del sionismo y las potencias imperialistas. Porque, como hemos señalado, el destino del Estado sionista está estrechamente vinculado al imperialismo. La destrucción del Estado sionista sólo será posible mediante la lucha contra el imperialismo, que lo apoya política, financiera y militarmente. Los protectores del sionismo son el imperialismo estadounidense y los estados imperialistas europeos como Alemania y Francia. Sin la intervención de estas potencias, es imposible que Israel sobreviva como Estado sionista. Por lo tanto, la primera determinación es que la clase trabajadora internacional constituya el sujeto revolucionario. En la etapa imperialista de la economía mundial, las condiciones objetivas para la revolución socialista están demasiado maduras. Comprender la economía mundial no puede consistir en verla como una suma de partes nacionales; más bien, es una realidad creada por una división internacional del trabajo y el mercado mundial, que en la era actual domina los mercados nacionales. Si la revolución comienza en un país económicamente atrasado, depende del progreso técnico y productivo de la clase trabajadora en los países imperialistas.

La cuestión de la liberación también es un asunto de la clase trabajadora regional de Asia occidental, particularmente la de Egipto, Siria, Irán, Jordania y el Líbano. La tragedia de Palestina es que el país o es víctima de la complicidad con el imperialismo estadounidense, como en el caso de Egipto, o el apoyo sólo sirve para fortalecer el poder político de Hamás, como en el caso de Irán y Estados Unidos Turquía. Entonces, si ocurre una revolución proletaria, Palestina verá un frente más grande de la región desplegado contra ella porque estos estados capitalistas querrían evitar la propagación de la revolución social a sus propios países. Por lo tanto, la supervivencia de un gobierno proletario en Palestina requerirá el derrocamiento de los regímenes reaccionarios de Asia occidental.

Actualmente estamos viendo las semillas de un movimiento regional. Grandes manifestaciones están teniendo lugar en los países que rodean a Israel contra el terrorismo sionista que se está desarrollando en Gaza. Esto conduce repetidamente a enfrentamientos con el gobierno respectivo, por ejemplo en Jordania. Si uno de estos movimientos se radicalizara y se levantara contra la complicidad de su gobierno con el imperialismo, esto también sería un impulso inicial para la unidad regional de los trabajadores y los oprimidos para liberarse de sus propias burguesías. La clave para llegar allí no está sólo en la lucha de la clase trabajadora de Palestina o del Estado de Israel, sino en la lucha de la clase trabajadora de toda la región. Las acciones actuales del movimiento obrero internacional en solidaridad con Palestina son, por lo tanto, valiosas y necesariamente deben ampliarse no sólo para detener la guerra, sino también para cubrir las espaldas de los palestinos, lograr su liberación y oponerse a los imperialistas para defenderse con éxito de las intervenciones.

Para nosotros, como marxistas, la lucha irreconciliable contra el antisemitismo donde quiera que ocurra también es inseparable de la lucha por la liberación de Palestina. Del mismo modo, debemos oponernos resueltamente a todos los intentos de equiparar el judaísmo con el Estado sionista y el antisionismo con el antisemitismo. Los judíos antisionistas en Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña ya se están movilizando en manifestaciones de solidaridad con Palestina y a menudo están experimentando la más severa represión en nombre de la “lucha contra todo antisemitismo” del Estado. Estas fuerzas deben contar con el apoyo de todos nosotros, mediante la lucha común contra el antisemitismo en la diáspora. Ésta es la única manera de combatir las ilusiones del sionismo como un “espacio protector” para los judíos en todo el mundo.

La unidad de los trabajadores judíos y palestinos es posible

Ahora volvamos a la pregunta original para encontrar una respuesta final. ¿Puede la clase trabajadora israelí ser un sujeto revolucionario en la liberación de Palestina?

Somos de la opinión de que una mirada diferenciada a la clase trabajadora en Israel muestra que hay partes a las que posiblemente se puede y se debe convencer de romper con el sionismo. Los trabajadores palestinos tendrán la dirección revolucionaria en tal proceso, pero no podemos afirmar que, ontológicamente, los trabajadores israelíes nunca podrán romper con el sionismo. Incluso los sectores más derechistas sólo lograrán la ruptura después de la revolución, pero la necesidad de convencer a estos sectores seguirá siendo una tarea educativa.

Esta política es indispensable para nosotros si queremos hablar de coexistencia fraternal en el marco de una solución socialista de un solo Estado y, literalmente, realizar la liberación. Como hemos demostrado, ni la sociedad israelí ni la clase trabajadora israelí son homogéneas. Hay una parte no insignificante que hoy tiene una relación completamente diferente con el sionismo y no se beneficia directamente de él: los palestinos con pasaportes israelíes y los cientos de miles de trabajadores extranjeros. El mayor problema aquí sigue siendo la unidad política y organizativa con las masas palestinas; Sin embargo, los ejemplos de la primera y segunda Intifada y, más recientemente, la huelga general de 2021, nos muestran que esta separación también se puede superar. Hoy parece ilusorio que la mayoría de la clase trabajadora judío-israelí se esté uniendo a la resistencia palestina. Sin embargo, creemos que es un error fundamental cancelar la clase por esto. La tarea de los revolucionarios es lograr que rompan con el sionismo aquellos sectores de trabajadores judíos-israelíes que, basándose en el proceso de producción, tienen el poder de infligir el mayor daño posible al Estado sionista y a su economía mediante huelgas, ocupaciones, bloqueos y sabotaje. De esta manera también podrán luchar por la liberación nacional de los palestinos. La tarea de estos sectores de la clase trabajadora judía es una política revolucionaria-derrotista, es decir, una política de trabajar por la derrota de su propio Estado.

Los revolucionarios deberían apoyar las luchas de los trabajadores y los movimientos sociales que contribuyen a la desestabilización del Estado sionista y amplían la brecha entre los trabajadores y el Estado. Esto significa apoyar, si es posible, todas las preocupaciones sociales progresistas de los israelíes que revelen contradicciones de clase. Es necesario que no caigamos en el economicismo: debemos luchar y abogar por una ruptura con el sionismo y sus privilegios materiales en todo momento; este es un requisito previo para cualquier lucha común entre los sectores relevantes de los trabajadores judíos-israelíes: clase y las masas palestinas. Como dijo Trotsky sobre el chovinismo de los trabajadores blancos en Sudáfrica:

De todos modos, el peor crimen de parte de los revo¬lucionarios sería hacer la menor concesión a los privile¬gios y prejuicios de los blancos. Quien le da aunque sea el dedo meñique al demonio del chovinismo está perdido. [3]

Un colapso frente al chovinismo de la mayoría de los trabajadores judíos israelíes significaría el fin de cualquier unidad frágil. Desafortunadamente, esto es algo que hemos visto repetidamente en protestas y movimientos sociales pasados. Hoy, en grupos como Standing Together, está surgiendo una vez más en Israel el germen de un nuevo reformismo “no sionista”, que al menos formula el objetivo de crear unidad entre los trabajadores judíos y árabes. Estos grupos también abogan formalmente por el fin de la ocupación de los territorios del 67; sin embargo, esto muestra claramente por qué hay más que un economicismo ciego y una ruptura con las ideas de un sionismo “socialista”, es decir, una solución de dos Estados en base “socialista”. Estos nuevos movimientos de “izquierda” mantienen la separación artificial entre los dos millones de palestinos con pasaportes israelíes y los cinco millones de palestinos en Gaza y Cisjordania y no cuestionan sus privilegios ni luchan por los derechos democráticos de los palestinos o la lucha por fronteras abiertas entre el río Jordán y el Mediterráneo.

Desde el 7 de octubre, estas fuerzas “no sionistas” han estado enfatizando sus demandas de poner fin a la ocupación y un alto el fuego en movilizaciones más pequeñas, la más reciente de 200 personas en Tel Aviv; esto es bienvenido dado el clima extremadamente reaccionario en el Estado de Israel. Sin embargo, una vez más alcanzarán un límite si continúan aferrándose a la perspectiva de dos Estados, incluido un Israel “seguro” y rechazan el derecho del pueblo palestino a la resistencia. Rechazamos la solución de dos Estados por considerarla una solución reaccionaria y utópica. El Estado israelí no puede ser democratizado debido a su inherente doctrina sionista basada en el colonialismo de colonos y el régimen de apartheid. La colonización en curso y los problemas no resueltos de la huida, la expulsión y el saqueo de hogares y aldeas palestinas revelan la imposibilidad de una solución de dos Estados. Esto también deja sin respuesta la cuestión del retorno de seis millones de refugiados palestinos.

Dado que en el Estado de Israel no ha surgido ningún movimiento sindical en el sentido tradicional y que la Histadrut ha sido un instrumento para la opresión de los palestinos y la colaboración de clases desde su fundación, las fuerzas antisionistas de la clase trabajadora y la juventud deben luchar por una organización que cuenta con el apoyo de instituciones estatales y la Doctrina del Sionismo es independiente. Se debe luchar por la igualdad de derechos para todos los trabajadores de las zonas del 48 y del 67, independientemente de su nacionalidad. Para hacer esto, se deben construir facciones antiburocráticas, antisionistas y de lucha de clases que apunten a expulsar a todas las burocracias e ideologías sionistas de las filas del movimiento obrero. También están aquellos sindicatos dentro de la Histadrut que representan, por ejemplo, a los sectores de la construcción, el transporte o la sanidad; Sectores en los que los palestinos con pasaportes israelíes y los trabajadores inmigrantes se encuentran con mayor frecuencia entre sus miembros. En ellos, si es posible, las facciones revolucionarias deben ganarse a aquellos sectores de la base que aceptan luchar juntos por la igualdad de derechos para los trabajadores palestinos y judíos en el espíritu de la liberación palestina y abogar por la abolición de los privilegios. Histadrut debe caer porque no es un sindicato en sentido estricto, sino un organismo intermediario al servicio del sionismo.

La actitud revolucionaria-derrotista de los trabajadores judíos debe ser holística: desde las fábricas hasta el ejército. Debido al servicio militar obligatorio, casi todos los ciudadanos del Estado de Israel son llamados al ejército como reservistas. Para los hombres tiene una duración de 32 meses y para las mujeres 24 meses. Actualmente se han reclutado en el ejército hasta 500,000 reservistas. Apoyamos el derecho democrático a la objeción de conciencia de los reservistas israelíes. Dada la dinámica de la guerra actual y el carácter genocida de la ofensiva israelí, al menos debería intentarse crear rápidamente células revolucionarias dentro del ejército para convencer a los soldados de la lucha por la liberación de Palestina, contrariamente a las órdenes del Estado sionista. Porque la división del ejército israelí y el sabotaje militar debilitarían enormemente al Estado sionista y proporcionarían un gran apoyo a la lucha común.

Palestina socialista

Abogamos por una Palestina laica, multiétnica y socialista en todo el territorio histórico, desde el Jordán hasta el Mediterráneo, en la que judíos, árabes y personas de otras etnias y religiones vivan juntos en paz y fraternidad. Defendemos el derecho al retorno de todos los palestinos desplazados por el colonialismo sionista.

La nacionalización sin compensación de industrias y bancos clave bajo control obrero y la planificación central de todos los recursos naturales, la producción y el comercio exterior con el objetivo de eliminar las disparidades sociales entre las masas palestinas y judías son esenciales para una verdadera liberación. Sólo así se podrá garantizar una distribución justa de los recursos y las infraestructuras. Hay que poner fin al control del imperialismo sobre los recursos del país; la riqueza de los colaboradores palestinos, que adquirieron mediante la corrupción, debe ser confiscada. Los trabajadores judíos también deben trabajar por la expropiación de los capitalistas. Un programa de vivienda pública es crucial para que los palestinos puedan ejercer el derecho al retorno, pero las masas israelíes no tienen por qué experimentar un desplazamiento forzado. Esto también servirá para reducir los prejuicios entre la población. El estado obrero debe tratar este plan de manera centralizada.

La revolución palestina sólo puede triunfar como revolución permanente, es decir, mediante la toma del poder por los trabajadores en unidad con las masas pobres, que dependen de sus propios órganos de lucha, como asambleas, comisiones, comités de acción, consejos y milicias. Porque sólo esta forma de poder, que significa la dictadura del proletariado y es apoyada por las masas oprimidas y el campesinado, puede garantizar y completar las tareas democráticas estructurales de la revolución. Esto es, ante todo, la liberación del imperialismo y la lucha contra sus cómplices regionales con el objetivo de establecer una federación de repúblicas socialistas en toda la región de Asia occidental.

Lo que se necesita es una estrategia que no sólo sea capaz de derrotar militarmente al Estado sionista, sino que también sea capaz de restaurar la confianza de los pueblos entre sí, construir el poder de los trabajadores y expulsar a las fuerzas imperialistas de la región. No estamos luchando por un gobierno burocrático de una casta militar sobre toda la población, sino por un gobierno de trabajadores organizado en consejos y milicias.

La revolución permanente es una guía para la reconstrucción del país bajo la dirección del proletariado. Para ello, el proletariado necesita estructuras de consejos que no caigan del cielo, sino que deben construirse conscientemente allí donde no surjan espontáneamente.

La Palestina socialista tendrá un carácter multiétnico. Por lo tanto, el Estado socialista debe reconocer derechos plenos e iguales, como la igualdad salarial, los derechos plenos de ciudadanía y la igualdad lingüística. De ello se deduce que los judíos tendrán plenos derechos ciudadanos y culturales, así como igualdad de derechos para el idioma hebreo y la protección de todas las lenguas minoritarias como el yiddish y el ladino en todos los ámbitos de la vida pública, la educación, los medios de comunicación y la administración. El Estado sionista se caracteriza por la segregación y los privilegios. La Palestina socialista debe poner fin a esta práctica. La unidad y fusión completa de los trabajadores de todas las nacionalidades en todas las organizaciones sindicales, educativas y de otros trabajadores representará el contrapeso a cualquier nacionalismo burgués.

¿Quién hace cumplir este programa? La historia de Palestina e Israel es una historia de fricciones, guerras y tristeza. Los dirigentes actuales no tienen ni el interés ni la capacidad de resolver este conflicto porque se benefician de él. Pero no tiene por qué quedarse como está. Se debe construir un partido revolucionario para liberar a Palestina. Creemos que es la única guía posible para lograr una paz duradera sin explotación ni opresión.

Este artículo fue originalmente publicado el pasado 10 de noviembre del presente año en KGK Magazin, el suplemento teórico digital de nuestro sitio hermano, Klasse Gegen Klasse, sección alemana de la Red Internacional de diarios La Izquierda Diario. Traducción: Óscar Fernández.


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NOTAS AL PIE

[1Herzl, T. (1896) El Estado Judío

[2Movimiento que busca la creación de kibbutz, comunidades agrarias en el territorio palestino en una suerte de sociedad comunalista.

[3Trotsky, L. (1935) Sobre las tesis sudafricanas.
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