La idea de “paro virtual” ha resonado desde inicios de la pandemia, en algunos casos como un meme y en otras como una alternativa frente a la imposición de las clases en línea. Vale la pena preguntarnos, ¿cómo construimos un paro que realmente sea una herramienta para conquistar nuestras demandas?
Martes 20 de octubre de 2020
En los últimos días ha circulado en redes una convocatoria a paro replicada con los logos de varios bachilleratos y facultades de la UNAM, poniendo en el centro la denuncia a los profesores por las malas clases que imparten y su falta de empatía a los estudiantes ignorando por completo la situación de precarización en la que laboran. Por otro lado también se ha difundido un pliego petitorio firmado por “estudiantes y docentes organizados” que exige el cese de las clases en línea por ser excluyentes.
Es en este contexto, con 136 mil estudiantes de la UNAM que no tienen computadora -es decir el 38% de los estudiantes, siendo los bachilleratos los más afectados- y un 14% de los estudiantes sin internet, así como más de medio millón de jóvenes en el país que no volverán a clases según datos de inicios de pandemia -por lo que podemos asegurar que la cifra ha aumentado-; no cabe duda que les estudiantes tenemos muchas razones para decidir organizarnos, luchar y parar.
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¿Un paro cómo y para qué?
Pero ¿cómo parar para realmente revertir la situación que estamos viviendo, no sólo los estudiantes sino también los docentes, y garantizar que la universidad responda a las necesidades reales de los miles de universitarios pero también del conjunto del pueblo pobre y trabajador que hoy enfrenta una tremenda crisis sanitaria y económica?
El paro es un método de lucha de la clase obrera recuperado por el movimiento estudiantil, quien lo ha puesto en práctica en muchos momentos importantes de su historia, probablemente el más emblemático fue la huelga del 99, levantada durante nueve meses para frenar la imposición de las cuotas en la UNAM.
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En el caso del estudiantado cuando para, no golpea las ganancias de los capitalistas como pasa en las fábricas y otros centros de trabajo. Por el contrario, la potencialidad de un paro en las escuelas y universidades tiene que ver con poner en cuestión quién tiene el control de las mismas: ¿el estudiantado o las autoridades?, golpeando políticamente a estas últimas con la masividad del estudiantado y por otro lado ganándose de a poco la opinión pública. El enorme apoyo obrero y popular a la huelga de la UNAM fue un factor decisivo para que ésta pudiera prolongarse por más de nueve meses y frenar las cuotas.
Entonces, quienes no estamos dispuestos a subordinarnos a la nueva normalidad que el gobierno, los empresarios y las autoridades universitarias buscan imponernos para que continuemos con nuestra cotidianidad, trabajando y estudiando, como si todo siguiera igual, y al individualismo al que nos quieren condenar para enfrentar los contagios y muertes por covid en nuestra familia así como a las secuelas psicológicas del encierro y la crisis, los despidos y los recortes salariales de familiares, o incluso a nosotres directamente. Quienes queremos poner la universidad al servicio de enfrentar la crisis, obligadamente tenemos que pensar en cómo construir la correlación de fuerzas necesaria, tanto en términos de ser miles de estudiantes, como en cuestión de convencer a otros sectores dentro y fuera de la universidad de que de conquistar nuestras demandas, elles también estarán en mejores condiciones.
Para esto, recordemos brevemente dónde estuvo la gran fortaleza de la huelga del 99. Les estudiantes estaban organizades en un Consejo General de Huelga (CGH), que tenía delegades votades en sus asambleas por escuela y facultad y debían llevar al CGH lo discutido y votado en estas (a esto se le llama mandato de base), además si les delegades no cumplían con dicho mandato, sus asambleas votaban para revocarlos y cada cuanto cambiaban les representantes (es decir, eran rotativos), para garantizar una mayor representatividad.
Este método de democracia directa, también recuperado de la clase obrera, permitió que se expresaran las voces de cuantos estudiantes quisieran intervenir para plantear su visión sobre el rumbo de la lucha, impedir que la huelga se burocratizara o fuera cooptada por sectores del régimen como el PRD; y al ser un órgano con el cual se sentían representados miles de estudiantes, mantuvo a la huelga con una profunda fuerza pues la huelga era de esos miles de estudiantes que querían dejar para las siguientes generaciones el derecho a la educación gratuita, no era sólo de las organizaciones o de un puñado de activistas.
La fuerza de la huelga no estuvo en la huelga misma, sino en la profunda convicción de una generación organizada de manera democrática que estaba convencida de que sobre sus hombros recaía la tarea de frenar los planes privatizadores del rector José Barnés, Ernesto Zedillo, y de los organismos internacionales como el FMI y la OCDE.
Hoy quienes aún tenemos el derecho a acceder a una carrera universitaria -el 17% de la población- o al bachillerato -el 48%- podemos recuperar los hilos de continuidad de aquella generación que frenó las cuotas en la UNAM para darle continuidad a la lucha en defensa de la educación e impedir que la pandemia sea utilizada para avanzar contra este derecho básico.
Con la fuerza de les estudiantes, trabajadores y profesores organizades
En el marco de las clases en línea, es necesario romper con la idea que han impuesto las autoridades universitarias y el gobierno de que cada quien debe arreglárselas para salir adelante académicamente, un paro tendría que surgir del cuestionamiento a esta lógica que con una alta carga de tareas y con la imposición de la “nueva normalidad”, busca tenernos inmersos en el semestre sin organizarnos para que no sólo les estudiantes ya matriculades puedan continuar con sus estudios si no para que el 100% de la juventud pueda acceder a la educación.
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Esto podría ser logrado si la educación tuviera un aumento al 10% del PIB, para que se aumenten las matrículas de las universidades y bachilleratos públicos de todo el país a partir de la construcción de más planteles; para garantizar internet y tablets o computadoras para todo y toda aquella que lo requiera (estudiantes, trabajadores y docentes).
También es urgente la construcción de dormitorios, para quienes por la pandemia han tenido que regresar a sus estados o pueblos y por la situación de precariedad no saben si podrán volver a las universidades; comedores y transporte gratuitos y subsidiados así como becas que alcancen para costear la canasta básica (lo que implica que sean equivalentes a cuatro salarios mínimos, pues sólo así no tendremos que trabajar y estudiar al mismo tiempo.
Además, demandar un aumento de salario para el conjunto de los profesores, mínimamente para que puedan costear la canasta básica, pues muchos de ellos ganan 80 pesos por hora clase y a veces sólo tienen 4 horas de clase a la semana; basificación para todos y todas con el conjunto de prestaciones de ley y poner fin a la distinción jerárquica entre profesores de asignatura y de carrera. No hay manera de esperar clases en línea “de calidad” si no es a través de conquistar condiciones dignas de trabajo para les docentes.
Mientras todo lo anterior no esté garantizado es imposible seguir con las clases en línea. Pero para esto necesitamos espacios de discusión democrática y tripartitos -con los tres sectores que conformamos las instituciones educativas- en cada facultad o escuelas de las universidades, donde se discutan las situaciones concretas y las demandas particulares de cada una así como la ruta y el plan de lucha para que seamos cada vez más organizades y podamos imponer nuestras demandas porque es claro que ni las autoridades ni el gobierno nos las regalarán, pues hasta el momento se han limitado a darnos migajas como el programa “Rechazo Cero” y unas cuantas tablets que no cubren ni la mitad de quienes no cuentan con recursos.
Para esto no se pueden votar paros de manera online en grupos de facebook o convocado por medio de comunicados que no plantean la necesidad de un espacio asambleario, donde se discuta cuáles son las problemáticas de estudiantes, pero también de los otros dos sectores que componen la universidad, donde la discusión no se limite a si “paro sí o paro no”.
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Pero el horizonte debe ir más allá, pues poner la universidad al servicio de frenar la crisis implica que las instalaciones mismas funcionen como centros de organización, donde el conocimiento, la tecnología y la infraestructura de la universidad puedan operar para dar atención médica, psicológica e incluso vivienda al pueblo pobre y trabajador que lo requiera.